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Textos inéditos prueban la posición contradictoria del poeta ante Salazar. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- Fernando Pessoa no era fascista. Ni de Mussolini, ni de Salazar ni de Hitler ni siquiera de Primo de Rivera, líderes de regímenes autoritarios con los que tocó convivir a uno de los mayores escritores del siglo XX y, sin duda, el más enigmático. Reporta desde Lisboa para El País Francisco Javier Martín Del Barrio.
El sociólogo e historiador José Barreto ha dedicado su última década a rastrear y descubrir los escritos políticos de Pessoa (1888-1935), y su fruto acaba de publicarse: Fernando Pessoa, sobre el fascismo, la dictadura militar y Salazar (Tinta de China, Lisboa). «Es el último libro definitivo sobre el escritor», resume, no sin ironía, Jerónimo Pizarro, coordinador de una nueva colección de libros sobre Pessoa que está sistematizando su dispersa y desconocida obra. Fruto de ello, es la reciente edición de la Obra completa de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Pessoa.
La edición de Barreto se concentra en textos de Pessoa escritos entre 1923 y 1935, año de su muerte, y solo es el primero de dos o tres posibles volúmenes más. Menos fascista, Barreto le dice de todo: «individualista impenitente», «nacionalista místico», «liberal radical en su juventud», «elitista intelectual».... «Despreciaba la multitud», explica durante la presentación del libro en la casa lisboeta de Pessoa. «Despreciaba la mediocridad, el gregarismo -que rayaba en la misantropía-. El pensamiento y la vida de Pessoa eran absolutamente contrarios al seguidismo y a la intolerancia».
Pero Pessoa era él y sus 316 heterónimos en los que se desdobló, muchos de ellos con una caracterización completa, germen de confusiones o de la mala fe, pues se malentiende que un admirador del dictador Salazar fuera censurado durante el régimen y prohibido en revistas, periódicos y libros. El silencio de su obra (El libro del desasosiego se publicó 47 años después de su muerte), su carácter enigmático, y, sobre todo, la fama internacional a partir de los 70 -Portugal aún bajo la dictadura de Salazar-, dio pie a las más diversas valoraciones. El ensayista Alfredo Margarido fue el líder de la campaña póstuma de un Pessoa protofascista; la obra Messagen era una «exaltación nacional-fascista», y su autor «reaccionario» y «adepto convicto». Margarido no cambió de opinión cuando a partir de 1974 (revolución de los claveles) se desvelan poemas satíricos antisalazaristas, como Libertad o Fado de la censura y otros textos críticos contra el régimen. Margarido los justifica como un cambio tardío, y con que, en realidad, Pessoa simpatizaba más con Mussolini.
A Barreto le parece absurda aquella campaña de los 70 y 80, “que ha dejado algún poso en nuestra sociedad”. El ensayista destaca como prueba de lo contrario, el poema irónico Libertad, una respuesta inmediata al discurso de Salazar sobre los beneficios de la censura. Pessoa comienza así: “Ay que placer, no cumplir un deber, tener un libro para leer…”.
Barreto, tampoco se lleva a engaño sobre el activismo político de Pessoa. «Su crítica a la dictadura es siempre desde la intelectualidad; su preocupación es corporativista, nunca se preocupa por el sufrimiento del pueblo». Escribía Pessoa: «Sirve mejor a la patria, un gran poeta comunista o inmoral que un pobre diablo que escribe poemas elogiosos sobre la batalla de Aljubarrota».
El ensayista recuerda que el régimen de Salazar, el Estado Novo, quiso reclutar a Pessoa, que le dio un premio -que no recogió-, que él se mantuvo en su aislamiento. «Me siento viejo en el Estado Novo», escribía. «Era un nacionalista-racionalista, absolutamente contrario a la intromisión del Estado en la economía o en el espíritu de las personas, antiestado y anticolectivismo. Era un elitista».
El libro de Barreto se agrupa en tres temáticas: el fascismo y Mussolini; la dictadura militar portuguesa y la figura de António de Oliveira Salazar como ministro de Finanzas (1928 a 1932) y después como líder de lo que llamó Estado Novo y que duró hasta los 70. También hay referencias al naciente nacional-socialismo de Hitler y a la «simple» dictadura española de Primo de Rivera (1923-1930), de la que gustaba implantar en Portugal.
El ensayista reconoce que el escritor no tenía un pensamiento político sistematizado, no, al menos, hasta el último año de su vida (1935), cuando ya había perdido toda confianza en Salazar y escribía al presidente del país, el general Carmona, «un aristócrata de la adaptación», «la maleabilidad dentro de la dignidad». Ahí Pessoa se declara «situacionista».
Si no era fascista militante, sin duda era contradictorio, y sus dispersión de textos y personajes ayudan a la polémica. Barreto descubre tres textos en inglés; en uno de ellos se alaba a Salazar, frente a Mussolini y al incipiente Hitler, por ser más democrático y tener un parlamento fiscalizador.
Al estudioso Pizarro estos textos le desconciertan. No tiene sentido que si pensaba así fuera prohibido en su país o que no lo escribiera en portugués. «Pessoa se desdoblaba. Y si no había polémica la creaba y así poder contestar al crítico. Lo hizo en la revista Orpheu, polemizando con un lector, que era él. Y al desdoblarse es difícil concluir si se trata de incoherencia o de provocación».
El libro reproduce la entrevista al antifascista italiano Giovanni Angioletti, publicada en el diario lisboeta Sol en 1926. Angioletti califica al jefe de estado de su país, Mussolini, como «un paranoico genial». La entrevista, por supuesto, era de Pessoa, toda inventada, excepto el nombre del personaje, que sí existía. El Sol no volvió a brillar.
Así que unos textos demuestran que no era fascista y otros dejan veladas simpatías a sistemas autoritarios, pero quizás la autoría de estos segundos no sea de Pessoa sino de uno de sus zombis; pero ¿por qué no al contrario? «Quizás lo más correcto es decir que Pessoa no era de nada ni de nadie», resume Barreto. «Nadie pensaba como él, y si había alguien, él pensaría lo contrario».
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