C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de mayo de 2019. (RanchoNEWS).- El discurso inflamado es tan parte de nuestra cultura que difícilmente lo veríamos como un elemento destacable o merecedor de un análisis aparte. Lo podemos imaginar o ubicar a través de la lectura en tiempos remotos. Ahí está Moisés con las tablas de la ley ante los hebreos recién liberados de Israel; Jesús de Nazaret promulgando las bienaventuranzas ante los hebreos sojuzgados por Roma; William Wallace a punto de entrar en combate y vencer a las tropas de Eduardo Piernaslargas; Napoleón ante las pirámides; Hitler o Mussolini en incontables plazas públicas; Churchill ante los micrófonos de la BBC afirmando que enfrentarán a los alemanes en aldeas, calles y playas, y que el Reino vivirá su mejor hora; Martin Luther King contando su sueño en la capital de otro imperio.
La arenga es tan parte de la naturaleza humana, tan esperada en cierto momento como convocatoria de voluntades y entusiasmos o de iras y violencias, que la capacidad de hablar en público es vista como un punto fuerte entre otras muchas características que pueden darle un empleo estable y bien remunerado a una persona. Pero, ¿por qué pararse ante una multitud e incitarla a la acción? ¿Qué mueve a quien pronuncia la arenga? ¿Por qué, quien la escucha, debe sentirse convocado a pensar o incluso hacer algo?
El texto de Gerardo Cárdenas lo publica el suplemento El Cultural de La Razón
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