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Fotograma de la película 45 years de Andrew Haigh. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- Todo festival tiene derecho a su película incuestionable. El año pasado por estas fechas Berlín presentó Boyhood, de Richard Linklater, y 12 meses después el mundo, ya sí se puede decir, es mejor. Seguro que lo han notado. Las buenas películas poseen ese poder: ensanchan el pecho, liberan las cuerdas vocales y amplían los temas de conversación. Las malas también. Pero de otra manera. En este caso se trata de 45 years, de Andrew Haigh. En 2011 el director británico sorprendió a la grey conspicua con Weekend. Se trataba de la más simple de las propuestas. Dos jóvenes, uno frente a otro, empiezan a amarse. No hay más. Reporta desde Berlin para El Mundo Luis Martínez.
Pues bien, como si se tratara de un extraño reflejo lanzado a través del tiempo, ahora se trata de quién sabe si la misma pareja a esa edad incómoda (como todas) en la que el silencio deja de ser un recurso digamos dramático para convertirse en una necesidad existencial. Kate (Charlotte Rampling en el mejor papel de su vida) y Geoff (Tom Courtenay) son viejos. Llevan juntos exactamente el tiempo que dice el título. Durante lo que dure la película asistirán al más brutal y desolado de los descubrimientos. Descubrirán, no se asusten, quiénes son y por qué están juntos. Y, créanme, duele.
Ellos viven como lo que son, dos personas adultas. Y jubiladas. Bromean, pasean al perro, piensan como llenar los días transparentes y largos y, de vez en cuando, hacen el amor. Sí, son, si es que eso existe, normales. Olvídense de esa normalidad tan acartonada, tan estereotipada y tan falsa a la vez con la que habitualmente se castiga a la vejez. Son viejos, no estúpidos. También leen a Kierkegaard, interpretan a Bach en el piano y abominan de las manías de sus amigos. ¿Qué le vamos a hacer?
Se disponen a celebrar los 45 años juntos. Y así hasta que un día él recibe la noticia de que el cadáver de una antigua amiga (mucho las dos cosas) ha aparecido entre los hielos de un glaciar suizo. Murió en un accidente de montaña tiempo atrás. Hace exactamente 50 años. Echen cuentas. Justo en ese momento, las cicatrices de un secreto antiguo se descubren, de repente, herida.
Basada en el cuento corto de David Constantine In another country, la película se limita, sin aspavientos, con claridad, a describir y medir el tamaño exacto de un desastre eterno. La cámara, siempre a la altura de los ojos, sigue de forma pautada cada respiración, cada caricia, cada amenaza. Decía Haneke, y lo afirmaba con Ingmar Bergman como referencia, que lo que distingue a una obra maestra es que es capaz de explicar «el argumento más complicado desde la más absoluta simplicidad».
Y así es. Haigh se las ingenia con una honestidad casi inmisericorde para componer un drama sin drama; un drama en que cada plano es filmado de una forma tan sincera y con tanto detalle que permite ir más allá de la superficie para, con toda la sencillez del mundo, alcanzar lo más hondo. También decía Haneke, ya que estamos, que «el miedo es un motor cultural. Si fuéramos felices no necesitaríamos del arte. Simplemente, caminaríamos en el paraíso. Sin miedo, no podríamos hacer películas».
Y en efecto, 45 years respira el mismo miedo que, por ejemplo, Boyhood. El tiempo, en los dos casos, es el argumento, pero no de la película, sino, y aquí conviene ponerse grave, de la misma vida. En definitiva, la vida, como cualquier película buena, no trata de nada más que del tiempo que la atraviesa camino de lo peor. El miedo. Se respira mejor con películas así.
A su lado, la sección oficial ofreció dos películas más tan distintas entre sí como, si somos sinceros, opuestas. La esperada, es decir, la destinada a acaparar todos los focos, resultó un sonoro fracaso. Y la otra, sin llegar al tamaño de 45 years, lo contrario.
Nicole Kidman compareció en la Berlinale de la mano de Werner Herzog y con Robert Pattison y James Franco a modo de escoltas. Queen of the desert es, por orden, a) la historia de la aventurera decimonónica Gertrude Bell, b) una nueva epopeya humana del director que más ha hecho por las epopeyas humanas (Pensemos en Aguirre, la cólera de dios), y c) la primera vez que el citado cineasta convierte a un mujer en el objeto y desvelo de sus esfuerzos. También se podría añadir que es su película menos lograda en décadas. Pero tampoco conviene llevar la épica al extremo.
Poco o nada funciona en un biopic, eso es, tan obligadamente rutinario como pertinaz. El director, para sorpresa de la concurrencia, se limita a seguir el paso heroico de la mujer occidental que mejor conoció el desierto desde el otro«queen of the desert», T.E. Lawrence. Si la frase resulta equívoca, no me culpen. Todo en Queen of the desert lo es. Plana, emotivamente muerta, ridícula por momentos... Raro, muy raro todo.
Por último, Jafar Panahi. Nos referimos al director encarcelado en Irán (no en una cárcel de Irán, sino en el país convertido todo él en prisión) y castigado al silencio por las autoridades que ha hecho del cine oficio de resistencia. Si Esto no es una película discurría entre su propia casa y el ascensor y Closed curtain lo hacía en la residencia (siempre propia) de playa, ésta transcurre enteramente en un taxi. Taxi se titula y justo es que así sea.
Con una cámara empotrada junto al volante y con el propio director en labores de taxista, Panahi compone una extraña ficción con aire de documental a medio camino entre la comedia, la tragedia y lo que viene después. Se trata de convertir al propio cine en materia cinematográfica, en herramienta de liberación, en el único motivo para resistir y, llegado el caso, para vivir. Hemos llegado.
Si el día empezaba con un rotundo y perfecto ejercicio de cine, justo es que acabara con un no menos irrefutable ejemplo de vida. O al revés. Hoy somos mejores.
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