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jueves, mayo 19, 2016

Música / España: Los piratas estaban organizados

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Doug Morris y el artista Pharrell Williams, en Los Ángeles en 2014. (Foto: Getty)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- Stephen Witt se identifica como miembro de la «generación pirata». De esa generación que a finales del siglo pasado y principios de este abrazó la descarga de archivos sujetos a derechos de autor como un acto transgresor, contracultural, propio de outsiders. Él estaba convencido de que esas canciones que se descargaba de manera casi compulsiva en el disco duro de su ordenador –acumuló 100.000 canciones a lo largo de 17 años, sí, 100.000– eran contribuciones desinteresadas de internautas comprometidos con un Internet abierto y libre. Tras escribir Cómo dejamos de pagar por la música: el fin de una industria, el cambio de siglo y el paciente cero de la piratería (Contra), una vibrante y documentada investigación sobre la revolución digital en el mundo de la música, llegó a la conclusión de que la cuestión de las descargas no había sido fruto de desinteresadas y entusiastas aportaciones de particulares que se intercambiaban canciones. Detrás de todo aquello había bandas organizadas que hicieron negocio. Una nota de Joseba Elola para El País.

Su trabajo de investigación ha sido de largo aliento. Le llevó de Erlangen (Alemania) a Shelby (Carolina del Norte, EE. UU.), pasando por Sarasota, Oslo y Los Ángeles, entre otras muchas ciudades. Solo en ganarse la confianza de uno de los tres personajes que vertebran su relato, un trabajador de una planta de impresión de cedés en Carolina del Norte que resultó ser parte de una organización que diseminaba material en Internet, empleó, según cuenta, más de tres años.

Witt (New Hampshire, 1979) estudió un centenar de informes del FBI que le dieron varias pistas e hilos de los que tirar para construir la historia de ese grupo organizado y secreto que obedecía al nombre de The Scene. Al cuarto mes de investigación, dio con el dossier de un tipo que suministraba material, que se llevaba los discos de la fábrica ocultos bajo un cinturón ancho XXL, un joven de mirada perpetuamente indiferente fascinado por las llantas de coches: Bennie Lydell Glover, Dell para los amigos.

«Cuando empecé a leer su informe, me dije: ‘Este tío ha hecho más daño que nadie, ¿quieres hablar de piratería?, ¡este es el tipo!». Witt se ríe al otro lado del hilo telefónico, habla desde su apartamento en Brooklyn. Es la una de la tarde en Nueva York y acaba de despertarse. Dice que siempre le gustó levantarse tarde. Por eso, entre otras cosas, se hizo escritor.

Con la ayuda de algunos compañeros, Glover coordinó a lo largo de once años la extracción de cerca de 2.000 cedés de la planta en que la discográfica Universal fabricaba sus discos: Kanye West, Queens of the Stone Age, Bjork, Jay Z... Los comprimía y los ponía al servicio de The Scene -y, más concretamente, de Rabid Neurosis, plataforma ilegal de intercambio de archivos-.  «The Scene fue un grupo pequeño y secreto, de unas mil personas», explica. «A lo largo de dos décadas, antes de que se reparara en su existencia, colocaron la mayor parte del material pirateado que había en Internet. Situaban a espías en la industria del entretenimiento y de ese modo conseguían filtrar material». Entre ellos había periodistas musicales que accedían a los discos con antelación y programadores de la radio.

El reportero norteamericano construye su libro cruzando la historia de Dell Glover con la de Doug Morris, presidente de Universal Music entre 1995 y 2011, que personifica las malas decisiones y la lentitud de reflejos de las discográficas, que no supieron reaccionar ante el tsunami que se cocinaba en la Red; y con la de Karlheinz Brandenburg, matemático genial, inventor del mp3, que vio cómo la industria despreciaba su formato en favor del mp2 y acabó liberando en Internet el L3enc, software que permitía transformar las canciones de los cedés en pequeños archivos fácilmente compartibles online.

Witt, que fue matemático antes que periodista y tiene un pasado en el mundo de las finanzas –trabajó en un hedge fund (fondo de capital riesgo) y se sentaba cerca de Steve Eisman, el tiburón que encarna Steve Carell en la película La gran apuesta-, expone los errores de una industria que dirigió el tiro hacia los usuarios que intercambian archivos –en EE. UU., el proyecto Hubcap llevó a los tribunales a 17.000 personas- y que lo acabó pagando. «La persecución no funcionó, fue absolutamente ridícula, no evitó las descargas e hizo que todo el mundo odiara a las discográficas. A la industria, irónicamente, el daño real se lo causó gente de dentro, gente como Dell Glover».

Tras terminar la escritura de su libro, Witt se abonó a una plataforma de streaming y se llevó sus discos duros, con 100.000 canciones, a un viejo almacén en Queens, Nueva York, donde se destruye material informático. Con unas aparatosas gafas protectoras, asistió, solemne, a la destrucción de su arsenal.

Comentando la postura de artistas como Thom Yorke, de Radiohead, que claman contra los exiguos dividendos que estas plataformas generan para los músicos, Witt –que afirma pagar por el 90% de la música que escucha ahora, y defiende los derechos de autor, aunque no a riesgo de que Internet acabe siendo patrullado por la policía («Soy un firme defensor de un Internet abierto»)–, hace una última confesión antes de cerrar la conversación: el último disco de Radiohead, se lo ha bajado.  «Sí, lo pirateé porque no lo encontraba en ningún sitio».

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