El cineasta. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de marzo de 2014. (RanchoNEWS).- El 7 de marzo de 1999 fallecía en Harpenden (Gran Bretaña) el cineasta al que muchos consideraron como el último gran demiurgo del séptimo arte: Stanley Kubrick (Nueva York, Estados Unidos, 1928), tan frío y penetrante como Hal 9000, tan metódico como el Sterling Hayden de Atraco perfecto, tan obsesivo como Jack Torrance buscando el centro del laberinto del hotel Overlook. Cuentan las leyendas que llevaba un control diario casi patológico de la recaudación generada por sus películas alrededor del mundo y que envidiaba de alguien como Steven Spielberg —con quien quiso colaborar en el proyecto de A.I. Inteligencia Artificial— su capacidad de conectar con el gran público. Una nota de Jordi Costa para El País:
No hay película suya que no haya crecido en peso e influencia con el paso del tiempo. Nunca recibió el Oscar al mejor director, pero su filmografía alberga no pocas obras maestras, títulos que marcarían un antes y un después en la historia de sus respectivos géneros y abrirían puertas inéditas en el lenguaje del medio. Maestro del plano simétrico, arquitecto visual capaz de integrar los últimos hallazgos técnicos, Stanley Kubrick —que empezó su carrera como fotógrafo en la revista Look antes de tantear al cine con sus cortos The Flying Padre y Day of Fight (ambos de 1951)— fue, ante todo, un creador tocado por el genio con una compleja e incisiva mirada sobre lo humano. Y, en puntuales ocasiones, también sobre lo divino (o lo inefable).
En la imagen, la actriz Virginia Leith interpreta a la mujer capturada por los soldados liderados por Paul Mazursky.Fear and desire (1953)
«Hay una guerra en este bosque. No es una guerra que se haya librado, ni una que vaya a tener lugar en el futuro, sino cualquier guerra». Con esta voz en 'off', cuyo tono parecía adelantar al que usaría Rod Serling en la serie Más allá de los límites de la realidad, se abría la ópera prima que Stanley Kubrick se empeñó en retirar de circulación para que ninguno de sus incondicionales pudiera ver sus titubeos de principiante. En 2010, el hallazgo de una copia nueva en un laboratorio de Puerto Rico hizo posible la restauración y difusión de esta abstracción anti-bélica que, junto a su palpable pretenciosidad, incluía tempranos rastros del talento visual del cineasta y de su inclemente visión del mundo. El futuro director Paul Mazursky encarnaba a la figura más crispada de este pelotón caído en territorio enemigo.
En la imagen Davey, el boxeador acabado (interpretado por Jamie Smith) contempla a su vecina Gloria (Irene Kane).El beso del asesino (1955)
Un boxeador, una mujer fatal y un jefe oscuro conforman el triángulo básico de este 'film noir' reducido a su esencia, que Kubrick dirigió, fotografió, montó, coescribió y coprodujo con los 40.000 dólares que le prestó su tío farmacéutico —que ya había ejercido de mecenas en su debut—. La United Artists impuso un final feliz que no le hizo ningún favor a esta enérgica miniatura en la que Guillermo Cabrera Infante supo ver la promesa de «una imperfecta brecha 'amateur' en el sólido y demasiado perfecto edificio de Hollywood». En 1983, el director Matthew Chapman estrenó El beso de un extraño, película que convertía el rodaje del segundo largo de Kubrick en materia de ficción.
En la imagen, Sterling Hayden con una máscara de payaso en mitad del golpe. Atraco perfecto (1956)
En ocasiones, las libertades de traducción que se toman los títulos españoles dan en el blanco: el bautismo local de Atraco perfecto asoció por primera vez el concepto de perfección a la figura de Kubrick. Una perfección que el cineasta no cejaría en buscar a partir de ese momento y que aquí cristalizó en un ejercicio de alta precisión, adaptando sabiamente los juegos con el espacio y el tiempo de la novela original de Lionel White en que se basaba. Una estrategia cerebral e impecable se fractura en deriva caótica en un trabajo brillante de principio a fin, que contó con la participación de Jim Thompson en los diálogos.
En la imagen, Kirk Douglas interpreta al Coronel Dax. Senderos de gloria (1957)
Los virtuosos planos secuencia en el interior de las trincheras del ejército francés en plena Primera Guerra Mundial no inclinaron la balanza de esta película por el lado del formalismo vacío. Por el contrario, el alegato anti-militarista de Kubrick, alrededor del consejo de guerra aplicado a tres soldados acusados de cobardía, se convirtió en un trabajo provocador y manifiestamente incómodo que no logró estrenarse en Francia hasta 1975 y en España hasta 1986. La airada reacción del actor Adolphe Menjou cuando Kubrick le pidió una toma más tras diecisiete repeticiones fue el temprano manifiesto de que la minuciosidad del cineasta se iba a granjear muchas antipatías.
En la imagen, Espartaco (Kirk Douglas) se enfrenta a otro gladiador. Espartaco (1960)
Una súper-producción podía convertirse en un manifiesto político contra toda forma de opresión, como se empeñó en demostrar Kirk Douglas, verdadero motor del proyecto, en esta película que se atrevió a plantarle cara al 'mccarthysmo' confiándole el guión al represaliado Dalton Trumbo y acreditando públicamente su autoría. Fue el proyecto de mayor envergadura que había afrontado hasta la fecha un treintañero Kubrick, que entró, con el rodaje ya en marcha, sustituyendo a Anthony Mann. También fue la película en la que tuvo un menor control creativo. En 1991, una copia restaurada restituyó al conjunto la escena donde Laurence Olivier y Tony Curtis les daban un doble sentido a las ostras y a los caracoles.
En la imagen la Lolita de Sue Lyon. Lolita (1962)
La escena en la que James Mason, en la piel de Humbert Humbert, recibe las condolencias por la muerte de su esposa, mientras está sumergido en la bañera con un vaso de whisky flotando en la superficie, da la medida del control del tono logrado por Kubrick en esta adaptación del clásico de Nabokov que, sobre el papel, se antojaría un proyecto totalmente suicida. El director tomó una decisión de alto riesgo al confiarle el papel dramático del esquivo Clare Quilty a un cómico como Peter Sellers, pero el resultado demostró que Kubrick sabía perfectamente a qué cartas estaba jugando. Las gafas en forma de corazón que lucía Sue Lyon se erigieron en icono de esta historia sobre la seducción de la Vieja Europa por la América de la piruleta y la Coca-Cola.
En la imagen, la Sala de Guerra, donde se decide el destino de la humanidad. ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (1964)
¿La voz de Vera Lynn poniendo dulce fondo musical a una coreografía de hongos atómicos? ¿Un 'cowboy' cabalgando sobre la bomba que provocará el Armagedón? ¿Peter Sellers interpretando tres papeles a la vez y cobrando como si fuese seis actores en uno? El semblante serio y grave de Kubrick escondía a un maestro de la sátira política como demostró esta comedia apocalíptica que logró esquivar todo peligro de quedarse en triunfo coyuntural para proyectar una luz sobre el futuro que, para nuestra desgracia, sigue en plena vigencia. La presencia en el guión del gran Terry Southern introdujo varias dosis de lisérgico espíritu contracultural a un conjunto que jugaba al delirio con cara de burócrata.
En la imagen, el actor Keir Dullea. 2001: Una odisea del espacio (1968)
En la imagen, el actor Keir Dullea. 2001: Una odisea del espacio (1968)
Entre el hueso prehistórico lanzado al aire en plena furia homínida y la sofisticada nave espacial que desciende en el firmamento a los sones de El Danubio Azul no ocurre, en el fondo, nada relevante: ¿unos cuantos millones de años?, ¿la historia entera de la humanidad? La elipsis más radical de todos los tiempos llevaba, pues, incorporada toda una visión del mundo: nada cambia entre la guerra primitiva y esa humanidad aséptica que inspirará planes de exterminio en sus propias creaciones cibernéticas. Con el respaldo de un coloso del género como Arthur C. Clarke y efectos especiales del visionario Douglas Trumbull, Kubrick propulsó la ciencia-ficción cinematográfica a su edad adulta con esta obra épica de alto calado filosófico y un enigmático monolito en su centro.
En la imagen, el Álex de Malcolm McDowell. La naranja mecánica (1971)
La ultraviolencia de unas tribus urbanas de moralidad mutante se enfrenta al metódico sadismo institucional en esta deslumbrante adaptación de la novela de Anthony Burgess que le daba un giro pop —y, en ocasiones, declaradamente blasfemo— a las estrategias de montaje de Sergei Eisenstein. Ni la música de Beethoven, ni la canción que dio título a Cantando bajo la lluvia pueden sonar igual después de esta película que el propio Kubrick decidió retirar de la distribución en Gran Bretaña durante 27 años, tras la polémica generada por varias agresiones supuestamente inspiradas por las actividades de Álex y sus Drugos. La banda sonora la compuso Walter Carlos, virtuoso de la electrónica que se hallaba en pleno proceso de reasignación de género.
En la imagen, una de las secuencias iluminadas únicamente con la luz de las velas. Barry Lyndon (1975)
Adaptación de la novela picaresca de William Thackeray, Barry Lyndon fue recibida en su momento por buena parte de la crítica como un ejercicio de preciosismo estético vacío de todo espesor humano. El paso del tiempo ha acabado poniendo en sitio a la que hoy muchos consideran como uno de los logros mayores del cineasta. El director de fotografía John Alcott iluminó algunos interiores con la luz de las velas, intentando acercarse a la textura de los trabajos pictóricos de William Hogarth que Kubrick le había sugerido como referencia. La ascensión (desde el fago irlandés) y caída (en la cúspide social) del buscavidas Redmond Barry (Ryan O’Neal) encajó a la perfección con las maneras de un cineasta que siempre miró la realidad con un escéptico arqueo de ceja, sin piedad, ni sentimentalismos.
En la imagen, Danny Torrance (Danny Lloyd) en su paseo con el triciclo por el hotel. El resplandor (1980)
Armado con su flamante Steadicam, Kubrick recorrió los pasillos del hotel Overlook como un niño con un juguete nuevo… como el propio Danny Torrance montado en su triciclo al encuentro de gemelas fantasmales y otras presencias inquietantes. La novela de Stephen King inspiró al director para darle la vuelta por completo a las claves góticas del género de terror: frente a los caserones sombríos, aquí el Mal acechaba a plena luz en un enclave aislado por una nieve cegadora. En el documental Room 237 de Rodney Ascher se compilan todas las interpretaciones generadas por el filme —algunas de ellas sumamente delirantes—, demostrando que, en ocasiones, la tendencia a la sobre-interpretación del crítico de cine medio no es menos incontrolable que la locura de Jack Torrance en pleno bloqueo creativo.
En la imagen, Lee Ermey como el sargento de artillería Hartman entrenando a sus reclutas. La chaqueta metálica (1987)
Partiendo de la novela The Short-Timers de Gustav Hasford y contando con la colaboración en el guion del ex-corresponsal de guerra Michael Herr, Kubrick realizó su película sobre Vietnam muchos años después de que Francis Ford Coppola, Michael Cimino y Hal Ashby afrontaran el tema. Por supuesto, no se trataba de llegar antes: aquí, Vietnam era un mero pretexto para que Kubrick siguiese profundizando en el tema de la guerra como hilo conductor de la Historia y factor recurrente de su filmografía. El primer tramo de la película, que documenta el proceso de lavado de cerebro de los soldados y sus efectos sobre el frágil recluta patoso (Vincent D’Onofrio), se cuenta entre lo más estremecedor que ha podido mostrar el cine bélico… lejos del frente.
En la imagen, Bill Harford (Tom Cruise) en mitad del rito de Somerton. Eyes wide shut (1999)
El Relato soñado de Arthur Schnitzler se transforma en un vals perverso sobre la psique masculina asediada por los celos en una película que revela nuevas complejidades tras cada revisión. La escena de la orgía organizada por una sociedad secreta fue el plato fuerte de un trabajo por lo general incomprendido en el momento del estreno, pero que supo extraer de las tensiones entre el matrimonio formado por Tom Cruise y Nicole Kidman una energía dramática oscura, dolorosa y verdadera. Eyes Wide Shut fue un testamento a la altura de la leyenda 'kubrickiana', que tuvo su particular coda en el libro donde el guionista Frederick Raphael detallaba su experiencia de trabajar al lado del obsesivo demiurgo.
REGRESAR A LA REVISTA