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En el sentido de las agujas del reloj, Angel Olsen, David Bowie, Thom Yorke, de Radiohead, y Leonard Cohen. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de diciembre de 2016. (RanchoNEWS).- Ha sido el año en el que casi puede decirse que los muertos han contado más que los vivos. Primero David Bowie, mejor disco del año, en enero, y después Leonard Cohen, hace unas semanas, publicaron sus últimos trabajos y a los pocos días murieron dejando ambos inolvidables testamentos. Otras muertes han conmocionado la música, la de Prince y la del hijo adolescente de Nick Cave, al que ha dedicado un magnífico disco, y casi para cerrar este trágico año la de George Michael. No todo son desgracias. También ha sido el año del rock en el que han sonado poderosas voces como las de los estadounidenses Angel Olsen, Parquet Cours, Car Seat Head Rest, Whitney o el extraordinario álbum de Hamilton Leithauser y Rostam. Son tiempos de electrónica y experimentación como la que proponen Avalanches en su segundo disco, Nicolas Jaar, James Blake con su pop sofisticado o Bon Iver con sus experimentos en los dominios del pop y el rock. Y mientras nos dejamos seducir por nuevas voces como el pop de Christine (y sus Queens), Mitsky o la ecuatoriana María Usbeck, los veteranos han demostrado estar en plena forma y hemos podido disfrutar de excelentes discos de Radiohead, Wilco, Paul Simon, Anthony sin sus Johnsons y reencarnado como Anhoni e incluso los mismísimos Rolling Stones. Juan Sardá escribe para El Cultural.
(Para elaborar esta lista se han tenido en cuenta la selección de lo mejor del año de los siguientes medios: Mojo Magazine, NME, Pitchfork, Rolling Stones, The Guardian y Les Inrockuptibles).
David Bowie: Blackstar
Andaban los críticos muy atareados analizando al detalle el disco de David Bowie, con el que parecía romper definitivamente un largo silencio tras la aparición en 2014 de
The Next Day, cuando saltó la noticia de que el maestro moría de cáncer y todo cobraba un nuevo sentido, más trágico y profundamente conmovedor. Aunque en el disco lo anuncia él mismo («Mira arriba, estoy en el cielo / Tengo heridas que no se pueden ver» canta en
Lazarus y se declara a sí misma una Blackstar en la canción homónima) nadie supo, o quiso, ver que Bowie se estaba despidiendo. Y lo hace con un disco grandioso en el que el Duque no mira hacia atrás sino adelante con un sonido que busca la vanguardia a través del jazz con una clara influencia («confesada» por el productor, el veterano Tony Visconti) del último trabajo de Kendrick Lamar, a su vez inspirado en los sofisticados beats jazzísticos de Flying Lotus. Bowie hace por el pop lo que Lamar por el hip hop al recuperar esa tradición jazzística muy marcada por el saxo de Donny McCaslin regalándonos una música con tintes oscuros y dosis de profundidad que parecen remitirnos a lo oculto y a una especie de espiritualidad lúgubre. Hay más canciones magníficas como esa disco
I Can't Give Everything Away, una modélica canción de pop con un cierto sabor a vieja escuela en la que la voz de Bowie nos emociona de manera profunda con su riqueza de matices.
Angel Olsen: My Woman
Escuchar la evolución de la compositora y cantante de Chicago Angel Olsen significa adentrarse en una de las voces más personales y arrebatadoras de la contemporaneidad. Olsen comenzó como una cantante de folk en aquel primigenio
Strange Cati (2011) en cuya portada aparece sonriendo y joven como una rosa. Aunque han pasado solo cinco años desde entonces, la Olsen de
My Woman es una mujer mucho más madura y sofisticada que ha logrado un sonido propio dotado de una enorme personalidad. Hace dos años ya nos conmocionó con el mucho más guitarrero
Burn Your Fire en el que desataba su vena más punk. En
My Woman la música pasa de la rabia al desencanto sin abandonar el romanticismo en un disco en el que destaca su magistral capacidad para componer buenas canciones. Hay algo de The Pretenders y de Patti Smith en la sabiduría de temas como ese blues de
Heart Shaped Face que pone los pelos de punta o la juguetona
Shut Up Kiss Me. Junto a Lana del Rey, Olsen es la reina del drama contemporáneo.
Anhoni: Hopelessness
Seis años después de lanzar su último disco como Anthony (con sus Johnsons) y uno después de reinar en el Primavera Sound de 2015, el músico Anthony Hegarty se reinventa como Anohni para adoptar una nueva piel electrónica juntándose con los productores Hudson Mohawke y Oneothrix Point Never para crear un disco de electrónica bailable y al mismo tiempo un disco de protesta política. Sigue esa voz del cantante tan etérea que parece que vaya a romperse pero en esta ocasión sobre una sofisticada base electrónica mientras protesta por los males del mundo. «Son solo cuatro grados / Quiero ver a todos los peces panza arriba en el mar / A todos los perros morir de sed» canta en
4 Degrees donde describe un panorama apocalíptico muy acorde con el propio título del álbum,
Hopelessness junto a otros explícitamente políticas como
Obama o
Why you Separated me from Earth?.
The Avalanches: Wildflower
Han pasado 16 años desde que los australianos The Avalanches revolucionaron el panorama musical con
Since I Left You, un disco en el que llevaban la técnica del sampling (la inclusión de pedazos de otras canciones o la remezcla constante de ellas) hacia una nueva dimensión al crear más de una hora de música única y exclusivamente a partir de micro samples (muestras) de cientos de discos. Después de tres décadas de silencio, el sonido de The Avalanches sigue produciendo una cierta sensación de extrañeza, con sus distintas capas de sonido y distintas fuentes convergiendo al mismo tiempo, creando un mosaico multirreferencial y algo desquiciado que sirve como espejo de una realidad postmoderna y fragmentada. Tienen grandes canciones como los singles
Frankie Sinatra, una especie de soul deconstruido, o la canónica
Subways, pura electrónica «à la Avalanches». Más influidos por la música negra, se acercan al hip hop en canciones como
The Noisy Eater o al sonido Jay Z en
Because I'm Me sin perder una clara querencia por la psicodelia de los 60.
Bon Iver: 22, A Million
Cinco años después de
Bon Iver, el disco que lo convirtió en el emblema del
revival del folk estadounidense y en icono de la cultura hipster, han pasado muchas cosas en la vida de Justin Vernon. Por ejemplo, su colaboración (quizá inaudita a primera vista) con una estrella
blin bling en todo opuesta a su estilo como Kanye West, con el que trabajó en
My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010) y
Yeezus (2014). Si West salió ganando con el talento de Iver para la melodía y la exquisitez, en este disco puede comprobarse que éste a su vez ha aprendido de West a experimentar con la electrónica y de las maravillas de la producción.
22, A Million trata en algún momento de ser oscuro e inaccesible, empezando por el título de esas canciones que se llaman
75-GREEKS o
_____45_____. Al principio, la influencia de West es más pronunciada como en esa
10 dEATh bREAst en la que las distorsiones recuerdan a las de
Yeezus. Poco a poco, emerge el Vernon pastoril amante de lo bucólico como en esa preciosa
8 (circle).
Car Seat Headrest: Teens of Denial
Después de lanzar doce discos en Bandcamp, este grupo de jovencísimos músicos de Virigina (EEUU) firmaron un contrato con Matador (quizá el sello más importante del rock) que los ha lanzado al estrellato. Con
Car Seat Headrest aparece en todo su esplendor el rock juvenil con un pie en el garage y otro en el punk en unas canciones que desbordan energía y (sanas) ganas de hacer mucho ruido. Liderados por el carismático Will Toledo, el disco recuerda a los logros de Titus Andronicus del año pasado al conjugar la fuerza del rock juvenil con unas letras esmeradas rebosantes de ironía en las que se nos cuentan historias como la de ese
(Joe que es expulsado del colegio por usar) drogas con amigos (pero dice que eso no es un problema) que da título a una de las canciones.
Christine and the Queens: Chaleur Humaine
Los amantes del mejor pop no deberían perderse este espléndido disco de Christine and the Queens, nombre tras el que se esconde la muy talentosa cantante y compositora francesa Heloîse Letissier. El disco es una versión en inglés remozada y con canciones nuevas del mismo álbum que publicó en francés hace un par de años y se ha convertido en un gran éxito mundial gracias a la fuerza lírica de unas canciones perfectamente construidas que recuerdan a los hallazgos de Saint Etienne o St. Vicent gracias a su seductora sofisticación. Vale la pena escuchar las dos versiones (francesa e inglesa) para disfrutar de dos maneras distintas de canciones tan sensacionales como
Saint Claude o esa
Titled que suena a clásico.
Hamilton Leithauser / Rostam:
I Had a Dream That You Were Mine
A principios de año, Rostam Batmanglij, teclista y productor, anunció que abandonaba Vampire Weekend (aunque seguiría colaborando con ellos) para lanzarse a una carrera en solitario en la que pensaba multiplicar sus colaboraciones. Mientras llega su anunciado disco con su nombre, Batmanglij ha publicado con Hamilton Leithauser, ex líder de The Walkmen, este disco que por momentos podría parecer una especie de «travesura» o experimento de dos grandes músicos estadounidenses en su revisitación del
songwriting americano de cabo a rabo, empezando por esa fastuosa
A 1000 Times que abre el disco, en el que bordan una suerte de rock dramático en una canción tan excesiva como todo un álbum consagrado al derroche emocional: ahí está el
doo-wop (lo de los Platters) de
Rough Goin' o las guitarras españolas de la deliciosa
In a Black Out, en la que le hacen un guiño a Leonard Cohen.
James Blake: Timeless
Rey de las almas sensibles, los fans de James Blake estarán entusiasmados con este nuevo disco. El músico de apenas 28 años se ha convertido con tres discos en un clásico contemporáneo gracias a su característico sonido entre la elegancia del jazz, la suntuosidad del pop y un lirismo muy particular y dramático que pone la piel de gallina al tipo más duro. Comienza con
Radio Silence, una de sus baladas desgarradas, y nos sigue conmoviendo con canciones tan hermosas como
Love Me in Whatever Way con una melodía suntuosa y nos maravilla con filigranas electrónicas como
I Need a Forest Fire, firmada con su alma gemela Bon Iver.
Jenny Hval: Blood Bitch
La noruega Jenny Hval es una de las figuras más aclamadas por la crítica mundial gracias a su exquisita música en la que se dan de la mano una vena experimental con un sensible lirismo. Después del gran éxito el año pasado con
Apocalypse Girl, la compositora, vocalista, guitarrista y pianista lanza
Blood Bitch, un disco «conceptual» según ella misma influido por los «vampiros, la menstruación y las películas de terror de los años 70». La idea de la sangre recorre este disco en el que Hval quiere hacer un manifiesto feminista derribando ese último tabú (la menstruación) que define la propia condición sexual femenina. Es un álbum de gran capacidad atmosférica, más vanguardista que el más accesible
Apocalypse Girl, en el que las referencias más obvias son Laurie Anderson o Björk y donde la artista reflexiona sobre tan espinosos temas acercándose al pop desde una óptica tan personal como fascinante.
La femme: Mystére
Colectivo musical y artístico formado por jovencísimos franceses de Biarritz, la fama ya nos sorprendieron hace tres años con un sonado debut (
Psycho Tropical Berlin) en el que ya hacían gala de una variedad tan heterogénea de influencias que lo único que puede decirse en claro de ellos es que parten del pop para llegar... a todas partes. La idea de «drama» sigue presente en su siguiente disco,
Myst'ere, en el que practican una suerte de
synth pop que viaja sin complejos hacia la psicodelia o el krautrock dando lugar a canciones tan espectaculares como esa
Sphynx que abre el disco en la que suenan como unos The XX más punkies y desmadrados. Por momentos, recuerdan a los patrios Triángulo de Amor Bizarro con esa especie de punk descacharrante y desacomplejado de canciones como la genial
Ou va le monde o
Setembre para alcanzar terrenos similares a los de la Velvet en la parte final de un disco que se va haciendo cada vez más intelectual y solemne.
Leonard Cohen: You Want it Darker
«Estoy preparado para morir» decía Leonard Cohen en una entrevista que dio la vuelta al mundo para presentar su último disco,
You Want it Darker. Pocas semanas después, Cohen se moría de verdad dejando desconsolados a millones de fans. Como consuelo, dejó como testamento un disco extraordinario, su álbum número 14. Leonard Cohen «va hacia lo oscuro» en un disco con tintes espirituales de una profundidad abisal en el que ha vuelto a colaborar con Patrick Leonard, el hombre detrás de la estrella de Madonna en los 80, y producido por su propio hijo Adam. Hay momentos que suenan a despedida. Esa
Leaving the Table en la que canta: «Dejo la mesa, estoy fuera del juego» con una guitarra rasgada para añadir que la «bestia desgraciada está domesticada» y ya no necesita «amantes». Por si no queda claro, en
Travellin Light, arranca con un aire entre lo flamenco y lo oriental, y es una sorprendente canción que suena como una alegre melodía religiosa en la que el poeta canta: «Atravieso la luz / Es au-revoir / Mi estrella una vez tan brillante, ahora en caída / Llego lejos y me cerrarán el bar», con esos coros como de Burt Bacharach. Cohen siempre ha sido el hombre del drama y el mejor parodista de sí mismo. Una figura sensacional.
María Usbeck: Amparo
Ecuatoriana afincada en Estados Unidos desde los 17 años, María Usbeck vive en Brooklyn y desde allí está triunfando en medio mundo con este
Amparo en el que revisita los sonidos tradicionales de Suramérica dándoles un barniz vanguardista que por momentos los hace irreconocibles. Ex líder de la banda Selebrities, que practicaba una suerte de glam rock con toques ochenteros, algo de eso hay en este disco casi susurrado en el que la joven artista utiliza flautas andinas, bongos, marimbas y sonidos grabados en ciudades como Barcelona, Lisboa o Brooklyn. Al final, acaba teniendo un aire a ese pop sofisticado de la escena donostiarra de los 90 como Family o Le Mans.
Mitski: Puberty 2
Esta cantante y compositora con residencia en Nueva York es la mejor representación de ese Manhattan rockero y experimental que han encarnado grandes bandas como la Velvet Underground o Sonic Youth. Medio japonesa y medio americana, lo que le da un aspecto peculiar y sumamente atractivo, Mitski convierte sus canciones en ejercicios casi agónicos de guitarras distorsionadas y enloquecidas en los que su voz, de una textura dulce, casi parece luchar para ser escuchada. Sin duda,
Puberty 2 la hermana con otras grandes renovadoras del rock actual como Angel Olsen sin que podamos olvidar el legado de The Pretenders o Blondie. No hay que perderse el célebre single,
Your Best American Girl, en el que demuestra que no está tan lejos de Lana del Rey, o canciones tan contundentes como
My Body's Made of Crushed Little Stars.
Nick Cave: The Skeleton Tree
«Te estoy llamando», así empieza el nuevo disco de Nick Cave en esa desgarradora
Jesus Alone con la que abre este «árbol de esqueleto», el disco que dedica a la trágica muerte de su hijo Arthur a los quince años. La conmoción creada por el drama demuestra, una vez más, la poderosa conexión que las estrellas de la música pueden establecer con sus fans y cualquiera se imagina que cuando se predispone a escuchar precisamente «este» disco de Nick Cave la experiencia va a ser intensa.
Skeleton Tree es un disco de ultratumba en el que emerge el Nick Cave más espiritual que por momentos le hace parecer Diamanda Galas. En medio de un montón de oscuridad emerge una canción de la belleza lírica de esa
I Need You que es uno de los temas más hermosos jamás compuestos por el artista: «Nada importa nunca más». Por suerte ha sacado fuerzas para un álbum tan devastador como bello.
Nicolas Jaar: Sirens
El chileno afincando en Nueva York Nicolas Jaar es mucho más que el niño bonito de la crítica moderna, que también. En plena efervescencia creativa, el año pasado nos seducía con
Pomegranates y la colección de singles
Nymphs, y este 2016 ha vuelto a triunfar con un disco totémico en el que Jaar se atreve con todo y nos presenta canciones como esa
Killing Time que abre el álbum de aire telúrico y dramático o
The Governor, en la que parece ensayar una especie de punk a la francesa del Flavien Berger de
La Foret Noir sin olvidar la emoción de canciones como
Leaves, con grabaciones familiares de su infancia incluidas, en la que se Jaar se postula a sí mismo como una suerte de Satie contemporáneo.
Parquet Courts: Human Performance
Desde su irrupción en 2013 con
Light Up Gold con parada en el fantástico
Sunbathing Animal (2014), Parquet Courts han ido escalando hasta convertirse en lo que la prensa de Estados Unidos llama la «banda más vibrante». Exquisitos y cultivados, Parquet Courts tienen su clara fuente de inspiración en la Velvet Underground (ese bajo que arranca
Dust) pero más allá de la etiqueta de rock intelectual. Son un grupo prodigioso que logra al mismo tiempo un alto grado de virtuosismo rockero y sonar directos y espontáneos. Hay emoción en este disco en el que reflejan una suerte de distopía contemporánea y angustia cotidiana que va de la melancolía de
Human Performance al aguijonazo punk de
Paraphrased, Parquet Courts han firmado uno de los mejores discos del año.
Paul Simon: Stranger to Stranger
Casi 50 años después de
El Graduado es una alegría saber que Paul Simon sigue vivo y además lanzando discos soberbios como éste. Han pasado cinco años desde el último y en este
Stranger to Stranger Simon sigue tanto fiel al folk que lo hizo famoso y domina como nadie así como a las influencias africanas que aportó de forma célebre en el mítico
Graceland (1986), uno de los discos más influyentes de la historia de la música.
Stranger to Stranger irradia una cierta extrañeza y dureza, siendo al mismo tiempo una obra lírica y reflejo del propio desconcierto y extrañamiento del artista ante el mundo que lo rodea, un mundo peligroso como revela la canción que abre el disco,
The Werewolf (El hombre lobo está llegando). Temas como
Wristband recuerdan a sus hallazgos de los 70 mientras el que da título al disco nos conmueve con su aire tormentoso y vívido.
PJ Harvey: The Six Demolition Project
Después de basar su anterior disco,
Let's England Shake, en el desmantelamiento del Estado del bienestar en Gran Bretaña, Pj Harvey presenta la continuación, muy marcada por sus viajes a Kosovo, Afganistán y Washington, donde se reúne con líderes de los guetos afroamericanos. La rockera se rebela contra una «ciudad de zombis» en la que van a poner un Walmart en la canción que abre el disco,
The Community of Hope. Y a partir de aquí se despacha contra un mundo que no le gusta en un disco que recupera la tradición de la música de protesta pura y dura de los años 60. PJ Harvey, la rockera por antonomasia, está muy cabreada y quiere que su
The Hope Six Demolition Project sea el himno de una revolución que espera ansiosa y canciones como
The Ministry of Defence tienen ese aire épico de la música que sirve para poner la banda sonora a manifestaciones y actos políticos. Su enorme talento nos seduce en canciones con la belleza espectral de
River Anascosia o la contundencia bluesera de
The Ministry of Social Affairs.
Radiohead: Burn the Witch
La aparición de un disco de la banda liderada por Thom Yorke es siempre una noticia de primera magnitud y ninguna de las expectativas sobre este
A Moon Shaped Pool se vieron defraudadas. Primer álbum en cinco años, lo mejor de este disco en el que Radiohead se muestran fieles a sí mismos es la emoción que logran en canciones tan rotundas como esa
Burn the Witch que nos recuerda al
Paranoid Android en su construcción de un universo turbulento, la capacidad evocadora de
Daydreaming o el sofisticado previosismo de
Decks Dark en un disco que avanza triunfante hacia lo glorioso en temas como esa
Identikit que nos recuerda los buenos tiempos del
OK Computer (2007) o esa desgarrada balada,
True Love Waits, con la que cierran el disco. Es mejor de lo que parece y hay que escucharlo varias veces.
Rolling Stones: Blue and Lonesome
La crítica mundial ha levantado una ceja ante el inesperado nuevo disco de sus eternas majestades satánicas. Los Rolling Stones siguen vivos y coleando y para pasmo de propios y extraños,
Blue and Lonesome, en el que recuperan su sonido tradicional, es de hecho un buen disco y como dice
The Guardian: «es mejor que un OK y eso no es algo que puedas decir de muchos de los discos de los Rolling Stones de los últimos 30 años». Grabado durante tres días en un estudio del mismo barrio de Londres en el que comenzaron su carrera tocando en pubs, los músicos querían que fuera un homenaje a «sus inicios como banda de blues cuando tocaban canciones de Jimmy Reed, Willie Dixon, Eddie Taylor, Little Walter y Howlin' Wolf».
The 1975: I Like It When You Sleep, for You Are So Beautiful Yet So Unaware of It
Son de Manchester, lo que imprime carácter, muy jóvenes y con su segundo disco han logrado, según la revista británica
NME, el mejor del año. De entrada, hay que concederles que tienen el mejor título del año («Me gusta cuando duermes porque eres tan bella y sin embargo tan inconsciente de ello») y lo que encontramos es una colección de canciones marcadas por las guitarras eléctricas, las trompetas y los teclados que recuerdan a los discos de Bowie o Talking Heads en los 80. Muy ochenteros, en general, suenan en canciones synth pop que se dejan seducir por el r&b al estilo de Prince como en esa
Love Me para circular por terrenos más poperos en esa espléndida
Someone Else en la que suenan como unas Duran Duran revividos.
Jack White: Accoustic Recordings 1998-2016
Sin discusión posible, Jack White es uno de los músicos más prominentes de como mínimo las dos últimas décadas tanto con
Meg White en los
White Stripes como después en solitario. Este fantástico doble álbum nos permite escuchar versiones nunca publicadas de algunos de los grandes clásicos del artista como
Sugar Never Tasted So Good o
Apple Blossom en versiones acústicas en las que podemos disfrutar la gran pureza compositiva de los temas que funcionan de maravilla con apenas unos acordes. Es un disco de grandes éxitos «unplugged» como se decía durante una época pero también de nuevas canciones como la fabulosa
City Lights, que se anuncia a sí misma como la primera canción de
White Stripes de 2008 y que es un descarte del
Get Behind Me Satan de 2005 que suena muy bien con un aire a los Moldy Peaches. Ordenadas de manera cronológica, observamos la evolución del artista desde los tiempos de su famoso dúo pasando por los Racconteurs hasta llegar a su actual etapa en solitario, donde nos emociona con temas como
I Guess I Should Go to Sleep.
Whitney: Light Upon the Lake
Quizá lo más sorprendente de este disco de debut sea que Whitney suenan como si fueran unos clásicos. Formados en Chicago y liderados por los jóvenes Max Kakacek (ex Smith Westerns) y el cantante y batería Julien Ehrlich (Unkown Moral Orchestra),
Light upon the Lake es un disco de rock con reminescencias pastoriles a lo
Grandaddy (aunque menos exuberantes) que bebe del folk de los 70 y el indie de los 90 a lo Pavement para crear una música sensacional en la que destaca en todo momento el sonido de esa trompeta que le da a sus canciones algo festivo y casi improvisado. Singles fantásticos como
No Woman o
Golden Days aderezan un debut que marca este año.
Wilco: Schmilco
Durante la década pasada Wilco se convirtieron en una banda de masas que encarnaban la renovación de la tradición musical folk, rock y blues estadounidense. Es un lugar en el que los de Jeff Tweddy nunca dieron la impresión de sentirse muy cómodos y después de dos lustros en los que sus discos se anunciaban a bombo y platillo ahora llevan dos,
Star Wars (2015) y este
Schmilco lanzados sin previo aviso como si no quisieran molestar y con ir tirando les bastara sin los fastos de antaño. Son discos menos «grandiosos» que los de su etapa de fulgor, más caseros y sencillos y absolutamente deliciosos. Si
Star Wars era un disco con mucho bajo y dosis de ironía,
Schmilco suena más melancólico y enfadado. Con un tono
lo fi, la banda nos seduce con preciosas canciones como el folk
Quarters o el indie de
I Was Ever a Child, uno de esos temas que uno no puede dejar de escuchar.
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