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Guillermo Cabrera Infante, nació el 22 de abril de 1929 en Gibara, Cuba, en 1950 en la Escuela de Periodismo de Cuba, solo un año después fundó la Cinemateca de Cuba junto a Néstor Almendros y Tomás Gutiérrez Alea. (Foto: Ana Julia Mena)
C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- «Era divertido, irónico, festivo, gozoso, tierno, afectivo, pero también obsesivo y, en el fondo, frágil». Así recuerda el investigador Julio Ortega a su amigo y colega Guillermo Cabrera Infante, a quien considera «una de las mayores víctimas» del exilio cubano. Escribe Viriginia Bautista para Excélsior.
Escritor, periodista y crítico de cine, Cabrera Infante nació en Gibara, Cuba, el 22 de abril de 1929 y murió en Londres un día como hoy de hace diez años. Aunque adquirió la nacionalidad británica en 1979, siempre llevó a la isla caribeña, con cuyo gobierno rompió en 1968, en el corazón y en su obra.
«El exilio cubano ha sido extraordinariamente doloroso. No menos que el exilio español, y en cierta medida más triste. Yo creo que Guillermo fue una de sus mayores víctimas», afirma el catedrático de la Universidad de Brown.
Narra que conoció a Cabrera Infante después de que publicó su novela cumbre, Tres tristes tigres (1967). «Distinción crucial, porque su obra y su vida se dividen en un antes y después señalado por esta novela. Pocas veces se ha visto el caso de un escritor que fuera hijo directo de su obra mayor, y que viviera como el producto del mundo que había narrado».
El experto en literatura latinoamericana advierte que muchos cultivaron al Premio Cervantes 1997 «por su posición política de disidente agonista, y hasta le dieron el papel de vocero del exilio cubano. Pero para mí fue sobre todo un animal literario, tan libresco y creativo como Julio Cortázar, y a la vez tan inmerso en la labor de su obra como Mario Vargas Llosa».
Agrega que siempre estaba hablando de libros y lecturas. «Tenía una conciencia literaria exquisita y un talento único para convertir lo cotidiano en ficción, aunque no es fácil distinguir entre ambas, ya que la oralidad, que manejó como nadie, daba forma a ambos mundos en uno».
El crítico literario y ensayista peruano evoca que Guillermo Cabrera se sentía orgulloso de Tres tristes tigres. «Insistía en que estaba escrita en cubano, no en español, y es sorprendente que entonces fuera leída con gusto por hablantes de cualquiera de nuestros países, más allá de las normas regionales.
«Hoy, el lector resiste la oralidad regional y espera un español neutro y general que no existe. Es, claro, la influencia de una literatura de mercado, donde se habla un español abstracto», añade.
Ortega considera que, al final, Cabrera Infante tenía más estima por La Habana para un infante difunto (1979). «Recuerdo haber hablado con él del lenguaje de esta novela, con la que cancelaba por fin la saga de sus Tigres. Tiene un lenguaje memorioso, íntimo, sutil y fluido, que construye un ámbito afectivo».
Cárcel y censura
El autor de los libros de cuentos Así en la paz como en la guerra, Vista del amanecer en el trópico y Delito por bailar el chachachá inspiró la mayoría de su obra en esa pequeña isla de mar azul donde encontró su vocación por la literatura y el cine, y nacieron sus dos hijas.
Pero el integrante de la Generación del boom latinoamericano, junto con el argentino Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa y el colombiano Gabriel García Márquez, también enfrentó la cárcel y la censura a su obra en Cuba.
Hijo de los comunistas Guillermo Cabrera (periodista) y Zoila Infante, Guillermo pasó varios meses en prisión cuando tenía siete años de edad, tras el arresto de sus padres por el régimen de Fulgencio Batista.
En 1941 se trasladó con su familia a La Habana. Allí, tras abandonar sus estudios de medicina, ingresó en 1950 en la Escuela de Periodismo. Al año siguiente fundó la Cinemateca de Cuba, que dirigió hasta 1956.
En 1952, los censores los encontraron culpable de incorporar obscenidades en un cuento y, como castigo, se le prohibió publicar con su nombre, por lo que uso el seudónimo G. Caín.
Tras el cambio político en Cuba, en 1959, fue director del Consejo Nacional de Cultura, subdirector del diario Revolución y director de la revista cultural Lunes de revolución. Fue enviado a Bruselas como agregado cultural de 1962 a 1965, pero sus discordancias con el nuevo gobierno llegaron a su punto máximo en 1968.
El factor cubano
Este desencanto de Cabrera Infante por la Revolución y su salida de la isla, afirma el crítico literario Hernán Lara Zavala, se convirtió luego en un «rencor, una angustia y una amargura» por haber amado a Cuba.
«Su ruptura fue lógica y justificada, pero no era un hombre de simpatías. Le falló un elemento, el factor cubano lo perdió. Le menguó el aliento poético a su obra», considera. Reconoce también que el autor de las antologías Ella cantaba boleros e Infantería le dio fuerza al boom. «Fue uno de los que incorporó la música, el cine y el lenguaje coloquial de Cuba de manera extraordinaria a su obra».
Destaca que escribió una «muy buena novela», Tres tristes tigres, y que otro de sus libros que más le gustan es Un oficio del siglo XX, en el que narra sus experiencias cinéfilas en la isla.
Sin embargo, Hernán Lara confiesa que Cabrera Infante, lamentablemente, «no fue Vargas Llosa, no fue Fuentes, no fue Cortázar, no fue García Márquez. Dentro de este cuarteto del boom literario fue derivativo, sucedáneo.
«Tres tristes tigres es una novela excéntrica, digna de las mejores del boom, pero después de ésta ya no levantó el vuelo que sí levantaron los otros cuatro integrantes de esta generación», explica.
Piensa que la falla del autor del ensayo Puro humo fue que en sus obras posteriores «cayó en un exagerado juego de palabras innecesario y hueco, se volvió reiterativo. Entró en un callejón sin salida. Se fue por el camino equivocado, de los retruécanos, que cuando los pones atinadamente funcionan, pero si eres reiterativo te aburren», dice.
El crítico Enrico Mario Santí llegó a declarar que Cabrera encarnaba, «como ningún otro escritor», el estilo literario de su cuna, ya que su sentido del humor, el choteo cubano, reflejaba un modo de ser arraigado en la literatura y la vida de la isla.
El filósofo español Fernando Savater ha aludido al humor en su obra. «Cabrera Infante ha cultivado en el más alto grado el sentimiento cómico de la vida, pero no como opuesto al sentimiento trágico, sino como variante que lo agrava al purificarlo del superfluo patetismo de la seriedad».
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