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El pianista cubano. (Foto: Javi Martínez)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 27 de marzo de 2013. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto de Nat Chediak autor del Diccionario de Jazz Latino, donde explica la «resurrección» del pianista, publicado por El Mundo:
Nunca se ha dicho, pero Bebo Valdés estuvo a punto de no participar en el rodaje de Calle 54. Alguien le había enviado por fax a Estocolmo el contrato de ventitantas páginas que exigía el distribuidor norteamericano. La película estaba en plena filmación. Tenía que tomar el vuelo a Nueva York al día siguiente. Y se negaba.
Para Bebo, ese bulto de páginas enrolladas que desbordaba la bandeja de su fax casero era casi un asedio, pura jerigonza. No dominaba el inglés y estaba acostumbrado a tratos sellados con un apretón de manos.
Cundió el pánico en el plató. Con las presiones que abundan en toda filmación, la función de todo productor que se precie es la de solucionar problemas para que al director le sea posible concentrarse en lo que tiene ante la cámara. El que te diga lo contrario aprendió su oficio en un manual de instrucción y no sabe lo que está diciendo.
No se preocupe por eso
Llamé de emergencia a Bebo y le aseguré que podía confiar en Fernando Trueba. Pero él insistía. «Yo lo que quiero saber,» me decía, «es si ese contrato me cubre el desayuno en el hotel». Sin lugar a dudas, le dije. Me dió su palabra que viajaría, que lo recibiéramos en el aeropuerto. Y así fue.
Desde que llegó al inmenso estudio (que ya no existe) en la calle 54, hasta que concluyó su participación en la película, nadie vio a Bebo apartarse del piano, tan siquiera para almorzar. Tal vez por eso insistió tanto en el tema del desayuno en el hotel a primera hora de la mañana. Lo cierto es que la devoción de Bebo por su arte conmovió a Fernando. Bebo vio reflejada su férrea dedicación en ese extraño madrileño cuarentón que, como dios de bolsillo, parecía estar en todas partes al mismo tiempo. Entre ellos se forjó eso que Bogart vaticina al final de Casablanca, «el comienzo de una hermosa amistad.»
Todos los que conocimos a Bebo aprendimos enseguida que, si te daba su palabra, podías jugarte la vida en ella. A cambio, sólo pedía respeto, consideración. Cuarenta años antes del rodaje de
Calle 54, cuando Fidel Castro se instaló en el poder, Bebo vió su condición de hombre libre comprometida.
De origen humilde, Bebo había alcanzado, peldaño a peldaño, la cima de su profesión como pianista, compositor, director de orquesta y arreglador de las primeras figuras de la música cubana. De pronto, el régimen exigía que se vistiera de miliciano y se sometiera a la arbitrariedad de designios y preceptos que no compartía. Una a una se le fueron cerrando las puertas hasta quedar sin trabajo.
Nuevamente sin un centavo en el bolsillo, Bebo decidió abandonar la isla con su amigo, el genial cantante Rolando Laserie. Cabe recalcar que ellos, como los pasajeros del
Titanic, jamás pensaron que no iban a regresar. Seguramente esa hecatombe que dejaban atrás no podía durar más que meses, un par de años a lo sumo. Se equivocaron.
Las historias de papá
En Suecia, Bebo se enamoró y encontró la felicidad doméstica. No dejó de componer. Pero sus temas yacen inertes, engavetados para no sabe cuándo, en su modesto pisto del barrio obrero de Haninge en Estocolmo. Se ve reducido a ganarse la vida, de gira por los países nórdicos, tocando rock and roll en fiestas de quinceañeros. De ahí pasó a interpreter música de fondo -esa que no incomoda a los turistas- en variopintos hoteles de la capital sueca, siempre dispuesto a conducir un taxi si fuese necesario para sostener a su nueva familia. Ya eran cuatro, contando con los dos hijos que tuvo con su adorada Rose Marie. Ni ellos le creían al viejo, a ciencia cierta, las hazañas que les cuenta de su lejana Cuba.
Años después de jubilarse Bebo y de recuperarse -contra toda expectativa médica- de un infarto cerebral en su séptima década, apareció en escena Paquito D'Rivera, tal 'deus ex machina', con una oferta que el maestro no pudo rechazar. Graban
Bebo rides again. Sonaba nuevamente el Bebo de siempre, sólo que con mayor sabiduría. En Miami, el día que se cumplían 36 años de su salida de la isla, Bebo volvió a tocar ante cubanos con una orquesta de lujo. En ella destacaban su compañero de viaje Laserie; el amigo de infancia Cachao en el contrabajo; el discipulo aventajado y compositor Juanito Marquez en guitarra; el propio Paquito en saxofón. Surgió el proyecto de
Calle 54. El resto de esta historia ustedes han estado leyéndola en estos últimos días.
Rolando Laserie no corrió con igual suerte. Durante los años 60 su carrera promete despegar. Se presentaba en concierto por toda América Latina y hasta grabó con Tito Puente en Nueva York y con arreglos de Juanito Márquez en Miami. Pero la tercera edad lo encontró trabajando a veces para supermercados, en anuncios publicitarios de televisión, con tal de ganarse un pavo para la cena del Día de Acción de Gracias.
Laserie, uno de los más brillantes estilistas que ha dado la canción cubana, falleció en Miami, esperando una operación de corazón abierto, el 22 de noviembre de 1998. «Cuba ha perdido al Guapachoso, al Guapo de la Cancion,» declaró Bebo desde Estocolmo al día siguiente, en una entrevista que concedió al
Nuevo Herald, citando el estilo desafiante con el que su amigo se dió a conocer. Y añadía algo que a mí me recitó en múltiples ocasiones, como para que nunca se me olvidara: «Cuando salimos de Cuba en el mismo avión, el 26 de octubre de 1960, nos juramos que nunca íbamos a volver bajo el régimen actual. El cumplió. Ahora queda que yo cumpla.»
El viernes pasado, Bebo cumplió también.
Nat Chediak es autor del
Diccionario de Jazz Latino y padre, junto a Fernando Trueba, del sello Callé 54 donde Valdés grabó sus últimos trabajos.
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