La momia de Maximiliano. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de octubre de 2018. (RanchoNEWS).- Una vez que se terminaron los ceremoniales y los fusilamientos en el Cerro de las Campanas, aquella mañana de junio de 1867, las viudas de los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía reclamaron los cadáveres para darles sepultura. Los dos militares mexicanos más importantes del segundo imperio, recibieron un trato digno, con los mejores recursos disponibles en aquellos días, para encaminarlos hacia sus tumbas definitivas. Paradoja: su superior, el emperador Maximiliano, no tuvo tanta suerte. Más bien, le fue muy, muy mal, en su estancia post mortem en territorio mexicano.
Concha, la esposa de Miguel Miramón, partió a la capital, enterró a su amadísimo esposo en el muy elegante panteón de San Fernando, y abandonó el país, llevándose a sus hijos… y, en un frasco, el corazón del general, gloria del partido conservador y en alguna época joven presidente de la República.
El texto de Bertha Hernández es publicado por Crónica
REGRESAR A LA REVISTA