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La argentina de nacimiento quien se nacionalizara mexicana en 1961, falleció esta tarde debido a la neumonía que padecía. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).-Entender la escena artística de la segunda mitad del siglo XX en México obliga a acercarse a Raquel Tibol, una de las principales voces de la crítica de arte en el país desde su llegada en 1953, invitada por Diego Rivera. Reporta desde la ciudad de México para Excélsior Sonia Ávila.
Una figura trascendental para la historiografía de las artes visuales que, a decir de críticos y artistas, se caracterizó durante sus 91 años por la controversia, la polémica y la discusión en cada una de sus palabras, lo mismo en papel que en charlas abiertas al público.
Voz enérgica que ayer se apagó a las 18:00 horas, luego de 15 días de permanecer hospitalizada, sin que se conozca hasta el cierre de esta edición la causa de su muerte, y si se realizará algún homenaje.
Al hurgar en su memoria los historiadores Renato González Mello, Sylvia Pandolfi y José Manuel Springer; los artistas Manuel Felguérez y Rina Lazo, y el curador Ery Camara, coincidieron en la imagen de una «mujer de personalidad fuerte», siempre con datos «en la mano» y «sin pelos en la lengua» para defender sus argumentos.
«Le encantaba discutir y la gracia que tenía cuando discutía era que nunca callaba lo que pensaba; como se dice, no tenía pelos en la lengua, decía unas cosas tremendas porque hablaba de lo que ella creía, como debía de ser y muy fiel a sus principios; de tal manera que a pesar de que en un principio uno estaba de acuerdo, pues terminaba siendo su amigo», opina Felguérez, quien recuerda que compartió varios encuentros ríspidos.
Para Springer la facilidad de Tibol para discutir radicaba en su amplio conocimiento y capacidad de ilustrar con hechos las historia detrás de las obras, igual murales y pinturas que gráfica o dibujo; lo mismo de sus amigos Diego Rivera y Frida Kahlo, que de artistas de la Generación de la Ruptura como el propio Felguérez, Vicente Rojo o José Luis Cuevas.
«Como era ella con una persona con una ética a toda prueba, no solamente hizo una crónica histórica de los muralistas, pintores y grabadores, sino también en su momento supo poner una distancia y ser crítica respecto de los miembros particulares de estos movimientos, quiero decir que ella no tenía un compromiso con nadie, sino un compromiso personal, con sus principios», señala Springer quien asegura ser «alumno de la escuela Tibol».
Con esa misma capacidad autocrítica, continua, quien recibió el Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez logró en la década de los 60 emprender un estudio de los nuevos movimientos, en particular la corriente de la ruptura, y desde ahí acercarse a artistas como Felguérez.
«Ella no estaba casada con el arte de un momento o corriente, sino le interesaba entender y hacer entender el arte que romper fronteras y buscaba nuevos horizontes; ella, junto con otros críticos de la época, supo poner en su gusto balance los logros de la ruptura».
Leer entonces a la autora de más de 40 libros de arte no siempre era enfrentarse a juicios, sino a ensayos cuasi académicos que hacían una narrativa de la estética, como en sus libros Historia General del Arte Mexicano, Época Moderna y Contemporánea (1964), Hermenegildo Bustos, pintor de pueblo (1981) o Diego Rivera, palabras ilustres (2008)
«Fue una persona muy importante para quienes estábamos en el medio, y claro que era problemática para la gente y los artistas que criticaba, pero me parece era parte del disgusto general sobre la cultura, y su confrontación era más bien útil para pensar», añade Pandolfi, y Camara agrega: «demostraba que estaba segura en lo que decía, y aunque podríamos tener opiniones distintas, formas de valoración diferentes, su conocimiento permitió una estupenda narrativa de la historia del arte».
Al final, amiga
Lazo recuerda que la estudiosa reconocida con, entre otros premios, la Medalla de Oro de Bellas Artes, llegó un año antes de que Frida Kahlo muriera; una época en que la escena artística giraba alrededor de Rivera y Kahlo. «En ese momento realmente no existía una crítica importante en México, así que jugó un papel importante trabajando para los artistas de la Escuela Mexicana de Pintura. Ella trabajó bastante acertadamente en ese primer momento y capturó la historia de ese momento de la cultura mexicana».
Felguérez señala que entonces no era una «buena compañera» de los artistas jóvenes, iniciaban en la Generación de la Ruptura, y frecuentemente polemizaba sus obras, pero al final aceptó nuevas propuestas estéticas hasta trabajar de manera paralela en la difusión de esta corriente plástica.
«En el momento que se da un cambio al inicio ella no lo aceptaba y siempre estaba regateando, pero en este regateo ella era muy noble, y terminó por ser amiga», precisa el pintor y escultor.
Como una crítica al trabajo de Tibol, Springer lamenta que no se diera la licencia de mostrar su interpretación personal, y sólo ofrecer textos argumentativos, con datos duros y no una mirada íntima. «Hubiera querido conocer más su visión personal que la colocó en esa posición de total independencia».
Una pugilista para la estética
Una polemista. Así era Raquel Tibol (1923-2015), quien a lo largo de seis décadas se convirtió en una pugilista de la crítica de arte, aunque su primer sueño era convertirse en escritora. Prueba de ello fue su primer libro, Comenzar es la esperanza.
Su historia en México germinó hacia mayo de 1953, a invitación del muralista mexicano Diego Rivera, con quien viajó en calidad de secretaria, y más tarde convivió cerca del grupo formado por Diego y Frida Kahlo, logrando posicionarse en el círculo intelectual más influyente de la época en el país.
Escritora, crítica, curadora y promotora de la cultura, escribió prácticamente sobre todos los protagonistas del arte, desde Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros hasta José Chávez Morado, Remedios Varo y José Luis Cuevas, aunque también se interesó por el mundo surrealista y la literatura.
Su tarea en México comenzó con la entrevista que hizo al cineasta Luis Buñuel para el suplemento México en la Cultura, de Novedades, en noviembre de 1953, y su aparición pública más reciente sucedió el 11 de diciembre de 2013 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes durante el homenaje que recibió por sus 90 años de vida.
Fue una autora prolífica. Publicó 40 libros sobre arte mexicano y latinoamericano, entre ellos: Historia general del arte mexicano: época moderna y contemporánea (1964), Siqueiros, vida y obra (1974), y Diego Rivera: arte y política (1979), además de Hermenegildo Bustos, pintor de pueblo (1981); Frida Kahlo, una vida abierta (1983), José Clemente Orozco, una vida para el arte (1984); Confrontaciones: crónica y recuento (1992), Diversidades en el arte del siglo XX (2001), Ser y ver. Mujeres en las artes visuales (2002) y Nuevo realismo y posvanguardia en las Américas (2003). En 1983, Carlos Monsiváis definió a Tibol como «la más sistemática defensora del muralismo, polemista ubicua, crítica, promotora, investigadora excepcional», quien refirió a Frida Kahlo como «un ser coherente en su diversidad, una artista de genio, militante de izquierda hasta el final, mujer de inmensa y agónica ternura».
Mujer íntegra e independiente, siempre mantuvo una actitud crítica y visceral respecto a sus posturas, en las que nunca benefició ni a instituciones ni amigos.
Aunque nunca perteneció a ningún partido político, como intelectual de izquierda defendía con fuerza el nacionalismo artístico como un producto legítimo del momento histórico, cultural e ideológico de la patria.
Nacionalizada mexicana en 1961, fue una estudiosa de los pintores mexicanos, en especial de Rufino Tamayo, Hermenegildo Bustos y Frida Kahlo. Son conocidas las anécdotas de la vida de Raquel Tibol, que la caracterizaron como una mujer de convicciones firmes que defendía su punto de vista sin contemplaciones.
El 19 de abril de 1972, tras el Primer Congreso Nacional de Artistas Plásticos, Tibol abofeteó a David Alfaro Siqueiros en respuesta a las declaraciones xenofóbicas que el muralista hizo en su contra en una de las sesiones del evento.
Su labor como crítica y estudiosa de la plástica mexicana, así como promotora y periodista cultural, la llevó a recibir el Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez, la Medalla de Oro de Bellas Artes y el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma Metropolitana.
Durante una antigua entrevista, la propia Tibol aseguró que con quien estaba agradecida de estar en México «es a la tribu de Diego Rivera, la tribu donde se vivía de una manera diferente y no porque quisiera ser original».
«El día es largo y la noche corta»
Raquel Tibol ejerció la crítica de arte con pasión y severidad.
Raquel Peguero
El paraguas resonó en el piso con una fuerza que sobresaltó a todos, pero no tanto como la voz que siguió el sonido repetido exigiendo que empezara el performance porque habían pasado 20 minutos de «espera inútil».
A nadie sorprendía que el reclamo viniera de Raquel Tibol, sentada en primera fila en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, que como todos esperaba ver un experimento sobre las quinceañeras que cuatro artistas jóvenes iban a presentar. Empezó la función de manera atropellada, como la salida de la crítica de arte, al final, que sólo espetó: «tanto esperar para esto».
La mano dura de Tibol, su juicio severo, apareció en su artículo semanal de la revista Proceso cuando nadie creía que le dedicaría una línea. Era rudo, sin duda, pero lleno de conocimiento y de generosidad. «Son jóvenes, están aprendiendo y había que decirles las cosas como son, ¿no lo cree así?», comentó cuando la curiosidad hizo lanzarle la pregunta en una plática casual.
La independencia era su signo que fortaleció desde los 10 años, cuando murió su madre. «Tenía el temperamento de una huérfana que no se deja amilanar: respondona y autosuficiente», contaba. La polémica la seguía o ella la generaba y la fue puliendo desde que tenía 18 años, cuando con su grupo de estudio discutía en los cafés de la calle Corrientes, en Buenos Aires. Desde entonces, nunca temió decir directo lo que pensaba, fuera a quien fuera.
Así era ella. No en balde Diego Rivera la describía como «alguien pedante, pero muy brillante». Una mujer sabia con una memoria envidiable que había forjado desde que era niña y memorizaba versitos para decirlos a un amigo que le daba monedas por ello. La poesía fue su primera pasión, su primera escritura a la que le siguieron los cuentos antes de decantar su vocación literaria en la crítica de arte.
«Siempre he dicho que la crítica de arte es un género literario, si los literatos no la quieren considerar a su mismo nivel es un grave error», sentenciaba, segura de sus palabras.
Siempre bien arreglada y peinada, como parte de su coquetería innata que seducía tanto como su inteligencia, tras sus redondas gafas, sus ojitos pizpiretos brillaban siempre al encuentro de una obra. La miraba detenidamente, la palpaba con la vista. «No trate de entenderla, siéntala, después podrá reflexionar sobre ella», decía antes de seguir algún recorrido durante el cual contaba cosas que iban acomodando el rompecabezas de una exposición. No había mejor guía ni mejor maestra para una reportera principiante.
«Témale a la ignorancia, a nada ni a nadie más», reía ante los balbuceos de las preguntas, mientras con paso firme atacaba el espacio para mirar todo.
Antes de escribir se documentaba a fondo, «no para copiar, sino para hacer algo distinto, dar una aportación, aunque sea pequeña, es la forma de que el texto resista el tiempo». Por eso sus colaboraciones son documentos de consulta, muchos de ellos convertidos en libros, retrabajados por ella en su máquina mecánica donde le gustaba teclear y teclear para revisarse y corregirse: «el día es largo y la noche corta», repetía por sus extenuantes jornadas dedicadas a su tarea periodística, a la que dedicó cinco décadas de su vida.
Pero también amaba el cine desde niña como herencia de su madre, que le legó su amor por la cultura y construyó una sala en su natal Basavilbaso, donde a los siete años fue boletera. «¿Verdad que no hay nada mejor que la función de las 10 de la mañana del domingo?», comentó feliz cuando descubrió ese gusto compartido de saborear las películas a solas.
Y gustaba de la danza por esa maravilla de transformar el cuerpo en arte y moldear el espacio con un solo movimiento cadencioso y lleno de pasión, esa pasión «sin la que no podría vivir» y que Raquel Tibol imprimía siempre en sus escritos, su motor de vida. «Estoy muy malita, ya no puedo trabajar, ya estoy lista para irme», dijo con su voz todavía firme unos meses atrás, sin resentimiento, sin pena, con esa fuerza y seguridad con la que siempre enfrentó lo que venía. Gracias por todo, maestra.
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