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El poeta veracruzano. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- El poeta veracruzano Francisco Hernández obtuvo la décima edición del Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe, impulsado por el Seminario de Cultura Mexicana y el Festival Internacional de Poesía de Trois-Riviéres, de Québec, Canadá. Una nota de Jesús Alejo Santiago para Milenio:
El jurado del premio, integrado por Gaston Bellemare, Jean-Marc Desgent y Stéphane Despatie, reconocieron al autor de títulos como Imán para fantasmas, Mi vida con la perra o La isla de las breves ausencias por una escritura-espejo «poseedora de un gran lirismo y creatividad; por una poesía siempre vital y sorprendente, plena de preocupaciones íntimas, sociales y amorosas sobre grandes figuras de la cultura alemana».
Con un monto económico de 50 mil pesos, el galardón nació del interés de fortalecer los lazos culturales entre México y la región francófona del Canadá, mediante el cual se reconoce el trabajo de un poeta mexicano y otro quebequense, en forma alternada, el cual le será entregado en el marco del XV Encuentro de Poetas del Mundo Latino, a celebrarse en noviembre próximo en las ciudades de Aguascalientes y de San Luis Potosí.
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miércoles, julio 31, 2013
Visor Fronterizo / Rubén Moreno Valenzuela: «Museo de Arte de Ciudad Juárez»
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MUSEO DE ARTE DE CIUDAD JUÁREZ
Ciudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (Redacción / RanchoNEWS).- El emblemático Museo de Arte de Ciudad Juárez, obra del gran arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez, visto desde el techo del ex Centro de Artesanías del FONART en el ex ProNaF.
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Visor Fronterizo / Rubén Moreno Valenzuela: «Campanita»
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CAMPANITA
Ciudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (Redacción / RanchoNEWS).- La actriz Kimberly White interpreta el papel de Campanita en la obra «Doce princesas en pugna», escenificada por la compañía Line Teatro en el Teatro Experimental del Centro Cultural Paso del Norte el pasado mes de mayo
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Visor Fronterizo / Rubén Moreno Valenzuela: «Armaduras antiguas»
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ARMADURAS ANTIGUAS
Ciudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (Redacción / RanchoNEWS).- Réplicas de armaduras antiguas que se encuentran en el segundo piso de los Baños Roma, ubicados en la calle Mejía.
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Visor Fronterizo / Rubén Moreno Valenzuela: «Túnel de la calle 16 de Septiembre - Construcción 1»
TÚNEL DE LA CALLE 16 DE SEPTIEMBRE / CONSTRUCCIÓN 1
Foto 1.
Foto 2.
Foto 3.
Ciudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (Redacción / RanchoNEWS).- Imágenes del túnel que se construye en la calle 16 de Septiembre, desde la calle Lerdo. Las gráficas corresponden al lado poniente de la famosa «16», en la intersección de la calle Melchor Ocampo y fueron tomadas los viernes 12, 19 y 26 de julio. Esta obra pertenece al remozamiento del Centro Histórico de esta frontera.
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Visor Fronterizo / Rubén Moreno Valenzuela: «Recorrido en el Centro de Artesanías del FONART»
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RECORRIDO EN EL CENTRO DE ARTESANÍAS DEL FONART
Ciudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2013. (Redacción / RanchoNEWS).- Fotos correspondientes a un recorrido, a finales del mes de mayo, por el antiguo Centro de Artesanías del FONART, inmueble ubicado en la zona del ex ProNaF, que ahora tiene en comodato la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
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Literatura / Entrevista a Miguel Sabido
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El guionista mexicano. (Foto: Carreño)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Miguel Sabido es un hombre de teatro que, dice, ha vivido a gritos y a carcajadas. Su más profunda pasión ha sido el rescate de las pastorelas, un género que hace medio siglo estaba en peligro de extinción y que hoy sigue vigente, en buena medida, gracias a su incansable labor. Alida Piñón lo entrevista para El Universal:
También ha sido un hombre de la televisión, por lo que tuvo que pagar el precio de ser señalado como el «Judas de la cultura»; a cambio ganó el reconocimiento internacional y enseñó al mundo que la televisión podía ser utilizada para fines educativos y sociales.
El dramaturgo, guionista, director de escena, poeta e investigador ha acumulado más de 50 premios nacionales e internacionales. Obras como Falsa crónica de Juana la Loca –que recientemente se transmitió en Filipinas– y Las tentaciones de María Egipcia se volvieron iconos del teatro mexicano.
En el marco de sus 75 años de edad, el Instituto Nacional de Bellas Artes le rendirá un homenaje en el Centro Cultural del Bosque, hoy a las 19 hrs.
¿Recibir un homenaje lo ha orillado a mirar en retrospectiva su trayectoria?
Se cumplen 50 años de mis pastorelas y mis 75 años de vida, el Citru (Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral «Rodolfo Usigli») tuvo la gentileza de recordarlo he hizo un CD con el que se recuerda el trabajo que hice en teatro. Mi obra ha sido torrencial, porque he hecho cine, teatro, televisión, investigación. De todo lo que he hecho hay dos cosas que me han obsesionado: México y cómo puedo ayudar a que la humanidad dé un salto en su evolución, por eso hice televisión y me enfoqué en el famoso entertainment education.
El homenaje ha sido muy conmovedor porque desde que se dio a conocer, se han ido sumando otras instancias que desean celebrar mis 75 años y ha sido muy emocionante para mí; por ejemplo, el INBA a través de su Coordinación de Literatura hará una lectura de algunos de mis textos que no son muy conocidos pero que para mí son muy entrañables porque hablan sobre cómo, siendo un adolescente, conocí a personas como Carlos Pellicer, Pita Amor, Rodolfo Usigli –que es mi tío–-, Inés Arredondo, Alfonso Reyes, Octavio Paz, en fin, todas las personas que fueron el olimpo de la cultura. Y también se hará algo en la próxima edición de la Feria Internacional del Palacio de Minería.
¿Su padre fue la figura central de lo que sería su carrera?
He sido un hombre muy privilegiado. Mi padre fue un indígena que aprendió a hablar español a los 13 años y me llevó a bailar a Chalma cuando tenía seis años y ahí descubrí el mundo de las fiestas mexicanas, después fuimos a las pastorelas, bailé en La Villa, entre muchas otras cosas. Me conmueve tanto el mundo indígena, es la esencia de México; y los criollos durante cinco siglos hemos trazado un muro de salitre frente a los indígenas. En Yucatán a los niños les obsequian un objeto que definirá lo que harán de grandes y a mí me dieron un lápiz, luego utilicé máquina de escribir y me gustan mucho, porque el sonido del teclado de una computadora es muy suave, mientras que el de una máquina de escribir parece que te arrojas, es fisiológico, el sonido es muy fuerte, el acto de escribir en una máquina es una delicia.
¿Y el lápiz?
No sé, yo sabía leer desde muy chiquito, mi papá me ponía a leer a los clásicos, pero no sabía escribir, así que cuando escribo a mano me salto letras, por eso prefiero la máquina.
¿Qué es aquello de lo que más se siente satisfecho?
Es una falta enorme de modestia, pero me siento profundamente satisfecho de haber contribuido a rescatar las pastorelas que hace 50 años eran ya un género en extinción. A veces me he sentido muy humillado porque voy con las autoridades para decirles que hagamos festivales, que rescatemos textos, pero la mayoría me ven como si estuviera loco o me dicen que luego me llaman, así que, literalmente, me la he pasado limosneando 50 años para que se hagan pastorelas. El desprecio por el mundo indígena viene desde las Leyes de Indias y no puede ser. México no es una raza mestiza, hay 7 millones de seres humanos que no tienen una gota de sangre europea, así que somos un país pluricultural y nos enriquecimos con el español.
Las pastorelas son la continuación de 3 mil años de cultura mexicana y los indígenas han guardado la tradición, pero nadie los ayuda a realizar sus fiestas; todos estamos muy orgullosos del jarabe tapatío, de las pastorelas, pero ¿quién les ayuda a hacerlas?, la mayoría de la gente los desprecia y piensa que son cosas de indios.
Por ejemplo, en el libro Rescatando pastorelas escogí cinco cuadernos antiguos de pastorelas y los adapté para la escena moderna para que cualquier director las haga.
Lo que hice fueron grandes pastorelas con 300 bailarines, cantantes y actores, con trajes pintados a mano, porque quiero que nos sintamos orgullosos de que nuestro teatro es maravilloso.
¿Y de las telenovelas?
La telenovela es tan denostada... Cuando en 1967 empecé a hacerlas, pensé que no eran malas, sino que nosotros no sabíamos hacerlas, así que me inventé una metodología para utilizarlas socialmente, por ejemplo una (Caminemos) permitió que medio millón de adultos se inscribieran en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos; otra (Ven conmigo) logró que bajara el índice de explosión demográfica de 3.7 al 2.4; fue tal el éxito que Indira Gandhi me llamó para que la asesorara, así que fui a la India e hice dos telenovelas sobre planificación familiar y hace seis meses me llamaron porque quieren hacerme un reconocimiento, pues consideran que esas telenovelas fueron básicas para contener la explosión demográfica.
Las históricas también fueron un hito de la televisión mexicana
Fueron muy importantes y Emilio Azcárraga Milmo me dejó hacer una gran cantidad de cosas, por esto fui satanizadísimo, decían: «¡Uy, cómo Sabido trabaja en Televisa!». Ahora todo mundo trabaja ahí, Carlos Monsiváis salía, Elena Poniatowska aparece en el Canal 2 y nadie le dice nada. No importó que yo hiciera telenovela histórica y de contenido social, que hiciera los encuentros de comunicación... siempre me señalaron como el «Judas, traidor de la cultura». Ya todo eso se olvidó, hace 14 años que no trabajo ahí.
¿Esa época fue difícil o la pudo sobrellevar?
La pasé muy mal, pero he sido una persona que ha defendido la pluriculturalidad, he estado en contra de las guerras, de las injusticias. No tengo dinero, vivo de recuerdos.
Sé que estoy en los últimos capítulos de mi telenovela, pero sé que tendré un final muy feliz porque he disfrutado todo lo que he hecho, nunca le hice mal a nadie. Sí, fui muy satanizado pero pude hacer cosas como la reconstrucción del teatro evangelizador en náhuatl y si Emilio Azcárraga no me hubiera patrocinado con sus cámaras, México no hubiera tenido las pastorelas o las reconstrucciones que hice con Miguel León Portilla. Viví a gritos y a carcajadas, decía San Gregorio que a la gente de teatro no se nos podía enterrar en sagrado porque no teníamos alma que salvar y tenía razón. La gente de teatro se salta las convenciones y vive intensamente.
¿Y laboralmente con qué cuenta en ese final feliz?
Carlos Monsiváis, que fue un amigo entrañable, por ejemplo, dejó su biblioteca y he pensado en hacer eso, pero yo soy muy digital, así que he decidido dejar tres sitios de Internet: Fiestas de México, tres mil años de representación sagrada, La teoría tonal en la comunicación humana y Entertainment Education; estoy trabajando mucho en esto porque tendrá todo lo que he hecho en plataformas que ya son del siglo XXI. Uno de los sitios lo vamos a inaugurar en la Feria del Libro Internacional del Palacio de Minería; después se seguirá alimentando con nuevos textos de pastorelas.
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El guionista mexicano. (Foto: Carreño)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Miguel Sabido es un hombre de teatro que, dice, ha vivido a gritos y a carcajadas. Su más profunda pasión ha sido el rescate de las pastorelas, un género que hace medio siglo estaba en peligro de extinción y que hoy sigue vigente, en buena medida, gracias a su incansable labor. Alida Piñón lo entrevista para El Universal:
También ha sido un hombre de la televisión, por lo que tuvo que pagar el precio de ser señalado como el «Judas de la cultura»; a cambio ganó el reconocimiento internacional y enseñó al mundo que la televisión podía ser utilizada para fines educativos y sociales.
El dramaturgo, guionista, director de escena, poeta e investigador ha acumulado más de 50 premios nacionales e internacionales. Obras como Falsa crónica de Juana la Loca –que recientemente se transmitió en Filipinas– y Las tentaciones de María Egipcia se volvieron iconos del teatro mexicano.
En el marco de sus 75 años de edad, el Instituto Nacional de Bellas Artes le rendirá un homenaje en el Centro Cultural del Bosque, hoy a las 19 hrs.
¿Recibir un homenaje lo ha orillado a mirar en retrospectiva su trayectoria?
Se cumplen 50 años de mis pastorelas y mis 75 años de vida, el Citru (Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral «Rodolfo Usigli») tuvo la gentileza de recordarlo he hizo un CD con el que se recuerda el trabajo que hice en teatro. Mi obra ha sido torrencial, porque he hecho cine, teatro, televisión, investigación. De todo lo que he hecho hay dos cosas que me han obsesionado: México y cómo puedo ayudar a que la humanidad dé un salto en su evolución, por eso hice televisión y me enfoqué en el famoso entertainment education.
El homenaje ha sido muy conmovedor porque desde que se dio a conocer, se han ido sumando otras instancias que desean celebrar mis 75 años y ha sido muy emocionante para mí; por ejemplo, el INBA a través de su Coordinación de Literatura hará una lectura de algunos de mis textos que no son muy conocidos pero que para mí son muy entrañables porque hablan sobre cómo, siendo un adolescente, conocí a personas como Carlos Pellicer, Pita Amor, Rodolfo Usigli –que es mi tío–-, Inés Arredondo, Alfonso Reyes, Octavio Paz, en fin, todas las personas que fueron el olimpo de la cultura. Y también se hará algo en la próxima edición de la Feria Internacional del Palacio de Minería.
¿Su padre fue la figura central de lo que sería su carrera?
He sido un hombre muy privilegiado. Mi padre fue un indígena que aprendió a hablar español a los 13 años y me llevó a bailar a Chalma cuando tenía seis años y ahí descubrí el mundo de las fiestas mexicanas, después fuimos a las pastorelas, bailé en La Villa, entre muchas otras cosas. Me conmueve tanto el mundo indígena, es la esencia de México; y los criollos durante cinco siglos hemos trazado un muro de salitre frente a los indígenas. En Yucatán a los niños les obsequian un objeto que definirá lo que harán de grandes y a mí me dieron un lápiz, luego utilicé máquina de escribir y me gustan mucho, porque el sonido del teclado de una computadora es muy suave, mientras que el de una máquina de escribir parece que te arrojas, es fisiológico, el sonido es muy fuerte, el acto de escribir en una máquina es una delicia.
¿Y el lápiz?
No sé, yo sabía leer desde muy chiquito, mi papá me ponía a leer a los clásicos, pero no sabía escribir, así que cuando escribo a mano me salto letras, por eso prefiero la máquina.
¿Qué es aquello de lo que más se siente satisfecho?
Es una falta enorme de modestia, pero me siento profundamente satisfecho de haber contribuido a rescatar las pastorelas que hace 50 años eran ya un género en extinción. A veces me he sentido muy humillado porque voy con las autoridades para decirles que hagamos festivales, que rescatemos textos, pero la mayoría me ven como si estuviera loco o me dicen que luego me llaman, así que, literalmente, me la he pasado limosneando 50 años para que se hagan pastorelas. El desprecio por el mundo indígena viene desde las Leyes de Indias y no puede ser. México no es una raza mestiza, hay 7 millones de seres humanos que no tienen una gota de sangre europea, así que somos un país pluricultural y nos enriquecimos con el español.
Las pastorelas son la continuación de 3 mil años de cultura mexicana y los indígenas han guardado la tradición, pero nadie los ayuda a realizar sus fiestas; todos estamos muy orgullosos del jarabe tapatío, de las pastorelas, pero ¿quién les ayuda a hacerlas?, la mayoría de la gente los desprecia y piensa que son cosas de indios.
Por ejemplo, en el libro Rescatando pastorelas escogí cinco cuadernos antiguos de pastorelas y los adapté para la escena moderna para que cualquier director las haga.
Lo que hice fueron grandes pastorelas con 300 bailarines, cantantes y actores, con trajes pintados a mano, porque quiero que nos sintamos orgullosos de que nuestro teatro es maravilloso.
¿Y de las telenovelas?
La telenovela es tan denostada... Cuando en 1967 empecé a hacerlas, pensé que no eran malas, sino que nosotros no sabíamos hacerlas, así que me inventé una metodología para utilizarlas socialmente, por ejemplo una (Caminemos) permitió que medio millón de adultos se inscribieran en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos; otra (Ven conmigo) logró que bajara el índice de explosión demográfica de 3.7 al 2.4; fue tal el éxito que Indira Gandhi me llamó para que la asesorara, así que fui a la India e hice dos telenovelas sobre planificación familiar y hace seis meses me llamaron porque quieren hacerme un reconocimiento, pues consideran que esas telenovelas fueron básicas para contener la explosión demográfica.
Las históricas también fueron un hito de la televisión mexicana
Fueron muy importantes y Emilio Azcárraga Milmo me dejó hacer una gran cantidad de cosas, por esto fui satanizadísimo, decían: «¡Uy, cómo Sabido trabaja en Televisa!». Ahora todo mundo trabaja ahí, Carlos Monsiváis salía, Elena Poniatowska aparece en el Canal 2 y nadie le dice nada. No importó que yo hiciera telenovela histórica y de contenido social, que hiciera los encuentros de comunicación... siempre me señalaron como el «Judas, traidor de la cultura». Ya todo eso se olvidó, hace 14 años que no trabajo ahí.
¿Esa época fue difícil o la pudo sobrellevar?
La pasé muy mal, pero he sido una persona que ha defendido la pluriculturalidad, he estado en contra de las guerras, de las injusticias. No tengo dinero, vivo de recuerdos.
Sé que estoy en los últimos capítulos de mi telenovela, pero sé que tendré un final muy feliz porque he disfrutado todo lo que he hecho, nunca le hice mal a nadie. Sí, fui muy satanizado pero pude hacer cosas como la reconstrucción del teatro evangelizador en náhuatl y si Emilio Azcárraga no me hubiera patrocinado con sus cámaras, México no hubiera tenido las pastorelas o las reconstrucciones que hice con Miguel León Portilla. Viví a gritos y a carcajadas, decía San Gregorio que a la gente de teatro no se nos podía enterrar en sagrado porque no teníamos alma que salvar y tenía razón. La gente de teatro se salta las convenciones y vive intensamente.
¿Y laboralmente con qué cuenta en ese final feliz?
Carlos Monsiváis, que fue un amigo entrañable, por ejemplo, dejó su biblioteca y he pensado en hacer eso, pero yo soy muy digital, así que he decidido dejar tres sitios de Internet: Fiestas de México, tres mil años de representación sagrada, La teoría tonal en la comunicación humana y Entertainment Education; estoy trabajando mucho en esto porque tendrá todo lo que he hecho en plataformas que ya son del siglo XXI. Uno de los sitios lo vamos a inaugurar en la Feria del Libro Internacional del Palacio de Minería; después se seguirá alimentando con nuevos textos de pastorelas.
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Textos / Carlos Saura: «... y San Luis Buñuel subió a los altares»
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Luis Buñuel y Carlos Saura en Cuenca en 1960. En segundo plano, Antonio Saura, hermano del cineasta.(Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Hoy se cumplen 30 años de la muerte del director de películas como Un perro andaluz, Viridiana o Él. Carlos Saura firma una aproximación muy personal a la dimensión humana y artística de un grande del séptimo arte. Reproducimos para ustedes el texto de Saura publicado por El País:
Cuando en 1960 conocí personalmente a Luis Buñuel, en el festival de Cannes, me di cuenta de que el ciclón de la Guerra Civil que quebró ilusiones y asesinó a algunos de sus mejores retoños no pudo con algunos poderosos árboles que hendían sus raíces en las entrañas de la tierra y que, al final de la contienda, como suele pasar a menudo, los perdedores habían ganado una guerra fratricida que dejó el suelo de España asolado y ensangrentado.
Ahora que el olvido de muchos, el alzhéimer de otros, la amenaza de la próstata y que los huesos que se derriten o anquilosan precipitan al olvido, convendría recordar que, como émulo y paisano de don Francisco de Goya y Lucientes, a Luis Buñuel Portolés le tocó vivir en el centro de un huracán que sacudió el mundo. Fue testigo de tres horribles guerras y sus secuelas: dos europeas –la última, saldada con más de 50 millones de muertos, una cifra que da vértigo y que pone en duda la inteligencia del ser humano–, la otra, una guerra próxima, la Guerra Civil española, que segó la vida de familiares y amigos. No es de extrañar que siendo testigo de esa barbarie, Buñuel detestara la tecnología, a la que solía emparentar con la muerte y la destrucción, quizá olvidando que también esa tecnología, que al fin y al cabo no es más que ciencia y por tanto conocimiento, podía servir, también, para evitar el sufrimiento y ampliar nuestro conocimiento y saber.
En sus últimos años, como un monje ermitaño y medieval, añoraba la vida conventual y por eso se refugiaba para trabajar en México y en Madrid en lugares silenciosos y solitarios, quizá acompañado de ese «ruido de los pensamientos» que dijera San Juan de la Cruz. «Si yo me muero ahora, pues nada, bien, ya he vivido lo suficiente, sería horrible ser inmortal», decía a sus 70 años. Pero compensaba esos retiros místicos con comidas regadas con vino blanco de Yepes y tinto de Rioja, y charlas con sus amigos, charlas interminables, maravillosas conversaciones de una persona que ha vivido con pasión una época de intensos cambios, convulsiones sociales, movimientos artísticos y descubrimientos científicos, que han marcado definitivamente este siglo.
En su despertar mañanero se miraba al espejo y se reconocía poniéndose una mano en el pabellón de la oreja y accionando el audífono se preguntaba: «Luis, ¿cómo estás hoy, por la mañana?». «Bien, bien, estoy bien», respondía. En ese reconocimiento estaba implícita la sorpresa del alumbramiento de cada día. «Esta noche he soñado con carnuzo, es un sueño recurrente, montones de carne, de sebo, de grasa...». Leí en alguna parte que cuando nos despertamos rompemos la frágil telaraña de los sueños. Los sueños son evanescentes, y al igual que los recuerdos los manipulamos a nuestro antojo; quedan restos de imágenes, sensaciones, terrores ancestrales, miedo a la oscuridad, caídas en el vacío... De sueños, pesadillas y alucinaciones sabía mucho don Luis.
En la oscuridad de la cueva, monoshombres de la odisea del espacio escrutan la negrura de los sueños: sueños eróticos imposibles, escaladas de poder, asesinos que pergeñan terribles crímenes en la oscuridad, pensamientos que anidan venganzas por las humillaciones sufridas... y también remansos de felicidad y placer; playas con sus palmerales y aguas transparentes, desiertos al amanecer, brumas nórdicas, bosques iluminados, y la esperanza en una vida mejor, el amanecer de un nuevo día, tal vez de un nuevo milenio... Dalí levanta la piel del mar Mediterráneo y debajo, sobre la arena, yacen Luis Buñuel y Federico García Lorca.
Luis Buñuel y sus compañeros de viaje: Lorca, poeta de Nueva York y de canciones populares acompañadas al piano; Bergamín, tan delgado y elegante, tan fino y educado, de palabra fácil y aguda. Julio Alejandro, Sender, Pitaluga, Picasso, Miró, Dalí, Pau Casals, León Felipe, Cernuda, Alberti, Villegas López, Carlos Velo, ¡y tantos otros de una generación inolvidable! ¡Qué contraste su vitalidad con nuestra generación de velatorio, desencantada y aburrida, de los años de posguerra!
Recuerdo una penosa proyección de Él, la película que Luis Buñuel dirigió en México, en donde críticos de campanillas del momento, y algunos amigos, dijeron inenarrables tonterías de esa obra maestra. Pero la vida es así, y como rectificar es de sabios, ahora «San Luis Buñuel» se entroniza en los altares de una cultura masificada. Muchos dirán que le conocieron bien –yo me adelanto para decir que solo conocí una pequeña parcela de su vida y la amistad que él me regaló–, y en este ágape dirán que tienen la clave de cómo era, cómo comía, cómo bebía, cómo pensaba... Se nombrarán comisiones laudatorias, monumentos, panegíricos... Y Luis Buñuel, desde las alturas del cumplido centenario sonreirá, con esa sonrisa suya simpática, cazurra, aragonesa, y soltará alguno de sus temibles consejos amistosos: «Carlos, si me dieran el Oscar, lo arrojaría indignado al suelo y me marcharía». «No hagas nunca publicidad de tu película, eso está bien para los mediocres». «La Palma de Oro de Cannes, nada, nada, malo... El Premio Especial del Jurado, bueno, porque ese no depende de las intrigas. Aunque a mí los premios, ya sabes: vanidad de vanidades...». «La pasión es lo único que lo justifica todo, hasta el más horrible de los crímenes». «Los católicos han inventado la confesión para poder controlar el último reducto de nuestra libertad: la imaginación; he tenido malos pensamientos, confesaba de chico, atormentado por las llamas del infierno». «¿Qué pensamientos eran esos, hijo?», me preguntaba el cura. «Mujeres desnudas, el sexo, me masturbaba». «Bueno, aquí uno podía decir todo tipo de barbaridades, por ejemplo: que en mis pensamientos había matado a mi padre, que me acostaba con mi hermana... etcétera». La imaginación, como decía Goya, no tiene límites.
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Luis Buñuel y Carlos Saura en Cuenca en 1960. En segundo plano, Antonio Saura, hermano del cineasta.(Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Hoy se cumplen 30 años de la muerte del director de películas como Un perro andaluz, Viridiana o Él. Carlos Saura firma una aproximación muy personal a la dimensión humana y artística de un grande del séptimo arte. Reproducimos para ustedes el texto de Saura publicado por El País:
Cuando en 1960 conocí personalmente a Luis Buñuel, en el festival de Cannes, me di cuenta de que el ciclón de la Guerra Civil que quebró ilusiones y asesinó a algunos de sus mejores retoños no pudo con algunos poderosos árboles que hendían sus raíces en las entrañas de la tierra y que, al final de la contienda, como suele pasar a menudo, los perdedores habían ganado una guerra fratricida que dejó el suelo de España asolado y ensangrentado.
Ahora que el olvido de muchos, el alzhéimer de otros, la amenaza de la próstata y que los huesos que se derriten o anquilosan precipitan al olvido, convendría recordar que, como émulo y paisano de don Francisco de Goya y Lucientes, a Luis Buñuel Portolés le tocó vivir en el centro de un huracán que sacudió el mundo. Fue testigo de tres horribles guerras y sus secuelas: dos europeas –la última, saldada con más de 50 millones de muertos, una cifra que da vértigo y que pone en duda la inteligencia del ser humano–, la otra, una guerra próxima, la Guerra Civil española, que segó la vida de familiares y amigos. No es de extrañar que siendo testigo de esa barbarie, Buñuel detestara la tecnología, a la que solía emparentar con la muerte y la destrucción, quizá olvidando que también esa tecnología, que al fin y al cabo no es más que ciencia y por tanto conocimiento, podía servir, también, para evitar el sufrimiento y ampliar nuestro conocimiento y saber.
En sus últimos años, como un monje ermitaño y medieval, añoraba la vida conventual y por eso se refugiaba para trabajar en México y en Madrid en lugares silenciosos y solitarios, quizá acompañado de ese «ruido de los pensamientos» que dijera San Juan de la Cruz. «Si yo me muero ahora, pues nada, bien, ya he vivido lo suficiente, sería horrible ser inmortal», decía a sus 70 años. Pero compensaba esos retiros místicos con comidas regadas con vino blanco de Yepes y tinto de Rioja, y charlas con sus amigos, charlas interminables, maravillosas conversaciones de una persona que ha vivido con pasión una época de intensos cambios, convulsiones sociales, movimientos artísticos y descubrimientos científicos, que han marcado definitivamente este siglo.
En su despertar mañanero se miraba al espejo y se reconocía poniéndose una mano en el pabellón de la oreja y accionando el audífono se preguntaba: «Luis, ¿cómo estás hoy, por la mañana?». «Bien, bien, estoy bien», respondía. En ese reconocimiento estaba implícita la sorpresa del alumbramiento de cada día. «Esta noche he soñado con carnuzo, es un sueño recurrente, montones de carne, de sebo, de grasa...». Leí en alguna parte que cuando nos despertamos rompemos la frágil telaraña de los sueños. Los sueños son evanescentes, y al igual que los recuerdos los manipulamos a nuestro antojo; quedan restos de imágenes, sensaciones, terrores ancestrales, miedo a la oscuridad, caídas en el vacío... De sueños, pesadillas y alucinaciones sabía mucho don Luis.
En la oscuridad de la cueva, monoshombres de la odisea del espacio escrutan la negrura de los sueños: sueños eróticos imposibles, escaladas de poder, asesinos que pergeñan terribles crímenes en la oscuridad, pensamientos que anidan venganzas por las humillaciones sufridas... y también remansos de felicidad y placer; playas con sus palmerales y aguas transparentes, desiertos al amanecer, brumas nórdicas, bosques iluminados, y la esperanza en una vida mejor, el amanecer de un nuevo día, tal vez de un nuevo milenio... Dalí levanta la piel del mar Mediterráneo y debajo, sobre la arena, yacen Luis Buñuel y Federico García Lorca.
Luis Buñuel y sus compañeros de viaje: Lorca, poeta de Nueva York y de canciones populares acompañadas al piano; Bergamín, tan delgado y elegante, tan fino y educado, de palabra fácil y aguda. Julio Alejandro, Sender, Pitaluga, Picasso, Miró, Dalí, Pau Casals, León Felipe, Cernuda, Alberti, Villegas López, Carlos Velo, ¡y tantos otros de una generación inolvidable! ¡Qué contraste su vitalidad con nuestra generación de velatorio, desencantada y aburrida, de los años de posguerra!
Recuerdo una penosa proyección de Él, la película que Luis Buñuel dirigió en México, en donde críticos de campanillas del momento, y algunos amigos, dijeron inenarrables tonterías de esa obra maestra. Pero la vida es así, y como rectificar es de sabios, ahora «San Luis Buñuel» se entroniza en los altares de una cultura masificada. Muchos dirán que le conocieron bien –yo me adelanto para decir que solo conocí una pequeña parcela de su vida y la amistad que él me regaló–, y en este ágape dirán que tienen la clave de cómo era, cómo comía, cómo bebía, cómo pensaba... Se nombrarán comisiones laudatorias, monumentos, panegíricos... Y Luis Buñuel, desde las alturas del cumplido centenario sonreirá, con esa sonrisa suya simpática, cazurra, aragonesa, y soltará alguno de sus temibles consejos amistosos: «Carlos, si me dieran el Oscar, lo arrojaría indignado al suelo y me marcharía». «No hagas nunca publicidad de tu película, eso está bien para los mediocres». «La Palma de Oro de Cannes, nada, nada, malo... El Premio Especial del Jurado, bueno, porque ese no depende de las intrigas. Aunque a mí los premios, ya sabes: vanidad de vanidades...». «La pasión es lo único que lo justifica todo, hasta el más horrible de los crímenes». «Los católicos han inventado la confesión para poder controlar el último reducto de nuestra libertad: la imaginación; he tenido malos pensamientos, confesaba de chico, atormentado por las llamas del infierno». «¿Qué pensamientos eran esos, hijo?», me preguntaba el cura. «Mujeres desnudas, el sexo, me masturbaba». «Bueno, aquí uno podía decir todo tipo de barbaridades, por ejemplo: que en mis pensamientos había matado a mi padre, que me acostaba con mi hermana... etcétera». La imaginación, como decía Goya, no tiene límites.
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martes, julio 30, 2013
Fotoperiodismo / Patrick Semansky: «Free African-American community»
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Maryland 7/17/2013.- Audrey Schaefer, an undergraduate student studying anthropology at the University of Maryland, excavates beneath a series of tree roots in Easton, Md., as she and classmates hope to find evidence that might prove the state was home to the first free African-American community in the nation. Archaeologists and students involved in the excavation believe an Easton neighborhood known as The Hill may predate Treme, a New Orleans neighborhood dating to 1812 that is recognized as the nation's oldest free black community, by two decades or more. The house where the excavation is taking place dates to at least 1793. It was owned in 1800 by a white man named James Price, and was home to three free non-white residents, according to the 1800 Census.
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Maryland 7/17/2013.- Audrey Schaefer, an undergraduate student studying anthropology at the University of Maryland, excavates beneath a series of tree roots in Easton, Md., as she and classmates hope to find evidence that might prove the state was home to the first free African-American community in the nation. Archaeologists and students involved in the excavation believe an Easton neighborhood known as The Hill may predate Treme, a New Orleans neighborhood dating to 1812 that is recognized as the nation's oldest free black community, by two decades or more. The house where the excavation is taking place dates to at least 1793. It was owned in 1800 by a white man named James Price, and was home to three free non-white residents, according to the 1800 Census.
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Fotoperiodismo / John Moore: «Ritual Cyclical»
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New York City 7/25/2013.-Dancers perform choreographer Mark Dendy's Ritual Cyclical, presented by Lincoln Center Out of Doors and the American Dance Festival. Eighty dancers took part in the site specific event at the Lincoln Center's Hearst Plaza in performances Wednesday and Thursday.
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New York City 7/25/2013.-Dancers perform choreographer Mark Dendy's Ritual Cyclical, presented by Lincoln Center Out of Doors and the American Dance Festival. Eighty dancers took part in the site specific event at the Lincoln Center's Hearst Plaza in performances Wednesday and Thursday.
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Fotoperiodismo / Peter Macdiamid : «The Heat »
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England 7/17/2013.-Passengers ride a bus displaying an advert for a movie entitled The Heat in London. The United Kingdom is experiencing heatwave conditions for a second week.
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England 7/17/2013.-Passengers ride a bus displaying an advert for a movie entitled The Heat in London. The United Kingdom is experiencing heatwave conditions for a second week.
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lunes, julio 29, 2013
Textos / Glafira Rocha: «La obsesión de los ojos: Buñuel el voyeur»
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Fotograma de Un perro andaluz. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Un ojo en una cerradura mira, observa, espía. Un marido celoso del otro lado y una afilada y larga aguja que se encaja con la intención de traspasar ese ojo que irrumpe en el universo de los enamorados. El ojo se vacía, se desangra, el espía grita: perdió uno de sus más preciados valores. En la imaginación paranoica de un hombre preso de la celotipia sucede esta historia que no tiene relación con la realidad; nadie ve, no hay otro detrás de la puerta, aunque su respuesta se corresponde con su fantasía, pues un cerebro no distingue entre lo que sucede verdaderamente y lo que la ilusión le señala. Los ojos son su obsesión, la vista del voyeur que participa en el suceso como un ser ausente y presente a un mismo tiempo. La mirada que logra un juego de espejos: el autor que imagina, el actor que representa, el espectador en su butaca, quien también irrumpe en ese caleidoscopio elucubrado por una mente, la de Luis Buñuel.
En Él (1953) entramos en la enfermedad del personaje: ciego por los celos, ve lo que no está y entonces la historia nos envuelve en el marasmo de no saber qué es cierto y qué falso. La mirada de complicidad del espectador es dividida entre la pobre mujer maltratada y el triste marido cornudo. Buñuel deja la sospecha: ¿fueron los celos los que provocaron que la alucinación se hiciera cierta, o la infidelidad alimentó una patología?
Ahora el espectador se apachurra en su butaca; no puede creer lo que ve, sigue observando, le da escalofrío, quiere gritar pero no se atreve, es imposible que un ojo en tamaño panorámico sea cercenado, no hay palabras, la imagen es muda y para 1929 la intención de Buñuel surtió efecto: lograr un pasmo, un choque traumático con el que se anularan los pensamientos y quedara sólo el registro del miedo. Podría creérsele una imagen que invita a la introspección, al análisis simbólico, a una interpretación metafórica, pero Buñuel sólo dice: «la imagen la puse porque había aparecido en un sueño y sabía que iba a repugnar a la gente». Más sencillo que un parpadeo.
Los niños pueden ser perversos, llenos de la misma insinceridad de cualquier adulto: la inocencia se pierde dentro de la miseria. Un ciego violenta a una niña en medio de una lluvia de piedras, el ojo de una gallina se encuentra con esa vista muerta. Buñuel busca durante más de seis meses, deambula por barrios a los que nadie se asoma, hurga en historias de los periódicos y surge Los olvidados (1950). Una mirada diferente, que muestra la otra cara de una gran ciudad. Las críticas divididas, el espectador indignado y al mismo tiempo sorprendido. Buñuel muestra en cámara lenta: «porque da una dimensión inesperada hasta el gesto más trivial, nos hace ver detalles que a la velocidad normal no percibimos».
Los ojos son un detalle y al mismo tiempo el contenido completo dentro una estética, la buñueliana. La mirada es una constante, es la historia no dicha y que ofrece más elementos que cualquier diálogo. Unos ojos saltones, grandes, profundos, que ven más allá de lo que es. Un mirón que curiosamente no gustaba de ser visto y se escondía detrás de sus sueños e historias en las que, según él, no se mostraba la suya. Tomás Pérez Turrent dice: «Buñuel prohíbe que uno intente asomarse a su interior». José de la Colina menciona: «Buñuel se resistía a explicar sus películas y, si bien negaba rotundamente que éstas carecieran de sentido, ni afirmaba ni negaba nuestras interpretaciones».
Una visión con cambio de perspectiva y ahora el diablo es mujer, una bella que muestra sus pechos para tentar al santo. El espiritualismo y el realismo. Simón del desierto (1964) participa de la tentación, del encuentro con la renuncia o la entrega a cualquier deseo. El anacoreta que pretende ser tocado está en su columna rígido, como los personajes que le gustaban a Buñuel: «personajes con ideas fijas», con el ojo puesto en el objetivo y sin quitarlo hasta que la imagen perfecta aparezca. Como en Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Ensayo de un crimen (1955), tenemos personajes que, aunque claros, mueven su registro para aceptar una realidad que los toca. Así, su creador cinematográfico, ante la censura, hace mejor un pequeño cambio, porque la meta es mayor: acompañar la mirada de un público que está necesitado de ver más allá del melodrama, la risa o la reflexión. Luis Buñuel se plantea un arrebato a la congruencia: lo onírico se mezcla con una crudeza de lo comprensible para asestar un golpe a la lógica de la psique: «yo no psicoanalizo mis películas», dice el autor a quien un psicoanalista calificó como no-psicoanalizable.
Ante una imagen plagada de simbolismo, hay algo más profundo en la mirada cinematográfica de Buñuel: entre los sueños, los insectos, las gallinas, los zapatos y la ropa femenina se develan los detalles nimios y olvidados. El objetivo parecería convertir al espectador en un personaje más de la cinta, de modo tal que se enfrente a su propia historia a partir de que el cineasta, con su mirada, le sacude el registro de lo cotidiano. Hay entonces una parálisis ante lo incomprensible: esa nueva visión aparece con recurrencia en nuestra vida ordinaria, pues la película se presenta de nuevo en la memoria, se mezcla con la propia realidad, y su lógica fragmentada adquiere claridad. El objetivo se cumple cuando la historia queda impresa, fija, para llevarla con nosotros a todos lados.
Nuevamente el ojo se acerca al orificio de la cerradura para ver sin ser notado, el ojo se pega más para entrar en el universo buñueliano, pero nada encuentra, hay censura, el ojo parpadea para humedecer el irritado globo ocular, casi renuncia a su tarea, hasta que se asusta cuando se da cuenta de que es observado: otro ojo desde otra cerradura ha estado ahí viendo que buscan verlo. Es Buñuel entrando en una red de miradas, y en la que la suya dice: «Me gusta estar solo con mi alma y soñar despierto, imaginar lo imaginable y lo inimaginable».
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Fotograma de Un perro andaluz. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Un ojo en una cerradura mira, observa, espía. Un marido celoso del otro lado y una afilada y larga aguja que se encaja con la intención de traspasar ese ojo que irrumpe en el universo de los enamorados. El ojo se vacía, se desangra, el espía grita: perdió uno de sus más preciados valores. En la imaginación paranoica de un hombre preso de la celotipia sucede esta historia que no tiene relación con la realidad; nadie ve, no hay otro detrás de la puerta, aunque su respuesta se corresponde con su fantasía, pues un cerebro no distingue entre lo que sucede verdaderamente y lo que la ilusión le señala. Los ojos son su obsesión, la vista del voyeur que participa en el suceso como un ser ausente y presente a un mismo tiempo. La mirada que logra un juego de espejos: el autor que imagina, el actor que representa, el espectador en su butaca, quien también irrumpe en ese caleidoscopio elucubrado por una mente, la de Luis Buñuel.
En Él (1953) entramos en la enfermedad del personaje: ciego por los celos, ve lo que no está y entonces la historia nos envuelve en el marasmo de no saber qué es cierto y qué falso. La mirada de complicidad del espectador es dividida entre la pobre mujer maltratada y el triste marido cornudo. Buñuel deja la sospecha: ¿fueron los celos los que provocaron que la alucinación se hiciera cierta, o la infidelidad alimentó una patología?
Ahora el espectador se apachurra en su butaca; no puede creer lo que ve, sigue observando, le da escalofrío, quiere gritar pero no se atreve, es imposible que un ojo en tamaño panorámico sea cercenado, no hay palabras, la imagen es muda y para 1929 la intención de Buñuel surtió efecto: lograr un pasmo, un choque traumático con el que se anularan los pensamientos y quedara sólo el registro del miedo. Podría creérsele una imagen que invita a la introspección, al análisis simbólico, a una interpretación metafórica, pero Buñuel sólo dice: «la imagen la puse porque había aparecido en un sueño y sabía que iba a repugnar a la gente». Más sencillo que un parpadeo.
Los niños pueden ser perversos, llenos de la misma insinceridad de cualquier adulto: la inocencia se pierde dentro de la miseria. Un ciego violenta a una niña en medio de una lluvia de piedras, el ojo de una gallina se encuentra con esa vista muerta. Buñuel busca durante más de seis meses, deambula por barrios a los que nadie se asoma, hurga en historias de los periódicos y surge Los olvidados (1950). Una mirada diferente, que muestra la otra cara de una gran ciudad. Las críticas divididas, el espectador indignado y al mismo tiempo sorprendido. Buñuel muestra en cámara lenta: «porque da una dimensión inesperada hasta el gesto más trivial, nos hace ver detalles que a la velocidad normal no percibimos».
Los ojos son un detalle y al mismo tiempo el contenido completo dentro una estética, la buñueliana. La mirada es una constante, es la historia no dicha y que ofrece más elementos que cualquier diálogo. Unos ojos saltones, grandes, profundos, que ven más allá de lo que es. Un mirón que curiosamente no gustaba de ser visto y se escondía detrás de sus sueños e historias en las que, según él, no se mostraba la suya. Tomás Pérez Turrent dice: «Buñuel prohíbe que uno intente asomarse a su interior». José de la Colina menciona: «Buñuel se resistía a explicar sus películas y, si bien negaba rotundamente que éstas carecieran de sentido, ni afirmaba ni negaba nuestras interpretaciones».
Una visión con cambio de perspectiva y ahora el diablo es mujer, una bella que muestra sus pechos para tentar al santo. El espiritualismo y el realismo. Simón del desierto (1964) participa de la tentación, del encuentro con la renuncia o la entrega a cualquier deseo. El anacoreta que pretende ser tocado está en su columna rígido, como los personajes que le gustaban a Buñuel: «personajes con ideas fijas», con el ojo puesto en el objetivo y sin quitarlo hasta que la imagen perfecta aparezca. Como en Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Ensayo de un crimen (1955), tenemos personajes que, aunque claros, mueven su registro para aceptar una realidad que los toca. Así, su creador cinematográfico, ante la censura, hace mejor un pequeño cambio, porque la meta es mayor: acompañar la mirada de un público que está necesitado de ver más allá del melodrama, la risa o la reflexión. Luis Buñuel se plantea un arrebato a la congruencia: lo onírico se mezcla con una crudeza de lo comprensible para asestar un golpe a la lógica de la psique: «yo no psicoanalizo mis películas», dice el autor a quien un psicoanalista calificó como no-psicoanalizable.
Ante una imagen plagada de simbolismo, hay algo más profundo en la mirada cinematográfica de Buñuel: entre los sueños, los insectos, las gallinas, los zapatos y la ropa femenina se develan los detalles nimios y olvidados. El objetivo parecería convertir al espectador en un personaje más de la cinta, de modo tal que se enfrente a su propia historia a partir de que el cineasta, con su mirada, le sacude el registro de lo cotidiano. Hay entonces una parálisis ante lo incomprensible: esa nueva visión aparece con recurrencia en nuestra vida ordinaria, pues la película se presenta de nuevo en la memoria, se mezcla con la propia realidad, y su lógica fragmentada adquiere claridad. El objetivo se cumple cuando la historia queda impresa, fija, para llevarla con nosotros a todos lados.
Nuevamente el ojo se acerca al orificio de la cerradura para ver sin ser notado, el ojo se pega más para entrar en el universo buñueliano, pero nada encuentra, hay censura, el ojo parpadea para humedecer el irritado globo ocular, casi renuncia a su tarea, hasta que se asusta cuando se da cuenta de que es observado: otro ojo desde otra cerradura ha estado ahí viendo que buscan verlo. Es Buñuel entrando en una red de miradas, y en la que la suya dice: «Me gusta estar solo con mi alma y soñar despierto, imaginar lo imaginable y lo inimaginable».
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Textos / José de la Colina: «El último momento con don Luis (Buñuel)»
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Luis Buñuel y José de la Colina. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Un día de 1983 me llamó por teléfono: «De la Colina, venga usted mañana a casa a las cinco de la tarde; tengo algo para usted, y de paso nos despediremos». Con el corazón encogido, porque ya sabía que desde hacía unos días Buñuel telefoneaba dando citas similares a otros amigos, fui hipócrita y pregunté: «Don Luis, ¿va usted a salir de viaje?».
–No, ningún viaje; venga usted a las cinco de la tarde –me respondió.
En el volksvaguen fui al día siguiente a la recoleta casa de la Cerrada de Félix Cuevas ante la cual estuve paseando porque había llegado adelantado unos minutos y sabía que don Luis consideraba tan grosero acudir a una cita unos minutos antes como unos minutos después. Él me esperaba ya en el recibidor, no en la salita donde tantas veces conversamos y donde Pérez Turrent y yo, ante los tiernos ojos de la perra Tristanita, lo habíamos entrevistado durante dos o tres años para el libro Prohibido asomarse al interior/ Conversaciones con Luis Buñuel. De pie, con un sorprendente aspecto de fragilidad, pero bien erguido, estaba junto a un gran bulto rectangular y vertical envuelto en papel de estraza y atado con cuerdas.
Me esforcé en aparentar serenidad cuando don Luis con voz grave pero no solemne dijo las últimas palabras que yo le oiría:
–Amigo De la Colina, voy a prepararme para bien morir. No nos veremos ya, ni responderé al teléfono. Acepte usted esto [el paquete a su lado] como un recuerdo mío. Gracias por la amistad, por los buenos momentos que hemos compartido y hasta por algunas riñas que nos han hecho más amigos. Venga un abrazo.
Me estremeció tanta grandeza. A este señor tan poeta del cine y de tan señorial calidad humana yo lo trataba desde hacía más de treinta años (desde cuando, en 1950, me eligió para el Pedrito de Los olvidados, pero sabiamente el productor Dancigers encontró que yo «no parecía niño mexicano»).
Tras el abrazo y un cobarde «hasta luego, don Luis», tomé el paquete, salí de la casa, me metí al auto, lo conduje por la avenida Félix Cuevas y luego por San Francisco, y, antes de llegar a a mi casa en la Avenida Río Mixcoac, paré en una esquina a llorar de cara contra el volante.
Cinco o seis semanas después, a media tarde, cuando volví a casa desde un supermercado y a través de una tormenta que zarandeaba el automóvil por la avenida Universidad, María, consternada, me recibió con la noticia, oída de la radio, de que Buñuel acababa de morir. Telefoneé a la casa de Buñuel, y Jeanne, en un español galicado, me comprobó la noticia y me sugirió que no fuese al funeral, que don Luis había pedido ser cremado «en privado».
No estuve en la Gayosso de Félix Cuevas (¡tan cercana a su casa!) donde fue velado y de la que partió a la cremación. Mejor así, porque prefiero conservar viva la imagen de los seres queridos, pero poco después leí en algunos periódicos la noticia ¿debida a quién? de que «el escritor José de la Colina, amigo del cineasta, se llevó bajo el brazo las cenizas a un lugar que se ha mantenido en secreto». Y casi oí susurrar al flamante fantasma de don Luis: «De la Colina, ¿pero va usted a guardar mi polvo como una reliquia? ¡Tírelo usted en cualquier terreno baldío, y que al menos sirva de abono!»
El regalo de don Luis (entre los que en la despedida también hizo a otros amigos) era la edición príncipe, en doce tomos, de Las mil y una noches en el barroco inglés y con las innumerables notas de Richard Burton. Libro un tanto insólito en la biblioteca de don Luis, que antaño pregonaba su desinterés por los países no europeos («¿Qué tendría yo que hacer en Estambul a las 3 de la tarde?»).
En su juventud, señalando a México en un mapa, decía a sus amigos (como pudo decir de Estambul) que si se perdía de vista lo buscaran en cualquier parte menos allí, es decir aquí. Y, vueltas que da el Destino, aquí, en México habría de vivir más de la tercera parte de su vida y de hacer la mayoría de sus películas, entre ellas esa obra maestra tan feroz y amorosamente mexicana: Los olvidados.
ENVÍO:
Don Luis, gracias por la amistad, por su obra y por esa foto ¿de qué año? en que estamos en un bar o en una cantina ¿de México o de Madrid? y que en tinta azul dice así:
«Nada de Biblias, verdad, Pepe. Muy cariñosamente L Buñuel».
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Luis Buñuel y José de la Colina. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Un día de 1983 me llamó por teléfono: «De la Colina, venga usted mañana a casa a las cinco de la tarde; tengo algo para usted, y de paso nos despediremos». Con el corazón encogido, porque ya sabía que desde hacía unos días Buñuel telefoneaba dando citas similares a otros amigos, fui hipócrita y pregunté: «Don Luis, ¿va usted a salir de viaje?».
–No, ningún viaje; venga usted a las cinco de la tarde –me respondió.
En el volksvaguen fui al día siguiente a la recoleta casa de la Cerrada de Félix Cuevas ante la cual estuve paseando porque había llegado adelantado unos minutos y sabía que don Luis consideraba tan grosero acudir a una cita unos minutos antes como unos minutos después. Él me esperaba ya en el recibidor, no en la salita donde tantas veces conversamos y donde Pérez Turrent y yo, ante los tiernos ojos de la perra Tristanita, lo habíamos entrevistado durante dos o tres años para el libro Prohibido asomarse al interior/ Conversaciones con Luis Buñuel. De pie, con un sorprendente aspecto de fragilidad, pero bien erguido, estaba junto a un gran bulto rectangular y vertical envuelto en papel de estraza y atado con cuerdas.
Me esforcé en aparentar serenidad cuando don Luis con voz grave pero no solemne dijo las últimas palabras que yo le oiría:
–Amigo De la Colina, voy a prepararme para bien morir. No nos veremos ya, ni responderé al teléfono. Acepte usted esto [el paquete a su lado] como un recuerdo mío. Gracias por la amistad, por los buenos momentos que hemos compartido y hasta por algunas riñas que nos han hecho más amigos. Venga un abrazo.
Me estremeció tanta grandeza. A este señor tan poeta del cine y de tan señorial calidad humana yo lo trataba desde hacía más de treinta años (desde cuando, en 1950, me eligió para el Pedrito de Los olvidados, pero sabiamente el productor Dancigers encontró que yo «no parecía niño mexicano»).
Tras el abrazo y un cobarde «hasta luego, don Luis», tomé el paquete, salí de la casa, me metí al auto, lo conduje por la avenida Félix Cuevas y luego por San Francisco, y, antes de llegar a a mi casa en la Avenida Río Mixcoac, paré en una esquina a llorar de cara contra el volante.
Cinco o seis semanas después, a media tarde, cuando volví a casa desde un supermercado y a través de una tormenta que zarandeaba el automóvil por la avenida Universidad, María, consternada, me recibió con la noticia, oída de la radio, de que Buñuel acababa de morir. Telefoneé a la casa de Buñuel, y Jeanne, en un español galicado, me comprobó la noticia y me sugirió que no fuese al funeral, que don Luis había pedido ser cremado «en privado».
No estuve en la Gayosso de Félix Cuevas (¡tan cercana a su casa!) donde fue velado y de la que partió a la cremación. Mejor así, porque prefiero conservar viva la imagen de los seres queridos, pero poco después leí en algunos periódicos la noticia ¿debida a quién? de que «el escritor José de la Colina, amigo del cineasta, se llevó bajo el brazo las cenizas a un lugar que se ha mantenido en secreto». Y casi oí susurrar al flamante fantasma de don Luis: «De la Colina, ¿pero va usted a guardar mi polvo como una reliquia? ¡Tírelo usted en cualquier terreno baldío, y que al menos sirva de abono!»
El regalo de don Luis (entre los que en la despedida también hizo a otros amigos) era la edición príncipe, en doce tomos, de Las mil y una noches en el barroco inglés y con las innumerables notas de Richard Burton. Libro un tanto insólito en la biblioteca de don Luis, que antaño pregonaba su desinterés por los países no europeos («¿Qué tendría yo que hacer en Estambul a las 3 de la tarde?»).
En su juventud, señalando a México en un mapa, decía a sus amigos (como pudo decir de Estambul) que si se perdía de vista lo buscaran en cualquier parte menos allí, es decir aquí. Y, vueltas que da el Destino, aquí, en México habría de vivir más de la tercera parte de su vida y de hacer la mayoría de sus películas, entre ellas esa obra maestra tan feroz y amorosamente mexicana: Los olvidados.
ENVÍO:
Don Luis, gracias por la amistad, por su obra y por esa foto ¿de qué año? en que estamos en un bar o en una cantina ¿de México o de Madrid? y que en tinta azul dice así:
«Nada de Biblias, verdad, Pepe. Muy cariñosamente L Buñuel».
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domingo, julio 28, 2013
Fotoperiodismo / Ben Curtis : «Maitibolo Cultural Troupe»
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South Africa 07/14/2013.- A young member of the Maitibolo Cultural Troupe, who came to dance for well-wishers in honor of Nelson Mandela, poses for well-wishers in front of a placard of Mandela, outside the entrance to the Mediclinic Heart Hospital where former South African President Nelson Mandela is being treated in Pretoria. South Africa's radio broadcaster Eyewitness News reported on Sunday that former president Thabo Mbeki said on Saturday that he expects Nelson Mandela to soon be discharged from the hospital to recuperate at home.
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South Africa 07/14/2013.- A young member of the Maitibolo Cultural Troupe, who came to dance for well-wishers in honor of Nelson Mandela, poses for well-wishers in front of a placard of Mandela, outside the entrance to the Mediclinic Heart Hospital where former South African President Nelson Mandela is being treated in Pretoria. South Africa's radio broadcaster Eyewitness News reported on Sunday that former president Thabo Mbeki said on Saturday that he expects Nelson Mandela to soon be discharged from the hospital to recuperate at home.
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viernes, julio 26, 2013
Fotoperiodismo / Garret Cattermole: «Rad Hourani»
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France 7/05/2013.- Models walk the runway during the Rad Hourani show as part of Paris Fashion Week Haute-Couture Fall/Winter 2013-2014 in Paris.
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France 7/05/2013.- Models walk the runway during the Rad Hourani show as part of Paris Fashion Week Haute-Couture Fall/Winter 2013-2014 in Paris.
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Artes Plásticas / México: Centenario de Philip Guston, un pintor «profético»
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Detalle del mural La lucha contra la guerra y el fascismo, en el Museo Regional Michoacano, en Morelia, concluido en 1934, el cual fue creado por los entonces noveles pintores Philip Guston y Reuben Kadish, así como el poeta Jules Langsner. (Foto: Cortesía de Gonzalo Rocha)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- De Philip Guston, relevante artista estadunidense del expresionismo abstracto, este sábado se cumple su centenario, pues nació el 27 de julio de 1913. Una nota de Alondra Flores para La Jornada:
Un trazo de su juventud, un misterio recientemente revelado y pendiente de ser recuperado a plenitud, se encuentra en Morelia: el mural titulado La lucha contra la guerra y el fascismo
Tras un encalado, en un muro del segundo piso del Museo Regional Michoacano, se halló la pintura al fresco de más de cien metros cuadrados. Imágenes de crudeza impasible, en una composición de perspectivas diversas y complejas, con figuras humanas, unas con capuchas del Ku Klux Klan, otras, desnudas en pleno sufrimiento a manos del victimario.
«La impresión sobre el espectador no es sólo de impactante grandeza o de escala y volumen sorprendentes, sino que despliega un vocabulario de emociones que erizan la piel. Ante la proximidad de la belleza y el dolor, un éxtasis casi religioso contrasta con la violencia de la opresión. Tanto la fuerza como la mortalidad de la carne y el espíritu entran en conflicto,» describieron Moira Kelly y Faltermeier Christle en un reporte realizado en 2005.
Obra «desenmascarada»
Ahora, al celebrarse el centenario de dos de los autores, Kadish y Goldstein, la labor de consolidación de la obra ha sido concluida, y se planea la etapa de restauración por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Pero la historia del enigma de sus autores y la obra, su encuentro y proceso de recuperación amerita un largo relato.
Permaneció oculta tras el falso muro más de cuatro décadas hasta que fue «desenmascarada» en 1975, cuando se realizaron trabajos de remodelación en el recinto. La obra se mantuvo incógnita desde 1939, al ser recubierta unos años después de su conclusión. Las firmas de ese trabajo monumental son de Reuben Kadish, Jules Langsner y Philip Goldstein.
Este último, de origen judío, nacido en Montreal en 1913, en algunas fuentes se menciona junio como mes de nacimiento, después adquirió la nacionalidad estadunidense. Años después de su visita a México, cuando se unió a la vanguardia artística como parte de la Escuela de Nueva York, al lado de Jackson Pollock, cambió su nombre a Philip Guston.
La galería neoyorquina McKee, a propósito de una exposición con motivo del centenario de Guston, lo define como uno de los grandes artistas del siglo XX, de actual relevancia, «es difícil imaginar que Guston cumple cien años, al subrayar cuán revolucionario y profético fue su arte. Sus pinturas figurativas se abrieron a las advertencias de los 60 colores del dogma Color Field, pero no abrazaron la ironía de la cultura pop.»
Gonzalo Rocha, caricaturista de La Jornada, quien realiza una investigación académica sobre el mural La lucha contra la guerra y el fascismo, relata que hace más de una década, en una visita al legendario Woodstock, donde Philip Guston residió hasta su muerte, ocurrida el 7 de junio de 1980, descubrió su obra tardía.
«Sus óleos y sus gráficas me impresionaron y llamaron la atención, no sólo por su fuerza y su colorido, sino por su búsqueda de un discurso crítico-político desde la pintura, lo mismo que por su acercamiento al lenguaje de la caricatura.»
Las deterioradas y redescubiertas imágenes del mural llamado coloquialmente La Inquisición, impactante por su inclemencia, fueron observadas por la teórica estadunidense Ellen Landau, quien descifró la identidad de uno de los autores.
Tres jóvenes veinteañeros
En entrevista con La Jornada, así lo relató Eugenio Mercado López, quien fue director del Museo Regional Michoacano de 1997 a 2006.
«El mural pasó desapercibido durante varias décadas. En 2001 estuvo en Morelia Frank Kadish, hermano de uno de los pintores, y gracias al intercambio de información con él y algunos investigadores de Estados Unidos, específicamente Ellen Landau, resultó muy interesante y se pudo establecer que el otro pintor, Goldstein, quien se había cambiado el nombre, era muy afamado en Estados Unidos.» Entonces, se suscitó un interés por la obra, debido a la importancia de Goldstein, pintor notable en el siglo XX, que ostentaba el apellido Guston.
El trabajo que muralistas mexicanos realizaron en Estados Unidos ha sido ampliamente analizado.
En contraste, la obra creada por artistas extranjeros en nuestro país, influenciados por el muralismo, ha sido poco estudiada.
En el verano de 1934 los jóvenes veinteañeros, de ideas comunistas y en búsqueda de un espacio de expresión, Reuben Kadish y Philip Goldstein, acompañados del poeta Jules Langsner, partieron desde Los Ángeles. Ellos narraron que compraron un automóvil Ford, por 23 dólares, y realizaron la travesía por carretera hasta la ciudad de México.
Foto Philip Guston, en 1935. Imagen incluida en el libro Philip Guston retrospective De aquí partieron hacia Morelia, donde fueron comisionados para realizar el mural, gracias a la recomendación de David Alfaro Siqueiros, a quien Kadish conoció en Los Ángeles y asistió en la realización de la obra muralística América tropical, en la Plaza Art Center.
El fresco en la capital de Michoacán, titulado en inglés The struggle against war and terror (La lucha contra la guerra y el fascismo), fue concluido en enero de 1935. Y los artistas en ciernes, al finalizar su aventura de influencia muralista en México, regresaron a Estados Unidos.
Kadish, tras participar en la Segunda Guerra Mundial, permaneció en silencio hasta que después de 10 años de autoexilio como granjero, retomó su carrera ya no en la pintura, sino como escultor. Langsner se convirtió en un respetado crítico de arte.
Goldstein, quien después cambió su apellido por Guston, se volvió un pintor extraordinariamente reconocido. A más de 30 años de su muerte ha tenido retrospectivas en los museos más importantes de Estados Unidos y Europa.
Eugenio Mercado López afirma que es uno de los personajes más representativos del expresionismo abstracto en Estados Unidos durante el siglo XX. Destaca que en los años 70, a pesar de ser un artista sumamente reconocido en esa corriente, presentó una exposición que causó conmoción entre la crítica y fue recibida de manera desfavorable.
«En ese momento, algo que no se percibía, es que de alguna forma Philip Guston regresaba a las preocupaciones de su juventud, cuando habló mucho acerca de la represión y el racismo.» En su última década de vida, agrega Mercado López, retomó esas líneas de su obra temprana. «Es muy interesante cómo las vuelve a manejar de una manera crítica y extraordinaria, sobre todo contra el gobierno de Nixon y el racismo en Estados Unidos. Esto sólo se logra entender si se vuelve a estudiar su obra original, como la que tenemos en Morelia.»
Escollos en el INAH
Parte del mural La lucha contra la guerra y el fascismo se perdió debido a la humedad. Durante la gestión de Eugenio Mercado al frente del museo ubicado en el Centro Histórico de Morelia, se contuvo el deterioro gracias al apoyo del restaurador Jaime Vargas y el trabajo de técnicos del Instituto Nacional de Bellas Artes.
«Algo que se hizo en ese momento, además de la valoración de la obra, fue detener los daños y de alguna manera consolidar el mural para facilitar la posterior restauración. En la actualidad se trabaja en una consolidación mayor de la superficie y la idea es emprender la tarea de restauración, aunque es un trabajo sumamente lento debido a la magnitud de la obra,» señala Eugenio Mercado, quien se ha dedicado a realizar diversas investigaciones sobre el mural y sus autores.
Desde 2002 la asociación civil Intercambio de Arte y Cultura Internacional (IACI), encabezada por la escultora Leah Poller y el arquitecto Arturo Macías, impulsa el intercambio con artistas de Estados Unidos, además de la recolección de fondos para restaurar el mural.
Sin embargo, a pesar de la existencia de recursos, «el sistema jurídico-administrativo del INAH para la aceptación de donativos es muy complejo. Nunca se pudo avanzar,» manifiesta Mercado López.
«El área jurídica del INAH, ante una propuesta de convenio que hizo el Iaci, expresó que no eran posibles los términos propuestos, pero tampoco dijeron cómo se podía hacer. Estas complejidades nunca permitieron que avanzara el proyecto de los donativos.
«Creo que no somos el único caso. Los sistemas administrativos son demasiado lentos y complejos, por lo que acaban por desanimar a los interesados. Es lo que pasó con nosotros,» lamenta Mercado.
Pero la labor del IACI fue precisamente poner en el escenario internacional la obra y lograr su revaloración, opinó, pues entre el 2003 y 2006 se realizaron una serie de exposiciones con artistas internacionales interesados en conocer y promover el mural. Entre ellos, Musa Mayer, hija de Guston y el galerista David McKee, quien comercia con la obra de Guston en Manhattan. «Esa fue una labor importante, si observamos el impacto de esta difusión, fue relevante, sobre todo porque permitió revalorar una obra, que yo observo en lo local ha sido muy poco apreciada.»
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Detalle del mural La lucha contra la guerra y el fascismo, en el Museo Regional Michoacano, en Morelia, concluido en 1934, el cual fue creado por los entonces noveles pintores Philip Guston y Reuben Kadish, así como el poeta Jules Langsner. (Foto: Cortesía de Gonzalo Rocha)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- De Philip Guston, relevante artista estadunidense del expresionismo abstracto, este sábado se cumple su centenario, pues nació el 27 de julio de 1913. Una nota de Alondra Flores para La Jornada:
Un trazo de su juventud, un misterio recientemente revelado y pendiente de ser recuperado a plenitud, se encuentra en Morelia: el mural titulado La lucha contra la guerra y el fascismo
Tras un encalado, en un muro del segundo piso del Museo Regional Michoacano, se halló la pintura al fresco de más de cien metros cuadrados. Imágenes de crudeza impasible, en una composición de perspectivas diversas y complejas, con figuras humanas, unas con capuchas del Ku Klux Klan, otras, desnudas en pleno sufrimiento a manos del victimario.
«La impresión sobre el espectador no es sólo de impactante grandeza o de escala y volumen sorprendentes, sino que despliega un vocabulario de emociones que erizan la piel. Ante la proximidad de la belleza y el dolor, un éxtasis casi religioso contrasta con la violencia de la opresión. Tanto la fuerza como la mortalidad de la carne y el espíritu entran en conflicto,» describieron Moira Kelly y Faltermeier Christle en un reporte realizado en 2005.
Obra «desenmascarada»
Ahora, al celebrarse el centenario de dos de los autores, Kadish y Goldstein, la labor de consolidación de la obra ha sido concluida, y se planea la etapa de restauración por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Pero la historia del enigma de sus autores y la obra, su encuentro y proceso de recuperación amerita un largo relato.
Permaneció oculta tras el falso muro más de cuatro décadas hasta que fue «desenmascarada» en 1975, cuando se realizaron trabajos de remodelación en el recinto. La obra se mantuvo incógnita desde 1939, al ser recubierta unos años después de su conclusión. Las firmas de ese trabajo monumental son de Reuben Kadish, Jules Langsner y Philip Goldstein.
Este último, de origen judío, nacido en Montreal en 1913, en algunas fuentes se menciona junio como mes de nacimiento, después adquirió la nacionalidad estadunidense. Años después de su visita a México, cuando se unió a la vanguardia artística como parte de la Escuela de Nueva York, al lado de Jackson Pollock, cambió su nombre a Philip Guston.
La galería neoyorquina McKee, a propósito de una exposición con motivo del centenario de Guston, lo define como uno de los grandes artistas del siglo XX, de actual relevancia, «es difícil imaginar que Guston cumple cien años, al subrayar cuán revolucionario y profético fue su arte. Sus pinturas figurativas se abrieron a las advertencias de los 60 colores del dogma Color Field, pero no abrazaron la ironía de la cultura pop.»
Gonzalo Rocha, caricaturista de La Jornada, quien realiza una investigación académica sobre el mural La lucha contra la guerra y el fascismo, relata que hace más de una década, en una visita al legendario Woodstock, donde Philip Guston residió hasta su muerte, ocurrida el 7 de junio de 1980, descubrió su obra tardía.
«Sus óleos y sus gráficas me impresionaron y llamaron la atención, no sólo por su fuerza y su colorido, sino por su búsqueda de un discurso crítico-político desde la pintura, lo mismo que por su acercamiento al lenguaje de la caricatura.»
Las deterioradas y redescubiertas imágenes del mural llamado coloquialmente La Inquisición, impactante por su inclemencia, fueron observadas por la teórica estadunidense Ellen Landau, quien descifró la identidad de uno de los autores.
Tres jóvenes veinteañeros
En entrevista con La Jornada, así lo relató Eugenio Mercado López, quien fue director del Museo Regional Michoacano de 1997 a 2006.
«El mural pasó desapercibido durante varias décadas. En 2001 estuvo en Morelia Frank Kadish, hermano de uno de los pintores, y gracias al intercambio de información con él y algunos investigadores de Estados Unidos, específicamente Ellen Landau, resultó muy interesante y se pudo establecer que el otro pintor, Goldstein, quien se había cambiado el nombre, era muy afamado en Estados Unidos.» Entonces, se suscitó un interés por la obra, debido a la importancia de Goldstein, pintor notable en el siglo XX, que ostentaba el apellido Guston.
El trabajo que muralistas mexicanos realizaron en Estados Unidos ha sido ampliamente analizado.
En contraste, la obra creada por artistas extranjeros en nuestro país, influenciados por el muralismo, ha sido poco estudiada.
En el verano de 1934 los jóvenes veinteañeros, de ideas comunistas y en búsqueda de un espacio de expresión, Reuben Kadish y Philip Goldstein, acompañados del poeta Jules Langsner, partieron desde Los Ángeles. Ellos narraron que compraron un automóvil Ford, por 23 dólares, y realizaron la travesía por carretera hasta la ciudad de México.
Foto Philip Guston, en 1935. Imagen incluida en el libro Philip Guston retrospective De aquí partieron hacia Morelia, donde fueron comisionados para realizar el mural, gracias a la recomendación de David Alfaro Siqueiros, a quien Kadish conoció en Los Ángeles y asistió en la realización de la obra muralística América tropical, en la Plaza Art Center.
El fresco en la capital de Michoacán, titulado en inglés The struggle against war and terror (La lucha contra la guerra y el fascismo), fue concluido en enero de 1935. Y los artistas en ciernes, al finalizar su aventura de influencia muralista en México, regresaron a Estados Unidos.
Kadish, tras participar en la Segunda Guerra Mundial, permaneció en silencio hasta que después de 10 años de autoexilio como granjero, retomó su carrera ya no en la pintura, sino como escultor. Langsner se convirtió en un respetado crítico de arte.
Goldstein, quien después cambió su apellido por Guston, se volvió un pintor extraordinariamente reconocido. A más de 30 años de su muerte ha tenido retrospectivas en los museos más importantes de Estados Unidos y Europa.
Eugenio Mercado López afirma que es uno de los personajes más representativos del expresionismo abstracto en Estados Unidos durante el siglo XX. Destaca que en los años 70, a pesar de ser un artista sumamente reconocido en esa corriente, presentó una exposición que causó conmoción entre la crítica y fue recibida de manera desfavorable.
«En ese momento, algo que no se percibía, es que de alguna forma Philip Guston regresaba a las preocupaciones de su juventud, cuando habló mucho acerca de la represión y el racismo.» En su última década de vida, agrega Mercado López, retomó esas líneas de su obra temprana. «Es muy interesante cómo las vuelve a manejar de una manera crítica y extraordinaria, sobre todo contra el gobierno de Nixon y el racismo en Estados Unidos. Esto sólo se logra entender si se vuelve a estudiar su obra original, como la que tenemos en Morelia.»
Escollos en el INAH
Parte del mural La lucha contra la guerra y el fascismo se perdió debido a la humedad. Durante la gestión de Eugenio Mercado al frente del museo ubicado en el Centro Histórico de Morelia, se contuvo el deterioro gracias al apoyo del restaurador Jaime Vargas y el trabajo de técnicos del Instituto Nacional de Bellas Artes.
«Algo que se hizo en ese momento, además de la valoración de la obra, fue detener los daños y de alguna manera consolidar el mural para facilitar la posterior restauración. En la actualidad se trabaja en una consolidación mayor de la superficie y la idea es emprender la tarea de restauración, aunque es un trabajo sumamente lento debido a la magnitud de la obra,» señala Eugenio Mercado, quien se ha dedicado a realizar diversas investigaciones sobre el mural y sus autores.
Desde 2002 la asociación civil Intercambio de Arte y Cultura Internacional (IACI), encabezada por la escultora Leah Poller y el arquitecto Arturo Macías, impulsa el intercambio con artistas de Estados Unidos, además de la recolección de fondos para restaurar el mural.
Sin embargo, a pesar de la existencia de recursos, «el sistema jurídico-administrativo del INAH para la aceptación de donativos es muy complejo. Nunca se pudo avanzar,» manifiesta Mercado López.
«El área jurídica del INAH, ante una propuesta de convenio que hizo el Iaci, expresó que no eran posibles los términos propuestos, pero tampoco dijeron cómo se podía hacer. Estas complejidades nunca permitieron que avanzara el proyecto de los donativos.
«Creo que no somos el único caso. Los sistemas administrativos son demasiado lentos y complejos, por lo que acaban por desanimar a los interesados. Es lo que pasó con nosotros,» lamenta Mercado.
Pero la labor del IACI fue precisamente poner en el escenario internacional la obra y lograr su revaloración, opinó, pues entre el 2003 y 2006 se realizaron una serie de exposiciones con artistas internacionales interesados en conocer y promover el mural. Entre ellos, Musa Mayer, hija de Guston y el galerista David McKee, quien comercia con la obra de Guston en Manhattan. «Esa fue una labor importante, si observamos el impacto de esta difusión, fue relevante, sobre todo porque permitió revalorar una obra, que yo observo en lo local ha sido muy poco apreciada.»
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