.
«Yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo con todo», escribió Parra. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. X de mayo de 2014. (RanchoNEWS).- Nacido el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, revolucionó la manera de entender la poesía en el mundo hispanoparlante con Poemas y antipoemas, de 1954. Y no habrá bendición ni institucionalización que extirpe lo subversivo de su «antipoesía». Una nota de Silvina Friera para Página/12:
Cumplir cien años es un acontecimiento. Nicanor Parra, acaso empeñado en prolongar la radicalidad de su obra por otros medios, lo hizo: sigue viviendo «sin apuro por desaparecer del mapa» –como él mismo ironizó cuando tenía 90 y pico– y tal vez perdure su proyecto de resucitar «aunque sea en forma de rana». La poesía de Parra resistirá a la embestida hagiográfica de homenajes y reconocimientos. A pesar del exceso de comulgantes de un credo que en un pasado no tan lejano cosechaba más disidentes que devotos, no hay bendición ni institucionalización que pueda extirpar lo subversivo de su «antipoesía». Como si hubiese desarrollado un ácido desacralizador que neutraliza el riesgo de convertir en paradigma de la corrección poética y política una propuesta que nunca sería cabalmente asimilada por el sistema. Refractario a toda esta parafernalia protocolar, el poeta de cabellera despeinada, que bajó a la poesía del pedestal culto y refinado para aproximarla al barro de la palabra hablada, la crónica periodística, el sermón religioso o el pregón de vendedor ambulante, jugará sus barajas entre lo serio y lo carnavalesco, entre la risa del bufón obstinado y la elegante melancolía del príncipe.
«El que sea valiente que siga a Parra –planteó Roberto Bolaño en un texto de 2001 recopilado en Entre paréntesis–. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza. Sobre el dolor y la soledad sí que escribe; sobre los desafíos inútiles y necesarios; sobre las palabras condenadas a disgregarse así como también la tribu está condenada a disgregarse. Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado.» Una poesía que escucha, que pregunta, que duda, que piensa, que sacude. Su ideólogo nació el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, hijo de un carismático maestro de escuela y una madre campesina que le inoculó el virus por las coplas. Nicanor estudió Matemática y Física en la Universidad de Chile y en la década del ‘40 decidió viajar a Estados Unidos para estudiar Mecánica Avanzada y después Cosmología en Oxford. Primero influido por Federico García Lorca y Walt Whitman en su exploración hacia una poesía con la oreja puesta en la calle, el itinerario se inició con la publicación de su primer poemario, Cancionero sin nombre (1937). Hubo un silencio de casi dos décadas, hasta que regresó con Poemas y antipoemas (1954), libro donde, además de revolucionar la manera de entender la poesía en todo el mundo hispanoparlante, Parra despotricaba contra «la poesía del pequeño dios./ La poesía de vaca sagrada». Algunos han interpretado que los dardos afilados están dirigidos al «trío intocable» compuesto por Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo De Rokha.
«Me parece que el trabajo de un poeta no consiste en hacer empanadas –repetir una empanada igual a la otra–, sino que siempre tiene que estar buscando algo nuevo. El poeta para mí no es un artesano. En esto disiento profundamente del punto de vista de algunos críticos e incluso de algunos filósofos, que han pretendido reducir el trabajo del escritor a una labor de artesanía», subraya Parra, admirador de Shakespeare, a quien ha leído y traducido durante años. «Según los doctores de la ley, este libro no debiera publicarse –se lee en Poemas y antipoemas–:/ La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,/ Menos aún la palabra dolor (...)/ Sillas y mesas sí que figuran a granel,/ ¡Ataúdes! ¡Utiles de escritorio! / Lo que me llena de orgullo/ Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.» Su poesía es un contradiscurso lírico de entonaciones más bien urbanas, donde no habla el nerudiano yo heroico, sino el sujeto moderno, irónico y sarcástico, cuyo monólogo fragmentario tiene la desnudez confesional de una sátira de los usos del habla formalizada. Nadie como él ha sabido utilizar el slogan publicitario y político, la inscripción mural, el aviso luminoso, la sentencia fulminante, el proverbio, el axioma científico, la invectiva de sus «artefactos» visuales y poéticos. En «USA», por ejemplo, dice: «Donde la libertad/ es una estatua». Hay muchos más: «La palabrita pueblo/ ya me pone la carne de gallina». «Cultivar un jardín/ es ponerse la soga al pescuezo/ recomiendo vivir en pedregales». «La derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas». «Bien, y ahora quién nos liberará de nuestros liberadores». Su necesidad de desimpostar la voz, de rasguñar el tono del habla, atraviesa las páginas de La cueca larga, Canciones rusas, Artefactos, Sermones y prédicas del Cristo del Elqui y Hojas de Parra. «Durante medio siglo/ la poesía fue/ el paraíso del tonto solemne./ Hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa. /Suban, si les parece. /Claro que yo no respondo si bajan /echando sangre por boca y narices», se lee en unos versos incluidos en Versos de salón (1962).
«Neruda fue siempre un problema para mí; un desafío, un obstáculo que se ponía en el camino –le dijo Parra a Mario Benedetti, quien lo entrevistó para la revista Marcha en 1969, año en que el poeta chileno obtuvo el Premio Nacional de Literatura–. Entonces había que pensar las cosas en términos de este monstruo. Más tarde la cosa ha cambiado; hay muchos monstruos. Por una parte hay que eludirlos a todos, y por otra, incorporarlos. Si ésta es una poesía anti-Neruda, también es una poesía anti-Vallejo, una poesía anti-Mistral, una poesía anti-todo, pero también resuenan en ella todos estos ecos.» El poeta chileno ganó el Premio Reina Sofía en 2001 y el Cervantes en 2011, pero el Nobel nunca llegó. Algunos pronostican que nunca llegará. En la década del ‘70 se granjeó la antipatía de la izquierda chilena cuando tomó el té con la esposa del entonces presidente norteamericano Richard Nixon. «Yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo con todo», escribió en uno de sus «artefactos». Hay especulaciones y teorías conspirativas para todos los gustos. Una sostiene que la responsable de clausurar el camino al Nobel de Literatura fue la sueca Sun Axelsson, una amante «despechada» que tuvo Parra, a quien le habría ocultado que estaba casado.
«Parra ha conseguido sobrevivir –agregó Bolaño–. No es gran cosa, pero algo es. No han podido con él ni la izquierda chilena de convicciones profundamente derechistas ni la derecha chilena neonazi y ahora desmemoriada. No han podido con él la izquierda latinoamericana neoestalinista ni la derecha latinoamericana ahora globalizada y hasta hace poco cómplice silenciosa de la represión y el genocidio. No han podido con él ni los mediocres profesores latinoamericanos que pululan por los campus de las universidades norteamericanas ni los zombis que pasean por la aldea de Santiago. Ni siquiera los seguidores de Parra han podido con Parra. Es más, yo diría, llevado seguramente por el entusiasmo, que no sólo Parra, sino también sus hermanos, con Violeta a la cabeza, y sus rabelaisianos padres, han llevado a la práctica una de las máximas ambiciones de la poesía de todos los tiempos: joderle la paciencia al público.»
El propio Nicanor redactó un «Epitafio» posible: «Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y de aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y bestia!».
REGRESAR A LA REVISTA