.
El pintor Antonio López, durante la entrevista en su estudio en Madrid. (Foto: Samuel Sánchez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de febrero de 2016. (RanchoNEWS).- Será la casualidad, la causalidad o el destino, pero la certeza es que la calle del Membrillo es perpendicular a la calle donde Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) tiene el estudio en el que trabaja con modelos. Allí cita a Babelia. Llega caminando —su casa está cerca— con una gorra y una bufanda roja para protegerse del frío que por fin ha llegado a Madrid. Bajo el brazo, un termo con una infusión en la que mezcla hierbaluisa, tila y tomillo. Al entrar, lo primero que hace es darle de comer al gato, no le puede tener en casa porque no se lleva bien con el perro. Es un lugar angosto y algo destartalado, nada fuera de lo común en el estudio de un artista. Las paredes son un collage que le retrata. Podría estar horas explicando el porqué de cada una de las fotografías —desde dos de La Niña de los Peines hasta las de sus nietos—, de los decolorados recortes de prensa, de las facturas, un cuadro de su tío —el pintor Antonio López Torres—… Con lo que cuenta de una imagen suya de bebé y un libro de instantáneas de Tomelloso desde el inicio de este arte hasta 1939, hace un resumen de su infancia. La nostalgia de su pueblo se nota en sus ojos, su profunda y analizadora mirada —radiografía a quien mira— se transforma. Reconoce que va menos de lo que le gustaría. La entrevista para el suplemento Babelia de El País es de Rut de las Heras Bretín.
Encima de una mesa, una buena cámara delata, más si cabe, su amor por la fotografía. Sobre un sofá, libros y catálogos de exposiciones, la reconocible edición de tapas negras de Cátedra de Fortunata y Jacinta y un catálogo sobre Ingres con texto de Robert Rosenblum. Comenta la actual exposición del pintor francés en el Museo del Prado, le «apasionan» sus retratos. Pero el que está omnipresente en el estudio, en la conversación y en su hipnótica mirada es Velázquez…
Parece que hubiera tratado con el autor de Las meninas…
Está en sus cuadros. Cuando miras su Inocencio X, ves al Papa y a Velázquez. Solo hay que observar el autorretrato que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Valencia, la fuerza que tienen esos ojos es de caerse de espaldas.
Y en el Inocencio X de Bacon, ¿a quién se ve, al Papa, al pintor o a Velázquez?
Ahí ya no ves al retratado, Bacon ha ocupado todo el espacio, al contrario que Velázquez, que es muy discreto y deja un espacio muy amplio para el resto, aunque indudablemente él está.
Usted pintó a la anterior familia real, es pintor de corte como el sevillano, ¿con quién tiene más en común, con Velázquez o con Bacon?
No soy pintor de corte, hay otros —no quiero dar nombres—, están en los despachos. Yo recibí el encargo y lo hice mío. Esta época es muy baconiana. Velázquez es una rareza. Es una personalidad muy infrecuente, ama tanto al mundo exterior que no tiene interés en mostrarse, para eso hace falta una enorme inteligencia. Yo soy más Bacon, por eso deformo las ventanas [se refiere en particular a un lienzo en el que está trabajando, que acaba de describirle por teléfono al dramaturgo Francisco Nieva y que Guillermo Solana, comisario de la exposición Realistas de Madrid junto a María López, espera que sea el colofón de la muestra que el Museo Thyssen inaugura el 9 de febrero]. Las hago circulares en mi deseo de expresar lo que el ojo ve. Voy midiendo y las verticales se convierten en curvas, al final todo es un tejido laberíntico. El vértigo del mundo real aparece.
¿El mundo del arte es vertiginoso?
Es un pálido reflejo de lo que ocurre. Si el mundo es tenebroso, el arte lo es en menor medida en comparación con la realidad, donde todo tiene mayor potencia.
¿Ahora se vive muy rápido?
Creo que siempre ha sido así. Se habla mucho de la rapidez, pero no sé con qué palabra habría que designar otras épocas. Yo vivo más lento que hace 30 años. Por ejemplo, la gente en el metro va como loca. Yo, cuando siento que el metro está cerca, me detengo, voy más despacio, no quiero correr para nada. Hay una forma de rapidez histérica que no me gusta.
Tiene 80 años, 40 de dictadura y 40 de democracia. ¿Los primeros no se le hicieron lentos?
Fue mi etapa de crecimiento y de descubrimiento del mundo, hubiera sido así con o sin Franco. No voy a defenderlo, no hace falta ni decirlo, pero tampoco se está haciendo bien ahora. El dinero tiene demasiada presencia en todos los terrenos, seguramente siempre la ha tenido, pero actualmente sin maquillaje, es bestial.
¿Qué le llama la atención de la actualidad?
Lo de siempre, el ser humano y lo que le rodea. He salido a pintar al campo, la naturaleza, las nubes… como hacía mi tío, pero no va conmigo. Pintar el cielo sí, pero siempre desde el lugar donde habitas, desde la vida, que el espacio ocupado por el hombre esté presente. ¿Por qué elegimos unas flores y no otras, por qué unas calles y no otras? Me da igual el motivo, yo quiero que el tema me lo dé la realidad. Me entusiasma sentir que las cosas en mi pintura brotan de la vida. Es emocionante que sea un eco de la tuya o de la de los demás, y a lo mejor no lo encuentras en sitios hermosos, sueles tropezar con ello donde estás.
¿Cómo se enamoró de Madrid?
No me enamoré. Era necesario venir. Llegué con 13 años, iba a estudiar pintura y aquí estaba la escuela de bellas artes más cercana a Tomelloso, donde también había estudiado mi tío. Estaba tan ilusionado con mi nueva vida que no me paré a pensar si me gustaba Madrid o no. Disfrutaba de la vida que llevaba, de la gente que me encontraba. No me parece una ciudad demasiado atractiva. Pero no trabajas sobre lo que te gusta, sino sobre lo que te encuentras. La vida me ha situado aquí. Si hubiera vivido en Carabanchel [distrito del sur de la capital], habría retratado eso, cuando he ido me ha parecido otra ciudad, tan de verdad, tan poco maquillada. Si no fuera tan engorroso ir —no conduzco—. estoy muy lejos…
¿Nunca le tentó la abstracción?
Me parece un lenguaje maravilloso, he sido amigo de Lucio Muñoz, de Enrique Gran… No lo sentía extraño, cuando surgió señaló un lugar que había existido siempre. ¡En la Venus de Milo hay abstracción! Otra cosa es meterse en él. Paco, Julio, Maribel, Mari y yo íbamos en otra dirección [se refiere a los hermanos Francisco y Julio López Hernández, a Isabel Quintanilla y a María Moreno]. El pintor figurativo habla del misterio del mundo. Tampoco éramos una rareza, Lucian Freud, Edward Hopper o Andrew Wyeth también lo habían hecho.
¿De qué misterio habla usted?
Yo no lo voy a explicar, que lo haga otro. No es copiar las cosas tal y como las ves, detrás hay un sortilegio, un enigma… Eso es lo que es el arte y lo que nos hermana a todos. Se habla tanto, tanto, tanto… Alguien tiene que empezar a callarse. Cuando estás delante de la Victoria de Samotracia, no está el autor comentándola. Explicarlo me parece una imprudencia, enseñar cómo otras personas tienen que ver algo que en la realidad es una incógnita. Me interesa más lo que los artistas dicen que los que otros hablan sobre ellos. La realidad es un misterio, la vida es un misterio, y ahí andamos todos, los científicos, los sabios…, tratando de averiguar y avanzar.
REGRESAR A LA REVISTA