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La Crucifixión de El Greco, en la exposición del Museo de Santa Cruz en Toledo. (Foto: Gorka Legarceji)
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iudad Juárez, Chihuahua. 13 de marzo de 2014. (RanchoNEWS).- Dos vistas sobre Toledo, tan célebres como irreales en su composición topográfica, fijan el inicio del viaje en torno a El Greco a través de cuatro siglos de leyendas, malentendidos, apropiaciones e infundios, en la muestra estrella de la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Doménikos Theotocópoulos (1541- 1614). Una lleva aquí más o menos desde 1600. La otra ha emprendido el regreso a casa desde el Metropolitan de Nueva York. Ambas se han colocado al comienzo de la exposición El Griego de Toledo (hasta el 14 de junio) en el Museo de Santa Cruz, uno de los más bellos edificios de un lugar donde la competencia es realmente alta. Comisariada por Fernando Marías, la muestra se ha presentado el jueves a la prensa y el viernes será inaugurada por la Reina. Una nota de Iker Seisdedos para El País:
Además de poner en situación al visitante (que llega prevenido; el skyline de la ciudad retiene cierto sabor de época), ejercen un poder metafórico al colocar el casco urbano en un plano teatral y emparentarlo con la enorme sala de exposiciones en la que la Fundación El Greco 2014 ha querido convertir la ciudad para la ocasión.
Al total de 76 piezas expuestas en Santa Cruz, llegadas de 11 países gracias a la generosidad de 45 prestadores (aún se espera el advenimiento desde San Petersburgo de la última, un San Pedro y San Pablo), se añade la experiencia de visitar otros cinco escenarios de la vida y la obra del homenajeado: la sacristía de la catedral, que interminables quebraderos de cabeza económicos trajo al pintor, la iglesia de Santo Tomé, hogar de El entierro del señor de Orgaz, el convento de Santo Domingo el Antiguo, lugar de un eterno descanso que no lo fue tanto (para disgusto de las monjas cistercienses, sus actuales moradoras, solo permaneció allí sepultado cuatro años), el hospital Tavera o la capilla de San José, habitualmente cerrada al público, pues es propiedad de los marqueses de Eslava, que ayer aceptaron las primeras visitas y contaron su historia de nobles recelosos.
El acceso temporal a la escondida capilla, terminada en 1599 y cuyo retablo corrió a cargo de nuestro hombre, es otro de los ingredientes que hacen de esta una ocasión única. Y seguramente irrepetible. Además de la primera antológica dedicada en todo este tiempo a la trayectoria del artista en la ciudad en la que pasó la mitad (literal) de su vida, El Griego de Toledo se presenta como la exposición más completa nunca consagrada al pintor en ninguna parte. Ello es debido a razones más prácticas que estrictamente económicas (aunque el presupuesto haya rondado los dos millones de euros): el abundante número de préstamos —muchos venidos de EE UU (la historia del recobrado interés por la figura del cretense a caballo entre los siglos XIX y XX corrió paralela a los relatos de éxito de la plutocracia norteamericana)— no serviría de gran cosa sin todo aquello que atesora Toledo siempre, esa colección permanente que sigue ahí cuando se extingue el humo de las velas de los centenarios.
Y eso incluye la oferta del Museo del Greco, que no forma propiamente parte del recorrido; esta vez se ha querido centrar el foco en los lugares en los que el pintor dejó su huella en vida, recuerda Jesús Carrobles, director general de la fundación. Pese a ello, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, presidente de la fundación, sumó los números de la muestra a los de los fondos del museo para explicar que «en Toledo se pueden contemplar ahora mismo unas 125 piezas del artista, cerca de la mitad de su producción total [unas 300 obras, según los cálculos más fiables».
«Nada de esto habría sido posible sin el apoyo de la sociedad civil, que ha aportado un 85% del presupuesto», explicó Marañón antes de afirmar que no se ha entrado «en el mercadeo de los préstamos de cuadros, tan en boga ahora en la práctica de algunos museos y fundaciones». La conferencia de prensa, multitudinaria e internacional, la ofreció el presidente junto al comisario Fernando Marías, erudito con envidiables dotes para la comunicación y autor de una apabullante monografía recién reeditada en una versión ampliada y mejorada por la editorial Nerea.
Marías prometió que el retrato de El Greco presentado en la exposición es el de «un Greco visto desde hoy». «Un artista capaz de aprehender lo invisible con los mimbres de lo visible, un excelente pintor que disfruta pintando cosas bellas de un modo bello y, sobre todo, alguien que no solo produjo obra en lienzo, sino que en su trabajo para los retablos de la ciudad ejerció como arquitecto, escultor, escenógrafo o iluminador en un acercamiento similar al del artista multimedia de nuestros días». Ese hecho, sumado a la influencia ejercida por su obra en las vanguardias del siglo XX, que recuperaron su figura como la de un mesías, podría convertir a El Greco en el más contemporáneo de los artistas del siglo XVI español.
Cuando llegó la hora de zambullirse en la penumbra en forma de cruz del museo (alentados por una exquisita museografía en tonos dorados, a cargo de María Fraile) fue posible comprobar que Marías es hombre de palabra. La visión que de El Greco queda tras la visita se sitúa bien lejos de los tópicos que lo han ido pintando interesadamente como a un ser atormentado, toledano hasta el tuétano, excesivamente piadoso, encarnación por excelencia de lo español o aquejado de astigmatismo. «¿Y por qué pintaba entonces esas figuras alargadas?», se interrogaría después el comisario, adelantándose a la inevitable pregunta. «No era, eso seguro, por un problema oftalmológico. Muchos de estos cuadros fueron concebidos para ser vistos desde abajo [y así se han colocado algunos en el recorrido]. Y luego es que creía que las personas altas son más bellas».
Aunque en lo que más creyó El Greco fue probablemente en sí mismo: nunca olvidó su condición de extranjero (rubricaba sus obras con su nombre en griego) y siempre se mostró convencido de su estilo, perfilado acumulativamente con el tiempo y las distintas etapas de su vida: los años del aprendizaje en Italia, los finales en Toledo y los días en Creta, representados en la muestra por unos extraordinarios iconos juveniles y por el célebre tríptico de Módena.
Además de ser una de las joyas de la exposición, ofrece una pista irrefutable de la fidelidad que El Greco siempre se profesó a sí mismo. En una de las esquinas de la tabla, el infierno asoma por las fauces de un dragón que reaparecerá al final del recorrido en La adoración del nombre de Jesús.
Tras la visita a Santa Cruz, donde las obras maestras (el Cristo crucificado con dos donantes, del Louvre, El caballero de la mano en el pecho, la Santa Faz de Santo Domingo el Antiguo, El cardenal Niño de Guevara…) se suceden en un sobresalto continuo, hubo oportunidad de discutir sobre el terreno, en el hospital de Tavera, las teorías de Marías sobre El Greco como «artista multimedia», ante toda una instalación del siglo XVII: el tabernáculo y Cristo Resurrecto, cuya forma remite al Escorial en otra prueba de que el cretense nunca se quitó del todo de la cabeza el sonoro desengaño sufrido al ser rechazado por Felipe II, que no quiso contar con él para su gran obra tras quedar desencantado con El martirio de San Mauricio.
Aquel fracaso personal fue lo que seguramente empujó a El Greco a Toledo, donde, afirma Marías, «el efecto tela de araña» hizo el resto. Se fue quedando: tuvo un hijo, enviudó, el pleito mantenido con la catedral por el pago del conjunto que ideó para la sacristía se alargó demasiado… y cuando se quiso dar cuenta, quizá fuera demasiado tarde para dejar ciertas costumbres.
O no. Pese a que en el último siglo se ha avanzado mucho en el conocimiento de su biografía (a través también de sus escritos, que adornan las paredes de la muestra), se hace difícil con El Greco separar las certezas de las conjeturas.
Así que terminaremos con una hipótesis. Sabiendo lo mucho que era capaz de pelear por sus emolumentos (contribuyó a elevar los pagos al gremio y a dignificar el trabajo intelectual de su profesión) y considerando que siempre andaba corto de dinero, es posible que el cretense estuviera hoy maravillado con la que se le viene encima a Toledo en su centenario: se calcula que la exposición podría atraer a 250.000 visitantes y que la ciudad espera hasta un millón de turistas este 2014, atraídos por el Año Greco.
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