Calixto Bieito. (Foto: Moreno Esquibel)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Se lo pensó mucho Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) antes de darle el «sí quiero» al Arriaga. Le convenció finalmente su predecesor en la dirección artística del teatro, Emilio Sagi, buen amigo, que le garantizó que no padecería interferencias políticas. También la nueva pretensión de internacionalizar su programación, exigencia que se ha tomado al pie de la letra: en el próximo semestre, ya ideado por él, ha incluido a figuras ascendentes (Simon Stone: Engel in Amerika) y consagradas (Romeo Castellucci: Democracy in America). Su intención, además, es armar coproducciones con instituciones foráneas y girar con ellas por toda Europa, como ya hizo cuando estuvo al frente del Romea. Dice que viajará constantemente a la capital vasca pero que mantendrá su domicilio en Basilea, por dos razones: «Es una ciudad que valora mucho la cultura y desde la que puedo ir andando a Francia y Alemania», explica al teléfono precisamente desde Hamburgo. Allí está montando Otelo y un homenaje a Gesualdo, que también exhibirá en Bilbao, donde se estrenará, sin embargo, con la ópera Los esclavos felices de Arriaga (27 y 28 de enero). La entrevista es de Alberto Ojeda para El Cultural.
Parece un guiño muy coherente para empezar.
Sí, reflexionaremos sobre diversos modos de esclavitud actuales con la hermosísima música de Arriaga, que yo conocía a través de las grabaciones de Savall. Su muerte a los 19 años nos privó de muchas partituras magistrales.
¿Cómo se dividen las dos jornadas que le dedican?
En la primera sonarán sus cuartetos durante un happening por diversos espacios del teatro. Y en la segunda su ópera inacabada Los esclavos felices. Yo me ocupo de la puesta en escena y Sara Deringer de las proyecciones. Es un mano a mano entre un director escénico y una directora de cine.
¿Interpela de algún modo la pieza de Arriaga a la sociedad actual?
Está muy imbuida del mito rousseauniano del buen salvaje. Ilumina nuestro presente, tanto sus miserias como su belleza. Será una gran oportunidad de escuchar su magnífica música contrastada con imágenes de hoy de, por ejemplo, la esclavitud infantil, que yo he visto con mis propios ojos.
¿Y qué le ha empujado a rescatar al ‘maldito' Gesualdo?
Que es un músico poco conocido pero fascinante, muy contradictorio, al que Werner Herzog le dedicó una película. Fue un adelantado a su tiempo, precursor de Schönberg.
Ya en junio cerrará el curso con el War Requiem de Britten. Demasiado pertinente de nuevo, ¿no?
Sin duda. Es quizá el alegato pacifista más importante creado en el siglo XX, escrito por una persona consecuente, que renunció a luchar por su país en la II Guerra Mundial. Es una advertencia tremenda para no repetir los mismos errores.
¿Cómo escenifica esta misa sin un hilo dramatúrgico?
Nunca se ha representado en España y se hace muy poco en el resto de Europa. Es un espectáculo extremadamente humanista, con mucho movimiento escénico. Parece una pintura abstracta en la que recreo la catedral de Coventry semiderruida. En su interior un grupo de personas siente pánico bajo el bombardeo y se pregunta dónde está Dios en mitad de tanta locura. Esta puesta en escena ofrece una cara mía poco conocida en España, donde existen muchos clichés sobre mí pero yo soy una persona bastante normal y muy sencilla.
Bieito sigue trabajando en Europa incansablemente. A principios de temporada debutó en la Ópera de París con el Lear contemporáneo de Reimann. «Funcionó de maravilla. Lissner [director de la institución] me llamó para decirme que las críticas no habían sido buenas sino lo siguiente».
¿La traerá a Bilbao?
Está comprometida ya con el Teatro Real.
Y la próxima temporada debutará también en el Met con La forza del destino.
Sí, el contrato está firmado desde hace dos años pero vamos a ver qué pasa a partir de ahora en Estados Unidos.
¿Es que cree que Trump puede alterar su estreno allí?
No, no, tampoco soy tan importante. Pero su elección sí que puede tener un impacto en la cultura. En España conocemos bien hasta qué punto puede verse afectada por la política.
Por cierto, ¿qué le parece que el nuevo gobierno del ayuntamiento de Oviedo haya retirado su apoyo a los Premios Líricos Campoamor, que usted ha ganado tres veces?
Me da mucha pena porque la ópera no es elitista, no debe serlo. Hay que acabar con esa idea. Estos premios eran muy importantes para la difusión de la ópera y la música. No quiero añadir más porque ni siquiera sé exactamente quién los ha eliminado y porque a mí lo que me estimula es el debate artístico, hablar con pintores, escritores... Ir, por ejemplo, a visitar a Atxiaga a su pueblo y pasarme el día entero hablando de literatura. Un rato al lado de una persona sabia como él es lo que realmente merece la pena en la vida.
Dice que su proyecto es por encima de todo humanista. ¿En qué sentido lo afirma?
Un teatro público tiene la obligación de llevarnos a sitios que pensabas que nunca irías y que creías que no te iban a gustar. Así es como entiendo yo el humanismo en mi oficio. Yo me acuerdo que la primera vez que vi a Pina Bausch pensé qué es esto, no entiendo nada, no me gusta. Y a los tres o cuatro días, de repente, paseando por la calle, me emocioné recordando una de las imágenes. El arte a veces opera con efecto retardado.
Afirma que éste debe hacernos sentir mejores personas pero ¿eso no puede ser el origen de la autocomplacencia?
No, de lo que se trata es de que nos permita conocernos mejor y eso nos haga más tolerantes, nos abra más al diálogo con el otro. Ya sé que todo esto suena bastante utópico pero, ya digo, esa es la búsqueda en la que estoy.
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