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martes, febrero 16, 2016

Cine / Alemania: Festival de Berlín: Europa y la muerte

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El escritor francés Bernard-Henri Levy en el festival de cine de Berlín. (Foto: Tobías Schwarz)

C iudad Juárez, Chihuahua. X de marzo de 2014. (RanchoNEWS).- Justo antes de empezar cada proyección oficial, el presentador, de esmoquin, hace una mención a los refugiados. «Tenemos la obligación de acogerles», afirma de manera casi rutinaria. Aplausos a ritmo. También protocolarios. El taxista que te traslada de la plaza Potsdamer, sede del festival, al hotel donde tienen lugar algunas de las entrevistas es serbio. Se presenta poco después de escuchar una discusión entre sus clientes no alemanes. «Nosotros también somos del Sur y hablamos muy alto», dice. El taxi enfila la calle Friedrich y al llegar a la estación en la que los alemanes de uno y otro lado se despedían no hace tanto (El palacio de la lágrimas lo llamaban) dobla camino de la imperial plaza Gendarmenmarkt hasta el Regent. Alguien está tentado de pensar que Europa debe de ser esto: un trayecto en taxi de media hora en el que caben siglos. Reporta Luis Martínez desde Berlín para El Mundo.

Quizá por ello, por Berlín, por los taxistas balcánicos y por lo que hay detrás de cada piedra de esta ciudad, la Berlinale dejó lo más interesante del día en una película que, en realidad, quiere ser un mapa, un mapa de Europa. Sobre la obra de teatro de Bernard-Henri Lévy Hotel Europa, el bosnio Danis Tanovic juega a las parábolas. Death in Sarajevo (Muerte en Sarajevo) es la historia de un grupo de gente encerrado no tanto en un hotel como en la pesadilla de sus propias vidas.

El 28 de junio de 2014, todos esperan la llegada de una importante delegación, todos dispuestos a celebrar (o lo contrario) el aniversario del asesinato del archiduque Francisco Fernando y su mujer a manos del joven revolucionario Gavrilo Princip. ¿Héroe o simple terrorista? Quizá Europa empezó aquí. En la azotea del edificio, una periodista dirige un programa televisivo sobre el asunto. Debajo, el director del establecimiento se las ve con la amenaza de una huelga inminente mientras el hombre más deseado ensaya a solas en su habitación el inevitable discurso (o algo así).

El director que hace apenas tres años ganaba aquí mismo el Premio del Jurado por Episodio en la vida de un chatarrero pretende de este modo convertir en metáfora cada milímetro del fotograma. No se trata tanto de una sátira, que también, como de un parte de bajas. Sólo quedan los muertos. Y lo hace convencido de cumplir casi con una obligación.  «Mi pueblo no tiene ni presente ni futuro, sólo vive pendiente del pasado», comenta sin ocultar su gesto de hastío. No es tanto denuncia como simple hartazgo. A su lado, Henri Lévy asiente solemne y con él su impecable cabellera.

La película se resuelve en el frenesí de unos personajes que se mueven como sonámbulos entre el desconcierto y la histeria. Todos buscan algo. No queda claro qué. Digamos que cuando la cinta se concentra en la acción de sus atribuladas víctimas (eso son) gana y se ofrece al espectador como el reflejo, no necesariamente evidente, del suelo que pisamos. Nos define, parece decir todo esto, la velocidad con la que nos dirigimos a ninguna parte. Las prisas del suicidio.

El problema es que Tanovic no parece convencido de la capacidad de la audiencia para sacar sus propias conclusiones y cae en la tentación de explicarlo todo. Y cuando decimos todo nos referimos a exactamente todo. El hombre importante recita ante la cámara que le espía sus dudas sobre una Europa construida sobre la indiferencia y el cálculo culpable ante el sufrimiento; la periodista da la voz a un grupo de historiadores que revisan puntualmente la historia del lugar desde principio de siglo, y un serbio convencido da puntual repaso a sus razones. El didactismo ahoga.

El resultado es, en consecuencia, una producción irregular que camina a tientas entre la duda, la lucidez y, lo peor, la obviedad. Todo verbalizado. Sea como sea, queda un chiste, como mínimo, para el recuerdo. Un gusano le pregunta a su padre si es verdad que hay gusanos que viven en manzanas y otros en la carne. Cuando el progenitor le da la razón, al pobre no le queda más que preguntarse por qué viven ellos en la mierda. «Hijo mío», responde solemne el patriarca, «la patria es la patria». Pues eso.

Por lo demás, la sección oficial volvió, y van dos días consecutivos, a pecar de irrelevante. Y por motivos quizá opuestos. De un lado, el antes actor Vincent Pérez presentaba en calidad de director Alone in Berlín, la película sobre el nazismo a la que toda Berlinale está obligada. Esta vez, se trataba de recuperar la historia de la pareja Anna y Otto Quangel que decidieron resistir ante Hitler de la más ingenua y suicida de las maneras. Tras la muerte de su hijo en el frente, se dedicaron a sembrar la ciudad de postales con mensajes contra el régimen. Del otro lado, decíamos, el chino Yang Chao ofrecía Crosscurrent, una historia hundida en las simas del río Yangtsé. Suena lírico y no. Es más cosa de la pomposidad.

El problema de la propuesta de Pérez es su vacía conformidad con la rutina. En ningún momento, la película valora la posibilidad de convertir el gesto iracundo, libre y extraordinariamente naíf de los protagonistas en poesía. Que, en definitiva, es lo que es. Hablamos de una poesía que no respeta más lógica que la de la dignidad. Hablamos de una poesía con el rigor y la gramática del pedernal. Poesía a la desesperada. Al revés, Emma Thompson, Brendan Gleeson y Daniel Brühl se dejan arrastrar por el gesto blando del más triste melodrama. Y eso, la verdad, provoca el llanto. Aunque por las razones opuestas a los buscadas.

El caso de la película china de la que todo festival con aspiración a ser citado no puede prescindir, es similar por radicalmente opuesto. Nos explicamos. Quiere Yang Chao transformar el río en la única imagen posible de la vida, de la muerte y de todo. El joven dueño de un barco se arroja a la empresa de liberar el alma de su padre mientras descifra un poemario perdido. Por el camino, una mujer aparece y desaparece mientras la pantalla se inflama de enigmas, fantasmas y versos. Pese a algunos momentos de una belleza dura y sincera, la película se pierde en un ejercicio de estilo tan fugazmente magnético como rigurosamente pomposo. También poesía, pero por desesperación,. El matiz importa.

De vuelta desde el hotel Regent, el taxista es alemán.  «Aquí mi acento es turco; en Turquía mi acento es alemán», dice. El mundo debe de ser esto.


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