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La publicación, de 406 páginas, incluye reproducciones de códices, grabados, portadas, marcas de fuego, marcas tipográficas y copias de documentos notariales. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de agosto de 2012. (RanchoNEWS).-La historia de la impresión en Puebla es enorme y añeja. Lo es por su trascendencia: es la segunda ciudad de México y la tercera de América Latina con una imprenta que llegó a esa tierra en el siglo XVII; también por su calidad: sus volúmenes impresos en distintos talleres, muchos de ellos impulsados por el clero, son sumamente ricos en su estética tipográfica. Una nota de Yanet Aguilar Sosa para El Universal:
Sin embargo, esa historia con más de 360 años de vida –la imprenta llegó a Puebla poco después de 1642 y muchos años antes Diego López había instalado su librería– no ha sido contada como se merece. Aunque hay infinidad de libros sobre Juan de Palafox y la Biblioteca Palafoxiana, la historia del libro antiguo en Puebla data de varios años antes y tiene infinidad de protagonistas más allá del famoso obispo de Puebla y virrey de la Nueva España.
La única mirada general sobre el libro colonial poblano la había hecho el bibliógrafo chileno José Toribio Medina, cuyo registro fue ampliado por el español Felipe Teixidor, ellos registraron poco más de 2 mil 500 ejemplares producidos por las imprentas poblanas; sin embargo, debieron pasar más de 100 años para que 13 historiadores, bibliotecarios, restauradores, diseñadores e historiadores de arte de México y el mundo conformarán la primera radiografía sobre los impresos mexicanos poblanos.
Ése es el valor central del libro Mirada a la cultura del libro en Puebla. Bibliotecas, tipógrafos, grabadores, libreros y ediciones en la época colonial, el primer panorama general sobre el mundo del libro en esa entidad, desde los códices de Puebla hasta las librerías y demás circuitos de comercio del libro que se establecieron ahí aun antes de que arribara la imprenta.
Marina Garone Gravier, editora del volumen publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el gobierno de Puebla y la editorial Educación y Cultura, Asesoría y Promoción, dice que esta edición plantea un mapa temático y perfila líneas temáticas a profundizar.
Este libro, que contiene 406 páginas, incluye reproducciones de códices, grabados, portadas, marcas de fuego, marcas tipográficas y copias de documentos notariales y además reúne el trabajo de 13 investigadores: Marisa Álvarez, Elvia Carreño, Elizabeth Castro, Rocío Cázares, Victor Cid, Amado Cortés, Kelly Donahue-Wallace, Montserrat Galí, Marina Garone, Cristina Gómez, Francisco Mejía, Pedro Rueda, Mercedes Solomón y Ken Ward.
La historiadora del arte Marisa Álvarez, autora del capítulo «Los códices de Puebla, libros pintados de antigua tradición», dice que en Puebla hay un gran acervo de libros antiguos que se conocen poco y que son importante fuente de información para estudios históricos, culturales y artísticos; y que la mayor aportación de Miradas a la cultura del libro en Puebla «es hacer una obra de difusión sin demérito de la calidad y la importancia de la información que se quiere dar a conocer».
Larga tradición
El punto de arranque de esta memoria es entender que el libro no es sólo el autor, sino que es un objeto que en el caso de Puebla se produjo desde el siglo XVII; además dar cuenta de por qué en el periodo colonial Puebla logró tener varias imprentas y la muestra como una ciudad con una autonomía muy poderosa, con mucha riqueza y una cultura extraordinaria.
Así lo afirma Marina Garone y reconoce que este libro da una visión general de las grandes bibliotecas poblanas, a excepción de la biblioteca Lafragua; pero que hay grandes asignaturas pendientes, como la historia de los grabadores poblanos, por qué los libreros llegan antes que los impresores, el comercio de papel y el abordaje tipográfico, que ella aborda y está trabajando.
«Lo que más sabemos es sobre los autores, Palafox tiene todos los libros que te puedas imaginar, pero es pensar que sólo escribió Palafox o que la imprenta sólo sirvió a los fines del clero, evidentemente el clero era el cliente principal, pero también tenemos otro tipo de libros: científicos, de devoción para un público más masivo, tenemos algunos géneros editoriales como las cartillas o los catecismos que durante el periodo colonial se exportaban de Puebla a la ciudad de México», afirma.
Antes de que comenzara la historia de la impresión de Puebla, con importantes impresores como Diego Fernández de León, la familia Ortega y Bonilla y la legión de los Borgia y Gambia, está la historia de los códices, que a decir de Álvarez, aunque son manuscritos y piezas únicas, con los libros sucedió una revolución tecnológica en cuanto a la reproductibilidad, que no se había visto antes.
«Estoy convencida, porque así lo dejan ver la abundancia de los códices que aún sobreviven, que la tradición del testimonio escrito en Puebla que se tiene hasta nuestros días se alojó en un lugar en donde ya existía una relevancia sobre el registro gráfico de los acontecimientos, espacios, creencias y que, junto con las nuevas ideas estéticas del Renacimiento que trajeron los españoles, se fusionaron y crearon documentos de gran relevancia histórica», señala Marisa Álvarez.
A partir de la imprenta se fueron generando grandes reservorios, como el que resguarda la Biblioteca Palafoxiana, que a decir del doctor en historia Amado Manuel Cortés, «cobra importancia por dos razones: arquitectónicamente es la única que se construyó en toda la América Española siguiendo los patrones de las bibliotecas regias de salón europeas... y porque fue pieza vital para la consolidación de los colegiales y futuros sacerdotes ya que apuntalaba los conocimientos que se impartían en los colegios de San Juan, San Pablo, San Pedro y San Pantaleón».
Cristina Gómez por su parte, doctora en historia y autora del capítulo sobre la biblioteca del obispo Manuel Ignacio González del Campillo, dice que ese reservorio trasciende a la ciudad de Puebla y es un reflejo de que en la Nueva España se leía la literatura que se imprimía en Europa.
«Demuestra que los lectores novohispanos estaban enterados de las novedades editoriales europeas que dominan por mucho a las novohispanas. Y expresa con claridad que las lecturas religiosas no predominan, que hay un importante interés por otro tipo de lecturas que se refieren al mundo natural y social», señala.
Marina Garone, editora del libro e historiadora del arte, cuenta que en Puebla hay casos ejemplares, como el de Diego Fernández de León, quien permanentemente pedía prestamos a la Catedral para renovar su material tipográfico y compraba lo mejor de esa época. «El tipo de inversiones que hace se ve en la calidad de su letrería y de sus capitulares, que están a la altura de lo que se está editando en ese momento en Flandes».
Tiene claro y con eso concluye, que en Puebla los libros son un poco más arriesgados porque era un mercado mucho más pequeño. Fernández de León aplica una marca tipográfica –un logotipo colonial– que no lo hacía ningún impresor en la ciudad de México en ese periodo y menos en portada, que es una localización protagónica como se hacía en Europa.
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