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La editorial Capitán Swing reedita la novela El tiempo amarillo. Las memorias del actor y escritor español en la que abundan más los pesares que los iluminados entusiasmos. (Foto: José Ayma)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).-Las memorias de algunos hombres geniales, singularmente las de actores españoles, entre los que no abunda la genialidad, están condenadas a reeditarse. O sea, destinadas inexorablemente al triunfo, aunque en ellas, como en las de este pelirrojo iracundo, haya más pesares que iluminados entusiasmos. Es la demostración evidente de que el triunfo puede ser perenne, aunque incómodo. Esa es la idea básica de este libro: la fugacidad de la fama perecedera, la inconsistencia de lo que, por pereza intelectual y sentimental, hemos dado en llamar triunfo. Escribe Javier Villán para El Mundo.
El tiempo amarillo, de Fernando Fernán Gómez, está más lleno de reflexiones tristes sobre el discurrir del mundo que de autoelogios. Fernán Gómez no era alabancioso de sí mismo, aunque aureolado de rayos y truenos de divinidad enfurecida se permitiera mandar a la mierda a impertinentes y malnacidos. Era más incisivo hablando que escribiendo, siendo como es un excelente narrador y novelista. Por escritor y cómico de la legua lo hicieron académico de la Española.
Ahora se regresa El tiempo amarillo, texto reeditado varias veces con añadidos y actualizaciones; o sin añadidos perceptibles, como es el caso de la editorial Capitán Swing. En rapidísima y gozosa relectura, no detecto ninguna modificación sustancial o insustancial que el autor pudiera haber incorporado entre 1998 y su muerte en 2007. Cambia la foto de portada; un perfil, una mirada triste, poco expresiva, en el 98; una mirada hacia el infinito, de frente, interrogativa y turbadora en la de hoy: una mirada pura entre el abrupto bosque de sus barbas y la tempestad horrísona de su pelambrera. Esta imagen constante, aunque con matices, esta reedición es la prueba más evidente del éxito que Fernán Gómez desdeñaba.
El concepto de triunfo en su literatura memorial está atenuado por la entereza melancólica del inconformismo y la duda. Las conquistas amorosas son pequeños fracasos. Y el reconocimiento profesional, un accidente inexplicable y con el dudoso aval de un público inculto de señoras de té con pastas.
Si nos atenemos a estas reflexiones, el mundo para Fernán Gómez era un lugar inhóspito y cruel, un desierto sin afectos ni refugios; vida propia de un solitario, hijo de madre soltera. Por eso quizá era tan amigo de Umbral, otro intratable demasiado frágil; por la necesidad de amistad, Fernán Gómez adoraba a Manolo Alexandre, al que protegía contra las adversidades de ser éste un actor no dotado en exceso. Esta orfandad marca la ética y la estética de Fernán Gómez: leves contradicciones y desafectos.
La imagen colérica de sus últimos años era un escudo protector frente a la estupidez ambiental y cultural. Harto de todo o de casi todo. Amaba, en especial y sobre cualquier cosa, a las mujeres; las mujeres hermosas sin sobreañadidos intelectuales, aparentes o verdaderos. Y, sin embargo, sus tres grandes amores, sus compañeras más señaladas, fueron María Dolores Pradera, Analía Gadé y Emma Cohen, cuya altura cultural, de las tres, nadie osa discutir. La belleza más resistente al tiempo fue la siempre lúcida y elegantísima María Dolores. Analía Gadé se sumió en las brumas de la desmemoria, pero sus ojos siguieron siendo fascinantes. Sobre todo esto, Fernán Gómez pasa de puntillas o, sencillamente, no pasa. Un amor nocturno, secreto y, por supuesto, no correspondido, pudo ser Ava Gardner. Una noche, borracha, en Villa Rosa, interpretó mal una dulce mirada de Fernando y, de golpe, le soltó a quemarropa: «Si quieres follar, búscate otra». Aquel rechazo súbito lo resuelve Fernán Gómez con cierta pesadumbre y una frase dolorida: «Ava no comprendió la complicada delicadeza de mis pensamientos».
El pudor, siempre el pudor invencible. Por lo cual el narrador de El tiempo amarillo necesita arraigar en otros personajes, al igual que en el escenario, para expresar sus sentimientos. Y la certeza de que para herir a otros, sean amigos o enemigos, es preferible no hablar y no escribir. El caso de su padre es historia aparte. Jamás lo reconoció como hijo. Y ya triunfante Fernando, quiso resolver el extravío con el regalo de un corte de tela para un buen traje. No hay olvido. En este caso, ni perdón.
República de su infancia, liberadora y exultante; posguerra franquista de su adolescencia con la sustitución del carné de actor de la CNT por el del SEU; monarquía de su madurez con premios y honores. Y esa incipiente iniciación a la lucha de clases reflejada en el pupitre de su infancia: quien llegaba el último se quedaba sin asiento.
La historia de la España del siglo XX pasa por este libro, el tiempo machadianamente amarillo del poema de Miguel Hernández: «Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía». Tiempo puede que amarillo, aunque perdurable. Fernando Fernán Gómez siempre inmortal; por los siglos de los siglos.
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