Carlos Monsiváis, Margarita Peña, Juan José Arreola y un personaje no identificado. Casa del Lago, 1964. (Foto: Ricardo Salazar)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de octubre de 2018. (RanchoNEWS).- No fui alumna de Margarita Peña, aunque me hubiera gustado serlo. Tomé con Dolores Bravo la clase que Margarita impartía en Letras hispánicas. A Peña le agradaba recordar que se inició en la investigación de la literatura virreinal y áurea por iniciativa de uno de sus maestros de la Facultad de Filosofía y Letras, Ernesto Mejía Sánchez, quien en el estacionamiento de la institución le entregó el microfilm del manuscrito del cancionero de Flores de baria poesía. Mejía Sánchez se lo dio, acaso con la certeza de que Peña iba a dedicar parte de su vida al estudio de la literatura novohispana; le recomendó que hiciera la edición de ese libro y que solicitara una beca a Rubén Bonifaz Nuño y María del Carmen Millán.
«Y ahí empezó todo», acostumbraba decir Margarita Peña con una sonrisa que no ocultaba su satisfacción. «Me cayó en las manos», decía. Por supuesto, la edición crítica que le fue encomendada enfrentó los retos que los documentos novohispanos traen consigo: grafías dudosas, autorías desconocidas, vacíos, entre otros motivos que hicieron que el texto se tomara de la versión paleográfica del siglo XIX de Paz y Melia, debido a que el original del siglo XVI resultaba complicado de manejar.
El texto de Mary Carmen Sánchez Ambriz es publicado por el suplemento El Cultural de La Razón
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