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Eduardo Lizalde, Jaime Labastida y Vicente Quirarte, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, al presentar el poemario En el centro del año. (Foto: Luis Humberto González)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de agosto de 2012. (RanchoNEWS).- Los primeros versos del libro En el centro del año, de Jaime Labastida, fueron invocados por el poeta Eduardo Lizalde: «Cuando el otoño entra en reposo, algo/ brusco, moribundo tal vez, guarda, avaro,/ el invierno: la fragancia ya helada de las hojas,/ el oro putrefacto de un crepúsculo frío.» Una nota de Alondra Flores para La Jornada:
Y la presencia en voz alta, explicó Lizalde, porque «lo que hay que leer es su canto. Hay que escuchar los versos de este libro», señaló durante la presentación del volumen editado por Siglo XXI, la noche del martes en el Palacio de Bellas de Artes.
«La única manera de comunicar la grandeza de una obra de arte es entrar a ella materialmente: oírla, escucharla; sufrirla, padecerla. Y con la poesía pasa lo mismo. La poesía es canto, es palabras, y sólo hay una manera de entender en qué consiste la perfección, el acierto de una obra sólida, como ésta que tenemos en la mano, de Jaime Labastida», afirmó.
El tiempo de la Tierra
Las primeras líneas del poema de Jaime Labastida inundaron la sala Manuel M. Ponce. A su lado, Vicente Quirarte y Eduardo Casar, los otros dos presentadores. Al soltar el micrófono, Lizalde dio un abrazo efusivo al autor, como quien reconoce al alumno avezado, «con quien he compartido, desde que nos conocimos hace más de medio siglo, las mismas obsesiones centrales a la hora de tomar la pluma para redactar unos versos: la obsesión de la poesía y de la filosofía, que por supuesto es difícil de maridar».
Jaime Labastida, fue destacado por sus colegas en la mesa por su doble ocupación, de filósofo y poeta. Recitó, una vez más, los primeros versos del libro que convocó la reunión. Aunque aclaró que no era suficiente, porque «los poemas no tienen significado. Tienen sentido. No se va a captar el sentido de lo que intento y, no sé si he logrado decir, si no leyendo el poema en su conjunto».
Explicó que «es un poema con una estructura interna que responde a un cierto desarrollo, y éste es tomado de lo que Isaac Newton hubiera llamado el tiempo vulgar. No se trata del simple fluir continuo, sino del tiempo que se mide en minutos, años, días, semanas y, por tanto, es el tiempo que nos toca vivir, el de la Tierra».
Labastida leyó el inicio y final de cada uno de tres grandes poemas que conforman el libro: En el solsticio de invierno, el segundo titulado En el solsticio de junio y el poema final, «que intenta una totalidad», En el centro del año.
Entre cada uno de los grandes cantos, se interpone «un pequeño descanso», breves poemas de los equinoccios. La gran composición «está a base de variantes, como si se estuviera musicalmente hablando, es decir, se trata de un tema y sus variaciones».
Agregó, el libro se mueve en una contradicción: «¿Cuántas veces habré de alzar mi voz contra la muerte misma? El inútil, el imposible, pero hermoso y terrible anhelo de vivir».
Ésa es la oscilación constante, expuso, «entre el anhelo de la perfección, entre el deseo de que las cosas permanezcan y la conciencia de que no pueden permanecer. Lo necesario es luchar por lograr algo mejor, a sabiendas de que eso que logremos habrá de ser también trizado por el tiempo».
Lo anterior también es una referencia a Arthur Rimbaud, como una de muchas más a otros, porque todos los poemas publicados en En el centro del año tienen epígrafes, como una forma de diálogo con esos pensadores, discusiones con ellos. «No acepto lo que dice Rimbaud, discuto con él. Cito a Rousseau, a Calderón (Pedro, ¡eh! –se apresuró a aclarar Jaime Labastida– Calderón de la Barca)».
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