Autorretrato, Nueva York, 1954. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de junio de 2016. (RanchoNEWS).- «Soy una espía», dice Vivian Maier en una de las grabaciones que hizo. No lo fue. O no hay constancia de ello al menos. Quién sabe. También dijo que era francesa pero un lingüista lo desmiente y señala que su acento francés era impostado, falso. En realidad su ficha de nacimiento consta en el archivo de Nueva York aunque sí es cierto que pasó temporadas en Francia. Pero, ¿por qué mentiría? John Maloof, su descubridor, sigue sus investigaciones y sigue revelando todo el archivo que legó la reportera de calle secreta, la niñera de profesión y fotógrafa por vocación de quien se inauguran dos exposiciones simultáneas en la Fundación Canal de Madrid y en Foto Colectania de Barcelona. Saioa Camarzana reporta para El Cultural.
La historia ya la conocemos. Fue una niñera que en su tiempo libre se dedicaba a fotografiar las calles de Nueva York y Chicago de los años 50. Pero ya en Francia a finales de los 40 su Rolleiflex retrató la vida de su entorno, dio con su estilo y lo atinó y perfeccionó durante los siguientes años. «Tenía una cultura visual de primer grado. Era culta, se informaba, compraba la prensa, iba a ver exposiciones y una vez por semana al cine», explica Anne Morin, comisaria de ambas muestras y una de las productoras del legado de la misteriosa mujer.
Armenian woman fighting on East 86th Street, septiembre de 1956. Nueva York. A la derecha, Biblioteca Pública de Nueva York, Nueva York, c. 1952
Su técnica era profesional, sin artificio, de encuadres frontales. Pero si hay algo que caracteriza a Maier es una cercanía que «va más allá de la distancia de cortesía», apunta Morin. Parece que conociera a sus retratados pero en realidad era una persona introvertida, solitaria, peculiar. No tenía amigos, ni familia, ni pareja y tan solo se relacionaba con los niños que cuidaba y sus familias. Tal vez, escogió ser nanny para tener tiempo libre para pasear y curiosear en el mundo. "Me da la sensación de que su relación con los niños, que tienen una gran capacidad de invención, le permitió afinar esta mirada sobre el mundo", opina Morin. Además, «Maier no solo fue un genio autodidacta sino que solo tomaba una única foto por imagen. Y como se sabe solo reveló un porcentaje mínimo de los 120.000 negativos que se han encontrado», amplía Efraín Bernal, director de Bernal Espacio donde acogió Portrait (self) portrait: Vivian Maier.
Pero, ¿dónde almacenaba semejante cantidad de carretes? En el documental que dirige Maloof la definen como una 'acumuladora' y es que la habitación guardaba cientos de periódicos, postales, sobres, facturas sin abrir, joyas, sombreros, zapatos, camisas... muchas de ellas de hombre. Pero también «libros de Diane Arbus, Lissete Model, Robert Frank y lo increíble es que sus fotografías hoy en día son igual de apreciadas que las de estos grandes fotógrafos americanos del siglo XX», anota Bernal. Su ropa distaba de su tiempo, sí, vestía como si viviera años antes pero es en la calle donde derrochaba talento y lo hacía en los «barrios pobres porque los ricos viven en sus apartamentos y en las zonas de negocios la gente va muy deprisa», señala Morin.
San Francisco, 1955
Maier vivía, y así se lo hacía saber a sí misma, en cuanto a sus imágenes. Si bien es cierto que su estilo evolucionaba desde su determinismo de perfeccionamiento, ella «existía a través de la fotografía porque era lo que le permitía tener una identidad», destaca la comisaria. Y la imaginería su manera de relacionarse con los demás. Ya lo citó ella misma en otra de sus múltiples grabaciones: «hice tantos autorretratos con tanta insistencia para saber quién soy y buscar mi lugar en el mundo». Pero no era egocentrismo ya que no siempre lo hacía de manera frontal, ni de manera clara. En ocasiones tan solo aparecía una sombra, una silueta, un reflejo. Pero Morin va más allá y afirma que «los rostros aparecen constantemente para demostrarse a sí misma que existía como Vivan Maier y no solo como niñera». Porque no hay que olvidar que en la sociedad de entonces estaba condenada a la invisibilidad tanto por su trabajo como por su condición social.
Todo esto es lo que se podrá ver en las salas de la Fundación Canal de Madrid, la gran retrospectiva con la que Anne Morin lleva de viaje desde hace tres años y que seguirá su rodaje por otros países. Dividida en secciones, la muestra cuenta con imágenes de su pasión; los niños y en torno a su tema principal; la vida callejera, se encuentran los retratos, los autorretratos y las imágenes en color. En esta materia se adelantó a William Eggelston, el pionero del uso del color en la práctica. En cambio, la muestra de Barcelona cuenta con, por primera vez en España, 26 imágenes que han sido impresas recientemente. Efraín Bernal no es ajeno a todo lo que conlleva organizar una muestra de Maier ya que fue él mismo quien escogió el material para su muestra.
Sin título, 1950. A la derecha, Autorretrato, sin fecha
Bernal conoció la historia de la misteriosa mujer en Miami Art Basel y sus retratos lo «dejaron en shock sin saber nada previamente de su cinematográfica vida». Para él «lo más difícil fue elegir las fotos porque todos los retratos y autorretratos son de una calidad excepcional». Y no solo fotografías, también grababa en Super 8, filmaba por las calles hasta dar con el momento que quería capturar y, a través de las cintas se informa de «cómo desplazaba su mirada en una escena», dice Morin. Cuando veía ante sí la foto dejaba de grabar, cambiaba de cámara y retrataba. Y mostraba lo que no era digno de ser visto, «cómo era la vida en Nueva York en aquellos barrios, la gente que era de su misma condición», señala Morin. Y lo hace de una manera tan cercana que parece tener una relación con ellos. «Hay una proyección de ellos en ella y viceversa tan fuerte que se puede decir que son también autorretratos».
Vivian Maier se llevó consigo su secreto, su legado, su testamento del camino recorrido. Sus fotografías de la América de los años 50, reveladas con mucho cuidado y mimo con un proceso especial, se imprimen en tiradas de 15 con un valor que oscila entre los 4.000 y 5.000 euros. Pero ella murió en la inmundicia. Tras su descubrimiento Maloof y Morin intentan devolverle su identidad y elevarla al olimpo de los fotógrafos. Y aunque no sabemos qué pensaría ella de todo esto, probablemente estaría ruborizada. Pero conocía su valía. Pionera del selfie, aunque no llegó gran parte de sus fotografías, se puede decir que se buscaba a sí misma no solo en los reflejos y en las sombras sino en las caras de los demás. Como esa madre que se deposita a sí misma en los rostros de sus hijos.
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