.
El arqueólogo mexicano. (Foto: Alberto Díaz)
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de diciembre de 2015. (RanchoNEWS).- Leonardo López Luján nació rodeado de leyendas y de nombres que han hecho historia en la arqueología. Discípulo y colaborador cercanísimo de Eduardo Matos Moctezuma desde los 16 años en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan, es referencia obligada para entender la cosmovisión y los ritos de la antigua religión mexica; por ello, recibe hoy el reconocimiento del foro arqueológico más grande y más joven del planeta, informa J. Francisco de Anda-Corral para El Economista desde la Ciudad ded México.
López Luján es testigo privilegiado, heredero y continuador de un proyecto arqueológico cuya emergencia conmocionó al México de finales de los 70, que hizo delirar a un mandatario, que ruborizó a los reyes de España, y que fue pasarela igual de figuras políticas que literarias como François Mitterrand y Henry Kissinger o Gabriel García Márquez y Octavio Paz.
En la víspera de recibir el Premio Fórum de Arqueología de Shanghai, el arqueólogo reflexiona sobre su oficio, repasa algunos episodios de la historia, explica las razones del polémico sacrificio infantil en la antigua Tenochtitlan y revela el hallazgo de una pista que lo pone en el umbral de encontrar la tumba de algún soberano mexica.
China brinca la muralla
El Fórum de Arqueología de Shanghai es una iniciativa global reciente de la Academia China de Ciencias Sociales «dirigida a la investigación, la protección y la utilización de los recursos arqueológicos y patrimoniales del mundo», y se ha propuesto entregar cada dos años, desde el 2013, un premio internacional para reconocer las aportaciones en el campo de la arqueología.
Este año, de entre 100 candidaturas, el Proyecto Templo Mayor, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que dirige el doctor Leonardo López Luján desde 1991, ha sido seleccionado por un comité de 40 expertos de las naciones más destacadas en la materia como uno de los 10 mejores proyectos arqueológicos del mundo.
Un gran premio
El premio «celebra la excelencia en investigación arqueológica de aquellos individuos que se han distinguido en los tres últimos años al hacer grandes descubrimientos y producir trabajos innovadores, creativos y rigurosos sobre el pasado de la humanidad, y al haber generado nuevos conocimientos de particular relevancia para el mundo contemporáneo y para nuestro futuro común como especie», asegura el comité organizador en un comunicado.
El Fórum de Arqueología de Shanghai, en apenas dos ediciones, ha logrado convocar a especialistas de los países y las instituciones más destacados: Gran Bretaña, Egipto, Israel, Alemania, Estados Unidos y China, desde luego, y las universidades de París, Harvard, Stanford, Michigan, Oxford, Cambridge, Tel Aviv o El Cairo, y por supuesto el INAH, de México, entre otras.
López Luján, agradecido por el premio, que no asume como individual sino «como el reconocimiento a todo un equipo de trabajo integrado por 25 profesionales entre arqueólogos, antropólogos físicos, biólogos, restauradores, químicos, arquitectos, entre otros», indica que es encomiable e inteligente la estrategia del dragón asiático, porque más allá del premio están generando un foro de un nivel y de un tamaño que no existía antes y, además del intercambio científico que propician, están invirtiendo en la formación de sus cuadros para ponerse a la vanguardia.
En efecto, la edición 2015 de este encuentro que se lleva a cabo del 13 al 18 de diciembre en Shanghai, de acuerdo con los organizadores, aborda las relaciones que en el pasado condujeron a la transferencia de recursos, tecnología e ideas a larga distancia, en un contexto de diversidad cultural.
El detective de Tenochtitlan
Y de eso, Leonardo sabe bastante. En su largo itinerario de casi siete lustros como «tenochtitlanólogo» ha contribuido a reconstruir la sociedad mexica y a desentrañar los secretos que quedaron sepultados bajo las ruinas de su centro ceremonial. Especialmente para entender los usos y significados de los espacios arquitectónico-rituales que están pie del Huey Teocalli.
A partir del 2007 se hizo cargo de la excavación e investigación del monolito de la diosa Tlaltecuhtli, encontrado un año antes por los arqueólogos del Programa de Arqueología Urbana en el predio conocido como Casa de las Ajaracas y que hoy preside el vestíbulo del museo de sitio.
El arqueólogo López Luján admite que se equivocó al principio al creer que bajo el monolito de casi 12 toneladas se hallaban las tumbas de los tlatoanis Axayácatl, Tízoc y Ahuízotl; sin embargo, ese «error» le ha conducido a encontrar 59 ofrendas con más de 50,000 objetos diversos, en un espacio relativamente pequeño comparado con el tamaño total del recinto ceremonial, que nos hablan de la cosmovisión mexica, de los sacrificios humanos, y de las características de esa ciudad tan bulliciosa que maravilló a los conquistadores.
¿Qué sabemos hoy de los mexicas que no sabíamos antes de 1978, cuando encontraron el monolito de Coyolxauhqui, que dio origen al Proyecto Templo Mayor?
Casi todo lo que sabíamos de los mexicas era a través de las fuentes históricas del siglo XVI. Conocíamos de hallazgos fortuitos como la Piedra del Sol, la Coatlicue... Pero es a partir de 1978 que Eduardo Matos Moctezuma concibe un proyecto científico de gran envergadura, multidisciplinario, e invita a historiadores, antropólogos físicos, biólogos; es decir, especialistas en muchas áreas del conocimiento, y así se comienza a hacer un cotejo entre historia y arqueología. Porque la arqueología complementa, aumenta, corrige lo que las fuentes callan o describen de manera vaga o tergiversan.
Por lo que hemos estudiado, sabemos cómo concebían el universo. Hay una liturgia muy estricta y reproducida en miniatura en las ofrendas. Sabemos también que el clima era más húmedo y como dos o tres grados más fresco; sabemos con quiénes tenían relaciones comerciales y qué tributaban los pueblos sometidos; sabemos más de los sacrificios humanos y por qué se practicaban... Por ejemplo, en relación a los polémicos sacrificios infantiles, en 1980 encontramos en una caja de ofrenda del Templo de Tláloc los esqueletos de 43 niños de entre seis y ocho años que fueron degollados. Cuando decimos que los sacerdotes ofrecieron la sangre de estos infantes a los dioses, la gente se horroriza. Pero todo tiene una explicación. Y por eso acudimos a estudiar el contexto. Durante las excavaciones, también descubrimos en la ampliación del edificio una placa de piedra con la fecha 1 Conejo (equivalente en nuestro calendario al año 1454 d. C.). Sabemos gracias a los anales que entonces hubo una sequía tremenda y que muchos niños fueron sacrificados para aplacar la ira de los dioses. La antropología física reveló que eran niños desnutridos que probablemente no tenían mucha expectativa de vida y decidieron ofrendarlos a Tláloc.
¿Por qué no se había excavado antes el Templo Mayor, si Gamio lo había descubierto desde principios del siglo XX?
Bueno, en 1978 se dio una coyuntura que combinó una serie de factores que posibilitó la exhumación de la ciudad enterrada por los españoles. En primer lugar, el factor económico: había dinero. México descubre sus reservas petroleras y se dispone a administrar la bonanza. En segundo lugar, tenemos un presidente culto, con voluntad, con poder y un partido político sin cortapisa. José López Portillo era un presidente megalómano que además se creyó descendiente de Quetzalcóatl y tomó la decisión de demoler 1 hectárea y media del Centro Histórico para sacar a la luz la antigua ciudad de Tenochtitlan. Hoy en día nadie se atrevería a tomar una decisión así, pero era un presidente que no tenía contrapeso. Y además, él personalmente se puso a la cabeza del proyecto y declaró: «A la plaza del crucificado –dijo refiriéndose al Zócalo cristiano– vamos a hacerle su contrapeso, que será la plaza de la decapitada (Coyolxauhqui)».
Otro factor fue el apoyo de la iniciativa privada, y en particular el de don Manuel Espinosa Yglesias, principal accionista de Bancomer.
Y finalmente, el INAH vivía un momento de florecimiento, teníamos un director general muy culto también, como fue don Gastón García Cantú; y un joven arqueólogo de gran valor, que era Matos Moctezuma, quien comenzaba a destacar.
¿Y en qué punto estamos hoy, a casi 40 años de aquel boom?
Estamos en un momento apasionante. La tecnología ha revolucionado a pasos agigantados la arqueología. No sólo te ayuda a hacer el trabajo más ágilmente, sino también de una manera mucho más precisa, de un modo que nosotros mismos –no la generación anterior– nunca hubiéramos imaginado hace unas cuantas décadas. Aun así, hoy nos tardamos dos o tres años en excavar y registrar una sola ofrenda, porque integramos equipos multidisciplinarios para estudiar el más mínimo aspecto del contexto excavado; eso nos toma tiempo pero le da mayor solidez a las investigaciones y vuelve mucho más poderosas nuestras explicaciones.
La tecnología también nos ha permitido integrar redes internacionales de colegas y eso nos hace avanzar en forma rápida y eficiente. Se globaliza así el conocimiento arqueológico.
El doctor Leonardo López Luján (ciudad de México, 1964) estudió arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y realizó estudios de postgrado en la Universidad de París y en la Escuela Práctica de Altos Estudios. Pero su formación original se remonta a su infancia y adolescencia, pues su madre, Martha Luján, era asistente del arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier –el descubridor de la tumba de Pakal– y su padre, Alfredo López Austin, era ya un prominente investigador del mundo de los antiguos nahuas.
Ese contexto tan rico y estimulante que vivió de niño, rodeado de miles de libros e inveteradas historias, lo condujo al Templo Mayor bajo la tutela del profesor Eduardo Matos Moctezuma. Esto marcó su futuro. Le permitió aprender los rudimentos del quehacer arqueológico de campo y realizar hallazgos de suma importancia, como el de la Cámara 3, la ofrenda más rica jamás excavada en las ruinas de la antigua México-Tenochtitlan.
Actualmente, su trabajo ha trascendido las fronteras. Ha sido profesor huésped en las universidades de Princeton y Harvard, en los Estados Unidos y conferencista en más de un centenar de instituciones académicas alrededor del mundo. Tiene numerosos reconocimientos nacionales e internacionales.
Aunque reconoce que los hallazgos tienen una muy agradable carga emotiva y que dan prestigio social a los arqueólogos, opina que lo verdaderamente importante es su dimensión explicativa, pues nos permiten comprender mejor a las sociedades que nos antecedieron en el tiempo. «La imagen del arqueólogo es la de un aventurero que busca tesoros, y también la de intermediario entre el pasado y el presente; eso nos confiere en el imaginario colectivo una especie de aura mágica. Lejos de ello, somos científicos sociales que muchas veces hacemos trabajos que pueden ser bastante rutinarios», confiesa.
¿Usted sigue tras los restos de Ahuízotl?
Sí. Vamos a reanudar la búsqueda de los sepulcros de los tres soberanos mexicas (Axayácatl, Tízoc y Ahuítzotl) a principios del año próximo, una vez que concluyan las obras del nuevo vestíbulo de acceso al Templo Mayor. Ellos eran tres hermanos que se sucedieron en el trono y en la muerte. Dicen las fuentes que sus cadáveres fueron cremados y enterrados al pie del Huey Teocalli o Templo Mayor. A ver si no nos volvemos a equivocar, pero tenemos ahora la hipótesis de que están en el interior del Cuauhxicalco, una plataforma cilíndrica de 16 metros de diámetro que fue encontrada en el 2011 justo frente a la gran pirámide de Tenochtitlan.
REGRESAR A LA REVISTA