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La presidenta chilena Michelle Bachelet, en la inauguración del Museo Violeta Parra. (Foto: Pamela San Martín)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de octubre de 2015. (RanchoNEWS).- En 1965, en Ginebra (Suiza), cuando acababa de exponer en el Louvre, le preguntaron a la chilena Violeta Parra (San Fabián de Alico, 1917; Santiago, 1967) cuál era su medio de expresión favorito: la música, la poesía, el bordado de tapices o la pintura. La portavoz de la cultura popular y orgullosa defensora de lo indígena respondió: «Elegiría quedarme con la gente. Son ellos quienes me impulsan a hacer todas estas cosas». Cincuenta años después de aquella famosa entrevista, la frase fue recordada en varios de los discursos del pasado domingo en la inauguración del Museo Violeta Parra, el primero que Chile dedica exclusivamente a rescatar el diverso legado de una de las artistas más auténticas y creativas del país. Rocío Montes reporta desde Santiago de Chile para El País.
«Quizás ahí reside el misterio de Violeta Parra, en su profunda e inquebrantable vinculación con Chile y los chilenos. Un lazo humano que la proyecta, por cierto, más allá de nuestras fronteras y que la convierte también en patrimonio universal», señaló la presidenta Michelle Bachelet, que recordó que Chile se prepara para conmemorar su centenario en 2017. «Violeta Parra está viva y sigue cuestionando nuestras certezas, remeciendo las ideas fijas sobre nuestra identidad y llamándonos a repensar Chile», indicó la mandataria, que desde su primer Gobierno (2006-2010) fue la principal impulsora de la creación del museo dedicado a la autora de himnos como Gracias a la vida.
A pocos metros de uno de los centros neurálgicos de Santiago de Chile, la Plaza Italia, el Museo Violeta Parra promete convertirse en un paso obligado para turistas y para los propios chilenos, quienes por primera vez tienen la posibilidad de ver el conjunto de su obra en un solo lugar.
Legado musical
El pasado martes, cuando el museo abrió sus puertas al público, decenas de personas y escuelas públicas esperaban para ingresar al moderno edificio de 1.350 metros cuadrados, distribuidos en dos plantas, construido para cobijar este homenaje.
Dos salas de exhibición, un espacio dedicado a los niños, una cabina de proyección audiovisual, una cafetería, una tienda y un auditorio que fue estrenado por Isabel Parra, una de las hijas de Violeta. Cantautora como la madre y defensora de su legado por medio de una fundación, inauguró el salón con el esquinazo (género folk chileno) Vengo toda avergonzada, junto al italiano Roberto Trenca. Como tantas otras, fue una de las canciones recopiladas por Violeta en los años en que se sumergió en el campo chileno para rescatar un legado musical que a mediados del siglo XX amenazaba con desaparecer.
«La inauguración de este proyecto, que tardó décadas y tuvo muchas dificultades, es importante para la familia chilena», señala su hija sobre el museo. «Violeta vivió en un período en que la condición femenina era más difícil de instalar en la vida de los países que ahora». Su hermano Ángel, también folklorista, que vive en París, había apuntado a la desigualdad de género en su discurso del día de la inauguración. «En una sociedad machista como la nuestra, de derecha y de izquierda, mujeres como Gabriela Mistral, Violeta Parra, Gladys Marín y usted han tenido que batallar duro para sacarse de encima las telarañas ancestrales que intentan asfixiarlas», señaló Ángel, dirigiéndose a la presidenta Bachelet.
Al museo se accede por una escalera con los versos de Defensa de Violeta Parra, escritos por su hermano mayor, Nicanor, de 101 años y Premio Cervantes 2011. La música de la cantautora se escucha a lo largo de toda la visita y algunos de sus temas más conocidos se pueden apreciar si se acerca el oído a uno de los troncos del bosque sonoro, una instalación especialmente atractiva para los niños.
El espacio está fundamentalmente dedicado a la obra plástica de Parra, quizás su faceta menos conocida en Chile. El director del museo, Leonardo Mellado, explica que «se exhiben en torno a las 30 piezas y objetos relacionados con la artista, como arpilleras, óleos, papel maché, el arpa y guitarrón que usaba Violeta y distintos documentos». Antes de llegar a exhibirse, tanto la familia como la Fundación Violeta Parra tuvieron que emprender un complejo y largo camino para recopilar una obra desperdigada por el mundo.
Su propio hijo, Ángel, dio una sorpresa el día de la inauguración: anunció que una pareja de amigos franceses de su madre donó un óleo llamado La justicia del mundo que Violeta les había regalado para su boda en mayo de 1964, tres años antes de quitarse la vida.
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