Recordando a «Johnny Bandido»
por Antonio Pinedo
Ciudad Juárez 21 de octubre 2001.- Muerte siempre es dolorosa, pero hay muertes que duelen más, de esas muertes es la de Juan Robles. Es un dolor que hace pensar en la existencia del alma. El dolor se siente en un lugar indefinido, se busca de donde proviene, y no puede venir de otro lugar que no sea del alma. Lo que duele es el alma.
Nunca se sabe cuando alguien va a ser determinante en tu vida o importante, ésta importancia no se da en un acto, sino en una larga serie de pequeños eventos que en un momento determinado como en este caso la muerte de Juan, se te presentan todos de golpe y se cobra conciencia de lo que significaron en tu vida.
Breve semblanza
La primera vez que vi a Juan, fue cuando siendo estudiante de secundaria, editamos el quincenal Tribuna Estudiantil, un mensual que vio la luz en diciembre de 1971.
Horacio Castillo mejor conocido como «Peraloca», le pidió a don Aurelio Paéz, que fuéramos recibidos por el alcalde Mario Jáquez. En el grupo íbamos José Antonio Rodríguez, a quien todos llamábamos por su segundo apellido: Morones. Iban también Ricardo Baca a quien recordamos mejor llamandolo «Spooty», Cesar Meza y Secundino quien ahora es prominente figura del perredismo nacional y se le conoce mejor como el diputado Trinidad Morales y yo. Juan tomó algunas fotos, que luego nos obsequio y publicamos en el segundo número de Tribuna.
Juan me llamó mucha la atención por su uniforme de boy scout. A petición de don Aure, me tomó como aprendiz de fotógrafo. Su laboratorio se encontraba en lo que es hoy el patio de la vieja presidencia. municipal, a la que por otra parte recuerdo de mayores dimensiones. Fue cordial y generoso con sus conocimientos, no escatimo consejos, y lo mejor me dejaba usar el laboratorio.
Estas fueron mis primeras experiencias personales, con quien pasando los años trabaje en el diario Correo. en El Fronterizo y nuevamente me acompañó en los proyectos periodísticos personales: El quincenal Alternativa, de efímera existencia la revista -casi semanal- Opción y en Semanario, donde pasó sus últimos años de labor periodística y donde reclamaba un lugar en el directorio. Lugar que conserva hasta la fecha. Recuerdo ahora, que hace alrededor de ocho meses, su nombre desapareció del directorio, por obra y gracia de algún editor de mesa con iniciativa, fueron un par de números, porque pronto llegó Juan a reclamar.
-¿Qué ya me corriste?
Afortunadamente para mi nuestras vidas se encontraron constantemente a lo largo de los últimos treinta años. Yo, que siempre he presumido que mi verdadera vocación y talento está en la fotografía -repito; he presumido- constantemente amenazaba a Juan con comprar un equipo y dedicarme a la fotografía.
-Para acabar con el mito de Juan Robles.
Periódicamente a lo largo de estos años,los últimos 25 al vez. Juan me preguntaba.
-Qué, ya tienes cámara para acabar con el mito de Juan Robles.
-En eso estoy Juan, con dedicarme los próximos dos meses tengo.
Siempre lo tomó a bien.
A lo largo de estos años de repente me dí cuenta de que Juan me adoptó, era algo muy íntimo. Nunca, o mejor dicho pocas veces se atrevía a dar consejos pero a veces no resistía y me decía:
-Tú sabes lo que haces, yo no soy nadie para decirte que hacer, pero debe de tener cuidado con X o con Z,
Lo que nunca variaba era su despedida. Con la autoridad que nuestro mutuo cariño le daba, decía con tono de papá.
-Portate bien -suavizando ligeramente el tono y el gesto-, y cuídate mucho.
En los setentas cuando laboramos juntos en Correo, había un anuncio de un fritos en los que salía un personaje del Viejo Oeste, llamado Frito Bandido, por algo que no recuerdo me gusto para bromear a Juan, a quien desde ese tiempo llame «Johnny Bandido» nunca me preguntó por qué, ni le molestó el saludo, simplemente lo aceptó, como parte de nuestra relación personal.
Me apeno mucho su enfermedad, fue un mal adquirido en los laboratorios improvisados que en la presidencia municipal se construyeron, los gases que soltaban le acabaron los pulmones.
Fue fotógrafo oficial por 27 años, durante nueve administraciones, siete del PRI y las dos de Francisco Barrio y Francisco Villarreal.
Durante años luché porque me diera una entrevista en la que me contara sus impresiones de estos alcaldes. Juan nunca accedió, por convicción, por señorío natural, nunca hablaba mal de nadie. De los alcaldes sólo hablaba si era para bien. Ni acorralandolo se atrevía, mejor se levantaba y se retiraba.
Don Carlos Loret, me aconsejó alguna vez:
- Hay que evitar los calificativos, pero si los va a utilizar hágalo como Azorín y Martín Luis sino mejor no lo intente-.
Sin importar como se vean todos juntos, es necesario decir que Juan Robles fue un hombre generoso, discreto, honesto, trabajador, solidario, valiente, justo, amoroso, de un señorío proverbial, que le viene de sus abuelos, como lo fue el general villista José Isabel Robles, quien salvo a Álvaro Obregón de morir a manos de Pancho Villa.
Ayer enterramos a Juan. Yo que siempre rehuyó acercarme al féretro y ver los idos por última vez, fui acercado a Juan y lo agradezco.
Lo vi por última vez en su uniforme de scout, y pasó a formar parte de mi panteón familiar, de mi panteón particular, en donde sólo han tenido cabida mi padre, mi abuela, mi sobrino Luis, el maestro Irigoyen, el maestro Mava y ahora Juan, a quien nunca llame maestro, aunque lo fue.
Me conforta saber que el mismo tanque de oxígeno que alargó la vida de mi padre, fue el que ayudó a Juan en sus años de enfermedad.
Fue muy largo el cortejo, a Juan no le hubiera agradado, ya que molestaba a los automovilistas, y a Juan no le gustaba molestar.
Tomado de la Revista Semanario una publicación de meridiano 107 editores, año XII, N° 551. 22 de octubre 2001
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