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Hoy una librería del FCE lleva su nombre. (Foto: Cuartoscuro)
C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de agosto de 2012. (RanchoNEWS).- Hace 38 años falleció una mujer que incursionó en casi todos los medios posibles que se pueden dar entre una pluma, hojas en blanco y un alma incansable. Se trata de Rosario Castellanos que sufrió una muerte desafortunada en la sede de la embajada mexicana en Tel Aviv, Israel: se electrocutó con una lámpara doméstica en aquél año de 1974... tenía 49 años. Una nota de Daniel Díaz Mayorga para El Financiero:
¿Qué hacía casi 20 años antes de su muerte?
En 1971, cuando su trayectoria profesional ya tenía un reconocimiento internacional muy importante, llegó a Tel Aviv como embajadora de México en Israel, al tiempo que se desempeñaba como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Durante su vida realizó diversos viajes, mucho de ellos con fines académicos y profesionales. Tal fue el caso de Estados Unidos, a donde llegó como profesora invitada en la Universidad de Wisconsin y Bloomington en 1966 y 1967.
Para ese entonces, su experiencia dentro del mundo cultural, pero principalmente de las letras, ya abarcaba el haber impartido cátedras de literatura comparada y novela contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Asimismo, de 1961 a 1966 ocupó la jefatura de Información y Prensa dentro de la misma institución.
Más cerca de sus inicios
Pero alejémonos un poco más del año de su muerte. Viajemos a sus primeras y determinantes décadas de vida.
Poco tiempo después de nacer en la Ciudad de México, el 25 de mayo de 1925, fue llevada a Comitán, Chiapas, donde cursó sus estudios primarios y 2 años de secundaria. A la edad de 16 años viajó a la Ciudad de México, donde continuó con sus estudios. Se graduó como maestra en filosofía en la UNAM. Allí mismo conocería a Ricardo Guerra, quien fue su único e hiriente amor.
La capital mexicana fue el lugar donde Rosario Castellanos, utilizando únicamente pluma y papel como herramientas, sazonados con sus extraordinarios pensamientos y autocrítica, se expondría a sí misma y la vida en el campo, a través de las experiencias y anécdotas vividas y contadas en Chiapas.
Fue una mujer recia y feminista, una mujer con la que «podemos identificarnos todas las mujeres nacidas en los años 30 y 40 (...) su lucha con el ángel que es ella misma (nunca palabra más apropiada para calificarla: ángel), nos la hacen irremplazable», escribió Elena Poniatowska en Las 7 cabritas.
Castellanos ocupó diferentes puestos en organismos difusores de cultura en la Ciudad de México. Laborar en organismos con dichos fines permite ver que siempre tuvo presente la palabra ‘lucha’, tanto consigo misma, como por los demás, tal y como expone Poniatowska.
Complicada amante, Rosario dejó una vasta evidencia de ella en las cartas que le escribió a Ricardo Guerra «de julio de 1950 a diciembre de 1967, con una interrupción de 1958 a 1966».
Su legado
Su trabajo y ella misma quedaron plasmados en diversas ramas de la literatura. Entre otras obras más, destacan las siguientes:
Poesía:
Trayectoria del polvo de 1948.
Lívida luz de 1960.
Poesía no eres tú de 1972.
Cuento:
Ciudad Real de 1960.
Álbum de familia de 1971.
Novela:
Balún Canán de 1957.
Oficio de tinieblas de 1962.
Ensayo:
Mujer que sabe latín de 1973.
El mar y sus pescaditos de 1975.
Teatro:
Tablero de damas de 1952.
El eterno femenino de 1975.
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