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«La literatura es un espacio para complejizar cualquier tipo de problema ético y moral.»
(Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- En La patria de las mujeres, su primera novela, que acaba de ser reeditada, propone una compleja trama política y sentimental atravesada por la pasión, las traiciones, la delación y la resistencia. Silvina Friera entrevista a la autora para Página/12.
«Qué feo cansarse del mundo», pensó la negra Benita –lúcida esclava que entra en acción y va ganando cada vez más protagonismo, hasta ese certero escupitajo que lanza al final sobre la chaqueta de un caballero español–, «pero puede pasar, el mundo cansa». El horizonte inmediato no podía estar más convulsionado en los primeros meses de 1814, cuando un puñado de mujeres de todas las clases sociales, encabezadas por las respetables damas María Loreto Sánchez Peón de Frías y Juana Moro de López, se organizan para efectuar tareas de espionaje y sabotaje contra las fuerzas realistas que ocupaban Salta durante la Guerra de la Independencia. Son las patriotas y rebeldes «bomberas», las míticas espías del general Güemes, una red que se propuso detener el avance de cualquier ejército español que pudiera desembarcar en territorio americano. La imaginación de la escritora y crítica literaria Elsa Drucaroff esculpe una compleja trama política y sentimental en La patria de las mujeres, su primera novela, reeditada por Marea, atravesada por la pasión, las traiciones, la delación y la resistencia. La adolescente Mariana Molina Inhierza se niega a casarse con un acaudalado comerciante de Lima, como su padre lo había concertado, porque se enamora del mestizo Gabriel Mamaní, tallador de santos protegido por el siniestro y conspirador padre Hernando, en plena misión como «bombera».
«La patria no es una cosa fija y eterna –plantea Drucaroff en la entrevista con Página/12–. Me molesta mucho cuando usan la patria como una abstracción que no se puede discutir. Por lo pronto, hay una patria financiera global que va más allá de las fronteras. Esa patria financiera es una pequeñísima elite que goza de ciertos privilegios. A esa patria no le interesa ninguna patria, diga lo que diga, como hemos visto en Argentina.»
Se podría decir que esa patria financiera es «una patria apátrida», ¿no?
Tal cual, exactamente. Yo creo que las patrias son los territorios y las comunidades con las que establecemos un compromiso potente, afectivo y político. Una patria es ese lugar en donde te importa lo que pasa porque a lo mejor están tus muertos descansando, porque naciste ahí. O a lo mejor ni naciste ni están tus muertos, pero fue el lugar que te recibió y te permitió construir una familia. Hay muchos modos de pensar la patria, de lo que estoy segura es que no es una sola cosa. Concretamente en 1814, la patria no quería decir la Argentina. Había existido un virreinato que estaba en un momento de mucha agitación y se estaba viendo qué se iba a formar. En los documentos de la época, todos hablan de la patria. Y cada uno habla de la patria pensando en los intereses que está defendiendo. El problema de la patria es un problema de la novela y no se llama La patria de las mujeres porque las mujeres también fueron patriotas, sino que se habla realmente del espacio, del territorio, la comunidad que albergaría los intereses de las mujeres. Si eso existe o no existe, si la patria que se está defendiendo en ese momento, que están defendiendo los que están por el libre comercio y la independencia de España, es la misma patria que les conviene a las mujeres o no. Esa es una pregunta que está en la novela.
El mestizo Gabriel advierte, hacia el final de la novela, que no se siente interpelado ni incluido en ninguno de los proyectos o de las patrias en pugna. ¿Coincide con la postura del personaje?
Y no los incluye hasta hoy, mirá cómo están los qom en esta patria. Gabriel es un mestizo que está mucho más ligado a su origen aborigen que al otro. Y siente eso y tiene razón. Cuando estaba escribiendo La patria de las mujeres, antes de la crisis de 2001, salían noticias en Salta, en Tartagal, donde había constantes cortes de ruta de gente que estaba muriendo de inanición. Me acuerdo de que cuando escribí la escena en la que el gaucho Esteban acompaña a Loreto, el gaucho está incluido en el proyecto de Güemes, un proyecto que incluye muchas patrias y hace pie en intereses sociales distintos; por eso consigue tener una guerrilla tan efectiva y gente dispuesta realmente a morir por la patria, porque están muriendo por algo que tiene sentido. El gaucho Esteban muere creyendo que está muriendo por una patria y Loreto dice que ojalá que haya una patria que le haga justicia a esa muerte. Y yo escribía eso y pensaba que obviamente no fue así. No hubo una patria que le hiciera justicia. La sangre gaucha es la sangre de los antepasados de la gente que cortaba la ruta en Tartagal.
¿Por qué La patria de las mujeres está atravesada por la traición?
Ese es un tema que está en casi todas mis novelas. En Conspiración contra Güemes, que es la continuación de La patria... y ojalá que se reedite, el problema de la traición es clave. Incluso el subtítulo es: «Una novela de bandidos, patriotas y traidores». En El infierno prometido el hilo de la traición no es tan claro, pero uno puede entender al personaje del loco como alguien que es un traidor que después se redime. En El último caso de Rodolfo Walsh, el personaje de Manuel es un maravilloso traidor. Los traidores de mis textos no son psicópatas perversos a los que no les importa nada; es gente que, atenazada por las circunstancias, se ve obligada a traicionar.
Le interesa el traidor que siente culpa porque es consciente del daño que está haciendo, ¿no?
Sí, pero al mismo tiempo se da cuenta de que tiene que optar entre su propio destino y su causa. Mariana tiene que elegir entre una causa política e ideológica, en la que cree y que apoya con todo su corazón, pero también tiene que pensar en su derecho elemental a ser una mujer que decida mínimamente su vida, algo que no estaba ni contemplado en 1814. En la traición de Mariana se juega el partido que tomó alrededor del orden de clases, de los conflictos que tienen que ver con la producción y distribución de la riqueza, con la independencia o no de un país. Pero después está lo yo llamo «el orden de géneros», los modos en que se subjetivan las personas, en los que alguien se vuelve varón o mujer –en el siglo XX y XXI se vuelve gay o lo que fuere– y cómo se reparte el poder alrededor del género. Mariana se da cuenta de que la causa que ella defiende no es la misma que defienden sus aliados en esa pelea. Se da cuenta de que como mujer no la defiende nadie. El malentendido que muchas veces hoy la izquierda quiere imponer es que estar por los derechos de los humildes supone estar por los derechos de las mujeres. No es verdad. Son dos causas específicas y muchas veces ha habido contradicciones espantosas. Durante la Revolución Francesa, las mujeres que plantearon los derechos de las mujeres fueron guillotinadas por la misma revolución. En la Revolución Rusa la participación de las mujeres fue impresionante, los movimientos feministas existieron, y no les fue demasiado bien. Por no hablar de la relación de los homosexuales con la izquierda durante los años ’70. Me alegra y celebro que hoy la izquierda haga suyas algunas consignas y causas que nunca había defendido.
La traición suele tener una carga muy negativa. Especialmente en los años ’70, cuando el militante político secuestrado «cantaba» durante la tortura y era considerado un traidor, aunque habría que reflexionar si corresponde la palabra traición en una situación tan extrema. En el territorio de la literatura, en cambio, la traición tiene otra valencia. Hay una mirada más compleja y tal vez positiva porque muchas veces la traición es necesaria para poder avanzar y salir de un punto muerto. ¿Qué iba a hacer Mariana si no traicionaba? podría preguntarse más de un lector.
Por lo pronto yo no tenía novela (risas). Pero es normal para los escritores, tampoco tenés un policial si no hay un asesinato, y eso no te vuelve un defensor de los crímenes en la vida real. La literatura es un espacio para complejizar cualquier tipo de problema ético y moral. La literatura es un laboratorio de significaciones; tiene la coartada de ser ficción y ahí adentro uno puede hacer cualquier pregunta. Por eso, como siempre digo, Raskolnikov puede defender su derecho a asesinar. La traición aparece muy fuertemente en la literatura argentina en Roberto Arlt y en Borges; ha sido vista desde una mirada más existencialista que como la veo yo, más como un instante en el cual alguien defiende su subjetividad, su derecho a la elección, incluso haciéndose cargo del mal. Me interesan más las complejidades de las situaciones; no es tanto que se traiciona para experimentar la propia decisión o el derecho nietzscheano a estar más allá del bien y del mal. Eso puede ser muy interesante. Pero la traición se me ha aparecido más como el producto de problemas muy complejos que atenazan a una persona y la obligan a elegir, pero no como un glorioso «yo elijo el mal», como podría ser Silvio Astier, sino como un «necesito ser feliz» o «necesito ser fiel a mí mismo». Que yo defienda la traición en la literatura no quiere decir que en la vida real no pueda tomar posiciones sobre ciertas cosas que considero una traición. Juzgar al prójimo es un derecho que tengo, pero es un derecho que hay que ejercer con mucha prudencia. Explicar lo que tiene que hacer alguien cuando es torturado, cuando uno jamás ha sido torturado, francamente me parece imprudente, para decirlo amablemente. Pero va más allá de la imprudencia. Yo no podría juzgar a personas que en una situación límite traicionan. Y me parece atroz que se haya juzgado así.
Algo queda pendiente en el aire de la traición. Drucaroff aporta una anécdota sobre el impacto negativo que suele tener un tema en el que la tentativa de comprensión naufraga por las aguas de la rigidez moral. «Hace poco recibí un mensaje por Facebook de una lectora que me felicitaba por La patria de las mujeres, pero en un momento escribió que le parecía terrible la traición de Mariana. En un punto, tuve un dejo de tristeza porque sentí que se había quedado afuera de lo que yo había querido contar. Es una situación compleja. Tampoco festejo la traición. Lo que me parece es que la traición no es sin costos, que se paga un precio. Nuestras elecciones tienen consecuencias; aun si no puedo juzgar a la gente que opta por la traición en cierta situación extrema, sí puedo decir que traicionar tiene consecuencias.»
Fray Hernando es un personaje mucho más traidor al vivir conspirando, incluso contra los valores cristianos que profesa.
Sí, por supuesto, es un traidor de muchos modos porque es un tipo capaz de manipular sin ningún escrúpulo y además tiene muchas más ansias de poder que defensa real de su causa. Yo le tomé afecto a ese cura porque como escritora no puedo dejar de querer incluso a mis villanos. Traté de trabajarlo desde una cosa muy oscura, muy triste y patética, pero que puede resonar en cualquier ser humano por el amor. Ese cura está enamorado de Mamaní, aunque no se lo pueda ni decir. Esta novela se dio en un programa de la fábrica Johnson de finalización del ciclo primario y secundario. Se dio entre adultos y me invitaron a charlar con ellos. Un obrero me dijo: «El cura medio se la come, ¿no? Le tiene ganas a Mamaní». Me impresionó que se diera cuenta de eso porque es algo apenas esbozado. Ese cura traiciona porque es manejado por esa pasión hacia Mamaní que él racionaliza afirmando que es un siervo de la causa de Dios y del rey de España. Es un cura que hace cosas muy denigrantes, pero sufre a su manera.
¿Cómo trabajó el cruce entre invención y realidad?
Me gustan esas historias que cuando uno las termina de leer dice: «Esto podría haber pasado». No pasó porque sé que es una novela, que es ficción, pero bien podría haber pasado. Me gusta reconstruir un tinglado literario que finja una especie de realismo histórico fiel. Para eso es importante la obsesión con los detalles históricos. Después, con el tiempo, me di cuenta de que eso me permite construir utopías hacia atrás.
¿Cómo es eso?
Contar una historia donde la injusticia general y el hecho histórico atroz no se borra, al contrario. Pero hay una pequeña batalla que han ganado los sometidos de esta tierra. No sé cómo decirlo: La patria de las mujeres es la historia de una mujer que se niega a circular como mercancía de los intereses de su padre. Lo logra pagando un precio alto, pero lo logra. Me gustaría que hubiera existido una oprimida como Benita. No sé si existió, probablemente no. O a lo mejor sí, pero en todo caso nunca lo vamos a saber. Me parece que hay una pulsión utópica en lo que escribo.
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