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domingo, mayo 22, 2016

Literatura / México: José Carlos Becerra, la vigencia del relámpago

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El poeta mexicano, fallecido a los 34 años, dejó una impronta imborrable entre quienes lo trataron de manera intensa; hoy hubiera cumplido 80. (Foto: Archivo/UNAM)

C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).-«Un relámpago que iba de aquí para allá, vital, juguetón, bailador, gracioso, auténtico», recuerda María Luisa La China Mendoza; «hombre combustible, el entusiasmo lo encendía y la indiferencia lo apagaba», lo definió Octavio Paz; «un joven muy alegre, dueño como pocos de un don especial para la poesía», evoca Fernando del Paso. Virginia Bautista reporta para Excélsior.

El poeta mexicano José Carlos Becerra (1936-1970) dejó recuerdos imborrables en su corta vida, 34 años, en quienes lo conocieron y lo trataron de manera intensa en los pocos años que vivió en la Ciudad de México.

«Leer, hacerse, madurar. Esa fue la estancia en la tierra de José Carlos, dejaba a un lado cualquier cosa con tal de lograrse como poeta», afirma en entrevista La China Mendoza, una de sus amigas más cercanas.

Nacido el 21 de mayo de 1936 en Villahermosa, Becerra cumpliría hoy 80 años de edad. Falleció el 27 de mayo de 1970 en un accidente automovilístico en Brindisi, Italia, que truncó —en opinión de varios escritores y críticos— una «brillante» trayectoria poética.

Tras ganar el primer lugar en un concurso estatal con el texto Apología de Hidalgo, en 1953, y el tercer lugar en otro certamen en 1956, con El ahogado, Becerra escribió por ese entonces los primeros versos que se le conocen y comenzó su gran amistad con el también poeta tabasqueño Carlos Pellicer.

Estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, pero pronto la literatura lo atrapó para siempre. En 1964, año decisivo para el joven bardo, pues muere su madre, confeccionó el libro Oscura palabra, publicado por Juan José Arreola en 1965. Dos años después salió a la luz Relación de los hechos.

Becerra contó con la beca del Centro Mexicano de Escritores y, posteriormente, de la Fundación Guggenheim, que le fue concedida a finales de septiembre de 1969. Por esta razón, salió para Nueva York y de allí hacia Europa.

Se estableció durante seis meses en Londres, donde dio vida a Fotografía junto a un tulipán y siguió trabajando en lo que él consideraba un nuevo poemario y en realidad eran tres: La Venta, Fiestas de inviernos y Cómo retrasar la aparición de las hormigas.

Tras su muerte, toda su obra se reunió en el volumen El otoño recorre las islas, con un prólogo del poeta y ensayista Octavio Paz. Aquí, el hoy Nobel de Literatura cuenta que conoció a Becerra en 1967, cuando estuvo en México una temporada.

«Me sorprendieron su calor, su capacidad para admirar y maravillarse, la inocencia de su mirada y sus facciones un poco infantiles. A veces la pasión centellaba en sus ojos y lo transformaba. Hombre combustible, el entusiasmo lo encendía y la indiferencia lo apagaba».

El autor de Piedra de Sol apuntó que el «lenguaje metálico» del tabasqueño está «más hecho para perforar la realidad que para celebrarla. La marea verbal mece al joven poeta que, en un estado de duermevela, se dice a sí mismo más que a la realidad que tiene enfrente... Becerra no veía el mundo, sino a su sombra en el mundo».

Literatura y cine

Un año antes de su trágica muerte, José Carlos Becerra convivió intensamente con la escritora María Luisa Mendoza, con quien trabajaba en una agencia publicitaria, en la que salía temprano una vez a la semana para cumplir con su beca del Centro Mexicano de Escritores. «Empezamos a ser compañeros del mismo dolor».

Narra que él iba muy seguido a su casa. «Comíamos como leones de circo, porque en mi casa siempre había comida. Todo lo que le servía yo se lo atrancaba feliz de la vida, los fideos se quedaban enrollados en su barba. Era un loco furioso.

«Íbamos mucho al cine, era un maniático del cine y yo también. Le gustaban las películas de acción y de aventuras. Acababa de rentar un departamento donde sólo tenía un colchón, una silla y en el clóset había muchos suéteres. Todo lo que hacía era muy gracioso, muy auténtico. Era infantil y juguetón», agrega.

Añade que se pasaban los días leyendo y comentando sus lecturas, escribiendo. «Y jugábamos mucho. Él, como era muy buen relator, nos contaba cómo bailaban los campechanos y te morías de risa. Hacíamos competencia de cómo bailaban los muchachos: se levantaba el pantalón y se enrollaba las mangas de la camisa. Bailaba muy bien».

Para La China, la poesía de José Carlos era «muy alta, muy hermética, no es fácil. Como poeta no tiene nada que ver lo que él era, su gracia, su encanto, su juventud, con su poesía densa, trascendente, pesada».

Dice que su separación fue dolorosa. «Él no se atrevió a despedirse de mí, no fue a darme el abrazo. Simplemente llegó a la casa con el libro de la obra completa de Pellicer y me pidió que se lo guardara, porque no lo quería perder».

Muchos piensan, indica, que él quería morirse, porque le gustaba visitar los panteones. «Yo no lo creo. Era un hombre pleno, vital, estaba muy contento, era un relámpago que iba de aquí para allá», concluye.

El 29 de mayo de 1970, Excélsior publicó en su página 3-A un cable de la agencia ANSA, firmado en Italia, con el título «Al volcar su auto, murió en Italia arq. mexicano». Esa tarde se confirmó que el arquitecto Carlos Becerra era realmente el poeta José Carlos Becerra, lo que permitió que se evitara que su cadáver fuera sepultado en una fosa común en Brindisi y que sus pertenencias, entre las que se encontraban sus manuscritos inéditos, fueran rematadas en una subasta pública.

Lo que también se rescató fue una camisa con rayas blancas que dejó en la casa donde se hospedó en Londres, a la que poco después llegó el escritor Fernando del Paso, quien sin haberlo tratado mucho se impresionó con su muerte y decidió conservarla como amuleto.

«Cada vez que yo sentía pereza de escribir, desánimo o escepticismo, me ponía la camisa y comenzaba a trabajar», comenta Del Paso, quien guardó la prenda durante 50 años, hasta que en abril pasado la depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en Madrid, antes de recibir el Premio Cervantes.

«No lo traté, pero me gusta mucho su poesía, es muy fresca. Pertenecíamos al mismo grupo y me impresionó su muerte. Fue una lástima perderlo. Y ahora creo que tenemos una deuda con él: que las nuevas generaciones lo lean, que se reedite su obra», aseguró ayer desde Guadalajara.


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