Rancho Las Voces: Libros / España: «Modern man» una nueva biografía de Le Corbusier por Anthony Flint
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

viernes, febrero 20, 2015

Libros / España: «Modern man» una nueva biografía de Le Corbusier por Anthony Flint

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Picasso y Le Corbusier, en Marsella, en 1952. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- Cualquiera puede encontrar las fotografías de Pablo Picasso y Le Corbusier, juntos, en Marsella, en septiembre de 1952 y reír un poco. Dos casi ancianos (tenían 70 y 65 años respectivamente) caminan entre muros de hormigón y suelos polvorientos, medio descamisados, con los botones abiertos hasta el ombligo y pantalones abombados. ¿A dónde irían con esa pinta? Pero, cuidado, un respeto, porque aquellos muros en obras pertenecían a la Unidad de Habitación de Marsella y por eso el calor del sur y los pechos al aire. Escribe Luis Alemany para El Mundo.

Aquel encuentro significaba el final de una enemistad legendaria. Le Corbusier y Picasso se habían conocido hace 30 años, habían sentido un primer reflejo de simpatía, pero después se dedicaron un buen puñado de desdenes. Sus estudios (Le Corbusier en la calle Sevres; Picasso en la Rue des Grands Agustines) estaban a 15 minutos de paseo y sus figuras eran paralelas: los dos tenían el mismo carácter exhibicionista y un poco narciso, los dos eran coléricos y mujeriegos, los dos se dejaron fotografiar desnudos, los dos tenían el don de la gracia y el encanto y el talento para las relaciones públicas. Hasta sus dibujos se parecían: uno hizo la Mano abierta para dar y recibir
 y el otro, la Paloma de la paz. Vistos ahora, con la distancia del tiempo, ¿cuál es la diferencia? Tan semejantes eran Picasso y Le Corbusier que se detestaron durante años y años y años. Así hasta que alguna imagen de la Unidad de Habitación llegó a los ojos del pintor que, asombrado, sintió el deseo urgente de visitar las obras. Loa agravios quedaron perdonados y el 'minotauro' volvió a ser amigo del 'curvador'.

La historia de Picasso y Le Corbusier aparece en Modern man, la biografía del arquitecto suizo que ha publicado Anthony Flint, profesor del Lincoln Institute of Land Policy de Massachusetts, en el cincuentenario de su muerte. 260 páginas que se leen más como una novela que como un ensayo de arquitectura: ¡si hasta el relato empieza con una escena de sábanas y adulterio!  «Le Corbusier era impredecible, era difícil y arrogante, hasta el punto de que los colegas que lo admiraban, al final, siempre querían tenerlo lo más lejos posible. Era un jefe espantoso para sus subordinados. Era un conquistador en serie, no puedo entender qué es lo que retuvo a Yvonne [su mujer] a su lado. Pero también era capaz de tener gestos increíblemente generosos. No debía de ser fácil ser su amigo... Sé que debo ser prudente con los términos médicos, pero creo que en su personalidad hay rasgos de alguna forma suave de autismo». Anthony Flint describe esa parte de la personalidad de Le Corbusier que remite a Picasso.

Calvinismo y aburrimiento

La diferencia es que el arquitecto también cargaba con la herencia de su familia de suizos calvinistas, relojeros, minuciosos, obsesivos, aburridos. «Piense en Le Cabanon [la cabaña en la que pasaba los meses de verano], en las camitas individuales que había puesto, una para él y otra para Yvonne... aunque, al final, Le Corbusier dormía en el suelo. Hay un hilo entre el modo de vida en La Chaux-de-Fonds [la ciudad en la que nació Le Corbusier, en el cantón de Neuchâtel], y el orden y la precisión obsesiva de Chandigarh o del Plan Voisin. Y lo mismo en su vida personal, era un hombre al que le gustaba el orden y la rutina: pintar por la mañana, luego pasear al perro, estar en casa a tal hora, tomarse una copa a tal otra... ».

¿Volvemos a lo de las sábanas? La aventura que abre Modern man es la que unió a Le Corbusier con Josephine Baker. Ocurrió en 1929, cuando las giras de la cantante y el arquitecto coincidieron entre Argentina y Brasil. Su historia no era del todo desconocida pero, ¿cómo resisitirse a recrearla, si Josephine era la espuma de aquellos días? Los dos coincidieron en un barco y se apuntaron a una fiesta de disfraces. Josephine se visitó de muñequita china y Le Corbusier, de soldado indio con gafas (o eso dice el libro de Anthony Flint, porque en la fotografía que ha sobrevivido de la fiesta, el disfraz del arquitecto es indescifrable).  «Es usted un compañero estupendo. ¡Qué pena que sea arquitecto!», dijo la cantante. Y, aunque su marido andaba por ahí (y aunque Le Corbusier estaba casado), lo que vino después debió de ser inolvidable.

Ahí, en la cama de un barco, está el lado iluminado de la vida del Charles Édouard Jeanneret-Gris (tomó su seudónimo en 1920). El lado oculto espera una década más tarde, un par de capítulos después en el libro de Anthony Flint. Muy en resumen: Alemania invadió Francia y puso un Gobierno títere a las órdenes del Mariscal Pétain. A Le Corbusier, que unos años antes había estado en la Unión Soviética y se había dado abrazos con Stalin porque, en fin, así se hacen clientes, le faltó tiempo para ponerse a disposición de los fascistas de Vichy, que, también encantados, le dieron un puesto que hoy llamaríamos ministro de urbanismo.

¿Qué pasa con los arquitectos para que se repitan historias de este tipo en todaslas generaciones? «El capítulo en el que hablo de Le Corbusier y Vichy se llama 'El oportunista'. Y eso lo resume todo», explica Flint.  «A Le Corbusier le criticaron por ser fascista, socialista y capitalista, y todo al mismo tiempo. En realidad, era un arquitecto que buscaba encargos. Cortejó a Mussolini, trabajó para Stalin... Cualquier que se interesara por sus propósitos le estaba ofreciendo el cielo. No era ideología, era pragmatismo».

 «Cuando llegó el fascismo, Le Corbusier vio cuál era el nuevo orden en Europa, vio de dónde soplaba el viento y quiso adaptarse a las circunstancias. No fue el único. Le Corbusier era un pionero de lo que hoy llamamos 'networking', se trabajaba los contactos. Muchos de ellos se habían acercado a Vichy y eso hizo él mismo. Tengo la sensación de que su fe en Vichy se acabó pronto, de que en seguida se dio cuenta de que aquello no iba a funcionar. Y nunca hizo una declaración políticamente censurable, ninguna frase a favor de las políticas antisemitas, por ejemplo. Así que, en un momento dado dejó su cargo y se volvió a París».

Cuando se habla de Le Corbusier y el colaboracionismo queda siempre una pregunta: ¿qué encanto tenía el suizo (nacionalizado francés desde 1930) para ganarse el perdón de sus vecinos? El perdón de la Historia y el perdón de sus contemporáneos, que olvidaron en el acto sus responsabilidades. «Hay un asunto de mérito: hacían falta nervios de acero para volver a París, ser testigo de la Liberación, participar en su celebración como si hubiese sido un miembro de la Resistencia y asistir a la represión contra los colaboracionistas... Y todo como si nada. Al propio Le Corbusier lo podían haber ajusticiado, no hubiese sido nada extraño». De nuevo, el arquitecto fue hábil para interpretar de dónde venía la ola: «Después de 1944 se encontró con Charles de Gaulle, que sin duda conocía dónde había estado Le Corbusier durante la Guerra, pero que aceptó incluirlo en el proyecto de reconstrucción que necesitaba Francia. El proyecto que llevó al esquema de la Ville Radieuse y a la Unidad de Habitación, por ejemplo». Así que el sentido de la oportunidad, es una parte de la historia. La otra es el esfuerzo por reescribir el pasado. «Le Corbusier tuvo la determinación de suprimir su colaboración con Vichy de la memoria. Nunca hablaba de esa época».

Y así llegamos hasta el núcleo del enigma que es Le Corbusier aún hoy, 50 años después de su muerte: ¿qué pensar de un arquitecto, el más dotado de talento, de imaginación y de audacia de su tiempo, que, según nuestra actual escala de valores, no hizo más que equivocarse? Porque Le Corbusier se equivocó en su manera de entender la vida, la historia, la ciudad, la democracia y quizá la belleza... «Nuestro hombre tuvo muchísimas malas ideas, casi siempre en relación al planeamiento urbano. Pero hay que poner las cosas en su contexto: el Plan Voisin, por ejemplo [por la idea de arrasar el Distrito Uno de París y contruir encima torres de viviendas, jardines y vías rápidas]: en Le Marais lo que había entonces eran infraviviendas, condiciones marginales... Le Corbusier pensó que la ciudad estaba fracasando, que estaba arruinando la vida a sus habitantes. Y él, lo que quería era salvar la ciudad. Si, para salvarla, había que destruirla, se destruiría. Ahora nos es fácil darnos cuenta de que Le Corbusier estaba equivocado en muchas cosas: esas plazas monumentales, los espacios vacíos, la separación de usos y funciones por zonas, la desaparición de la calle como lugar de convivencia... Todo lo que hoy relacionamos como la escala humana estaba ausente en Le Corbusier. Lo mismo ocurre para el proceso: hoy creemos que los ciudadanos deben participar en la toma de decisiones sobre sus barrios. En cambio, Le Corbusier estaba en un modelo autocrático, paternalista: 'el arquitecto sabe cómo debéis vivir'...». Pero no lo condenen todavía:  «Le Corbusier también acertó en muchas cosas. El sentido de la escala, la intuición de que la vivienda iba a ser uno de los grandes temas de nuestro mundo, el espíritu de ruptura y de inconformismo... Le Corbusier dio cuerpo a muchos de los retos de nuestro tiempo».

Lo mismo puede decirse para los grandes arquitectos de su generación. Mies van der Rohe, por ejemplo. Para muchos arquitectos educados en el siglo XX, el dilema Le Corbusier/Mies ha servido para explicarlo casi todo: la arquitectura, el arte, la expresión personal... Como si 'Corbu' fuera Mozart y Mies fuera Beethoven. Sin embargo, Mies van der Rohe apenas aparece en 'Modern life'. «Los dos trabajaron alguna vez en el mismo estudio, el de Peter Behrens y Le Corbusier más o menos aceptaba que lo relacionaran con la Bauhaus, pero su relación fue muy limitada. Hay una foto de los dos juntos, pero, aunque los dos fueron pioneros de la arquitectura moderna, sus caminos iban por separado», explica Flint. «Diría que Le Corbusier se consideraba un lobo solitario. La primera vez que viajó a los Estados Unidos, en 1935, intentó visitar a Fran Lloyd Wright, pero Wright, que no tenía mucho interés por él, lo evitó. A Le Corbusier le quedó bastante resentimiento por aquello. En ese viaje también se citó con Eero Saarinen con el que debió de conectar relativamente bien. Y está su historia Picasso, que es muy significativa. Le Corbusier era así, tan pronto te despreciaba como se convertía en una persona encantadora».

Queda una pregunta: ¿qué pasa con la la historia? En Modern man se relata el momento de epifanía que Le Corbusier, aún llamado Charles-Édouard, vivió cuando llegó a Atenas, casi como un vagabundo, y vio la Acrópolis: «Le Corbusier era un pionero del Movimiento Moderno, y como tal, se había educado en la cultura clásica, estaba muy familiarizado con ella. Pasó por todas las fases y por todos los ejercicios de las escuelas de bellas artes de la era de Ruskin y las Beaux Arts. Después, emprendió el camino de los autodidactas: llegó a tener una buena cultura literaria. Su viaje de juventud por Europa fue una nueva fase en su educación; en París pintaba Notre Dame de día y se iba con prostitutas de noche; en Italia conoció los monasterios que le parecieron muy inspiradores. La Acrópolis le dejó el sentido de lo monumental. Le Corbusier no era un hombre que ignorara el pasado ni que quisiera quemar la Historia. Sabía muy bien de qué mundo venía».


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