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Karen Armstrong. (Foto: Michael Lionstar)
C iudad Juárez, Chihuahua. 5 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- La semana pasada el equipo investigador de Atapuerca informaba de un gran hallazgo: un cráneo de homínido de hace medio millón de años con muestras claras de golpes homicidas. Los titulares de los periódicos rompieron en portada: «El primer asesinato de la historia». ¿Por qué lo mataron? ¿Competición por los recursos? ¿Luchas políticas entre clanes? ¿Religión quizás? Y si hay tantas respuestas posibles, se lamenta Karen Armstrong (Worcestershire, Reino Unido, 1944), ¿por qué nos despachamos con tanta facilidad culpando a las religiones de la violencia en la Historia? Daniel Arjona entrevista a la especialista mundial en historia de las religiones para El Cultural.
Armstrong vivió 7 años en un convento antes de colgar los hábitos y dedicarse al estudio de las religiones donde hoy es una referencia mundial. Aunque, como ha relatado, fue una «monja pésima». En su último libro, Campos de sangre (Paidós, 2015) defiende la tesis a la contra de que las razones profundas de la guerra a menudo tienen muy poco que ver con la religión. Al revés: la religión habría servido más bien como fuerza apaciguadora.
¿Qué fue lo que le motivó a escribir sobre la asociación histórica entre religión y violencia?
Una de las tareas más importantes de nuestro tiempo pasa por crear una sociedad global donde personas de toda etnia e ideología convivan en relativa armonía. Si no somos capaces de lograrlo, es poco probable que leguemos un mundo viable a la próxima generación. Existe la convicción de que el terrorismo de los últimos años está motivado por la religión. Es una explicación simplista. Los historiadores militares saben que la guerra o el terrorismo no obedecen a una sola razón: siempre hay múltiples factores -política, territorios, economía, ideología- involucrados en el acto de agresión.
La semilla de la violencia
Afirma que nuestro pasado como cazadores recolectores configura una parte crucial de nuestra herencia. ¿Se plantó entonces la semilla de la violencia?
Ciertamente la Humanidad fue moldeada profundamente en el Paleolítico, el periodo más largo de nuestra historia. Durante este tiempo, los hombres se convirtieron en asesinos profesionales, utilizando sus grandes cerebros para inventar tecnologías que les permitiera matar animales más grandes que ellos con el fin de sobrevivir. Aquellas bandas de cazadores pudieron ser la semilla de nuestros ejércitos modernos, pero nada más. La guerra nace con la civilización, requiere grandes ejércitos, capacidad para llevar a cabo campañas largas, vastos recursos de mano de obra, riquezas... La guerra estalla en Mesopotamia, cuna de la civilización, en la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo. Todas las civilizaciones premodernas se basaron económicamente en la agricultura y todas, sin excepción, mostraron una clara violencia estructural. Alrededor del 90% de la población fue oprimida por una pequeña aristocracia y obligada a vivir en condiciones de subsistencia con el fin de hacer crecer la producción que la nobleza podría utilizar para financiar su civilización. Vivieron vidas de lujo; los campesinos eran simplemente siervos. Sin embargo, los historiadores nos dicen que, sin aquel cruel sistema, los seres humanos no habrían avanzado más allá de un estadio primitivo porque se creó así una clase privilegiada con el ocio suficiente para desarrollar las artes y las ciencias.
La convicción de que el nacimiento de los grandes monoteísmos provoca una mayor violencia, ¿confunde entonces política y religión?
Sin duda existe la creencia generalizada de que el monoteísmo ha sido particularmente violento. Pero en mi libro demuestro que no es cierto. Todas las sociedades, monoteístas o no, hacen la guerra. Ahora, cuando usted habla de «confundir política y religión»señala un punto muy importante. Ninguna otra cultura tiene nuestra concepción de la fe. Antes de la época moderna, la «religión» no era una actividad separada. Impregnaba todos los aspectos de la vida. Las palabras de otros idiomas que traducimos como «religión» - din en árabe o dharma en sánscrito- se refieren a toda una forma de vida. El diccionario Oxford es categórico: «No hay palabra, ya sea en griego o latín que se corresponda con la inglesa religión». En Campos de sangre demuestro que los episodios que consideramos esencialmente «religiosos» -las Cruzadas, la Inquisición española, o las «guerras de religión» de los siglos XVI y XVII- estaban también profundamente condicionados por la política. Era imposible separarlos. Y lo mismo ocurre hoy.
¿Sigue pensando que las religiones han luchado por la paz tanto como por la guerra?
Es que la lucha por la paz fue una parte esencial de la búsqueda religiosa. Siempre existieron profetas, sabios y místicos que clamaron contra la violencia inherente a la civilización agraria. Los profetas hebreos denunciaban regularmente a sus gobernantes por crímenes de guerra. El Corán no es más que un grito por la justicia en una sociedad donde el comercio despiadado generaba desigualdades. Jesús fue ejecutado por los romanos por protestar contra la opresión imperial de Roma. Todas las grandes tradiciones religiosas evolucionaron siguiendo la misma regla de oro promulgada por primera vez por Confucio: «No trates a los demás como no te gustaría que te tratasen a ti mismo». Es verdad que no lograron convencer siempre a los gobernantes porque, como hemos visto, la guerra era esencial para la civilización. Pero el testimonio de la compasión siempre latió en la vida religiosa.
El vendaval de la Historia
En Campos de sangre el vendaval de la historia arrastra páginas y generaciones. Babilonia, India, China, la tragedia de Israel o el Cristianismo se enfocan perfilados por dos protagonistas principales: el monje y el guerrero. Hasta que, a mitad del libro, pasa la tormenta, llega el respiro, algo ha cambiado. Ha florecido la Ilustración y, con ella, la revolucionaria idea de separar Iglesia y Estado. ¿Por qué sólo triunfa en Occidente? «La Ilustración», razona Armstrong, «fue un episodio esencial para Occidente no sólo por su idea revolucionaria de separar la Iglesia y el Estado sino también por su promoción de las ideas de democracia, igualdad, libertad y derechos humanos. Pero, con todo su valor, no debemos convertirla en un fetiche».
Usted discute la primacía moral del fenómeno ilustrado y recuerda sus zonas oscuras.
Sí, porque los ideales de un pequeño grupo de philosophes aristocráticos no se llevaron a cabo hasta el siglo XIX. Y no se adoptaron porque los occidentales fuéramos moralmente superiores, sino gracias a la industrialización ocurrida en Gran Bretaña, Alemania o Estados Unidos que transformó la base económica de la sociedad. La norma agraria ya no tenía aplicación y los nuevos valores aparecieron como una necesidad. La tolerancia, el laicismo, etc., son virtudes industriales. La producción en masa requiere un mercado de masas. La gente común ya no podía mantenerse al nivel de la subsistencia, tenía que ser capaz de pagar los productos manufacturados. Cada vez más personas se vieron envueltas en el proceso productivo y necesitaron un mínimo de educación. Y exigieron una participación en el gobierno. La libertad intelectual se convirtió en esencial para la economía ya que sólo así la gente podía alcanzar la innovación necesaria para progresar. Pero estos privilegios fueron sólo para los europeos. Los Padres Fundadores de Estados Unidos sostuvieron que «todos los hombres son creados iguales». Pero encontraron perfectamente aceptable poseer esclavos. Y John Locke, apóstol de la tolerancia y los derechos humanos, declaró que los pueblos indígenas del Nuevo Mundo no tenían derechos de propiedad sobre sus tierras y podían ser combatidos y asesinados si se oponían a la colonización. Británicos, franceses, holandeses y otros no extendieron los derechos a los pueblos colonizados. Y tras la época colonial, los nuevos gobernantes se vieron forzados a forjar sus países según el modelo occidental pese a que sus súbditos no entendían un ideal extranjero sin precedentes. La secularización se impuso con tanta crueldad y violencia que el ideal ilustrado se empañó y fue visto por sus víctimas como un mal.
¿El fin de la religión?
¿Vivimos hoy el fin de la religión como defienden pensadores ateos como Dennet o Dawkins, o más bien la religión vuelve con fuerza como explican Taylor o Watson? ¿Dios ha muerto o está resucitando?
¿Estamos presenciando el fin de la religión? En una palabra: no. La religión convencional está sin duda en decadencia en el norte de Europa. En Gran Bretaña sólo el 6% de la población asiste a un servicio religioso con regularidad. Pero en el resto del mundo, la religión está en aumento. Europa es cada vez más encantadoramente anticuada en su secularismo. Estados Unidos es un país muy religioso, la segunda nación más religiosa en el mundo después de la India. La religión toma muchas formas, y no todas triunfan. Pero sin duda es una fuerza viva en el mundo, como siempre lo fue, porque los seres humanos tienen que encontrar algún sentido último y valor en sus vidas o caen muy fácilmente en la desesperación.
El fantasma de la yihad global recorre el mundo. ¿Cómo debemos responder?
En todos los lugares en que se ha introducido un gobierno secular, ha brotado también un movimiento contrario decidido a lograr que la fe se refleje con mayor claridad en la vida pública. El laicismo ha sido beneficioso para Occidente, pero también se ha impuesto con crueldad y violencia. Las quejas, desatendidas, se han ido pudriendo. La mayoría de los jóvenes de la yihad se movilizaron por las imágenes de los musulmanes que sufren en todo el mundo: en Palestina, Líbano, África, Irak, Chechenia y Bosnia. Psiquiatras forenses han entrevistado a terroristas en la cárcel y han llegado a la conclusión de que el problema no es el Islam, sino la ignorancia del Islam. Sólo el 25% por ciento ha tenido una educación musulmana regular; el resto son o bien nuevos conversos (como el «terrorista del zapato», Reid), no eran practicantes antes (como los de la maratón de Boston) o son autodidactas. Dos jóvenes yihadistas que salieron de Gran Bretaña para Siria habían encargado El Islam para dummies en Amazon. Cherif Kouachi, uno de los tiradores de París, era incapaz de distinguir el Islam del catolicismo y se radicalizó con las fotos de Abu Ghraib. Si queremos detener el terrorismo, tenemos que abordar estas quejas de larga duración de manera urgente y no echar toda la culpa al «Islam» o la «religión ».
La amenaza del IS
¿Y de qué forma enfrentamos amenazas como la del Estado Islámico?
El Estado Islámico es un ejemplo típico de lo inseparable de política y religión. La mayoría de los líderes y muchos de los combatientes pertenecieron al ejército disuelto de Sadán. Por eso se desempeñan tan bien en el campo de batalla. En el IS vemos una mezcla profana de una «religión» envilecida con la peor «laicidad». Un rehén francés preso del IS contó al ser liberado que el discurso de sus captores era totalmente político y raramente citaban el Corán. Un periodista de la revista Foreign Policy tuvo la misma experiencia: nunca mencionan la religión y ninguno de ellos respondió a la llamada a la oración. Además el IS nos recuerda que la conducta occidental ha ayudado a producir la violencia islámica moderna. Las raíces de la IS se encuentran en la insurgencia contra la ocupación británica y estadounidense durante la guerra de Irak.
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