Gertrude Stein y Federico García Lorca, dos de los autores que pasan a dominio público. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Como la propiedad intelectual en Argentina y en otros países tiene una vigencia de 70 años desde la muerte del autor, H. G. Wells, Del Valle-Inclán, Miguel de Unamuno, García Lorca y Gertrude Stein, por citar sólo algunos grandes escritores, pasan a ser «de dominio público». Una nota de Silvina Friera para Página/12.
Los libros de la autora de Autobiografía de Alice B. Toklas, «la madre del modernismo» cuyas veleidades megalómanas la transformaron en un personaje excepcional, son de dominio público. «He destruido frases y ritmos y alusiones literarias y todas las demás tonterías de ese estilo para llegar al meollo del problema de la comunicación de intuiciones. Si la comunicación es perfecta las palabras tienen vida, y eso es todo lo que se necesita para una buena escritura, poner en el papel palabras que bailen y lloren y hagan el amor y luchen y besen y realicen milagros», confesaba la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874-1946). La ceremonia se repite, sólo cambian los protagonistas. Todos los primeros de enero varias obras empiezan a formar parte de una especie de «shock póstumo» por tiempo ilimitado que permite que una constelación textual ecléctica esté disponible sin pagar derechos. La propiedad intelectual en Argentina –como en Alemania, Australia, Bélgica, Brasil, Chile, Costa Rica, Dinamarca, Ecuador, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Italia, Nicaragua, Paraguay, Perú, Portugal y Reino Unido– tiene vigencia por 70 años a partir del primero de enero del año siguiente a la muerte del autor, según dispone el artículo quinto de la ley 11.723. Las obras de Federico García Lorca (1898-1936), Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), Miguel de Unamuno (1864-1936) y H.G. Wells (1866-1946) ingresan al dominio público al expirar los derechos patrimoniales.
La legislación de los derechos de autor varía según el país. En el caso de España, mantuvo la Ley de Propiedad Intelectual de 1879
«El recuerdo de la guerra civil debe hacer presente lo que la contienda tuvo de catástrofe cultural, al margen de identificaciones retrospectivas con sus actores», planteó José Carlos Mainer, catedrático de la Universidad de Zaragoza que ha trabajado en la selección y digitalización. El poeta y dramaturgo andaluz fue fusilado en la madrugada del 18 de agosto de 1936 junto al maestro Dióscoro Galindo González y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabeza. Los restos de Lorca, que todavía no fueron encontrados, reposan en un lugar conocido como Fuente Grande, un paraje en el que fue enterrado, «muy a flor de tierra, en un lugar que se hace muy difícil de localizar», según estableció un documento de la tercera Brigada Regional de Investigación Social de la Jefatura Superior de Policía de Granada, fechado el 9 de julio de 1965. El lugar al que alude el informe no es otro que la gran fosa común en la que se convirtió el barranco de Víznar, donde están enterradas entre 3.000 y 4.000 personas. Mainer advirtió cómo «en el crispado clima internacional de los años treinta, la guerra civil española fue, entre otras cosas, una sangrienta confrontación de simbologías culturales antagónicas que preconizaba su mutua destrucción». En palabras del propio Mainer, «recordar el elenco de los muertos de los primeros seis meses de la Guerra Civil nos acerca a los términos de una tragedia que se prolongó por dos años y medio más y que, en la España dominada por Franco, no cesó de incrementar después de 1939 el censo de condenas a muerte, persecuciones, depuraciones y encarcelamientos por motivos ideológicos».
Desde que H.G. Wells imaginó un desembarco marciano, las narraciones sobre invasiones alienígenas se han prolongado, condimentadas por el miedo a lo desconocido y los terrores y fobias de cada época. Al escritor británico se lo considera el padre fundador de la ciencia-ficción con La guerra de los mundos (1898), novela que tuvo varias versiones cinematográficas y fue adaptada a la radio por Orson Welles en 1939. Ahora toda la obra del autor de La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896) y El hombre invisible (1897), entre otros títulos, podrá ser compartida por los lectores del mundo. Invasiones extraterrestres, futuros distópicos, experimentos sacrílegos, entre otras cuestiones que desplegaba el imaginario del escritor, no eran muy consideradas por su editor, que le insistía que se alejara de una literatura que consideraba un mero entretenimiento. Más allá de la sugerencia o reproche, Wells nunca dejó de inventar utopías de inspiración socialista y otras grandes ficciones de tesis.
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