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El escritor publica La transformación de Johanna Sansíleri, cuya protagonista abandona su ensimismamiento tras conocer la doble vida de su difunto marido. (Foto: Iñaki Andrés.)
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iudad Juárez, Chihuahua. 11 de marzo de 2014. (RanchoNEWS).- «La gran enfermedad, el gran desastre, lo imperdonable, fue para Sansíleri siempre el aburrimiento», dice el narrador de La transformación de Johanna Sansíleri (Ed. Destino), la última novela de Álvaro Pombo (Santander, 1939). Y su marido «tenía la gracia sosa, comedida, higiénica, de un caldo de pollo hervido sin pellejo junto a una zanahoria, una patata y un puerro». Una nota de Fernando Díaz de Quijano para El Cultural:
Tampoco es que Johanna sea divertida; al menos, no según las convenciones de la clase social en la que se mueve el matrimonio. «No va de cócteles ni cenas ni se pone modelitos a lo Naty Abascal», explica el escritor, premio Planeta en 2006 y Nadal en 2012. Johanna, bella y brillante, vive desde hace años en un aislamiento epicúreo, cultivando tomates y leyendo libros de teología y filosofía. Un ser elegante sumido «en el estadio estético de la existencia, que diría Kierkegaard».
Su marido, Augusto, es corredor de bolsa y un tipo bien soso, ya lo hemos dicho, «un gran pelma». Pero cuando éste muere, Johanna descubre que su existencia no había sido precisamente el sismograma plano que ella conoció, sino que tenía una doble vida. En Madrid, amparado por la coartada de un trabajo lejos de casa, tenía de lunes a viernes un segundo hogar, en el que vivía con otra mujer, Monina, y Alexis, el hijo que nunca tuvo con Johanna.
En lugar de sentirse furiosa o despechada, que sería lo lógico ante tal descubrimiento, Johanna se plantea, perpleja, su grado de culpa en la farsa, por haber sido siempre tan distante, tan tibia, y no sólo con su marido. Augusto nunca le contó la verdad, pero tampoco tuvo que mentir directamente. Johanna, sencillamente, vivía para sí misma. Aunque la otra mujer de Augusto lo defienda póstumamente alegando que callar la verdad no es lo mismo que mentir, el autor no está de acuerdo: «Sí que la engañaba, pero, por otra parte, no debemos precipitarnos porque en España somos muy moralistas, yo también. Siempre tiendo a hablar de malos y buenos, pero hay que tener cuidado con esto».
Sin traza alguna de resentimiento, Johanna se pone en contacto con Monina, pero en ese momento no llegan a verse. Poco después, el hijo de ésta y de su difunto marido se presenta por sorpresa en su casa. Alexis, un veinteañero culto, apuesto y «repipi», le confiesa que tanto él como su madre han desarrollado todos estos años una especie de veneración difusa por ella, esa mujer distinguida y misteriosa que vivía en su voluntario encierro de cristal. Johanna y su hijastro congenian de inmediato e inician una relación amistosa que en el caso del chico está marcada por la admiración rayana en el erotismo. «Es un erotismo en el que se mezclan el gusto por la elegancia y la experiencia de Johanna, un erotismo embadurnado de retórica que yo no valoro», explica el escritor. «Cuando quieres a alguien, no hablas tanto. 'El diálogo es el mal', decía Kafka, en el sentido de que, cuando uno no para de hablar, a menudo no es para bien sino para recrearse».
Ficción y reflexión
La reflexión religiosa, tema recurrente en la bibliografía de Pombo, es también uno de los pilares de La transformación de Johanna Sansíleri. El descubrimiento de la vida paralela de su marido saca a la protagonista de su ensimismamiento y encuentra en la acción social de su parroquia una vía hacia la praxis de una religiosidad que ya había buscado en los libros y la reflexión teológica. Al mismo tiempo, Johanna va eliminando muebles de su casa, en una búsqueda de la sencillez que a Pombo le recuerda aquellas palabras de Jesús de Nazaret: «Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo se llenará de luz» (Mateo, 6:22). «Nuestros ojos no son sencillos, estamos contaminados por la conciencia y el subconsciente. Por eso la fenomenología propuso la suspensión del juicio para que podamos ver. Estamos metidos en tal pomada, como decís los jóvenes, que un poco de simplificación espiritual nos vendría bien a todos», asegura el autor de Quédate con nosotros, Señor, porque atardece (2013).
Ficción y ensayismo filosófico se entretejen en esta novela como en toda la literatura de Pombo, pero advierte: «No soy un filósofo, sino un ilustrado, un aprendiz de todas las cosas. Pero sí que echo en falta en algunas novelas unas reflexiones culturales o filosóficas como las de Thomas Mann o Ian McEwan», explica el autor, que aprovecha la ocasión para manifestar su admiración por el novelista inglés, que, como él, no es un ensayista puro pero sí un novelista con una fuerte querencia por la reflexión filosófica.
Pombo lleva a cabo esta combinación de peripecias y reflexiones metafísicas sin ninguna pretensión de equilibrio: «No calibro la cantidad de ambos ingredientes, los empleo según me van saliendo, tal como hablo contigo en esta entrevista o como te hablaría en un bar».
El escritor dice haber mudado de voz a lo largo del tiempo, pero los rasgos fundamentales de su personalísima prosa se perfilaron pronto. «Empecé tarde a publicar, casi a los 40, pero ya en Relatos sobre la falta de sustancia (1977) había ideas estilísticas que he conservado hasta hoy. Ahora escribo más corto y con más eficacia», asegura.
No abandona Pombo sus inquietudes religiosas en su próximo libro, un Breve tratado del no nombrar a Dios, que verá la luz en los próximos meses de la mano de Ariel. «Los místicos han insistido en que no se puede dar nombre a Dios, por eso se refieren a él como “silencio”, “nada” o “vacío”. Sobre esta idea escribo este modestísimo ensayo, muy subjetivo y poco técnico, que ningún ensayista serio tomaría en serio».
Luego llegará el verano, tiempo de novelas para Álvaro Pombo. «Al calor me encuentro bien, no me duelen las rodillas por la artrosis. Cuando todo el mundo echa pestes de Madrid, yo me siento como pez en el agua».
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