C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Todo comenzó con un cabreo. Cuando la bibliotecaria de la Puebla de Almoradiel (Toledo) le explicó a la escritora de novela negra Maribel Medina el plantón que les había dado Antonio Muñoz Molina, Maribel montó en cólera. «Habíamos pactado un encuentro con él, al que iban a acudir más de quinientas personas, de las cuales todas compraron su último libro y algunas dos. Entonces, unos días antes de que fuera el encuentro, se excusó diciendo que no podía venir porque tenía otro compromiso», escribe Juan Gómez Jurado para ABC.
No era la única vez que les ocurría. Muchos escritores y editoriales se negaban a escucharles, o se excusaban diciendo que el pueblo, una pequeña localidad de 5.000 habitantes en La Mancha, estaba fuera de los circuitos habituales de presentaciones. Y eso terminó de enfadar a Maribel Medina, quien decidió que Almoradiel iba a tener su propio festival literario, y que iba a ser de primer nivel. Así que levantó el teléfono y se puso a hacer llamadas. Consiguió a Javier Sierra, a Cristina Fallarás, a Carlos Zanón, a Nacho Ares y a éste que les firma, junto a Carlos Basas, Javier Manzano, Laura Arnedo y Mónica Cillán. Escritores que se juntarían durante tres días en este pueblo agrícola, sin medios de comunicación relevantes y con solo una pequeña librería.
Un pueblo de casas bajas, en mitad de un terreno llano y meseteño, donde el principal medio de vida es la cooperativa. El camino, más de una hora de coche desde Madrid, es en su media hora final una recta que atraviesa, quijotescamente, los campos de labranza. El coche se interrumpe un par de veces mientras cruzan la carretera sendos rebaños de ovejas, y uno pierde la cuenta de cuántos tractores adelanta. El último lugar del mundo al que te llevarían Planeta, Random, o Ediciones B.
Pero los escritores acudieron, principalmente por la insistencia de Maribel Medina y su justa indignación. Y lo inesperado sucedió.
El pueblo entero se movilizó. Se organizaron clases magistrales de escritura, las actividades lectivas del instituto se detuvieron y se organizaron encuentros con los escritores, que se encontraron con un gimnasio lleno a reventar por la mañana de adolescentes que habían devorado y trabajado en el aula sus obras. Repletos de preguntas, atentos, expectantes.
Y por las tardes, una biblioteca municipal que desbordaba su ocupación máxima, con gente haciendo cola en los pasillos y en las escaleras para escucharles y llevarse una foto o una dedicatoria. Por la noche, les alojaron en una casa rural con comida casera. Por la mañana, el propio alcalde iba a despertarles con churros recién hechos. En la despedida, se llevaron una bolsa repleta de magdalenas, queso, vino. Y rosquillos caseros, hechos por la señora Pilar, que se levantó cada mañana de madrugada para hornearlos.
En los días previos al festival se vendieron miles de libros. Cinco veces lo normal en una presentación exitosísima en Madrid, que empieza a considerarse buena en los treinta y solo con los grandes espadas alcanza los cien libros vendidos. Libros de bolsillo, claro, porque en Almoradiel hay un veinte por ciento de paro y la vida es modesta, pero la imaginación y el espíritu no lo son. Es este pueblo de salpicón las más noches que consume las tres cuartas partes de su hacienda, pero como al igual que el hidalgo de adarga antigua cuyo amor platónico da nombre al instituto, son de poco dormir y de mucho leer. Y cuando, en mitad de una firma de libros, el que suscribe estrechó una mano recia y gruesa, de espuerta y azadón, y mantuvo con el dueño de aquella mano una larga conversación sobre Proust y Dumas, recibió una bofetada de realidad.
¿Cuántas veces dicen los autores y las editoriales que no a localidades pequeñas como Almoradiel, porque están muy ocupados en una firma en Barcelona que congregará a una treintena de personas y aspirará a un breve en La Vanguardia? Teniendo en cuenta que todo el pueblo se volcó en este festival, como harían muchos otros, los libros vendidos y la respuesta sincera y emocionada de un pueblo entero; teniendo en cuenta la crisis galopante y la falta de interés del urbanita medio ante los libros… me pregunto si no estaremos equivocando el camino, no sólo en la justicia, sino en el libro de cuentas.
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