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«Mis novelas de ciencia ficción son las más realistas que he escrito». (Foto: Sergio Enríquez-Nistal)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- En la antigua Casa de Fieras del parque de Retiro de Madrid se levanta desde 2013 la preciosa y babélica biblioteca Eugenio Trías, de largos pasadizos y rumores vegetales. Allí nos citamos con Rosa Montero (Madrid, 1951) una tarde de lluvia para saber de su última novela, El peso del corazón (Seix Barral, 2015), protagonizada nuevamente por Bruna Husky, la detective tan androide como demasiado humana de la que su creadora se encandiló en Lágrimas en la lluvia (2011). En sus páginas viajamos una vez más al Madrid del siglo XXII, con sus jardines de árboles artificiales, su devastada Gran Vía y la ominosa amenaza de las multinacionales. Esta vez la protagonista, a la que apenas le quedan tres años de vida, enfrenta una trama de corrupción energética planetaria mientras acaba de contarle un cuento a una niña rusa huérfana. Daniel Arjona entrevista a la autora para El Cultural:
Cuando publicó en 2011 Lágrimas en la lluvia, ¿ya sabía que estaba creando un mundo que tendría continuidad?
Sí, lo que me apetecía era precisamente crear un mundo. Leí una entrevista con J.K. Rowling donde contaba que cuando escribió el séptimo y último Harry Potter, se metió un año en la cama con depresión. ¡Y lo entiendo! ¿Ha leído Harry Potter?
Sí, sí.
A mí me encanta. La potencia y la coherencia de ese mundo es tremenda. ¡Qué envidia! Construir un mundo propio que puedas visitar de tanto en cuando es la gran tentación de todo escritor. Así, en Lágrimas en la lluvia me quise regalar ese mundo. Un mundo con unos personajes sólidos que siguieran viviendo en mí una vez terminada la novela. Y que pudiera visitar cuando quisiera.
Aquí tenemos otra vez a Bruna Husky, uno de sus personajes preferidos.
Lo es. A este androide de combate que sólo vive diez años, fuerte y valiente al contrario que yo, que soy vitalmente valiente pero una cobarde física, me unen muchas cosas. Su obsesión por la muerte, por ejemplo. Le indigna, odia a la muerte, se siente estafada por ella. Venir al mundo con tantos deseos, con tantas expectativas, para que luego, en un abrir y cerrar de ojos, uno se muera y desaparezca en la más absoluta nada. Y no sólo tú sino la gente que quieres. Es una estafa. Sólo cabe indignarse contra la muerte, esa «ladrona de dulzuras», como leemos en Las mil y una noches. Bruna Husky va contando el tiempo que le queda y yo también. Me he pasado la vida haciéndolo. A los diez años me decía: «Mira Rosita, qué tarde tan preciosa, qué cielo tan azul, qué árboles, aprovéchalo porque enseguida pasará y te morirás».
¿Eso se decía con diez años?
Suena terrible pero no lo es porque tener conciencia de la muerte te da también una conciencia muy aguda de la vida. Me pone de los nervios lo de que vivir eternamente sería horrible. Yo no me quiero morir. Soy mucho mayor que usted y no se lo puede imaginar. Es como si me hubiera acostado anoche con 20 años y me hubiera despertado esta mañana con 64. ¿Dónde se me ha ido la vida? Bruna se come la vida a mordiscos y yo comparto su vitalidad. La imagino como un tigre encerrado en una jaula e intentando encontrar la salida. Cuando leí esa frase de Canetti me dije: «¡Es mi Bruna!».
Ciencia ficción como pretexto
Desde la sala de la biblioteca en la que conversamos, miramos de pronto por la ventana buscando al tigre de Canetti en una de las grandes jaulas vacías de la antigua casa de fieras. En el año 2109 el Retiro es un «parque pulmón», un lugar donde los árboles artificiales limpian el aire pútrido pagados por la misma empresa que antes lo contaminó. A Rosa Montero le gusta imaginar el futuro de su ciudad, pero la ciencia ficción sólo es un pretexto, «una posibilidad literaria más para escribir sobre mis obsesiones: la identidad, la necesidad de los otros, la memoria, la fragilidad de la realidad».
¿Cuántas veces ha visto Blade Runner?
No muchas, no crea. Unas cinco. La primera vez fue en el festival de Cannes en 1982 y no me gustó. Aquella escena cumbre del tejado en que sueltan la paloma me pareció obvia. De joven uno es muy talibán con las emociones. Y a medida que pasaba el tiempo, la escena cada vez me emocionaba más. En todas mis novelas la identidad, la memoria y la obsesión por la muerte son, como en la película, temas capitales.
La memoria juega un papel clave en su libro pero no siempre positivo. ¿Recordar nos hace más frágiles?
Fíjese que en la anterior novela de Bruna, ella tenía la posibilidad de eliminar ciertos recuerdos y decidía no hacerlo. Pero es verdad que hay sufrimientos tan horribles que son muy difíciles de sobrellevar. La memoria es un cuento en construcción que nos contamos, es un invento. Lo que hoy recuerdas de la infancia no es lo que recordarás dentro de diez años. Así vas dando un sentido a tu vida que en realidad no tiene. Epícteto decía que lo que nos afecta no es lo que nos sucede sino lo que nos decimos de lo que nos sucede. Construimos nuestra memoria y nuestra identidad. Todo es una contrucción.
Poner orden en el caos
Los neurocientíficos explican que nuestro cerebro busca patrones e inventa el orden en un mundo caótico. A esa tarea se aplica la memoria y se parece mucho a la del novelista, ¿no?
Exacto. La novela intenta poner orden en el fragoroso y destructivo caos que nos rodea. Y eso lo hace también la vista, por cierto. Se ha comprobado que el cerebro completa espontáneamente lo que el ojo no ve, los puntos ciegos. El glaucoma, por ejemplo, es una enfermedad muy jodida y capciosa por la que vas perdiendo visión periférica pero, como el ojo completa las pérdidas, no te das cuenta de que la sufres hasta que, al doblar la esquina, te estampas contra la pared. No te enteras hasta quedarte ciego.
Recientemente ha participado en una antología distópica. Parece que la ciencia ficción y la distopía se compenetran pero el mundo que ha creado para Bruna Husky, con todas sus problemas, no parece distópico sino imperfecto. Realista.
Es realista, eso es. Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón me parecen las novelas más realistas que he escrito. La ciencia ficción es una herramienta poderosísima para hablar de este mundo y sus posibilidades. Si le hubieras anunciado a alguien de principios del XX lo que iba a vivir, las guerras mundiales, los millones de muertos, hubiera exclamado, «¡qué horror, me apeo aquí!» Y sin embargo, el siglo XX fue también el de los grandes avances, de la democracia, las minorías, la liberación de la mujer, el reconocimiento de las diferencias sexuales, la ecología, el universalismo de los derechos humanos o el laicismo.
¿Usted cree que nuestra especie prospera?
Lo que creo es que el progreso no es obligatorio. No es que cada vez seamos mejores. Y puede haber una vuelta atrás en cualquier momento, como ha ocurrido tantas veces. Por eso, al progreso hay que empujarlo. Ahora bien, es verdad que hemos mejorado.
Hoy en su columna de El País escribe sobre Rosario Morcillo, enferma de cáncer que estuvo a punto de ser desahuciada hace un año y que acaba de perder su prestación. Y concluye: «recuperemos la indignación, desacostumbrémonos a la miseria». Pero la crisis dura ya demasiado y la atención de la gente es volátil.¿Cómo lo hacemos?
Dando la vara. Repito que al progreso hay que empujarlo. Permanecer constantemente atentos al susurro del sufrimiento social porque es un susurro que queda al margen de los habituales canales de conocimiento. Le ocurre a los políticos, que viven fuera de la realidad, pero también a muchos periodistas que no salen de las redacciones. Hay más de 600.000 familias en este país que llevan años sin cobrar un duro. No tienen ni los 17 euros que cuesta la bombona de butano. Y si consiguen un paquete de legumbres haciendo cola tienen que pedir a la vecina que se lo cocine.
Los nuevos movimientos políticos que han surgido estos años de crisis apuestan precisamente por la indignación. ¿Simpatiza o le inquietan?
La irrupción de nuevos movimientos políticos ha dado esperanza a un montón de gente. Pero hay cosas que, más que inquietarme, es que no me gustan. Veo en torno mío una añoranza del autoritarismo y un deseo de respuestas simples para situaciones muy complejas. Estoy por ejemplo de acuerdo al 100% con el discurso crítico de Podemos pero no me gusta que no contesten nunca a nada y que sólo digan, «pues ellos más». Que contesten, por favor, y que se les baje un poquito. Yo no quiero políticos chulescos, lo que quiero son servidores públicos.
Empezó a trabajar en prensa en 1976 y está a punto de cumplir 40 años de carrera...
¡Más! Antes de entrar en El País ya había trabajado mucho. Empecé con 19 años y ahora tengo 64 así que llevo 45 años.
La profesión vive momentos difíciles. ¿Saldremos de esta?
No habrá más remedio que salir porque la sociedad necesita medios de comunicación fuertes y plurales. Lo que pasa es que ahora estamos en la travesía del desierto, la reconversión necesitará entre cinco y diez años y muchos se quedarán en esa travesía.
Escribir para salvar la vida
A la memoria de Pablo Lizcano, su pareja, dedicó Lágrimas en la lluvia. Siempre ha sido muy independiente y no le gusta servirse de su vida en su trabajo. Pero en La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013) se decidió a escribir sobre la muerte de Pablo entremezclada con la vida de Marie Curie.¿Le ayudó?
Cuando murió Pablo mis amigos me decían que por qué no lo escribía porque sabían que escribir me salva la vida. No es terapéutico, terapéutica es una aspirina, la escritura es estructural, el esqueleto exógeno que me mantiene en pie. Así que les dije que no. Tiempo después, Elena Ramírez, de Seix Barral, me hizo llegar el diario de Marie Curie para que lo prologase, y supe que no me bastaba con un prólogo, que iba a escribir un libro. Y en ese libro abordé parte del duelo porque ya hacía dos años y medio que Pablo había muerto. Ya tenía mi duelo tan trabajado y distanciado que, en realidad, estaba hablando del duelo de todos. Hay que atravesar las emociones y llegar al sustrato, a lo que en ti es exactamente igual que en los otros. Eso es la literatura.
Si mañana le dicen que puede descargar su memoria en un disco duro y vivir eternamente, ¿retocaría alguna cosa, se inventaría alguna escena?
Quitaría la muerte de Pablo, Pablo estaría vivo. Y viviríamos eternamente por pura curiosidad. Hasta cansarnos.
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