Librería Regia. (Foto: Javier Brandoli)
C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de febrero de 2016. (RanchoNEWS).- Hace casi 90 años, cuando el adolescente Nicolás, el tío Nicolás, comenzó a comprar libros usados de Tepito, uno de los barrios más marginales de Ciudad de México, y su madre le preguntó una mañana qué pensaba hacer con tanto papel acumulado entre las estrechas paredes de su casa, no se imaginaba que, casi 100 años después, su familia acumularía millones de obras de segunda mano en cementerios vivos donde los manuscritos esperan durante décadas, derramados por el suelo o acumulados en enormes estanterías, que alguien les dé vida. La Calle Donceles, en pleno centro histórico, huele a polvo y papel. A final y principio. A milagro de tinta donde encontrar libros garabateados por García Márquez o crónicas del Siglo XVI. Un reportaje de Javier Brandoli para El Mundo.
Los López Casillas son una estirpe (una novela real y por escribir, encerrada entre sus millones de libros en venta), una parte esencial de esa maravilla mexicana bautizada con un bocado de literatura: Librerías de lo Viejo. Las hay en la capital, Guadalajara y Aguascalientes. Inmensos almacenes, guaridas o fondos de olvido donde el mundo se hace letra. Nada que sea o haya sido puede no estar en este universo de madera tratada. Hay estanterías tan grandes y repletas de libros que pareciera que en el mundo no hubiera espacio para más palabras. La suya, como bautizó Juan, uno de los 11 hermanos libreros de los López Casillas, comienza a ser la narración de un fin: La Última y Nos Vamos, La Muerte de los Libros, se llama su quinta y última librería abierta hace pocos años. Otros de sus protagonistas son más optimistas.
¿Cuándo muere un libro? «Cuando esta en una estantería y nadie los consulta. Pasa también con las librerías privadas que se usan para decoración. Aquí no son libros muertos, son libros a la espera de ser releídos. Cada vez que un libro se vuelve a leer, recupera su vida y no sólo eso, sino que una mancha de café, una nota o una fotografía que haya dentro invitan a una reflexión sobre el propietario anterior», explica Francisco López Casillas, otro de los hermanos libreros. Antes, sentado con una silla entre los estantes de uno de sus «almacenes» nos explica cómo comenzó todo, porque como toda buena historia, las librerías de lo viejo tienen su inicio, nudo y desenlace:
Librería El Tomo Suelto.
«Tras comenzar vendiendo en mercadillos, el tío Nicolás abrió dos librerías, La Estrella y el Hotel, en la calle Miguel Hidalgo. Una la atendía su hermana soltera Berta y su madre (mi madre y mi abuela). Mi mamá se va inmiscuyendo pero se casa y como mujer de su época no era permisible que trabajara en una tienda sin cuidar su casa. Por cosas fortuitas, mi tío Nicolás debe irse del DF y mi tío Miguel se hace cargo de sus librerías y, en 1947, invita a mi papá a que trabajé con él en las librerías de la familia», explica Francisco.
Saga y embrollo
Algunos problemas hacen que su padre dejé de trabajar con su familia política y monte sus propios negocios. Poco a poco va aprendiendo de este universo de papel viejo y, mientras su mujer se queda en casa con sus hijos, él va convirtiéndose en un experto comprador y vendedor de libros. «Mi padre nos llevaba todos los domingos a todos los hermanos varones (son 11 en total, contando niñas y niños) a montar el puesto de venta del mercado de la Lagunilla. Ahí aprendimos este oficio»
Entonces, la familia, ya convertida en una larga estirpe dividida en troncos comunicantes, desembarca en la calle Donceles, en pleno centro histórico de la capital mexicana. «En el año 68, mi tío Miguel, que cuidaba las librerías de mi tío Nicolás, le dice a mi mamá que quiere poner una librería en Donceles. Se une a otro hermano y ponen una de las primeras librerías. Curiosamente, mi tío Nicolás le dice a su hermano que le da el dinero para poner el local pero le pide que le dé a Berta, mi madre, la mitad del dinero para montar su propia librería también. Luego, a la semana de hacerse cargo, mi papá saca a mi mamá del negocio y le dice que debe estar atendiendo a sus hijos. Mi mamá se pasó toda la vida queriendo ser librera, era una ferviente lectora. Cuando mi papá puso su primera librería, él debía salir a ver a clientes y la librería la atendía su madre (mi abuela). Entonces cuando mi abuela paterna necesitaba algo se iba corriendo seis calles a preguntarle a mi mamá: 'Oye Berta, ¿qué hacemos con esta venta?' Y entonces mi mamá le decía: 'Doña Josefina, no deje al cliente esperando, si el cliente le dice ofrézcale'. Mi mamá le daba muchos consejos a mi abuela para que pudiera funcionar la librería».
De los 11 hijos (dos han ya fallecido) decía el patriarca que «ninguno quería ser librero». También su madre se esforzaba porque los chicos «estudiáramos y nos dedicáramos a otra cosa». Pero todos acaban metidos en el negocio de los libros usados. Comienzan a abrir librerías, en algunos casos asociándose entre ellos en diversos barrios y van acercándose a su objetivo: la calle Donceles. El devastador terremoto de 1985 derriba un almacén de su padre, Ubaldo, que decide regalar la inmensa colección allí guardada a su hijos para que monten sus negocios. «Entonces comprábamos todo y ya no teníamos espacio donde guardar los ejemplares. Cuando alquilamos por fin en Donceles decidimos bautizar el primer negocio en honor a mi papá como 'Ubaldo López e Hijos: el mercader de libros'. Mi padre decía que un mercader, a diferencia de un vendedor de libros, sabe lo que vende y conoce los libros que tiene a su disposición. Él no necesitaba sacar un libro de la estantería para saber el autor o edición de un ejemplar, tenía una memoria prodigiosa».
Librería La Última y Nos Vamos.
En los siguientes años los López Casillas abren ocho negocios de venta de libros usados en Donceles. «Teníamos una competencia con las casas de fotografía en la calle. Nos peleábamos por los locales. Eso hizo que subieran las rentas. Los predios sabían de antemano que los López Casillas o las casas fotográficas iban a por ellos».
El tiempo, sin embargo, fue derribando algunas alianzas familiares, eliminando a los socios y dejando solos a los hermanos. «Lo prioritario es el amor por el libro impreso. Somos hermanos, nos queremos mucho, pero somos muy respetuosos con nuestros negocios. Somos independientes. tenemos una competencia implícita, no explícita», explica Francisco. «No competimos porque no hay clientes ni por los que competir», dice después su hermano Juan con una sonrisa.
La familia, que ha movido una incalculable cantidad de libros por sus casi 100 años de amor al libro usado, fue diversificando el negocio: «Mi papa decía que los libros buenos era de Derecho e Historia de México. Mi hermano Ubaldo (el mayor) comenzó a buscar otro tipo de libros y mi hermano Juan implementó el detalle de que debíamos de aprender de toda clase de libros», recuerda Francisco.
La librería Regia, en Donceles, que se anuncia como la mayor de México es propiedad de Juan, que calcula que su oferta es de «más de 1.000.000 de ejemplares». Francisco dice que, una vez, un empleado suyo quiso calcular más o menos los libros de una de sus librerías de Donceles. «Calculamos 450.000 en exhibición y más de 1.800 cajas repletas de libros que tengo en una casa de la Colonia del Valle».
Entre ellos hay anécdotas como la de una serie de libros que Francisco compró con las iniciales GGM y que a falta de algunas averiguaciones parece que corresponden a la biblioteca privada de García Márquez. «Encontré todo un lote de libros usados, muy subrayados y marcados con las siglas GGM y una fecha. Entonces me puse a indagar y decidí comprar el conjunto de 80 o 90 libros. Tras varios años, antes de que falleciera García Márquez, me puse a revisar su grafía. Curiosamente hace unos meses encontré a alguien que conocía la biblioteca personal de García Márquez y que, al revisarlos, me dijo que era de la biblioteca de él. En alguno hace críticas con anotaciones a la obra de Octavio Paz».
Juan López Castilla.
¿Qué cuesta ahora si es su firma? «Sigo investigando tras 10 años. Esta persona me dijo que me va a conseguir una cita con Álvaro Mutis y poder revisar la biblioteca que él se quedó de García Márquez. Una primera edición de Cien años de soledad puede estar en 30.000 pesos (1.600 euros) . Si está dedicada, puede valer 70.000 y 80.000 pesos (3.500 o 4.000 euros)».
Encontrar esas joyas es parte del negocio. «Mi papá compraba grandes obras y las vendía al día siguiente. Yo tengo algunas allí que ya tienen 20 años en el estante», dice Juan, que nos enseña obras olvidadas en su librería del siglo XVI y XVII. «El libro más caro que vendí en mi vida, La Conquista de la provincia del Itzae, de 1705, me lo robaron. Por una confusión de un vendedor mío se lo llevó un cliente como un tomo doble. Conseguí localizarlo por el banco y aunque le pedí que me lo restituyera, él me dijo que se lo había regalado a su padre y ya no podía devolvérmelo. Estaba rodeado de cuatro abogados y al final convino en pagarme el precio real que tenía. No voy a decirle cuánto era, pero sí le diré que, tras años de investigar, su valía fue multiplicado por 100 el valor inicial que le pusimos. Me da mucha pena, el gran orgullo de un librero es saber vender un libro», recuerda Francisco.
El precio de un libro, saber ponerlo, es una de las cualidades que debe tener un librero o mercader de libros para el patriarca Ubaldo: «Se investiga con los catálogos y se estudia la obra», señala Juan. «Requiere mucho trabajo, mucho conocimiento. Si algo tenemos los López Casillas es que somos muy trabajadores», apunta Francisco. La muestra está en ese hermoso rastro de Donceles. Allí se acumulan los viejos almacenes de libros amenazados de desidia. ¿En 30 años existirán las librerías de lo viejo? «Yo apuesto a que sí. Mi hermano Mercurio sostiene que, en 10 años, no habrá librerías y en 15 años, no se imprimirán libros. Los niveles de venta están bajando mucho. Del año pasado a éste nosotros hemos bajado un 30 o 40%», responde Francisco. «El daño nos los está haciendo nuestro vecino gigante, Estados Unidos, y la llegada de los ebook y la comercialización sólo de lo rentable», incide.
Francisco López Casillas.
«Ahora hay que rebajar el precio para vender. Antes a las librerías venían intelectuales y gente con dinero. Yo voy a cerrar una de mis librerías en un año y en cinco pienso quedarme sólo con una», dice Juan que, en la segunda planta de su librería Regia, señala una montaña de libros que irán a la basura: «Me sale más caro llevarlos a vender como papel que tirarlos a la basura», afirma. Una decisión que no evita que cada mes compre entre 5.000 y 10.000 libros. Su hermano Francisco también confirma esa fiebre compradora: «Los López Casillas no paramos de comprar libros pese a tener muchos en bodega, muchos empleados y pagar mucho en renta de los locales. Seguimos apostándole al libro usado impreso».
«El negocio de los libros usados no morirá, solo cambia su forma. Al contrario será mayor pues la falta de libros impresos lo volverá objeto de culto. Lo veremos en los próximos años», dice César Diz, dueño de una librería de lo viejo en Aguascalientes. «El mayor enemigo de los libros es la falta de una educación científica, critica y metodológica». concluye.
Cae la tarde en Donceles y las puertas de muchos de esas inmensas librerías echan el cierre. Desde fuera, desde la calle, parece imposible imaginar dónde llegó aquella idea del Tío Nicolás de comprar libros y revenderlos en las calles. El mensaje de Juan, al comienzo de la calle, es claro: «La última y nos vamos. La muerte de los libros».
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