Rancho Las Voces: Crónica / Rubén Moreno Valenzuela: «Peor que animales»
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miércoles, octubre 27, 2021

Crónica / Rubén Moreno Valenzuela: «Peor que animales»

Un viejo can. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de octubre de 2021. (RanchoNEWS).- 

Mi carnal Ernesto Mora Flores fue quien me informó de la pensión para el binestar de personas adultas mayores del gobierno federal mexicano.

«Son tres mil pesos, al parecer mensuales», me dijo y me compartió la dirección electrónica, a la cual accedí y se me notificó que debía presentarme en el Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez el viernes primero de octubre a las 9:00 horas. La lista de documentos solicitados lucía amigable:

Identificación oficial (credencial de elector, pasaporte, cartilla, cédula profesional, credencial del Inapam o carta de identidad);
CURP; acta de nacimiento (legible); comprobante de domicilio - no mayor a siete meses (teléfono, luz, gas, agua o predial); y teléfono de contacto (para dar seguimiento al trámite).

Así que no me importó mucho el plazo de dos o tres semanas para la cita. Ese día llegué a la escuela como media hora antes, así que decidí ir a desayunar a un restaurante cercano, ubicado en Avenida de la Raza; donde fui reanimado con el café y la comida.

Cuando llegué al «Tec» salía un hombre de mi generación con gesto de disgusto. Era una premonición.

En la puerta un guardia, muy apenado, me dijo:

–Usted disculpe, no es nuestra culpa, el trámite no se realizará aquí. Será en el Monumento (a Benito Juárez).

–Prácticamente de allá vengo.

Así que retorné. En el Monumento no encontré quién me atendiera. El empleado de la libredría de Educal me dijo que el trámite se estaba realizando en el puente Santa Fe (Puente Internacional Paso del Norte). Caminé hasta la avenida Juárez y antes de llegar, una persona me dijo:

–¡Hola, Miguel! ¿Cómo estás?

–No soy Miguel. Soy Rubén. Miguel es mi hermano.

Resultó ser un vecino del Barrio Cuauhtémoc. Me informó que el trámite se estaba realizando en el Puente de la Lerdo (Puente Internacional Lerdo). Le agradecí y caminé hacia allá.

Cuando llegué un soldado me detuvo. Me dijo que este carril era exclusivo para vehículos, entonces supuse que el trámmite se estaría realizando en las oficinas de la Secretaría de Gobernación; en un estrecho pasillo usado para el tránsito peatonal, de las personas que retornan o vienen de El Paso, estaba un joven de pie frente a una lona de plástico con información sobre el trámite.

Fue esperando que se reuniera un pequeño grupo, entonces nos informó –con amabilidad y respeto, tratando de hacer lo menos penoso posible aquel embrollo burocrático– que el trámite no se realizaría este día, sino hasta el lunes en el Monumento a partir de las nueve de la mañana y nos entregó un papel con los documentos exclusivos que se aceptaba, subrayando que la CURP debería estar actualizada.

En los rostros de quienes lo escuchaban: angustia y tristeza. Un hombre de edad muy avanzada y muy pobre lloraba. Su credencial de elector había sido emitida en Tabasco. Era inaceptable.

Fui entonces a obtener una CURP actualizada en un local de renta de computadoras ubicado en la calle 16 de Septiembre y para cerciorarme que el documento no requería otra certificación, acudí a las oficinas del Registro Civil del gobierno de Chihuahua, ubicada en la Avenida Juárez.

De regreso a mi casa, a mediodía, pensé que a este país le iría mejor si trajeran al señor López Obraador a atender viejitos en Ciudad Juárez y al joven que nos atendió lo hicieran presidente de México.

II

El lunes siguiente me ocupé desde muy temprano y acudí al Monumento alrededor de las once horas.

Grave error.

Estaban instaladas dos enormes carpas y ambas eran insuficientes para la cantidad de personas por atender.

«La de atrás está memos llena», amablemente me comunicó alguien.

En realidad estaban igual. Tuve que hacer fila de pie sin sombra. Para mi buena fortuna los primeros días de octubre son los más gratos, como el inicio de la primavera, en Juárez. Después de un buen rato se acomedieron los empleados federales y nos trajeron sillas.

Luego comenzó el juego de las sillitas. Conforme iban atendiendo a las personas, todos nos íbamos desplazando. No entiendo la razón por la cual no imitaron el método que usaron las autoridades federales de salud para las vacunas contra el Covid: periódicamente, por orden alfabético de apellidos, en instalaciones públicas en toda la ciudad. No, aquí a jugar el juego de las sillitas.

Me llevé mi carpeta, así que aproveché el tiempo avanzando en la enorme novela que estoy escribiendo. Los demás viemdo las nucas de sus compañeros, los más lúcidos conversando con su vecino.

Entonces a los últimos de la fila nos llevaron a la otra sección. Revisaron los documentos y les asignaron un asiento, que estaba más o menos igual que el que habíamos dejado. Cuando tocó mi turno la empleada, al revisar mis documentos, me dijo:

–Su constancia de domicilio, el recibo del teléfono, es el original.

–Sí, no importa.

–No, porque necesitamos una copia. Mire, vaya allá enfrente. Ahí sacan copias y regrese aquí conmigo.

Casi corrí. Preguntando llegué al lugar donde una señora, amable, tenía una copiadora en su puesto ambulante de golosinas. Regresé corriendo y me coloqué al final de otra fila que se había formado. Mis compañeros ya estaban sentados en el interopr y me decían que fuera directamente con la empleada, pero no quise porque hubiera enfurecido a los demás. Así que esperé mi turno, retorné a mi novela y al juego de las sillitas.

Hasta que algo inusitado sucedió. Una empleada nos llevó a hacer fila de pie frente a una hilera de funcionarios quienes en una muy larga mesa estaban atendiendo a los solicitantes.

Entonces apareció Juan Carlos Loera de la Rosa, representante del presidente de México en Chihuahua, en compañía de la encargada del programa en Juárez, que lo mejor que se puede decir de ella es que por gracia divina no se le reventó un botón de su ropa y dejó tuerto a alguien. Cuando terminó Loera de la Rosa su perorata se fue a saludar a los asistentes. El primero fui yo, pero como tenía amabas manos ocupadas de tantos papeles de la eficiente burocracia federal, me perdí del privilegio de saludarlo.

Finalmente me atendieron.

El empleado resultó ser un vecino desconocido del Barrio Cuauhtémoc de edad muy avanzada, más que la mía y eso es mucho muy avanzada, que revisó mis documentos y me dijo:

–La copia de su credencial de elector está medio borrosa.

Entonces invoqué al Dalia Lama en un clamor de paciencia.

–El documento que tiene usted en sus manos es una copia del documento original certificado por un notario público de la ciudad cuya firma calza el documento.

Se me quedó viendo como si le hablara en ruso y finalmente dijo:

–Está bien.

Le pregunté:

–¿Cuándo cree que recibiré el primer pago?

–No se sabe.

–¿Cómo dijo?

–No se sabe.

–¿Y luego?

–Nosotros le avisamos por teléfono. Si para la segunda semana de enero no nos hemos comunicado, búsquenos.

III

Ese día fueron tres horas y media empleadas en el trámite. En total siete horas y media.

El primer día una persona me reconoció en la fila.

–Usted es Moreno Valenzuela. El periodista. Qué bueno que está aquí para que reporte cómo nos tratan.

–Sí soy yo, ya no hago perodismo duro, hago periodismo cultural.

–¡Pero no! Usted tiene que escribir acerca de ésto. De cómo nos tratan. Peor que animales.

a mi carnal Ricardo León


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