.
El Palacio de Cultura Banamex y el Museo Amparo recibirán en mayo y octubre, respectivamente, la muestra El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional, que actualmente se exhibe en el Museo Reina Sofía de Madrid (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 5 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- Al mirar a la distancia las Torres de Ciudad Satélite intriga su monumentalidad, y conforme se rodean, estas simulan cierto equilibrio hasta generar armonía. Experiencia similar resulta cuando se observa el muro amarillo del Museo Experimental El Eco que estimula por la intensidad de su color y, a la vez serena al tratar de descifrar su poema plástico. Reporta desde la ciudad de México para Excelsior Sonia Ávila.
Son esculturas cuyo principal cometido es provocar un choque de emociones en el observador, y así alterar el espacio que las contienen, lo mismo el urbano como en las Torres o el de una galería de exhibición como en el caso del muro amarillo. El historiador Francisco Reyes Palma explica que se trata de una articulación de elementos que alteran el entorno no sólo físicamente, sino en su capacidad de crear sensaciones.
El concepto que las define es la «arquitectura emocional» concebido por Mathias Goeritz (Danzig, 1915–México DF, 1990) con el que desarrolló proyectos artísticos como la Ruta de la Amistad, el Espacio Escultórico de Ciudad Universitaria, e incluso el Laberinto de Jerusalén en Israel, los cuales coinciden en modificar el entorno físico, apelar a la monumentalidad del objeto y resultar de un trabajo de colaboración con arquitectos y artistas.
Estas piezas son algunas de las más de 250 desplegadas en la muestra El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional que actualmente se exhibe en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, y a partir de mayo se presentará en el Palacio de Cultura Banamex, para luego llevarse al Museo Amparo, en Puebla, en octubre.
La propuesta curatorial a cargo de Reyes Palma se concentra en las cuatro décadas que el pintor y escultor vivió en México, a partir de 1949 cuando llegó a Guadalajara para impartir un curso de educación visual en la universidad de esta ciudad. Periodo trazado por el concepto de «arquitectura emocional» el cual no se limita a la construcción de edificios, sino de espacios en un sentido mayor.
«Goeritz lo que hace es producir un nuevo tipo de arte, totalmente distinto que es un arte estratégico, un arte funcional, que además toma de México el concepto de escala, tanto de la tradición milenaria de las plazas y los espacios abiertos del arte prehispánico, como de la escala del mural, y rompe con las escalas pequeñas que trabajaba en España.
«Entonces cuando él habla de arquitectura emocional habla de afectar intensamente al sujeto que tiene como receptor, es una especie de arte de choque intenso lo que él busca; le pone arquitectura porque habla más de construcción de espacios a partir de una correlación del objeto con el espacio, que cambia las relaciones con el público», explica en entrevista el curador.
Sin ser cronológica ni lineal, la exposición presenta al artista como agente cultural en el sentido de construir no objetos de arte, sino modos de producción, difusión e incluso redes de colaboración que mucho influyeron en el concepto de integración plástica acuñado en la segunda mitad del siglo XX.
«Como figura es alguien que genera un movimiento que afecta el arte en general, el arte urbano al desplazar su obra hacia una noción de arte público que invade espacios en la ciudad, y se podría hacer un balance de que es una de las personas fundamentales en implantar un tipo de visión distinta al muralismo y plantea una visión del arte desde la modernidad experimental».
El ataque
De las esculturas emblemáticas del también fundador de la Escuela de Altamira en España es La serpiente, creada originalmente para el Museo Experimental El Eco, y que ahora ocupa la explanada del Museo de Arte Moderno. Ésta, cuyo primero se llamó Ataque, concentra los elementos de la arquitectura emocional.
Reyes Palma destaca su forma geométrica que a la vez puede encontrar símil con alguna figura habitual; a ello se suma su monumentalidad con lo que consigue perturbar su entorno como ocurrió en su exhibición reciente en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y su condición monocromática.
«Monumentalizar la escultura es crear otro frente a la pintura de los muralistas que habían desarrollado el tema de obra monumental y pública. Entonces Goeritz asimila al otro para darle fuerza como espectador en su sistema de elementos a gran escala», añade el historiador, quien precisa que para el Centro Reina Sofía se construyó una réplica de La serpiente, pues no se consiguió el préstamo de la original.
En cierto modo, continúa, la arquitectura emocional del artista derivó en arte urbano, y generó los primeros proyectos de obra pública con la Ruta de la Amistad, un corredor escultórico que dio «vida» a la zona sur de la Ciudad de México en 1968 cuando iniciaba su desarrollo. En el caso de las Torres de Ciudad Satélite, el proyecto se convirtió en un referente visual, y lo mismo sucedió con el Espacio Escultórico de la UNAM.
Proyectos en los que igual se generaron conceptos como el de escultura transitable o móvil en el sentido de estar abiertas al recorrido del espectador, quien las activa con su presencia. Aunque el mismo efecto emotivo provocan los cuadros dorados de Goeritz en la Casa Luis Barragán, señala el curador.
En términos de producción, lo que destaca de estos proyectos es la colaboración que el artista logró con arquitectos como Mario Pani o Luis Barragán, que a decir de Reyes Palma fue el gremio artístico que lo recibió desde su estancia en Guadalajara, en comparación con el rechazo de pintores y muralistas quienes lo consideraron un «charlatán».
Lo que en cierto modo convirtió a la arquitectura emocional en un dispositivo de confrontación del arte figurativo representado en la pintura y muralismo mexicano.
«Entra en contacto con un sector mucho más conservador que es el de los arquitectos, y se envuelve en esa pugna de años de la Academia de San Carlos entre los muralista vistos como los revolucionarios y avanzados contra los arquitectos más conservadores».
Así el recorrido devela cómo a la distancia la obra de Goeritz, sin encajonarse en una sola disciplina, resulta un factor determinante en la construcción del arte de la segunda mitad del siglo XX en México.
REGRESAR A LA REVISTA