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El escritor y cineasta presenta en Barcelona Blitz (Anagrama), su esperado regreso a la narrativa tras el éxito de Saber perder. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).-Con Saber perder, David Trueba (Madrid, 1969) se adelantó a la crisis, completando la que -según los críticos de El Cultural- fue la mejor novela de 2008. Ahora, dice, «no quería retratar el momento actual, sino trascenderlo». Para ello, utiliza en Blitz (Anagrama) a dos personajes, Beto y Marta, que viajan a Munich para un congreso de jardinería. Son pareja. Él diseña jardines y ella le ayuda en su estudio, que ahora se reduce a ellos dos y una página web. Ambos están la treintena, una generación, dice Trueba, «que ha perdido su centro de gravedad y se encuentra en una situación de orfandad», en la entrevista que realiza Alberto Gordo para El Cultural:
«El momento actual provoca en quienes pertenecen a esta generación una gran inestabilidad, una incapacidad para afrontar ciertos asuntos que, simplemente, van con la edad, lo que supone una anomalía casi biológica, que vamos a ver qué consecuencias tiene en los años futuros», señala el escritor y cineasta. La novela trata, si bien de manera lateral -importa el recorrido interior del protagonista, que de hecho no llega a Alemania persiguiendo ningún sueño dorado-, el drama de la emigración forzosa. Munich es la ciudad elegida. «Quise centrarme en Munich porque deseaba sustituir la gran ciudad histórica, al estilo de Roma, París o Madrid, por una ciudad que es el ejemplo del éxito de una burguesía conservadora, que es otra de las consecuencias de las crisis: el traslado de las capitalidades».
Hay una constante reflexión sobre los espacios: los jardines que diseña Beto, Madrid, Munich o Mallorca. Esos espacios van unidos a una idea que Trueba describe así: «La obligatoriedad de renunciar a tus lugares hace que pierdas la unión sentimental con ellos y, por tanto, la memoria. Esto es clave en el libro, que quiere ser un canto a la importancia del paisaje y de la naturaleza, cosas -por otro lado- inútiles según el sentir social ».
El sexo le sirve para reflexionar sobre el paso del tiempo. Y en particular el sexo intergeneracional con esa relación entre Helga y Beto, entre una señora de más de sesenta años y un hombre de treinta. Da la sensación de que ese tipo de relaciones son uno de los últimos tabúes sexuales que quedan.
Sí. Hay un silencio evidente y también un grado importante de desinformación. Es algo que está apartado de la presencia visual, de la presencia real. Si usted se fija, todos los elementos sexuales de tipo estimulante que hay en la publicidad y la televisión están relacionados con el esplendor juvenil, jamás con la decadencia.
¿En dónde reside la fuerza de estos tabúes como temas literarios?
La ficción trata de eso, de colocarnos en otros lugares, y en este caso esos lugares están prohibidos. Yo además soy bastante gráfico. Trato de ser sincero, aunque esta palabra tenga sus peligros si hablamos de ficción; pero sí que intento exponer al lector a determinados pensamientos, actitudes o escenas que le puedan incomodar. En la novela, las escenas de sexo están construidas con cierto afán de provocación; pero es que el personaje sufre una especie de provocación interna que me gustaría que se trasladase al lector.
Para reforzar ese carácter explícito incluye tres reproducciones de Otto Dix bastante impresionantes.
Me pareció interesante traer a aquellos que han reflexionado antes sobre este tema. Y eso que para este libro tuve que renunciar, en beneficio de la coherencia, a muchos elementos. Investigué mucho sobre ciertos tratamientos estéticos a lo largo de la historia, desde el reloj de arena hasta la expresión de la belleza, o de la contrabelleza, y al final de eso quedó Otto Dix, que me parecía la expresión perfecta, no solo por su calidad artística, sino también porque fue condenado por el nazismo, que consideraba su arte como una perversión. Dix, por cierto, contribuía exactamente a lo que tiene que contribuir el arte, que es al encuentro con uno mismo y no a la creación de un ser humano perfecto.
Marsé dice que ha intentado escribir novela erótica, pero que le resulta imposible hallar un equilibrio en las escenas de sexo, en las que hay que decantarse por un tratamiento. Usted opta por el realismo. ¿Fue difícil?
Siempre lo es. Y no solo en el sexo. Creo que en la escritura la clave es la medida. Dar con la medida justa. No ser demasiado detallista y a la vez cuidar los pequeños detalles que dan veracidad al relato. Yo no diría que el sexo es lo más difícil, pero quizá, al ser una situación más íntima, provoca, tanto en el lector como en el que está escribiendo, una tensión mayor; es más difícil medir y entonces hay que pensar, reescribir, darle muchas vueltas, descartar.
También se aprecia un humor muy medido.
Sí, es cierto. El humor tiene el peligro de que, si no está bien medido, te puede sacar de la historia. Al final es ese equilibrio en el que estás todo el rato cuando escribes, y que es el mayor placer también, esa especie de juego de contrastes, de fuerzas. Tú tienes una paleta con muchos colores y es importante que los colores estén presentes pero que ninguno arruine al otro.
Ya desde el título de la novela se alude al relámpago -Blitz- como ese instante en el que todo en tu vida cambia. ¿Se puede explicar la vida de una persona a partir de ciertos instantes?
Yo tengo la sensación de que si llegamos al final de nuestros días, seguramente no nos quedará un relato coherente, sino una conexión de destellos, tanto positivos como negativos. Que al final hay años completos que hemos borrado de la memoria y en cambio resplandecen ciertos momentos no necesariamente extraordinarios.
Dentro de esa reflexión sobre el paso del tiempo, hay una segunda parte en la que se suceden once meses en apenas veinticinco páginas, mientras que enero, mes en el que ocurren los hechos importantes en la vida del protagonista, ocupa las primeras 125. Esto, que podría parecer un desequilibrio, acaba cobrando todo el sentido: en la mayoría de nuestros días no ocurre absolutamente nada digno de ser contado.
Ese era exactamente el ejercicio, sí. Contar un año partiendo de un hecho o de una serie de hechos que cambian la vida del protagonista en tres días y contar después cómo unos meses pueden pasar sin novedades. Para eso ideé esa estructura, en apariencia tan desigual.
Es algo que choca al ver el índice, pero que luego se entiende muy bien cuando avanzas.
Eso espero... Mi idea es que eso quede bien claro al terminar la novela.
¿Cuál será el siguiente proyecto en el que veamos la firma de David Trueba?
Estoy con varias cosas, siempre estoy avanzando con algún proyecto de narrativa; el cine ahora mismo es más complejo, es difícil conseguir financiación para hacer algo particular, que sea tuyo y que no esté al servicio de lo que se lleva o de lo que hay que hacer. En general, trato de ser independiente y de llevar a cabo aquello en lo que creo, pero es verdad que me cuesta mucho hablar de proyectos concretos, porque suelen pasar muchos años desde que los pienso, o los inicio, hasta que se llevan a cabo o ven la luz.
¿Entiende su oficio de contador de historias, ya sea en cine o en novela, como un todo?
Bueno, es donde se encuentran mis profesiones. Es como un centro. Muchas veces a la gente le sorprende que uno tenga tres o cuatro profesiones en apariencia distintas; pero la esencia es la misma, y tiene que ver con comunicar una historia, con tu manera de mirar el mundo y de trasladarlo a la gente. Al final es una cuestión de técnica, nada más.
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