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Walsh determinó el estilo: los cables serían sobrios y rigurosos. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de agosto de 2012. (RanchoNEWS).- Cuatro personas, cuatro máquinas de escribir y un mimeógrafo abrieron los ojos del mundo al horror. No era fácil procurarse las mejores condiciones informativas en circunstancias tan dramáticas. Dicho así, suena a trama novelesca. ¿La incomodidad que produce cierto tipo de literatura podría conectarse con la experiencia de la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla), un medio periodístico creado y dirigido por Rodolfo Walsh, que desafió el férreo bloqueo impuesto por la dictadura militar? Los documentos, en una primera lectura, podrían disipar el interrogante. Los sobrios y rigurosos despachos redactados por un pequeño grupo de hombres y mujeres, periodistas y militantes de Montoneros, entre junio de 1976 y septiembre de 1977, revelaron la metodología sistemática del secuestro, el funcionamiento de improvisados campos de concentración en dependencias militares y policiales, la aparición de numerosos cadáveres, torturas y asesinatos de presos políticos, entre otras violaciones a los derechos humanos cometidas por los militares de las tres armas. Ancla. Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina. 1976-1977, publicada por Ejercitar la Memoria Editores, incluye más de 200 cables de esta primitiva célula clandestina cuya sigla condensa la vigorosa potencia de una estrategia comunicacional artesanal, inconcebible en la era de las redes sociales. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
Los medios de comunicación se convirtieron en los días posteriores al golpe del 24 de marzo «en una masa uniforme de letras que reiteraban loas al nuevo gobierno», se lee en uno de los cables fechado el 30 de agosto de 1976, donde también se cita un comentario que el periodista Rodolfo Terragno escribió en su revista Cuestionario: «Es lamentable ver que todos los diarios funcionan en cadena». El libro presenta tres textos introductorios de Carlos Aznárez, Lucila Pagliai y Lila Pastoriza, periodistas que integraron la mesa de redacción de la Agencia, donde cuentan detalles domésticos sobre cómo lograron –voluntad, compromiso y responsabilidad política mediante– quebrar el cerco informativo. Los compiladores, Cacho Lotersztain y Sergio Bufano, decidieron incluir la Carta a mis amigos y la Carta de un escritor a la Junta Militar, firmadas por Walsh. El conjunto de la producción de Ancla es un manual de estilo periodístico. La rigurosidad informativa es marca registrada. Vale la pena detenerse en las reflexiones de Pagliai. «Walsh enseñaba que la mayor parte de la información es pública y está ‘sobre los papeles’: para ello planteaba no sólo una lectura atenta de diarios y revistas, sino también en discursos y boletines oficiales, actas de reuniones empresariales, guías de sociedades anónimas y de asociaciones intermedias, hechos judiciales, encuentros educativos y culturales, actividades de sociedad, avisos, notas necrológicas. Había que buscar y saber leer, hacer inteligencia de la noticia o del dato publicado discriminando entre la paja y el trigo; analizar, interrelacionar, evaluar, interpretar para producir cables de alto impacto que perforasen el bloqueo informativo, dando cuenta al lector en las formas de escritura de la mayor o menor cercanía y confiabilidad de las fuentes referidas».
Los más de 200 cables que envió Ancla llegaron a periodistas locales, empresarios, miembros de las distintas iglesias y personalidades de la cultura. Aznárez subraya que estos textos generaron «fuertes tensiones entre altos cargos de las estructuras policiales y militares, a las cuales se las ‘operaba’ desde la contrainteligencia con datos precisos e ‘inquietantes’ que hacían a sus planes de corto y mediano plazo». Otra pata fundamental estuvo relacionada con la recepción de los despachos informativos en el exterior. Algunos diarios y revistas publicaban casi textualmente lo que recibían; esos medios contribuyeron a difundir «la otra verdad sobre la dictadura militar argentina» en varios países. La sigla misma denotaba la intención de confundir a las fuerzas represoras sobre la identidad de la Agencia. Pastoriza revela que esa confusión fue persistente, potenciada por las rivalidades entre las armas. Aun después de que el general Carlos Alberto Martínez, jefe de Inteligencia del Ejército, afirmara que Ancla pertenecía a Montoneros –en marzo de 1977–, Pastoriza pudo comprobar que los integrantes del GT3 (ESMA) creían que era del Ejército, mientras que los miembros del Servicio de Informaciones Navales sospechaban fuertemente del GT3.
El local de Ancla funcionó en una «casa operativa» donde se acumulaban las ruidosas Olivetti de entonces, los mimeógrafos a alcohol –«eficaces por lo silenciosos a la hora de imprimir las copias de los despachos en papel Biblia, para que al ser enviados no abultaran los sobres», recuerda Aznárez–, el archivo, los scanners –«para realizar las escuchas de los móviles policiales y otras dependencias de la represión»– y la papelería para los envíos postales. Walsh adiestró al grupo –al que se incorporó Eduardo Suárez, periodista de El Cronista Comercial– en la redacción de cables informativos y determinó el estilo a utilizar: sobrio y preciso. La presencia del autor de Operación masacre en la tarea de la Agencia fue estable en los inicios. Pero a mediados de agosto de 1976, cuando se produjo el secuestro de Suárez, el local fue abandonado tras rescatar los elementos de trabajo y llevarlos a otro lugar donde funcionaría la nueva redacción. Varios colaboradores fueron secuestrados y permanecen desaparecidos. Además de Suárez, el listado incluye a Carlos Bayón, Norma Bastsche Valdés, Miguel Coronato Paz, Mario Galli, Luis Alberto Vilellia, Adolfo Infante Allende y Luis Guagnini. Walsh fue asesinado por un grupo de tareas el 25 de marzo de 1977. Un mes después, Aznárez y Pagliai salieron del país con la idea de pivotear el traslado de Ancla al exterior a la espera de Pastoriza, quien decidió quedarse hasta dejar armada la red que habilitaría el flujo de noticias para continuar operando desde el extranjero. Con el secuestro de Pastoriza, la Agencia interrumpió sus servicios durante poco más de un mes. En agosto de 1977, Horacio Verbitsky se hizo cargo de la segunda y última etapa.
A menos de un mes del asesinato del obispo Enrique Angelelli, el 30 de agosto de 1976, Ancla lanzaba el siguiente cable: «Habría sido asesinado monseñor Angelelli». «Fuentes eclesiásticas dignas de crédito afirmaron que tenían la convicción de que el accidente en el que perdiera la vida monseñor Angelelli, obispo de La Rioja, hace aproximadamente un mes, no fue casual sino provocado intencionalmente. En numerosas comunicaciones hechas llegar a parroquias de esta capital por integrantes de la diócesis de La Rioja se informa que ‘monseñor Angelelli fue asesinado’ a través de la colocación de un mecanismo de traba en las ruedas de la camioneta Fiat 125 en la cual se movilizaba habitualmente».
En una segunda lectura del formidable material reunido en Ancla, una brevísima anotación de Ese hombre y otros papeles personales, se cruza por la mente y enciende la alarma de un viejo malentendido que Walsh intuía peligroso: «Una de las cosas que sin duda me divierten, me halagan, y me intimidan es hasta qué punto uno puede convertirse en un monumento a sí mismo, en la conciencia moral de los demás». Pagliai captura esta sutileza cuando precisa que el escritor «amaba y creía en la palabra como instrumento para la acción política, pero también como trabajo de escritura que produce una literatura de la incomodidad. Toda la obra que escribió o pensó Walsh es una escritura incómoda: desde Operación Masacre y el periódico de la CGT de los Argentinos, sus libros de cuentos y El caso Satanovsky, hasta la experiencia final de Ancla y la Carta de un escritor a la Junta Militar, cuyos datos dialogan en gran parte con los cables de la Agencia Clandestina». La escritura de Walsh se reconstruye en un combate infinito con el lenguaje.
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