El joven Borges. (Foto: elterritorio.com.ar)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de enero de 2020. (RanchoNEWS).- En «El otro», un Borges viejo se encuentra con un Borges joven a la orilla del río Charles de Cambridge (según el Borges viejo; para el joven, el encuentro tiene lugar en el Ródano, en Ginebra). En el célebre relato, reconocemos al Borges viejo, quien le profetiza al joven que escribirá «poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica». El joven, por su parte, habla con desparpajo de sí mismo y lanza afirmaciones que a un lector borgeano le podrían parecer insólitas, hasta burlonas; por ejemplo, se jacta de estar escribiendo un poemario titulado Los ritmos rojos o Los himnos rojos, en el que «cantaría la fraternidad de todos los hombres». No obstante, por improbable que pueda parecer, este joven que se pasea por Ginebra con Los demonios de Dostoievski bajo el brazo y que busca metáforas nuevas existió.
Ese joven memorizaba poemas de Rimbaud y de Rilke, presumía su condición de gran nadador, se incorporó a las vanguardias con el afán de renovar la literatura y admiraba la Revolución Rusa, a la que dedicaría el libro de poemas de corte expresionista que estaba escribiendo. Poco sabemos de él, y lo que sabemos nos desconcierta porque contradice al Borges que conocemos, el del arrabal porteño y el laberinto inglés, pero de alguna forma primigenia y desconcertante es un hecho que también lo prefigura: antes y a pesar de no ser él mismo todavía.
El texto de Federico Guzmán Rubio lo publica el suplemento El Cultural de La Razón
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