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Portada del libro. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de noviembre. (RanchoNEWS).- El libro Aires del Pasado - Reporteros de ayer... de hoy... de siempre (Ichicult, 2010) de Carlos Murillo de la Cruz fue presentado esta noche en el Teatro Experimental del Centro Cultural Paso del Norte, con la presencia del legendario tipógrafo y periodista don Aurelio Páez Chavira.
Los presentadores fueron el Lic. Jesús Meza Vega, presidente de la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez y coordinador de Comunicación Social del Gobierno del Estado de Chihuahua en esta frontera; el Mtro. Servando Pineda Jaimes, Director General de Difusión Cultural y Divulgación Científica de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ); y el Sr. R. Flores.
También participó el notario público Lic. Guillermo Dowell Delgado y la Sra. doña María Eva González de Macías, esposa del expresidente Jesús Macías Delgado (q.e.p.d.), a quien se le invitó a inaugurar la galería Páez de fotolinotipografía, «que es el primer paso para promover la creación del museo del periodista en la Ciudad del Conocimiento» propuso Murillo De la Cruz.
A continuación ofrecemos las palabras (en audio) que el autor pronunció en esa ocasión:
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martes, noviembre 30, 2010
Noticias / Ciudad Juárez: Alina Peña Iguarán gana el Concurso Nacional de Ensayo Nellie Campobello
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La ensayista en la ceremonia de premiación. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- La doctora Alina Peña Iguarán, una juarense radicada en la ciudad de Nueva York y docente de la Universidad Motclair State, se convirtió en la ganadora del Concurso Nacional de Ensayo Nellie Campobello, organizado de manera conjunta por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), el Instituto Chihuahuense de la Cultura (Ichicult) y el Comité de Conmemoraciones Históricas Tres Siglos Tres Fiestas.
La premiación de este concurso que fue organizado en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana se realizó en una ceremonia que tuvo lugar en la Biblioteca Central Carlos Montemayor, de la UACJ.
La ceremonia fue presidida por el director del Instituto de Ciencias Sociales y Administración, René Soto Cavazos, en representación del rector de la Universidad, Javier Sánchez Carlos; Gustavo Palacios Flores del Ichicult; Santiago de las Casas del Comité Estatal Tres Siglos Tres Fiestas y Ramón Chavira Chavira, jefe del Departamento de Humanidades de la UACJ.
En representación de jurado del concurso, el doctor Vicente Francisco Torres Medina, de la UAM, dio a conocer que la doctora Peña Iguarán autora del ensayo La revolución infantilizada fue la ganadora del primer lugar de este concurso nacional y se le entregó el premio consistente en 50 mil pesos y el reconocimiento.
Como parte de este concurso, el ensayo ganador y los otros tres mejores participantes del certamen que son: De las manos de mamá a los ritmos indígenas de México. A caballo entre la danza y la literatura de Francisco César Rodríguez García, Nellie Campobello o seis propuestas para este milenio. Ensayo de literatura y sociedad de Edgar Baudelio Morales y Nellie Campobello o la escritura de la fuerza de Francisco Arellano Serratos serán publicados en un libro, informó la coordinadora del programa de Literatura Hispanomexicana e integrante del comité organizador del certamen, Beatriz Rodas Rivera.
Otros integrantes del jurado del certamen fueron Luz Elena Gutiérrez de Velasco, del Colegio de México y Pedro Siller.
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La ensayista en la ceremonia de premiación. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- La doctora Alina Peña Iguarán, una juarense radicada en la ciudad de Nueva York y docente de la Universidad Motclair State, se convirtió en la ganadora del Concurso Nacional de Ensayo Nellie Campobello, organizado de manera conjunta por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), el Instituto Chihuahuense de la Cultura (Ichicult) y el Comité de Conmemoraciones Históricas Tres Siglos Tres Fiestas.
La premiación de este concurso que fue organizado en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana se realizó en una ceremonia que tuvo lugar en la Biblioteca Central Carlos Montemayor, de la UACJ.
La ceremonia fue presidida por el director del Instituto de Ciencias Sociales y Administración, René Soto Cavazos, en representación del rector de la Universidad, Javier Sánchez Carlos; Gustavo Palacios Flores del Ichicult; Santiago de las Casas del Comité Estatal Tres Siglos Tres Fiestas y Ramón Chavira Chavira, jefe del Departamento de Humanidades de la UACJ.
En representación de jurado del concurso, el doctor Vicente Francisco Torres Medina, de la UAM, dio a conocer que la doctora Peña Iguarán autora del ensayo La revolución infantilizada fue la ganadora del primer lugar de este concurso nacional y se le entregó el premio consistente en 50 mil pesos y el reconocimiento.
Como parte de este concurso, el ensayo ganador y los otros tres mejores participantes del certamen que son: De las manos de mamá a los ritmos indígenas de México. A caballo entre la danza y la literatura de Francisco César Rodríguez García, Nellie Campobello o seis propuestas para este milenio. Ensayo de literatura y sociedad de Edgar Baudelio Morales y Nellie Campobello o la escritura de la fuerza de Francisco Arellano Serratos serán publicados en un libro, informó la coordinadora del programa de Literatura Hispanomexicana e integrante del comité organizador del certamen, Beatriz Rodas Rivera.
Otros integrantes del jurado del certamen fueron Luz Elena Gutiérrez de Velasco, del Colegio de México y Pedro Siller.
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Obituario / José Manuel Blanco Gil
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El teatrista español afincado en esta frontera. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Hoy por la tarde se rindió un homenaje de cuerpo presente al maestro José Manuel Blanco Gil, director fundador de la compañía de teatro Candilejas del Desierto de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), quien falleció el jueves por la tarde, según informa esta institución académica en un comunicado:
Después de permanecer desde las 10:00 a.m. del viernes en la funeraria Perches, el cuerpo de dramaturgo fue llevado al teatro Gracia Pasquel de la UACJ, donde hoy y mañana se presentaría la obra Equipaje de Sueños, misma que él escribió y dirigió.
Durante el homenaje, breve pero muy emotivo, diferentes personalidades del teatro, amigos y actores hicieron guardias de honor junto al féretro que fue colocado al centro del escenario.
El maestro Ricardo León, maestro de la UACJ y amigo de Blanco Gil, seguido del catedrático Ricardo Vigueras, dieron testimonio de la persona cálida que fue el maestro, así como del profundo amor que le tenía a Ciudad Juárez y su gente, aún siendo originario de Galicia, España.
Notablemente conmovida, su compañera, la actriz Virginia Ordóñez agradeció a la comunidad universitaria y artística su presencia y apoyo en estos difíciles momentos.
El evento concluyó con un minuto de aplausos para el maestro que al momento de su muerte contaba con 64 años de edad.
El maestro falleció el 25 de noviembre en esta ciudad por una complicación cardio-vascular. Blanco Gil fue un luchador cultural que manifestó que en esta ciudad se daba un movimiento dramático muy vivo y con personas muy comprometidas.
Por este motivo cambió su residencia a Ciudad Juárez y produjo primero a partir del 2004 un teatro complejo en las compañías Telón de Arena A.C., y luego fundó Candilejas del Desierto. También formó parte del personal docente en el programa de Literatura de la UACJ.
El dramaturgo contaba con el reconocimiento de Comendador de la Órden del Mérito Cultural de la República Portuguesa, el cual le fue otorgado en manos del primer mandatario de aquel país.
En esta ciudad produjo entre otras obras: Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (2004); Yerma (2006); Amor de Perlimplín con Belisa en su jardín (2008); Máscaras de pasión (2009).
Sus obras fueron parte de las actividades de inauguración del Centro Cultural Paso del Norte, en el Festival Internacional de la Hispanidad y Chamizal Nacional Memorial de El Paso.
La obra Amor de Perlimplín con Belisa en su jardín se llevó a escena en Portugal en una coproducción UACJ-Teatro de Lisboa.
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El teatrista español afincado en esta frontera. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Hoy por la tarde se rindió un homenaje de cuerpo presente al maestro José Manuel Blanco Gil, director fundador de la compañía de teatro Candilejas del Desierto de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), quien falleció el jueves por la tarde, según informa esta institución académica en un comunicado:
Después de permanecer desde las 10:00 a.m. del viernes en la funeraria Perches, el cuerpo de dramaturgo fue llevado al teatro Gracia Pasquel de la UACJ, donde hoy y mañana se presentaría la obra Equipaje de Sueños, misma que él escribió y dirigió.
Durante el homenaje, breve pero muy emotivo, diferentes personalidades del teatro, amigos y actores hicieron guardias de honor junto al féretro que fue colocado al centro del escenario.
El maestro Ricardo León, maestro de la UACJ y amigo de Blanco Gil, seguido del catedrático Ricardo Vigueras, dieron testimonio de la persona cálida que fue el maestro, así como del profundo amor que le tenía a Ciudad Juárez y su gente, aún siendo originario de Galicia, España.
Notablemente conmovida, su compañera, la actriz Virginia Ordóñez agradeció a la comunidad universitaria y artística su presencia y apoyo en estos difíciles momentos.
El evento concluyó con un minuto de aplausos para el maestro que al momento de su muerte contaba con 64 años de edad.
El maestro falleció el 25 de noviembre en esta ciudad por una complicación cardio-vascular. Blanco Gil fue un luchador cultural que manifestó que en esta ciudad se daba un movimiento dramático muy vivo y con personas muy comprometidas.
Por este motivo cambió su residencia a Ciudad Juárez y produjo primero a partir del 2004 un teatro complejo en las compañías Telón de Arena A.C., y luego fundó Candilejas del Desierto. También formó parte del personal docente en el programa de Literatura de la UACJ.
El dramaturgo contaba con el reconocimiento de Comendador de la Órden del Mérito Cultural de la República Portuguesa, el cual le fue otorgado en manos del primer mandatario de aquel país.
En esta ciudad produjo entre otras obras: Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (2004); Yerma (2006); Amor de Perlimplín con Belisa en su jardín (2008); Máscaras de pasión (2009).
Sus obras fueron parte de las actividades de inauguración del Centro Cultural Paso del Norte, en el Festival Internacional de la Hispanidad y Chamizal Nacional Memorial de El Paso.
La obra Amor de Perlimplín con Belisa en su jardín se llevó a escena en Portugal en una coproducción UACJ-Teatro de Lisboa.
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Literatura / España: «El Congo - Río literario hasta Vargas Llosa», un artículo de Alfonso Armada
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Los que no trabajaban como esclavos y pagaban sus «impuestos» eran tratados así en el Congo de Leopoldo II. (Foto: El País)
C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- El sueño del celta, del Nobel Vargas Llosa, es el último eslabón de un torrente del que muchos han bebido desde que Conrad leyó el Congo. Un artículo de Alfonso Armada de El País:
Desde que el marino polaco Joseph Conrad forjara con «El corazón de las tinieblas una de las metáforas más brillantes y explotadas de la literatura mundial, el Congo, el país (un escándalo geológico) y su río tenebroso, no han dejado de atraer a escritores, traficantes, misioneros, espías, mercenarios, aventureros y redentores. El más reciente del primer escalafón es Mario Vargas Llosa, flamante premio Nobel de Literatura, que en El sueño del celta (Alfaguara) recrea la peripecia vital de Roger Casement, uno de los que antes se atrevieron a denunciar la atroz colonia penitenciaria en la que Leopoldo II, el católico Rey de los belgas, convirtió el Estado Libre del Congo: una finca 76 veces más grande que Bélgica donde amputaciones, violaciones, torturas y asesinatos se cometían a cuenta de la cuota de caucho, marfil, comida...
De aquel saqueo se benefició Bélgica, y basta adentrarse en la estación de Amberes, como hace W. G. Sebald en Austerlitz, para comprobar cómo el chicote es tan eficaz para extraer sangre de la correosa piel de los negros como para arrancarle a las minas sus riquezas. El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild (Península, con prólogo, por cierto, de Vargas Llosa), es tal vez la más acerada y profunda biografía escrita sobre un monarca insaciable. Durante años, el Museo Real para África Central, levantado en Tervuren, a las afueras de Bruselas, fue un templo dedicado a Leopoldo, que se cuidó muy mucho de poner jamás los pies en su degradada colonia. Como señala Hochschild, «hay algo muy moderno en ello», es la misma actitud del piloto que deja caer su carga de muerte desde las nubes, «sin oír jamás los gritos o ver las casas reducidas a escombros o la carne retorcida».
La metáfora más fácil es la de los perezosos, la de quienes de forma sistemática han convertido en «corazón de las tinieblas» no solo al Congo, donde una conspiración de gendarmes katangueños y militares belgas (con el visto bueno de la CIA) acabó de la manera más cruel con Patrice Lumumba, sino a toda África, olvidando que si Conrad situó en aquel Congo triste su infierno fue precisamente por la codicia y la fiebre depredadora de los blancos. Ludo de Witte es quizás quien mejor ha contado el magnicidio en un libro inédito en español, The Assassination of Lumumba (Verso), en el que relata el calvario de un primer ministro que se atrevió a dejar en evidencia al rey Balduino (descendiente de Leopoldo) y que perdió la vida al tratar de impedir el desmembramiento del país. El mismo empeño que se tomó Dag Hammasrkjöld, acaso el más brillante secretario general de la ONU, cuya muerte en un accidente aéreo en África sigue envuelta en sombras.
Del mismo modo que en 1936, su testimonio crítico Regreso de la URSS desató la incomprensión de los izquierdistas profesionales que no querían ver la realidad, André Gide también reventó ampollas cuando se convirtió en 1928, con su Viaje al Congo (Península), en un incómodo testigo de los abusos de la política colonial francesa. En este caso del otro Congo, Congo-Brazaville, cuya capital se encuentra al otro lado del gigantesco remanso en que se convierte el río Congo y a cuyas orillas se levantaron las dos capitales más cercanas del mundo: Kinshasa y Brazaville.
Si en Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio, frase célebre de Mobutu Sese Seko, el dictador que rebautizó el Congo como Zaire y saqueó el país con la aquiescencia de Occidente, no en vano era su aliado en la guerra fría), la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé reflejó sutilmente cómo hacen negocio los blancos en uno de los países más ricos del mundo cuya población es una de las más desgraciadas de la Tierra, la periodista británica Michela Wrong hizo en Tras los pasos del señor Kurtz: el Congo al borde del colapso (Intermón Oxfam) una de las más exhaustivas y apasionantes investigaciones sobre la degradación de un país a manos de un sátrapa.
Un país donde han muerto en los últimos años cuatro millones de personas en un genocidio que se ha cometido de forma silenciosa, sin imágenes, secuela del genocidio ruandés de 1994. El libro de Mario Vargas Llosa, que ahora llega a nuestras manos, servirá para volver a leer acerca de un país que es un continente, de un río en el que Joseph Conrad se encontró con «el horror, el horror» e inauguró una literatura.
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Los que no trabajaban como esclavos y pagaban sus «impuestos» eran tratados así en el Congo de Leopoldo II. (Foto: El País)
C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- El sueño del celta, del Nobel Vargas Llosa, es el último eslabón de un torrente del que muchos han bebido desde que Conrad leyó el Congo. Un artículo de Alfonso Armada de El País:
Desde que el marino polaco Joseph Conrad forjara con «El corazón de las tinieblas una de las metáforas más brillantes y explotadas de la literatura mundial, el Congo, el país (un escándalo geológico) y su río tenebroso, no han dejado de atraer a escritores, traficantes, misioneros, espías, mercenarios, aventureros y redentores. El más reciente del primer escalafón es Mario Vargas Llosa, flamante premio Nobel de Literatura, que en El sueño del celta (Alfaguara) recrea la peripecia vital de Roger Casement, uno de los que antes se atrevieron a denunciar la atroz colonia penitenciaria en la que Leopoldo II, el católico Rey de los belgas, convirtió el Estado Libre del Congo: una finca 76 veces más grande que Bélgica donde amputaciones, violaciones, torturas y asesinatos se cometían a cuenta de la cuota de caucho, marfil, comida...
De aquel saqueo se benefició Bélgica, y basta adentrarse en la estación de Amberes, como hace W. G. Sebald en Austerlitz, para comprobar cómo el chicote es tan eficaz para extraer sangre de la correosa piel de los negros como para arrancarle a las minas sus riquezas. El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild (Península, con prólogo, por cierto, de Vargas Llosa), es tal vez la más acerada y profunda biografía escrita sobre un monarca insaciable. Durante años, el Museo Real para África Central, levantado en Tervuren, a las afueras de Bruselas, fue un templo dedicado a Leopoldo, que se cuidó muy mucho de poner jamás los pies en su degradada colonia. Como señala Hochschild, «hay algo muy moderno en ello», es la misma actitud del piloto que deja caer su carga de muerte desde las nubes, «sin oír jamás los gritos o ver las casas reducidas a escombros o la carne retorcida».
La metáfora más fácil es la de los perezosos, la de quienes de forma sistemática han convertido en «corazón de las tinieblas» no solo al Congo, donde una conspiración de gendarmes katangueños y militares belgas (con el visto bueno de la CIA) acabó de la manera más cruel con Patrice Lumumba, sino a toda África, olvidando que si Conrad situó en aquel Congo triste su infierno fue precisamente por la codicia y la fiebre depredadora de los blancos. Ludo de Witte es quizás quien mejor ha contado el magnicidio en un libro inédito en español, The Assassination of Lumumba (Verso), en el que relata el calvario de un primer ministro que se atrevió a dejar en evidencia al rey Balduino (descendiente de Leopoldo) y que perdió la vida al tratar de impedir el desmembramiento del país. El mismo empeño que se tomó Dag Hammasrkjöld, acaso el más brillante secretario general de la ONU, cuya muerte en un accidente aéreo en África sigue envuelta en sombras.
Del mismo modo que en 1936, su testimonio crítico Regreso de la URSS desató la incomprensión de los izquierdistas profesionales que no querían ver la realidad, André Gide también reventó ampollas cuando se convirtió en 1928, con su Viaje al Congo (Península), en un incómodo testigo de los abusos de la política colonial francesa. En este caso del otro Congo, Congo-Brazaville, cuya capital se encuentra al otro lado del gigantesco remanso en que se convierte el río Congo y a cuyas orillas se levantaron las dos capitales más cercanas del mundo: Kinshasa y Brazaville.
Si en Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio, frase célebre de Mobutu Sese Seko, el dictador que rebautizó el Congo como Zaire y saqueó el país con la aquiescencia de Occidente, no en vano era su aliado en la guerra fría), la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé reflejó sutilmente cómo hacen negocio los blancos en uno de los países más ricos del mundo cuya población es una de las más desgraciadas de la Tierra, la periodista británica Michela Wrong hizo en Tras los pasos del señor Kurtz: el Congo al borde del colapso (Intermón Oxfam) una de las más exhaustivas y apasionantes investigaciones sobre la degradación de un país a manos de un sátrapa.
Un país donde han muerto en los últimos años cuatro millones de personas en un genocidio que se ha cometido de forma silenciosa, sin imágenes, secuela del genocidio ruandés de 1994. El libro de Mario Vargas Llosa, que ahora llega a nuestras manos, servirá para volver a leer acerca de un país que es un continente, de un río en el que Joseph Conrad se encontró con «el horror, el horror» e inauguró una literatura.
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Noticias / México: Paulina Vázquez, primera escritora en ganar el premio «Agustín Yáñez» de Cuento
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La narradora al momento de recibir el galardón. (Foto: La Jornada Jalisco)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Ante un auditorio abarrotado, la escritora Paulina Vázquez recibió el Premio Nacional de Cuento «Agustín Yáñez 2010», consistente en un diploma y 100 mil pesos, informa la agencia Notimex.
El director de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco, Jorge Souza Jauffred, agregó que la ceremonia se realizó en el municipio de Yahualica de González Gallo, en donde nacieron y vivieron los padres del ilustre escritor tapatío que da nombre al galardón.
Souza destacó que se trata de la primera mujer que triunfa en el certamen que se realiza para promover el conocimiento de la vida y obra de Agustín Yáñez, escritor jalisciense que constituye una de las cumbres de la narrativa mexicana y político destacado por su sentido de la solidaridad social.
El premio fue otorgado por la decisión de un jurado integrado por dos de los mejores narradores de México, Guillermo Samperio y Hernán Lara Zavala, así como por el maestro Enrique Romo, quien fue director del Fondo Editorial Tierra Adentro durante más de 10 años.
Mencionó que en el acta quedó de manifiesto que la obra reúne las condiciones de calidad necesarias para obtener la presea, entre los 62 libros participantes.
En su dictamen, el jurado destacó este trabajo por considerar que se trata de un volumen de cuentos vía novela, que integra cada uno de los relatos en un todo con aliento lírico y novedosa y musical estructura narrativa, para relatar la historia de un triángulo amoroso, visto a través de la mirada de una mujer.
En la ceremonia de entrega, Paulina Vázquez dio lectura a uno de los cuentos que integran Bemoles en Fuga, obra que firmó con el pseudónimo de «Marina Santiago».
En la lectura fue posible apreciar algunas de las características básicas su estilo, entre ellas, la fina textura de las imágenes, la sutileza de las evocaciones y el acertado manejo del idioma.
Los cuentos se bordan sobre temas como el amor y el desamor, el deseo y la decepción, matizados siempre con ciertos toques de nostalgia.
Paulina Vázquez Torregrosa nació en la Ciudad de México, pero radica en Pátzcuaro, Michoacán, desde hace años; estudió francés en la Universidad de Nantes, Francia, y cursó estudios de Sociología en la UNAM.
A partir de 1994, llevó a cabo estudios de fotografía y más tarde de Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) , y en la actualidad trabaja en la elaboración de artesanías en diversas materias primas como cera, madera, textil de telar y tejido.
El alcalde de Yahualica, Anastacio Mercado Martínez, destacó el trabajo que la Secretaría de Cultura ha realizado en su municipio, «estamos convencidos de que con el desarrollo de la cultura y las promoción de las artes se adquiere una mejor calidad de vida».
Dijo que, igual que otros proyectos, la Banda Sinfónica de Yahualica, que se presentó en el acto, ha recibido el apoyo de las autoridades culturales de Jalisco.
El Premio Nacional de Cuento «Agustín Yáñez» ha sido ganado en ocasiones anteriores por autores como Fernando de León, Mario Heredia, Ernesto Murguía y Julián Herbert, por mencionar sólo algunos.
Por otra parte, de acuerdo con los planes de la Secretaría de Cultura de Jalisco, se prevé que este certamen de cuento abandone su cualidad de «nacional» para convertirse ya en un premio latinoamericano.
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La narradora al momento de recibir el galardón. (Foto: La Jornada Jalisco)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Ante un auditorio abarrotado, la escritora Paulina Vázquez recibió el Premio Nacional de Cuento «Agustín Yáñez 2010», consistente en un diploma y 100 mil pesos, informa la agencia Notimex.
El director de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco, Jorge Souza Jauffred, agregó que la ceremonia se realizó en el municipio de Yahualica de González Gallo, en donde nacieron y vivieron los padres del ilustre escritor tapatío que da nombre al galardón.
Souza destacó que se trata de la primera mujer que triunfa en el certamen que se realiza para promover el conocimiento de la vida y obra de Agustín Yáñez, escritor jalisciense que constituye una de las cumbres de la narrativa mexicana y político destacado por su sentido de la solidaridad social.
El premio fue otorgado por la decisión de un jurado integrado por dos de los mejores narradores de México, Guillermo Samperio y Hernán Lara Zavala, así como por el maestro Enrique Romo, quien fue director del Fondo Editorial Tierra Adentro durante más de 10 años.
Mencionó que en el acta quedó de manifiesto que la obra reúne las condiciones de calidad necesarias para obtener la presea, entre los 62 libros participantes.
En su dictamen, el jurado destacó este trabajo por considerar que se trata de un volumen de cuentos vía novela, que integra cada uno de los relatos en un todo con aliento lírico y novedosa y musical estructura narrativa, para relatar la historia de un triángulo amoroso, visto a través de la mirada de una mujer.
En la ceremonia de entrega, Paulina Vázquez dio lectura a uno de los cuentos que integran Bemoles en Fuga, obra que firmó con el pseudónimo de «Marina Santiago».
En la lectura fue posible apreciar algunas de las características básicas su estilo, entre ellas, la fina textura de las imágenes, la sutileza de las evocaciones y el acertado manejo del idioma.
Los cuentos se bordan sobre temas como el amor y el desamor, el deseo y la decepción, matizados siempre con ciertos toques de nostalgia.
Paulina Vázquez Torregrosa nació en la Ciudad de México, pero radica en Pátzcuaro, Michoacán, desde hace años; estudió francés en la Universidad de Nantes, Francia, y cursó estudios de Sociología en la UNAM.
A partir de 1994, llevó a cabo estudios de fotografía y más tarde de Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) , y en la actualidad trabaja en la elaboración de artesanías en diversas materias primas como cera, madera, textil de telar y tejido.
El alcalde de Yahualica, Anastacio Mercado Martínez, destacó el trabajo que la Secretaría de Cultura ha realizado en su municipio, «estamos convencidos de que con el desarrollo de la cultura y las promoción de las artes se adquiere una mejor calidad de vida».
Dijo que, igual que otros proyectos, la Banda Sinfónica de Yahualica, que se presentó en el acto, ha recibido el apoyo de las autoridades culturales de Jalisco.
El Premio Nacional de Cuento «Agustín Yáñez» ha sido ganado en ocasiones anteriores por autores como Fernando de León, Mario Heredia, Ernesto Murguía y Julián Herbert, por mencionar sólo algunos.
Por otra parte, de acuerdo con los planes de la Secretaría de Cultura de Jalisco, se prevé que este certamen de cuento abandone su cualidad de «nacional» para convertirse ya en un premio latinoamericano.
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Textos / Carlos Montemayor: «Alí Chumacero, Facetas de un hombre renacentista»
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Carlos Montemayor +, Alí Chumacero + y Susana de la Garza, esposa, en el homenaje de Alí Chumacero del Fondo de Cultura Económica, en el Centro Cultural Bella Época, del FCE. (Foto: Pascual Borzelli Iglesias / abartraba)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Con motivo del reciente fallecimiento del gran poeta mexicano Alí Chumacero reproducimos el siguiente texto de Carlos Montemayor que inicialmente fue publicado el miércoles 23 de abril de 2003 en La Jornada y después, un fragmento del mismo, sería leído por el chihuahuense durante la ceremonia del Homenaje Nacional a Alí Chumacero, en sus 90 años, efectuado en junio de 2008 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. ilustramos la nota con una imagen de Pascual Borzelli Iglesias, que retrata la amistad entre ambos personajes:
Celebrar a un poeta requiere numerosos esfuerzos. Requiere, claro está, de una vida dedicada al trabajo de construir para sí y para los demás ensayos, prosas, poemas que den voz a nuestra vida, a la conciencia profunda de individuos y pueblos. Y requiere de una sociedad que pueda reconocerse en esa obra artística que materializa su condición superior de vida e identidad. Un pueblo que exalta a sus poetas es un pueblo que se exalta a sí mismo. Porque el poeta habla, canta siempre a partir de lo que él es como ser humano, a partir de lo que su propio pueblo, su propia región trae ya de conciencia latente en los hombres que lo reciben al nacer, que lo acompañan mientras vive, que lo recordarán cuando se ausente para siempre.
Pero en abril de l987 Alí Chumacero recordó en su natal Acaponeta que Amado Nervo refería que en su tiempo los poetas eran rechazados por la incipiente burguesía y las personas de buenas maneras. «La imagen del que hace versos –apuntó Nervo– ponía el Jesús en la boca de todas las gentes sensatas; si se les hubiese definido, la definición habría sido ésta: Poeta: animal nocivo y ocioso; borracho, filósofo; antropófago. Por la noche devora niños; habla solo en las calles; no se baña jamás; tiene todos los vicios; no se peina y lleva una misma camisa quince días». Yo agregaría otra para nuestros días: «nunca trabaja, sólo está escribiendo».
¿Qué es el poeta? El poeta tiene como pasión y responsabilidad un trabajo con palabras. Esto puede parecer inútil. Nadie pretende de la noche a la mañana dominar las matemáticas o la notación musical, la economía o la biología, pues sabemos que es necesaria una laboriosa preparación. En cambio, como todos usamos las palabras cotidianamente, nos parece inútil saber más de lo que sobre ellas creemos saber. El trabajo del poeta aparece así como innecesario, sobre todo si llegamos a creer que la poesía es jugar con las palabras, formular frases alambicadas o dulzonas, convirtiendo el lenguaje en una sonaja o un adorno. El trabajo del poeta con las palabras es otro. Es el del sentido, el de explorar en el universo de sus significados posibles o latentes, el de expresar sin cosméticos la experiencia profunda de la vida, de la muerte, de la soledad, de Dios, de los pueblos, del amor. Es una búsqueda de la verdad. De la verdad humana, social, divina o erótica, según que la biografía de cada autor se imponga en el poema. Esta labor por la verdad y el sentido del lenguaje se liga con cualquier rama de la actividad humana, porque es el manantial de la lucidez y el pensamiento. Por ello el poeta tiene un compromiso con la cultura total de su sociedad: un compromiso educativo, político, crítico. Ésta es la constante labor que el hombre de letras trae a cuestas. Una labor constructiva que bien puede designarse con el nombre que más lo acerca a su origen histórico: la creación. Creador en los nuevos sentidos y en la recuperación de la verdad de las palabras. Creación de cultura. Creación de conciencia.
Grandes momentos de grandes pueblos están aparejados con la obra de grandes poetas. Israel sigue unido a poetas que escribieron esos libros que el mundo de Occidente llama sagrados: la Biblia. Desde las primeras páginas del Génesis leemos que Dios dijo: «¡Hágase la luz!» y la luz se hizo. De esas palabras de Dios brotó la existencia. En la Biblia, Dios es un poeta y su poema es el universo mismo. San Juan, en su Evangelio, afirmó que Cristo es el Verbo. La palabra que se traduce por verbo es en griego logos, más cerca de la voz sentido que de la palabra verbo. Cristo es el significado de esa palabra creadora. Para los griegos, el centro del mundo estaba en el santuario de Apolo en Delfos, en las cumbres del Parnaso. Ahí el dios hablaba por medio de pitonisas, consultado por los pueblos de su tiempo. Pero el dios Apolo se expresaba en pequeños poemas compuestos en hexámetros. El paralelo entre dioses y poetas, entre la palabra y la creación del mundo o la liberación de la vida, se repite en las más memorables culturas de la tierra. No hay grandes países ni nobles regiones sin poetas que los expresen. Los pueblos sin poetas son culturas pobres. Porque los poetas son la voz de los pueblos, la conciencia que se fragua en el interior de los hombres de esos pueblos. Así, cuando se rinde homenaje a un poeta, vibra ya la conciencia que un pueblo ha alcanzado de su propia vida. Ahora Nayarit celebra a Alí Chumacero. Sean, pues, los minutos que me restan, para decir quién es Alí Chumacero y cuál es la obra que celebramos en él.
Cuando recibió el Premio Alfonso Reyes, en mayo de 1987, expresó que el jurado le confería el premio a «un escritor que se ha preocupado especialmente, más que por escribir, porque los demás escriban». Y agregó: «Como simple profesional de las letras y persistente tipógrafo, puedo jactarme de que nunca he cejado en colaborar corrigiendo y aun rehaciendo renglones y párrafos de otros escritores. El interés por la obra ajena no es desinterés por la propia: todo fluye hacia un destino común. Tipógrafo más que literato, ser humano más que poeta, más cerca de la tierra que del follaje, el haber concurrido en estos menesteres me ha procurado la satisfacción sólo percibida por quienes sospechan que servir a los demás es tan respetable como servirse a sí mismo».
En efecto, la poesía es una parte de la amplia y fecunda obra de Alí Chumacero. No es un juego de palabras. La obra del poeta Alí Chumacero no se reduce a los poemas que aparecieron compilados en 1980 con el título Poesía completa y con prólogo de Marco Antonio Campos. Tampoco se agota añadiendo el título Los momentos críticos, que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1987 con prólogo de Miguel Ángel Flores. Si bien esto podría bastar para fijar el gran valor de su obra escrita, es necesario recordar aquí, y reconocer, que sus obras se prolongan hasta la fecha en varios aspectos fundamentales para la cultura contemporánea de México.
Podríamos quizá fechar el inicio de algunas de sus facetas. Por ejemplo, decir que en 1936 se inició en su labor literaria, como lo demuestran sus reseñas publicadas ese año sobre la literatura rusa y sobre Amado Nervo en las revistas Estudiantina y Nueva Galicia de Guadalajara. Otra fecha, también, que lo convertiría en elemento notable en las importantes revistas de la cultura nacional se sitúa en 1939, cuando en colaboración con Jorge González Durán, José Luis Martínez y Leopoldo Zea comenzó a preparar una nueva revista literaria que apareció en enero de 1940, Tierra Nueva. La Universidad Nacional de México fue, pues, el medio en que Alí Chumacero inició su vocación fundamental de manera sistemática y profesional: por el coordinador de Humanidades, Mario de la Cueva, fue redactor de la revista Tierra Nueva; por el apoyo de Alfonso Noriega, secretario general de la Universidad, fue autor de un primer libro de poemas: Páramo de sueños.
Pero independientemente de la significación histórica de la revista Tierra Nueva, Alí Chumacero siguió colaborando como redactor en otras publicaciones periódicas importantes. Después de 1942, año en que desapareció Tierra Nueva, fue redactor de 1943 a 1946 de El Hijo Pródigo, y en el mismo tiempo de Letras de México. A partir de su colaboración con Octavio G. Barreda en El Hijo Pródigo, revista fundamental en la que concurrieron los escritores de las revistas Contemporáneos, Taller, Tierra Nueva y autores españoles exiliados tras la caída de la república, Alí Chumacero se integra en el corazón editorial, crítico y lírico que dará el perfil definitivo a la cultura mexicana del siglo XX. Después, durante varios lustros, colaboró aún como redactor al lado de Fernando Benítez, en México en la Cultura, de Novedades, que inició en México la tradición de los suplementos culturales de periódicos y luego en La Cultura en México, de Siempre! Por decisión personal, Alí Chumacero terminó su importante y valiosísima labor de redactor de revistas culturales en 1973, cuando declinó la invitación para participar en la redacción de la revista Plural, que en ese tiempo creó Excélsior con el poeta Octavio Paz. Tal labor, pues, fue una de las más notables, pródigas y generosas actividades del poeta Alí Chumacero: impulsor, mediante las principales revistas literarias y culturales de México, de los escritos que sobre filosofía, historia, política, literatura y poesía conformaron el perfil de la cultura contemporánea de México.
Otra faceta de su obra se origina desde el primer momento que Tierra Nueva se prepara a salir a la luz: me refiero a su faceta editorial y tipográfica. Alí Chumacero, como hombre renacentista, es el maestro de una importante generación de escritores e intelectuales dedicados a la producción editorial de manera profesional; maestro que sostiene el perfil tipográfico de importantes editoriales de México. Directamente, contribuye a la solidez formal de la producción del Fondo de Cultura Económica y de otras ediciones publicadas incidentalmente como la célebre colección SepSetentas. Pero de manera indirecta, su labor de maestro se extiende desde el mismo Fondo de Cultura Económica actual hasta las diferentes editoriales universitarias que han tenido desde sus orígenes como jefes editoriales a alumnos suyos. Esta faceta, pues, debe reconocerse como una más de sus acciones fundamentales en la vida cultural del México contemporáneo.
Otra de las actividades de Alí Chumacero ha sido la de investigador y recopilador de obras completas de varios escritores mexicanos del pasado siglo. Las ediciones de Xavier Villaurrutia, de Gilberto Owen, de Efrén Hernández y de Mariano Azuela, o la primera edición moderna de Jorge Cuesta, son instantes notables en la historia de la crítica literaria mexicana contemporánea. Ésta, por sí misma, es una labor que le aseguraría un lugar distinguido en la historia de nuestra literatura. Pero hay que agregar algo más: la tenaz y continua tarea de reseñista, articulista y divulgador de poesía, narrativa, filosofía y ensayo de México, Hispanoamérica, España y Europa, como lo testimonia el volumen Los momentos críticos, que evidencian su juicio imparcial, objetivo, sereno, profesional, con que se acercó a todas las expresiones literarias del mundo contemporáneo.
No menos destacada es la labor que después desempeñó en la asesoría sistemática a los novísimos escritores mexicanos en dos instituciones importantes: el Centro Mexicano de Escritores y las becas Salvador Novo. Semana tras semana, orientó y discutió los trabajos de becarios que de varias partes del país concurrieron allí para dar cima a su formación profesional como hombres de letras.
Pero además, y sobre todo, por supuesto, Alí Chumacero es creador de poesía. De una obra poética que podemos considerar clásica porque sus raíces se remontan a los preclaros orígenes de Quevedo, a la serenidad, elegancia y nitidez de la mejor poesía del Siglo de Oro, y porque su presencia es ya fundamental en las letras mexicanas. Poesía en cuya cadencia ninguna voz, ningún verso, ninguna frase destruye el ritmo interior y perfecto con que se integra el poema. En cuya impecable belleza las notas desgarradas del sentimiento de la muerte o de la soledad crecen como los ojos perfectos de las estatuas que miran para siempre el infinito. En cuya madurez perfecta la vida de la mujer, de la descendencia, del peregrino en la sorpresa del instante de su especie o su linaje, logra alcanzar el momento cálido de lo eterno, él, que pasa, que al contemplar en unos ojos verdes la belleza, llega después a la condición mortal en que todo hombre demora su razón, su sed, su camino. Hacedor de belleza, hacedor de profundos poemas en cuya armonía a todos nos avisa, para que lo recordemos, que el olvido es la huella que la ausencia de nuestra vida va dejando:
«Leve humedad será nuestra elegía
y ejércitos de sombra sitiarán para siempre
el nombre que llevamos.
Porque sólo un imperio, el del olvido,
Esplende su olear como la fiel paloma
Sobre el agua tranquila de la noche».
Sí, éstas son las facetas de la numerosa obra del poeta Alí Chumacero. Parecería imposible señalar otra más. Parecería imposible que hubiera dispuesto de tiempo para dedicarse también por entero a construir todavía otra.
Pero algo más logró Alí Chumacero, y que puedo enaltecer como otra de sus obras: seguir siendo hombre, seguir siendo humano, seguir siendo amigo, vital. Seguir abriéndose paso en la euforia de la vida, con la energía que vivir requiere, con la pasión que estar vivo significa, con el entusiasmo sensual, corporal, espiritual, que abrirse a la vida exige. Esta fuerza cumple el periplo que va del hombre al poeta, esta potencia engrandece la naturalidad que permite a la poesía enriquecerse con la vida y a su poesía enriquecer nuestra propia vida.
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Carlos Montemayor +, Alí Chumacero + y Susana de la Garza, esposa, en el homenaje de Alí Chumacero del Fondo de Cultura Económica, en el Centro Cultural Bella Época, del FCE. (Foto: Pascual Borzelli Iglesias / abartraba)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Con motivo del reciente fallecimiento del gran poeta mexicano Alí Chumacero reproducimos el siguiente texto de Carlos Montemayor que inicialmente fue publicado el miércoles 23 de abril de 2003 en La Jornada y después, un fragmento del mismo, sería leído por el chihuahuense durante la ceremonia del Homenaje Nacional a Alí Chumacero, en sus 90 años, efectuado en junio de 2008 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. ilustramos la nota con una imagen de Pascual Borzelli Iglesias, que retrata la amistad entre ambos personajes:
Celebrar a un poeta requiere numerosos esfuerzos. Requiere, claro está, de una vida dedicada al trabajo de construir para sí y para los demás ensayos, prosas, poemas que den voz a nuestra vida, a la conciencia profunda de individuos y pueblos. Y requiere de una sociedad que pueda reconocerse en esa obra artística que materializa su condición superior de vida e identidad. Un pueblo que exalta a sus poetas es un pueblo que se exalta a sí mismo. Porque el poeta habla, canta siempre a partir de lo que él es como ser humano, a partir de lo que su propio pueblo, su propia región trae ya de conciencia latente en los hombres que lo reciben al nacer, que lo acompañan mientras vive, que lo recordarán cuando se ausente para siempre.
Pero en abril de l987 Alí Chumacero recordó en su natal Acaponeta que Amado Nervo refería que en su tiempo los poetas eran rechazados por la incipiente burguesía y las personas de buenas maneras. «La imagen del que hace versos –apuntó Nervo– ponía el Jesús en la boca de todas las gentes sensatas; si se les hubiese definido, la definición habría sido ésta: Poeta: animal nocivo y ocioso; borracho, filósofo; antropófago. Por la noche devora niños; habla solo en las calles; no se baña jamás; tiene todos los vicios; no se peina y lleva una misma camisa quince días». Yo agregaría otra para nuestros días: «nunca trabaja, sólo está escribiendo».
¿Qué es el poeta? El poeta tiene como pasión y responsabilidad un trabajo con palabras. Esto puede parecer inútil. Nadie pretende de la noche a la mañana dominar las matemáticas o la notación musical, la economía o la biología, pues sabemos que es necesaria una laboriosa preparación. En cambio, como todos usamos las palabras cotidianamente, nos parece inútil saber más de lo que sobre ellas creemos saber. El trabajo del poeta aparece así como innecesario, sobre todo si llegamos a creer que la poesía es jugar con las palabras, formular frases alambicadas o dulzonas, convirtiendo el lenguaje en una sonaja o un adorno. El trabajo del poeta con las palabras es otro. Es el del sentido, el de explorar en el universo de sus significados posibles o latentes, el de expresar sin cosméticos la experiencia profunda de la vida, de la muerte, de la soledad, de Dios, de los pueblos, del amor. Es una búsqueda de la verdad. De la verdad humana, social, divina o erótica, según que la biografía de cada autor se imponga en el poema. Esta labor por la verdad y el sentido del lenguaje se liga con cualquier rama de la actividad humana, porque es el manantial de la lucidez y el pensamiento. Por ello el poeta tiene un compromiso con la cultura total de su sociedad: un compromiso educativo, político, crítico. Ésta es la constante labor que el hombre de letras trae a cuestas. Una labor constructiva que bien puede designarse con el nombre que más lo acerca a su origen histórico: la creación. Creador en los nuevos sentidos y en la recuperación de la verdad de las palabras. Creación de cultura. Creación de conciencia.
Grandes momentos de grandes pueblos están aparejados con la obra de grandes poetas. Israel sigue unido a poetas que escribieron esos libros que el mundo de Occidente llama sagrados: la Biblia. Desde las primeras páginas del Génesis leemos que Dios dijo: «¡Hágase la luz!» y la luz se hizo. De esas palabras de Dios brotó la existencia. En la Biblia, Dios es un poeta y su poema es el universo mismo. San Juan, en su Evangelio, afirmó que Cristo es el Verbo. La palabra que se traduce por verbo es en griego logos, más cerca de la voz sentido que de la palabra verbo. Cristo es el significado de esa palabra creadora. Para los griegos, el centro del mundo estaba en el santuario de Apolo en Delfos, en las cumbres del Parnaso. Ahí el dios hablaba por medio de pitonisas, consultado por los pueblos de su tiempo. Pero el dios Apolo se expresaba en pequeños poemas compuestos en hexámetros. El paralelo entre dioses y poetas, entre la palabra y la creación del mundo o la liberación de la vida, se repite en las más memorables culturas de la tierra. No hay grandes países ni nobles regiones sin poetas que los expresen. Los pueblos sin poetas son culturas pobres. Porque los poetas son la voz de los pueblos, la conciencia que se fragua en el interior de los hombres de esos pueblos. Así, cuando se rinde homenaje a un poeta, vibra ya la conciencia que un pueblo ha alcanzado de su propia vida. Ahora Nayarit celebra a Alí Chumacero. Sean, pues, los minutos que me restan, para decir quién es Alí Chumacero y cuál es la obra que celebramos en él.
Cuando recibió el Premio Alfonso Reyes, en mayo de 1987, expresó que el jurado le confería el premio a «un escritor que se ha preocupado especialmente, más que por escribir, porque los demás escriban». Y agregó: «Como simple profesional de las letras y persistente tipógrafo, puedo jactarme de que nunca he cejado en colaborar corrigiendo y aun rehaciendo renglones y párrafos de otros escritores. El interés por la obra ajena no es desinterés por la propia: todo fluye hacia un destino común. Tipógrafo más que literato, ser humano más que poeta, más cerca de la tierra que del follaje, el haber concurrido en estos menesteres me ha procurado la satisfacción sólo percibida por quienes sospechan que servir a los demás es tan respetable como servirse a sí mismo».
En efecto, la poesía es una parte de la amplia y fecunda obra de Alí Chumacero. No es un juego de palabras. La obra del poeta Alí Chumacero no se reduce a los poemas que aparecieron compilados en 1980 con el título Poesía completa y con prólogo de Marco Antonio Campos. Tampoco se agota añadiendo el título Los momentos críticos, que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1987 con prólogo de Miguel Ángel Flores. Si bien esto podría bastar para fijar el gran valor de su obra escrita, es necesario recordar aquí, y reconocer, que sus obras se prolongan hasta la fecha en varios aspectos fundamentales para la cultura contemporánea de México.
Podríamos quizá fechar el inicio de algunas de sus facetas. Por ejemplo, decir que en 1936 se inició en su labor literaria, como lo demuestran sus reseñas publicadas ese año sobre la literatura rusa y sobre Amado Nervo en las revistas Estudiantina y Nueva Galicia de Guadalajara. Otra fecha, también, que lo convertiría en elemento notable en las importantes revistas de la cultura nacional se sitúa en 1939, cuando en colaboración con Jorge González Durán, José Luis Martínez y Leopoldo Zea comenzó a preparar una nueva revista literaria que apareció en enero de 1940, Tierra Nueva. La Universidad Nacional de México fue, pues, el medio en que Alí Chumacero inició su vocación fundamental de manera sistemática y profesional: por el coordinador de Humanidades, Mario de la Cueva, fue redactor de la revista Tierra Nueva; por el apoyo de Alfonso Noriega, secretario general de la Universidad, fue autor de un primer libro de poemas: Páramo de sueños.
Pero independientemente de la significación histórica de la revista Tierra Nueva, Alí Chumacero siguió colaborando como redactor en otras publicaciones periódicas importantes. Después de 1942, año en que desapareció Tierra Nueva, fue redactor de 1943 a 1946 de El Hijo Pródigo, y en el mismo tiempo de Letras de México. A partir de su colaboración con Octavio G. Barreda en El Hijo Pródigo, revista fundamental en la que concurrieron los escritores de las revistas Contemporáneos, Taller, Tierra Nueva y autores españoles exiliados tras la caída de la república, Alí Chumacero se integra en el corazón editorial, crítico y lírico que dará el perfil definitivo a la cultura mexicana del siglo XX. Después, durante varios lustros, colaboró aún como redactor al lado de Fernando Benítez, en México en la Cultura, de Novedades, que inició en México la tradición de los suplementos culturales de periódicos y luego en La Cultura en México, de Siempre! Por decisión personal, Alí Chumacero terminó su importante y valiosísima labor de redactor de revistas culturales en 1973, cuando declinó la invitación para participar en la redacción de la revista Plural, que en ese tiempo creó Excélsior con el poeta Octavio Paz. Tal labor, pues, fue una de las más notables, pródigas y generosas actividades del poeta Alí Chumacero: impulsor, mediante las principales revistas literarias y culturales de México, de los escritos que sobre filosofía, historia, política, literatura y poesía conformaron el perfil de la cultura contemporánea de México.
Otra faceta de su obra se origina desde el primer momento que Tierra Nueva se prepara a salir a la luz: me refiero a su faceta editorial y tipográfica. Alí Chumacero, como hombre renacentista, es el maestro de una importante generación de escritores e intelectuales dedicados a la producción editorial de manera profesional; maestro que sostiene el perfil tipográfico de importantes editoriales de México. Directamente, contribuye a la solidez formal de la producción del Fondo de Cultura Económica y de otras ediciones publicadas incidentalmente como la célebre colección SepSetentas. Pero de manera indirecta, su labor de maestro se extiende desde el mismo Fondo de Cultura Económica actual hasta las diferentes editoriales universitarias que han tenido desde sus orígenes como jefes editoriales a alumnos suyos. Esta faceta, pues, debe reconocerse como una más de sus acciones fundamentales en la vida cultural del México contemporáneo.
Otra de las actividades de Alí Chumacero ha sido la de investigador y recopilador de obras completas de varios escritores mexicanos del pasado siglo. Las ediciones de Xavier Villaurrutia, de Gilberto Owen, de Efrén Hernández y de Mariano Azuela, o la primera edición moderna de Jorge Cuesta, son instantes notables en la historia de la crítica literaria mexicana contemporánea. Ésta, por sí misma, es una labor que le aseguraría un lugar distinguido en la historia de nuestra literatura. Pero hay que agregar algo más: la tenaz y continua tarea de reseñista, articulista y divulgador de poesía, narrativa, filosofía y ensayo de México, Hispanoamérica, España y Europa, como lo testimonia el volumen Los momentos críticos, que evidencian su juicio imparcial, objetivo, sereno, profesional, con que se acercó a todas las expresiones literarias del mundo contemporáneo.
No menos destacada es la labor que después desempeñó en la asesoría sistemática a los novísimos escritores mexicanos en dos instituciones importantes: el Centro Mexicano de Escritores y las becas Salvador Novo. Semana tras semana, orientó y discutió los trabajos de becarios que de varias partes del país concurrieron allí para dar cima a su formación profesional como hombres de letras.
Pero además, y sobre todo, por supuesto, Alí Chumacero es creador de poesía. De una obra poética que podemos considerar clásica porque sus raíces se remontan a los preclaros orígenes de Quevedo, a la serenidad, elegancia y nitidez de la mejor poesía del Siglo de Oro, y porque su presencia es ya fundamental en las letras mexicanas. Poesía en cuya cadencia ninguna voz, ningún verso, ninguna frase destruye el ritmo interior y perfecto con que se integra el poema. En cuya impecable belleza las notas desgarradas del sentimiento de la muerte o de la soledad crecen como los ojos perfectos de las estatuas que miran para siempre el infinito. En cuya madurez perfecta la vida de la mujer, de la descendencia, del peregrino en la sorpresa del instante de su especie o su linaje, logra alcanzar el momento cálido de lo eterno, él, que pasa, que al contemplar en unos ojos verdes la belleza, llega después a la condición mortal en que todo hombre demora su razón, su sed, su camino. Hacedor de belleza, hacedor de profundos poemas en cuya armonía a todos nos avisa, para que lo recordemos, que el olvido es la huella que la ausencia de nuestra vida va dejando:
«Leve humedad será nuestra elegía
y ejércitos de sombra sitiarán para siempre
el nombre que llevamos.
Porque sólo un imperio, el del olvido,
Esplende su olear como la fiel paloma
Sobre el agua tranquila de la noche».
Sí, éstas son las facetas de la numerosa obra del poeta Alí Chumacero. Parecería imposible señalar otra más. Parecería imposible que hubiera dispuesto de tiempo para dedicarse también por entero a construir todavía otra.
Pero algo más logró Alí Chumacero, y que puedo enaltecer como otra de sus obras: seguir siendo hombre, seguir siendo humano, seguir siendo amigo, vital. Seguir abriéndose paso en la euforia de la vida, con la energía que vivir requiere, con la pasión que estar vivo significa, con el entusiasmo sensual, corporal, espiritual, que abrirse a la vida exige. Esta fuerza cumple el periplo que va del hombre al poeta, esta potencia engrandece la naturalidad que permite a la poesía enriquecerse con la vida y a su poesía enriquecer nuestra propia vida.
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Textos / Felipe Ehrenberg: «Fronteras externas = fronteras internas: FRAGMENTOS DE UN ENIGMA MAYOR»
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El neólogo en artes visuales, durante su ponencia en esta frontera. (Foto: JMV/RanchoNEWS)
C iudad Juárez, Chihuahua, 23 de octubre 2010. (RanchoNEWS).- Con permiso del autor reproducimos el texto de «Fronteras externas = fronteras internas: FRAGMENTOS DE UN ENIGMA MAYOR». Conferencia impartida por Felipe Ehrenberg Enríquez para el Primer Encuentro Binacional de Arte Actual, 22 de octubre, 2010, realizado en esta ciudad.
Me precio de ser lo que en otros tiempos llamaban «un viajero». Viví varios años en la frontera entre Canadá y EUA y una noche, al cruzar el puente fronterizo en Niágara Falls me oriné en ambos países. Hace poco más de medio siglo fui a Leipzig, en una Alemania ya dividida por un oscuro cerco fronterizo de cemento y alambre de púas. Las ventanas de sus palacetes destruidos por bombas aliadas eran oscuras oquedades muertas. Mis ojos se posaron en un lapso de ocho horas, en las planicies amarillas y calientes que rodean al fanático país de Djidá y la helada blancura nórdica de Reykyavik. He dibujado las calles primaverales de Moscú y una media noche me serví té de un samovar que bullía en el vagón de un tren que me llevó a Leningrado, antes de que recuperara su viejo nombre de San Petersburgo. Un mediodía me emborraché con diulá, tras de comprar una tela teñida de azul con índigo en el gran mercado de Uagadugú, en Burkina Fasso, país parecido a Bolivia, sin salidas al mar. He visto las hienas que merodean el osario del gran rastro de Addis Abbeba, en Etiopía (donde también le di vueltas a una glorieta nombrada México). Viví sorprendido en el fuego entrecruzado que existe entre cubanos que optaron por expatriarse y los que permanecen en casa y que en no pocas ocasiones alcanza altos niveles de violencia física… e intelectual. Alguna vez nadé con los delfines rosados que viven en el agua dulce del río Amazonas, durmiendo mis noches en Tabatinga bresileña y desayunando en Leticia colombiana, ciudades gemelas situadas justo en la frontera que une Colombia, Brasil y Perú, en el conflictivo Trapecio Amazónico. También he pasado noches enteras bajo el cielo salvadoreño oyendo metrallas distantes, en plena ciudad destruida por un sismo. Y por supuesto, he visto a cientos y cientos de pacientes mexicanos esperando burlar «la migra» para entrar de ilegales a los Estados Unidos. Conozco bien muchas culturas fronterizas.
Hoy soy un expatriado en Brasil por voluntad propia. Pude aceptar la amable invitación del Instituto Chihuahuense de la Cultura y apersonarme en Ciudad Juárez aprovechando la generosa invitación que me extendió El Centro Cultural La Curtiduría para impartir un seminario en Oaxaca. ¡Dos pájaros de un tiro!
Ahora tendré que añadir a mis memorias este regreso a Ciudad Juárez, en buena medida luctuoso, al lugar donde nació mi esposa y donde vive buena parte de su familia, a la ciudad donde las mujeres mueren sin saber por qué, a la ciudad donde acaba de ser asesinada mi prima hermana Lesley Enríquez. A sus florecientes 34 años y encinta de unos meses, mi prima, su marido Arthur y mi sobrinita Rebecca volvían a casa tras asistir a una fiesta de niños. Fue ejecutada al mismo tiempo que Jorge Salcido, esposo de una colega de trabajo de Lesley, ambas empleadas en el Consulado General de los Estados Unidos en esta Ciudad. Como en Crónica de una muerte anunciada, éstas y varias ejecuciones más respondieron a directivas emitidas en suelo norteamericano por norteamericanos y hubo altísimos funcionarios que advertidos, hicieron caso omiso del peligro.
Ahora, en esta travesía que hago de Oaxaca a Ciudad Juárez, recordé la vez que volví hará 17 años, a la legendaria ciudad de Juchitán, sitio tan enigmático como Tumbuktú, Tijuana o Thalin. El ambiente político era turbulento y los ciudadanos zapotecos procuraban resolver los gravísimos embates que, día con día, lanzaba contra ellos la modernidad salinista. De entonces a la fecha lo único que ha cambiado es nombre del ocupante de la Silla Presidencial. Los oaxaqueños siguen cuidando de su territorio, en pie de alerta naranja.
De aquella visita recuerdo en especial un sábado al mediodía cuando, estando mi Lourdes y yo en el segundo piso del Palacio de Gobierno de Juchitán, esperábamos que iniciara sus trasmisiones Radio XEKZ tehuana, con el programa de radio que cada quince días producía el ayuntamiento. Media docena de técnicos, enmadejados en un fideo de cables y alambres, instalaban sus micrófonos sobre largas mesas de madera. Un viento caliente del sur mecía la frondosa arboleda del parque central y nos llegaba un aroma de flores, denso y amielado, por los ventanales abiertos. Guillermo Coutiño Archila y Desiderio de Gives estudiaban los textos que en breve leerían en zapoteco para sus radioescuchas. El del Deio versaba sobre las teorías de Newton. Los hermanos Morales afinaban sus guitarras para acompañar a Florinda Luis Orozco, la etnolingüista que canta –también en zapoteco– de arrullos y demás amores.
Sumergidos en la dulce pero incomprensible lengua del Istmo, la distancia que nos separaba de la Capital realmente parecía mayor a la que separa a los capitalinos de Berlín, Roma o incluso Ciudad Juárez. Algo en el aire que flotaba en el silencio pendiente entre el castellano y el zapoteco hacía que sintiera yo haber atravesado una frontera tan marcada como la que separa a México de Belize, o de Cuba. Quisiera definir aquella sensación en esta atribulada ciudad, ante este público bilingüe y binacional que busca comprender lo que es el arte actual. Me temo que en el contexto de la fronteridad, el término «arte actual» sea muy diferente al que se maneja en la Capital, Madrid o incluso en Monterrey. Porque la realidad fronteriza es como una lente convexa sobrepuesta a una cóncava; deforma nuestras percepciones, ampliando a la vez que comprimiendo el devenir. El día con día.
Empiezo por preguntarme: ¿cómo podremos entender esta singular y deformada realidad si los mexicanos aún no reconocemos que existen otras fronteras, divisiones que no están marcadas en los mapas, tanto o más conflictivas que la línea trazada en 1847 del Pacífico al Atlántico, tan celosamente vigilada por «la migra» y la «border Patrol». Son fronteras desdibujadas a lo ancho y largo de nuestro debilitado y poroso territorio, pero también dentro de nuestra psique, y que tienen sobradas semejanzas con la circunstancia fronteriza que vive Ciudad Juárez frente a los EUA.
Para muestra un botón:
La ciudad de Oaxaca es una de las dos Meccas del arte en el México actual. La otra, claro, es Tijuana. Al ir y venir de franceses, alemanes y californianos que acuden como marabuntas a la otrora tranquila Perla de Antequera, ahora se van sumando hordas de tapatíos, sinaloenses, regios, toluqueños… y más que nadie, chilangos. Son hoteleros, antropólogos, promotores, galeristas, comerciantes, sociólogos, académicos, funcionarios culturales, publirelacionistas y por supuesto, artistas plásticos y visuales, muchos de los cuales llegan para quedarse. Rentan o compran preciosas casitas con verdes patios y ocupan puestos cupulares en empresas e instituciones desde donde inciden en el destino de los oaxaqueños. De hecho, se comportan de manera sospechosamente similar a los gabachos que se internan en México para ejercer funciones similares. El norteamericano que emplea mexicanos a quienes sólo conoce por su primer nombre es igualito al chilango que emplea mixtecos o pur’hépechas o huastecos o tzotziles sin jamás precuparse por saber de dónde vienen, ni cuál es su apellido y que ni por asomo se molestaría en aprender sus lenguas, las que describe como «dialectos». Hablo de mexicanos que le pagan tan mal a sus empleados como los norteamericanos le pagan mal a los mexicanos, o peor. Porque les escatiman los elementales derechos que marca la ley. Y al igual que los norteamericanos, quienes desdeñan las manifestaciones culturales de sus empleados y vecinos mexicanos, los mexicanos desdeñan las culturas y las artes de sus empleados y conciudadanos mexicanos.
De la misma manera, los mexicanos que abarrotan las playas de Acapulco y Zihuatanejo, al igual que los estadounidenses con los que se mezclan frente al mar azul, ignoran quiénes son esos cansados «inditos», náhuas guerrerenses, que les venden las delicadas pinturas en papel amate. No saben que aquellos otros que ofrecen sus alucinantes diseños multicromados en estambre y chaquira son huicholes, o mejor dicho, wixarikas de Jalisco, Nayarit y Durango. Los mexicanos relegamos a esos descendientes de las primeras naciones, a existir en lo que sólo podríamos describir como Zonas Fronterizas.
A lo largo de mi vida como artista, lo que me ha servido como referencia constante en mis obras, mucho más que el imaginario europeo, ha sido la potente ‘tropicalidad visual’ del continente que me tocó habitar (tropos igual a cambio). Quiso el destino que las naciones que mejor conozco son la Mexica, la Pur’hépecha y la Ñah’ñú. Y mis obras acusan claramente la impronta de sus estéticas, tanto las gestuales, como las rituales, cromáticas y formales. En el proceso, he tentaleado –siempre con dedos de ciego– las frágiles murallas que separan nuestras primeras culturas de las de Europa, en especial la de las etnias anglosajonas y teutonas –las llamadas «blancas»– que hoy ocupan el territorio que conquistaron en la América del norte.
Era a principios del ‘93 y Lourdes y yo presentábamos en el MAM el catálogo de mi gran muestra Pretérito Imperfecto, que se había exhibido unos meses atrás en el Museo Carrillo Gil, en la Ciudad de México. Las obras que presenté sintetizaban mis conclusiones en torno a la invasión ibérica y la caída del imperio del Anáhuac, producto de varios años de ardua investigación. Los presentadores eran mis amigos, Andrés Ruiz, literato agudo (entonces columnista de El Financiero) y los colegas Víctor Muñoz y Marcos Límenes, artistas de gran calibre. Nos acompañaron también el singular músico poeta fronterizo Jaime López y Guillermo Gómez Peña, también poeta y performador (me choca decir «performancero»). Fue entonces que, sentado frente a aquel público, empezó a germinar la semilla de una idea que gira en torno a las circunstancias que viven los habitantes de la extendida franja fronteriza entre México de EUA, con las fronteras internas que dividen nuestro país. Fueron estos dos últimos, cuya creatividad les ha permitido escudriñar en la misteriosa relación que mantienen México y los EUA, quienes regaron agua sobre esa semilla de idea.
Uno de los alias del bato Jaime López, es Rolando Trokas, el trailero intergaláctico, personaje que da fé certera de nuestra irremediable chicanización en un estrujante espectáculo «radionovelístico musical» que fue transmitida a nivel nacional por Radio Educación. Gómez Peña, a su vez, es el creador del Border Brujo, ser mítico que resume el angst, el patetismo y por qué no, las peripecias de los miles y millones de mexicanos clandestinos que van y vienen o se quedan en los EUA... por las razones que Usted guste y que todos conocemos. En el transcurso de la presentación de mi catálogo se hizo patente que los hilos que unen la visión y producción de Jaime López y Gómez Peña con la mía, tratan de las refronterizaciones culturales que convulsionan a México.
Guillermo es uno de tantos prófugos culturales que se mojó para sandieguizarse; Jaime nació sin querer en Matamoros esquina con Brownsville, y yo soy hijo de una mexicano-irlandesa nacida en Chicago por las mismísimas razones que han nacido allá tantos otros mexicanos. López, Gómez Peña y Ehrenberg Enríquez, los tres artistas contemporáneos, somos víctimas (o sujetos, si se prefiere) de nuestras propias historias, tan parecidas en sus diferencias. A los tres nos estimulan los asuntos, intrincados e inquietantes, que se desprenden de nuestra vecindad con el pueblo estadounidense, esta existencia binacional. Escudriñamos la situación y la hacemos patente de manera explícita no sólo en nuestras obras, también en nuestras vidas.
Lo hacemos –y esto es muy importante– sin los juicios y preconceptos de cajón que nos remiten a la desigual relación que nos une a EUA. Porque considérese: ¡Cuántos «encuentros» no se han celebrado para tratar del asunto! ¡Cuántos «papeles» no se han publicado! ¡Tantas las sesudas investigaciones! ¡Tantos los reportajes sensacionalistas! ¡Ya me harté ya de tanto verbo, sustantivo y adjetivo que sumados nos han conducido a la nada! Quiero decir, a nada que nos ilumine al interior de nuestras vidas como ciudadanos de una nación cuyo sino es fronterizo. Parecería que todo lo pensado y creado desde que se redefinió tan violentamente la frontera que nos une con EUA sólo nos ha llevado a acumular más y más perplejidades.
Los artista, poetas, músicos, literatos y cineastas de Monterrey o Guadalajara o la Ciudad de México, creadores que ocasionalmente se adentran en el tema pero producen lejos de la cotidianidad fronteriza, lo hacen siempre bordando sobre bordado, sobre los verbos, sustantivos y adjetivos que tejen los sociólogos, los escritores y los periodistas, cuyos conceptos son casi sin excepción lugares comunes e inexactos. Extrañamente, los artista y poetas, los músicos y los literatos de Matamoros o Nogales o Ciudad Juárez o Tecate, aquellos que viven, sufren y crean dentro de la cotidianidad fronteriza, no parecen capaces de guiarnos –a través de su producción– hacia una epifanía de la fronteridad.
Siento entonces que se ha llegado a un callejón discursivo sin salida. Pienso que si buscamos realmente comprender los fenómenos culturales que se dan en esta frontera, será necesario redirigir nuestras miradas hacia el interior de nuestra sociedad. Si lo que se busca es entender con el propósito de tomar «acciones positivas», es decir, de crear obras capaces de elevar nuestra comprensión y nuestra autoestima, habrá que empezar comparando las circunstancias que viven nuestras ciudades fronterizas, como Juárez, con las que enfrentan las otras fronteras: la fronteras internas que supuran dentro de nuestro México.
Abordado desde distintas perspectivas por los más destacados pensadores, creadores, sociólogos, historiadores y periodistas mexicanos, el tema de una mexicanidad amenazada (la frontera como fuente de la amenaza) se balancea entre el mito de la «raza cósmica», la negación y la desmemoria absoluta. Para algunos, la «progresiva erosión de nuestros valores patrios» es motivo de alarma. Para otros, la construcción de una «identidad nacional» sigue siendo tarea prioritaria, solo posible si nos parapetamos contra los gringos. A la gran mayoría de los mexicanos le vale madre el pedo. Lo único que sabe es –como lo destacó Yahoo en su muy bizarra «cortinilla» informativa del 18 de octubre– que «Ciudad Juárez es una de las más violentas del mundo, inmersa en una guerra entre el cártel de Sinaloa y el cártel de Juárez. Más de 2.000 personas han muerto este año en la urbe colindante con El Paso, Texas».
«El arte no es nunca una respuesta», escribió el cubano Orlando Hernández, «sino sólo un fragmento del enigma». Este fragmento, añadiría yo, es como una lente que enfoca y aclara situaciones cuya comprensión parece imposible abordada desde cualquier otra disciplina que no fuera las de las artes, las plásticas, las musicales, las literarias, las cinematográficas (He ahí películas como El infierno y como Machete…)
Así pues, al finalizar hace 17 años la transmisión del programa de radio cultural en Juchitán y con las palabras de López y Gómez Peña todavía rezumbando en la memoria, descubrí que la distancia que media entre el D.F. y el Istmo es en realidad la distancia entre dos culturas distintas, igual a la distancia que existe entre México y los EUA, entre los irlandeses y los ingleses, entre los serbios y los croatas. Si comparamos las confrontaciones que se dan entre los anglo-sajones y los mestizo-mexicanos, con la que existe, por ejemplo, entre los zapotecas y los mestizo-mexicanos, me queda claro que la frontera entre México y los Estados Unidos que vemos marcada en el mapa del continente no es nada distinta a las fronteras que no marca el mapa del país. Es tanto o más crítica que la que existe entre el Mexico criollo-mestizo y los ñañú, los maya o los náhuas del Alto Balsas.
Muchos en México insisten en manejar el concepto de una sola cultura nacional como si fuera una suerte de acervo, integrado en su pluralidad y compartido equitativamente, que habría que proteger y reforzar a toda costa. Los linderos de esta cultura nacional ficticia fueron fijados en algún iluso momento de nuestra historia, pero los hechos desmienten la ilusión. El concepto es a todas luces insostenible. Como tantos otros sueños nacionales, nacionalistas, el de México también esta siendo desmembrado por las circunstancias, aún sin haber jamás madurado. Mientras que el ambicioso grupillo que tomó el poder en el 2000 sucumbió gozoso ante las inexorables, astronómicas y lucrativas presiones que ejerce sobre ellos el capital trasterrado y sin arraigo, los ciudadanos nos hemos visto obligados a ceder paulatinamente nuestros derechos de participación para convertirnos en algo parecido a súbditos. Orillados a buscar una querencia, una trinchera para apertrecharnos y defendernos, cobra nuevamente importancia la Patria Chica. Al desmoronarse el sueño, se reavivan sus partes. Es justamente ahí donde creo que podemos incidir los artistas, cada quien a su manera.
Macario Matus escribe sobre el «Renacimiento de la cultura zapoteca» (Comala Nº 12, 9/V/93). El poeta se remonta a más de mil años atrás y en pocas líneas da cuenta de una cultura de rasgos definidos, vital en su afán por sobrevivir, perfectamente capaz de hacerle frente a mil y un adversidades a la vez que crecer y desarrollarse como cultura.
En alianzas no siempre cómodas con los mixtecos, los zapotecos mantuvieron su integridad frente al imperio azteca; luego de levantarse en armas contra los invasores españoles, en 1660, mantuvieron la llama de su rebeldía hasta la Independencia del México criollo y mestizo y hasta la fecha luchan por defender su milenaria querencia. Su lucha ha requerido de las armas, es cierto. Pero sobre todo, su parapeto es cultural, y sus más eficaces pertrechos son lo producido por sus artistas y pensadores. Matos, el escritor zapoteca, pasa lista fugaz de enormes talentos literarios de su nación. Para muestra basta el botón: en lo que va del siglo destaca la obra de Enrique Liekens, Andrés Henestrosa, López Chiñas, Chacón Pineda, Pancho Nácar y Víctor de la Cruz. A la lista se suman compositores de la talla de Mario Esteva, Santiago Eseszarte y Hebert Rasgado; y una cantidad de artistas plásticos zapotecos entre los cuales Francisco Toledo es, sin duda, el más conocido a nivel mundial. La dinámica de Oaxaca es tal, que es el único estado que goza de reconocimiento mundial por su «Escuela oaxaqueña de pintura».
No creo equivocarme si afirmo que el lector medio nunca ha oído hablar de estos grandes personajes, a excepción probable de Henestrosa y Toledo, y que seguramente desconoce por completo su producción. La ignorancia del mexicano medio respecto a las artes zapotecas es igual a la ignorancia del norteamericano medio respecto a las artes de México ...
Fue precisamente en la lectura del ensayo de Matus que se concretó la idea que flotaba en mi mente durante la travesía entre el D.F. y Juchitán, idea que cuajó finalmente en el silencio que existe entre el castellano y el zapoteco y que ahora someto a la consideración de los juarences. Que yo sepa, nadie ha equiparado el caso de la frontera norte con el de las fronteras internas que dividen a la nación.
Lo que quiero decir es que precisamente hoy que el México de nuestros recuerdos se desvanece, se hace impostergable salir al encuentro del México de nuestras esperanzas. Esto es posible solo si reconocemos que nuestra realidad actual no es la que marca el mito. Dígame si no: los cientos de miles de morenos que migran al D.F. y otras capitales estatales para convertirse en obreros de la construcción, en sirvientes, en tamemes y comerciantes ambulantes, en delincuentes desclasados, son el equivalente preciso a los chicanos: los primeros son ciudadanos mexicanos de segunda de la misma manera que los segundos son ciudadanos norteamericanos de tercera. Las «marías» y sus hijos que pueblan los camellones de las grandes ciudades del país son nuestros indocumentados. La versión mexicana de la Ley Simpson-Rodino (¿alguien la recuerda?) o las medidas draconianas contra fuereños no anglos tomadas por el estado de Arizona, tienen su parecido en nuestras fuerzas armadas, que admiten en sus filas a miles de huaves, chontales, pur’hépechas y hombres de otras etnias al servicio, entre otras cosas, de oficiales criollos y mestizos y los intereses que éstos defienden. Una de los tantos equivalentes al Harlem de Nueva York es la colonia Casas Aleman del D.F., mientras que las zonas tzotziles, tzeltales en Chiapas, o para no ir tan lejos, gran parte de la delegación Milpa Alta, en el D.F., es comparable a cualquiera de las reservaciones que existen en las Dakotas y Oregón.
¿Quién pensaría que existe una frontera que nadie piensa como tal, un territorio tanto o más conflictivo y peligroso que la frontera entre México y EUA, en el corazón de nuestra Capital? Es la larga Avenida de los Insurgentes. Miles de mexicanos, criollos y mestizos acriollados, transitamos en autos y autobuses, de ida y venida, sobre las cintas asfálticas que encierran la franja fronteriza limitada al camellón de en medio, donde una hueste de hombres y mujeres ñah’ñús con sus niños y bebecitos, extranjeros que apenas si hablan el español, ofrecen chicles y cacahuates, limpian parabrisas, hacen malabares en los semáforos y tratan de vender sus artesanías. ¡Dios mío! ¿Quiénes son esos ñah’ñú, que viven acosados por nuestros policías?
Hacía finales del ’97, me habló desde Chilpancingo mi amigo, el antropólogo José Rodríguez. En esos días era director del Museo Regional de Guerrero que depende del Instituto Guerrerense de Cultura. Me convidaba a la inauguración que en breve se celebraría en su museo, en homenaje a un pequeño poblado que pertenece al municipio de Eduardo Neri, en la Cuenca del Río Balsas.
Yo acepté de inmediato pues el pueblo homenajeado era nada menos que el pequeño poblado de Ameyaltepec, fundado hacia 1520 y tantos tras la caída de Tenochtitlan. Anidado en la ladera de un gran cerro a cuatro kilómetros del majestuoso Río Balsas, es una de las comunidades más aguerridas y orgullosas de toda la región, con la que desde muy joven he sostenido una relación profunda y de alta significación en mi vida personal y en mi carrera (casi tanto como con Xico).
El homenaje en el museo coincidía con la celebración que le ofrecía Ameyaltepec a la Virgen de la Concepción, una fiesta de «ésas», de las que si la sobrevive uno, son recordadas todo el año. Además de ser el centro de actividades de comerciantes activísimos, Ameyaltepec es también el lugar donde se concentra el mayor número de artistas per cápita del país, posiblemente más que en la ciudad de Oaxaca o San Miguel Allende. Muchos de ellos incluso gozan de fama a nivel internacional. Me refiero a creadores contemporáneos como Nicolás de Jesús, Eusebio Díaz, Juana Simón, Cristino Flores y Elena Venancio Cireño que en un alarde casi milagroso de tenacidad y visión y salvando toda suerte de dificultades, exhiben con regularidad en museos y galerías en el extranjero y sus obras figuran en importantes colecciones de arte. ¡Y lo hacen bajo sus propias condiciones! Sin becas ni apoyos de absolutamente nadie, por supuesto. Su obra y sus presencias son, de hecho, casi desconocidas en su propio país. No es de extrañarse: ni el gobierno de Guerrero ni el de México los considera «gente», propiamente hablando. El vulgo se refiere a estos ciudadanos como «indígenas» palabra que se asemeja demasiado a «indigentes». En la realidad, son náhuas, a secas.
Así pues, apunté los datos que me dio José Rodríguez en unas tarjetitas, las acomodé sobre mi escritorio confiado en que volvería a saber de él y salí pitando de viaje, otro más de los que había tenido que hacer ese año. De vuelta en casa cuatro o cinco semanas más tarde encontré que mis tarjetitas se habían traspapelado (cosa común en mi huracanada vida), y como no tenía noticias de José, decidí hablar a Guerrero para recuperar la información. (Esto es más fácil decir que hacer. Buscar datos, indicaciones, estadísticas o cualquier tipo de informe que rebase el chisme en México es una tarea asaz azarosa, especialmente si se trata de asuntos culturales y sobre todo, cuando suceden fuera de la Capital.)
Como fuera, se me informó que, con motivo de la fiesta de la Virgen de la Concepción, los ameyaltepequenses, encabezados por el dinámico Nicolás de Jesús, se habían avocado a organizar un muy completo evento cultural que consistirá en la presentación de un precioso libro intitulado La tradición del amate, y la exhibición de dos muestras, una de fotos del propio José Rodríguez, la otra de pinturas creadas por veintidos artistas (seis mujeres y 15 hombres) de Ameyaltepec, entre los cuales se cuentan mi tocayo Felipe de la Rosa y el propio Nicolás de Jesús.
La tradición del amate es portentoso, consecuencia no tanto de una investigación (que se hizo), sino de toda una vivencia que tuvo a lo largo de más de tres lustros el gran antropólogo y esteta norteamericano, Jonathan Amith, en la Cuenca del Balsas. Elegantemente diseñado, con una multitud de reproducciones a todo color y varios textos (entre los que se cuenta la amplia introducción que escribí en la que me remonto a los días en que llevé las primeras hojas de papel amate de la Sierra de Puebla, a la Sierra de Guerrero) fue coeditado por la editorial mexicana Casa de la Imagen y por el Mexican Fine Arts Museum de Chicago.
Al margen de la anécdota, de entonces a la fecha me siguen intrigando varios pendientes de fundamento. ¿Por qué –me sigo preguntando– se insiste en relegar la manifestación artística de las etnias de México al territorio de la antropología??? ¿Acaso no respingarían los artistas mexicanos de origen japonés o armenio, o los de apellido libanés o judío, si se presentara su obra artística en espacios denominados «étnicos»? ¿Qué ganamos los mexicanos excluyendo la magnifica creatividad de artistas náhuas y pur’hepechas y mayas y huicholes y ñah’ñús al orillarla a ocupar espacios segregados?
¿Acaso no se les haría un servicio justo a estos artistas –y al propio México– si se exhibiera su obra en el Museo Amparo de Puebla, El Centro Cultural de Tijuana, la Galería de Arte Contemporáneo de Xalapa, el Museo Tamayo, cuya vocación es exponer la creación extranjera, o el recién inaugurado Museo Universitario de Arte Contemporáneo? Si sumáramos sus nombres a los de otros grandes artistas, como Sergio Hernández, el finado Alfonso Morales, Rubén Ortiz, Germán Venegas, Minerva Cuevas, Fernando Llanos o Demián Flores, no solo prosperarían ellos como artistas, sino que enriquecerían el caudal del arte universal, y de paso, le podrían hacer favores más efectivos a sus propias comunidades, tal y como lo pudieron hacer Toledo el propio Alfonso Morales y ahora Demián Flores, con tanto tino.
La tradición del amate es un libro único, el primero de su tipo. Debería ser también el ultimo. Los siguientes –monografías, antologías, catálogos, etc.– tendrán que ser publicados por sociedades de amigos, como la del Chopo o la del Carrillo Gil, o por cualquier galería privada, como la López Quiroga, que maneja la obra de otro gran artista, uno de los gigantes del siglo XX, el maestro Francisco Toledo, que en el rigor estricto de la palabra no es mexicano sino zapoteca, como tampoco lo son los artistas guerrerenses, que son náhuas, a toda honra.
Por mi parte y mientras se presenta Manchuria: visión periférica, la primera retrospectiva de mi trabajo en la Pinacoteca do Estado de São Paulo, finalizo diciendo que más, mucho más que buscar diálogos con públicos norteamericanos o europeos, busco el diálogo frontal con mis públicos inmediatos: espero en breve la oportunidad de exhibir mis modestos «tenanguitos» pintados en el estado de Hidalgo, en el seno de Tenango de Doria.
Y espero de corazón vivir lo suficiente para participar en los siguientes Encuentros Binacionales de Arte Actual, los que podrían celebrar –eso espero– acercamientos con otras naciones dentro de nuestra Federación: con la nación mixteca y pur’hépecha, la huasteca o menonita o libanesa…
Felipe Ehrenberg – Neólogo en Artes Visuales
En México, son contados los creadores plásticos que de manera simultánea escriben y publican con periodicidad. Acreditado como neólogo en artes visuales por la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en 1986, Felipe Ehrenberg exhibió obra por primera vez en 1960 y empezó a ejercer el periodismo en 1964, cuando fundó y dirigió el suplemento cultural del Mexico City Times, diario que publicaba el Ovaciones de los González Parra. Ehrenberg escribe en español y en inglés y publica de manera constante en pequeñas y grandes revistas especializadas. Ha sido reseñista para Art & Artists, revista seminal en Londres de los setenta; colaborador de El Regional, minúsculo semanal en Coatepec, Veracruz; columnista en El Sol de México y luego en el semanario Punto, de Benjamín Wong, bajo las órdenes de Emmanuel Carballo. Colaboró con Alejandro Jodorowski en la revista Sucesos y sostuvo durante varios años la columna El ojo avizor, en la edición vespertina de Ovaciones. Dibujó una columna visual para El Economista, en los inicios del diario, y escribió en la sección Zona Abierta de El Financiero. Colaborador eventual de revistas como Frontera Sur/CNCA y Zurda, escribió de manera constante en Filo Rojo y en De Par en Par, hebdomadarios fundados por José Reveles.
En los 90s, Ehrenberg colaboró en la sección Agenda del espectador de El Financiero, con su columna ¡Ojo Avizor!, misma que ha recuperado como bloguero en Arte e Historia ( http://ehrenberg.ojoavizor.arts-history.mx/ )
Con presencia frecuente en la televisión, destaca su participación en el programa Canto, cuento y color creado por Paco Ignacio Taibo para el Canal 13 estatal. Ha sido también asiduo comentarista en Para gente grande de Ricardo Rocha, en Televisa.
En 1997, la Editorial Conaculta, dentro de su Colección Periodismo Cultural, lanzó Vidrios rotos y el ojo que los ve, antología de textos periodísticos de Ehrenberg realizada por Lourdes Hernández Fuentes y Cristina Mugica. La edición se agotó ese mismo año.
REGRESAR A LA REVISTA
El neólogo en artes visuales, durante su ponencia en esta frontera. (Foto: JMV/RanchoNEWS)
C iudad Juárez, Chihuahua, 23 de octubre 2010. (RanchoNEWS).- Con permiso del autor reproducimos el texto de «Fronteras externas = fronteras internas: FRAGMENTOS DE UN ENIGMA MAYOR». Conferencia impartida por Felipe Ehrenberg Enríquez para el Primer Encuentro Binacional de Arte Actual, 22 de octubre, 2010, realizado en esta ciudad.
Dedico estos pensamientos a la gran luchadora maya, Rigoberta Menchú, y a mi querido amigo zapoteca Macario Matus, fallecido el 6 de agosto del ‘09.
Lo dedico también a mi colega transfronterizo Guillermo Gómez Peña, y muy, pero muy en especial, a mi prima hermana Lesley Enríquez (q.e.p.d.), quien gozaba de triple nacionalidad pero quien, sin tener vela en entierro alguno más que trabajar en el consulado de EUA en Ciudad Juárez, fue cruelmente ejecutada este marzo pasado.
Lo dedico también a mi colega transfronterizo Guillermo Gómez Peña, y muy, pero muy en especial, a mi prima hermana Lesley Enríquez (q.e.p.d.), quien gozaba de triple nacionalidad pero quien, sin tener vela en entierro alguno más que trabajar en el consulado de EUA en Ciudad Juárez, fue cruelmente ejecutada este marzo pasado.
Me precio de ser lo que en otros tiempos llamaban «un viajero». Viví varios años en la frontera entre Canadá y EUA y una noche, al cruzar el puente fronterizo en Niágara Falls me oriné en ambos países. Hace poco más de medio siglo fui a Leipzig, en una Alemania ya dividida por un oscuro cerco fronterizo de cemento y alambre de púas. Las ventanas de sus palacetes destruidos por bombas aliadas eran oscuras oquedades muertas. Mis ojos se posaron en un lapso de ocho horas, en las planicies amarillas y calientes que rodean al fanático país de Djidá y la helada blancura nórdica de Reykyavik. He dibujado las calles primaverales de Moscú y una media noche me serví té de un samovar que bullía en el vagón de un tren que me llevó a Leningrado, antes de que recuperara su viejo nombre de San Petersburgo. Un mediodía me emborraché con diulá, tras de comprar una tela teñida de azul con índigo en el gran mercado de Uagadugú, en Burkina Fasso, país parecido a Bolivia, sin salidas al mar. He visto las hienas que merodean el osario del gran rastro de Addis Abbeba, en Etiopía (donde también le di vueltas a una glorieta nombrada México). Viví sorprendido en el fuego entrecruzado que existe entre cubanos que optaron por expatriarse y los que permanecen en casa y que en no pocas ocasiones alcanza altos niveles de violencia física… e intelectual. Alguna vez nadé con los delfines rosados que viven en el agua dulce del río Amazonas, durmiendo mis noches en Tabatinga bresileña y desayunando en Leticia colombiana, ciudades gemelas situadas justo en la frontera que une Colombia, Brasil y Perú, en el conflictivo Trapecio Amazónico. También he pasado noches enteras bajo el cielo salvadoreño oyendo metrallas distantes, en plena ciudad destruida por un sismo. Y por supuesto, he visto a cientos y cientos de pacientes mexicanos esperando burlar «la migra» para entrar de ilegales a los Estados Unidos. Conozco bien muchas culturas fronterizas.
Hoy soy un expatriado en Brasil por voluntad propia. Pude aceptar la amable invitación del Instituto Chihuahuense de la Cultura y apersonarme en Ciudad Juárez aprovechando la generosa invitación que me extendió El Centro Cultural La Curtiduría para impartir un seminario en Oaxaca. ¡Dos pájaros de un tiro!
Ahora tendré que añadir a mis memorias este regreso a Ciudad Juárez, en buena medida luctuoso, al lugar donde nació mi esposa y donde vive buena parte de su familia, a la ciudad donde las mujeres mueren sin saber por qué, a la ciudad donde acaba de ser asesinada mi prima hermana Lesley Enríquez. A sus florecientes 34 años y encinta de unos meses, mi prima, su marido Arthur y mi sobrinita Rebecca volvían a casa tras asistir a una fiesta de niños. Fue ejecutada al mismo tiempo que Jorge Salcido, esposo de una colega de trabajo de Lesley, ambas empleadas en el Consulado General de los Estados Unidos en esta Ciudad. Como en Crónica de una muerte anunciada, éstas y varias ejecuciones más respondieron a directivas emitidas en suelo norteamericano por norteamericanos y hubo altísimos funcionarios que advertidos, hicieron caso omiso del peligro.
Ahora, en esta travesía que hago de Oaxaca a Ciudad Juárez, recordé la vez que volví hará 17 años, a la legendaria ciudad de Juchitán, sitio tan enigmático como Tumbuktú, Tijuana o Thalin. El ambiente político era turbulento y los ciudadanos zapotecos procuraban resolver los gravísimos embates que, día con día, lanzaba contra ellos la modernidad salinista. De entonces a la fecha lo único que ha cambiado es nombre del ocupante de la Silla Presidencial. Los oaxaqueños siguen cuidando de su territorio, en pie de alerta naranja.
De aquella visita recuerdo en especial un sábado al mediodía cuando, estando mi Lourdes y yo en el segundo piso del Palacio de Gobierno de Juchitán, esperábamos que iniciara sus trasmisiones Radio XEKZ tehuana, con el programa de radio que cada quince días producía el ayuntamiento. Media docena de técnicos, enmadejados en un fideo de cables y alambres, instalaban sus micrófonos sobre largas mesas de madera. Un viento caliente del sur mecía la frondosa arboleda del parque central y nos llegaba un aroma de flores, denso y amielado, por los ventanales abiertos. Guillermo Coutiño Archila y Desiderio de Gives estudiaban los textos que en breve leerían en zapoteco para sus radioescuchas. El del Deio versaba sobre las teorías de Newton. Los hermanos Morales afinaban sus guitarras para acompañar a Florinda Luis Orozco, la etnolingüista que canta –también en zapoteco– de arrullos y demás amores.
Sumergidos en la dulce pero incomprensible lengua del Istmo, la distancia que nos separaba de la Capital realmente parecía mayor a la que separa a los capitalinos de Berlín, Roma o incluso Ciudad Juárez. Algo en el aire que flotaba en el silencio pendiente entre el castellano y el zapoteco hacía que sintiera yo haber atravesado una frontera tan marcada como la que separa a México de Belize, o de Cuba. Quisiera definir aquella sensación en esta atribulada ciudad, ante este público bilingüe y binacional que busca comprender lo que es el arte actual. Me temo que en el contexto de la fronteridad, el término «arte actual» sea muy diferente al que se maneja en la Capital, Madrid o incluso en Monterrey. Porque la realidad fronteriza es como una lente convexa sobrepuesta a una cóncava; deforma nuestras percepciones, ampliando a la vez que comprimiendo el devenir. El día con día.
Empiezo por preguntarme: ¿cómo podremos entender esta singular y deformada realidad si los mexicanos aún no reconocemos que existen otras fronteras, divisiones que no están marcadas en los mapas, tanto o más conflictivas que la línea trazada en 1847 del Pacífico al Atlántico, tan celosamente vigilada por «la migra» y la «border Patrol». Son fronteras desdibujadas a lo ancho y largo de nuestro debilitado y poroso territorio, pero también dentro de nuestra psique, y que tienen sobradas semejanzas con la circunstancia fronteriza que vive Ciudad Juárez frente a los EUA.
Para muestra un botón:
La ciudad de Oaxaca es una de las dos Meccas del arte en el México actual. La otra, claro, es Tijuana. Al ir y venir de franceses, alemanes y californianos que acuden como marabuntas a la otrora tranquila Perla de Antequera, ahora se van sumando hordas de tapatíos, sinaloenses, regios, toluqueños… y más que nadie, chilangos. Son hoteleros, antropólogos, promotores, galeristas, comerciantes, sociólogos, académicos, funcionarios culturales, publirelacionistas y por supuesto, artistas plásticos y visuales, muchos de los cuales llegan para quedarse. Rentan o compran preciosas casitas con verdes patios y ocupan puestos cupulares en empresas e instituciones desde donde inciden en el destino de los oaxaqueños. De hecho, se comportan de manera sospechosamente similar a los gabachos que se internan en México para ejercer funciones similares. El norteamericano que emplea mexicanos a quienes sólo conoce por su primer nombre es igualito al chilango que emplea mixtecos o pur’hépechas o huastecos o tzotziles sin jamás precuparse por saber de dónde vienen, ni cuál es su apellido y que ni por asomo se molestaría en aprender sus lenguas, las que describe como «dialectos». Hablo de mexicanos que le pagan tan mal a sus empleados como los norteamericanos le pagan mal a los mexicanos, o peor. Porque les escatiman los elementales derechos que marca la ley. Y al igual que los norteamericanos, quienes desdeñan las manifestaciones culturales de sus empleados y vecinos mexicanos, los mexicanos desdeñan las culturas y las artes de sus empleados y conciudadanos mexicanos.
De la misma manera, los mexicanos que abarrotan las playas de Acapulco y Zihuatanejo, al igual que los estadounidenses con los que se mezclan frente al mar azul, ignoran quiénes son esos cansados «inditos», náhuas guerrerenses, que les venden las delicadas pinturas en papel amate. No saben que aquellos otros que ofrecen sus alucinantes diseños multicromados en estambre y chaquira son huicholes, o mejor dicho, wixarikas de Jalisco, Nayarit y Durango. Los mexicanos relegamos a esos descendientes de las primeras naciones, a existir en lo que sólo podríamos describir como Zonas Fronterizas.
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A lo largo de mi vida como artista, lo que me ha servido como referencia constante en mis obras, mucho más que el imaginario europeo, ha sido la potente ‘tropicalidad visual’ del continente que me tocó habitar (tropos igual a cambio). Quiso el destino que las naciones que mejor conozco son la Mexica, la Pur’hépecha y la Ñah’ñú. Y mis obras acusan claramente la impronta de sus estéticas, tanto las gestuales, como las rituales, cromáticas y formales. En el proceso, he tentaleado –siempre con dedos de ciego– las frágiles murallas que separan nuestras primeras culturas de las de Europa, en especial la de las etnias anglosajonas y teutonas –las llamadas «blancas»– que hoy ocupan el territorio que conquistaron en la América del norte.
Era a principios del ‘93 y Lourdes y yo presentábamos en el MAM el catálogo de mi gran muestra Pretérito Imperfecto, que se había exhibido unos meses atrás en el Museo Carrillo Gil, en la Ciudad de México. Las obras que presenté sintetizaban mis conclusiones en torno a la invasión ibérica y la caída del imperio del Anáhuac, producto de varios años de ardua investigación. Los presentadores eran mis amigos, Andrés Ruiz, literato agudo (entonces columnista de El Financiero) y los colegas Víctor Muñoz y Marcos Límenes, artistas de gran calibre. Nos acompañaron también el singular músico poeta fronterizo Jaime López y Guillermo Gómez Peña, también poeta y performador (me choca decir «performancero»). Fue entonces que, sentado frente a aquel público, empezó a germinar la semilla de una idea que gira en torno a las circunstancias que viven los habitantes de la extendida franja fronteriza entre México de EUA, con las fronteras internas que dividen nuestro país. Fueron estos dos últimos, cuya creatividad les ha permitido escudriñar en la misteriosa relación que mantienen México y los EUA, quienes regaron agua sobre esa semilla de idea.
Uno de los alias del bato Jaime López, es Rolando Trokas, el trailero intergaláctico, personaje que da fé certera de nuestra irremediable chicanización en un estrujante espectáculo «radionovelístico musical» que fue transmitida a nivel nacional por Radio Educación. Gómez Peña, a su vez, es el creador del Border Brujo, ser mítico que resume el angst, el patetismo y por qué no, las peripecias de los miles y millones de mexicanos clandestinos que van y vienen o se quedan en los EUA... por las razones que Usted guste y que todos conocemos. En el transcurso de la presentación de mi catálogo se hizo patente que los hilos que unen la visión y producción de Jaime López y Gómez Peña con la mía, tratan de las refronterizaciones culturales que convulsionan a México.
Guillermo es uno de tantos prófugos culturales que se mojó para sandieguizarse; Jaime nació sin querer en Matamoros esquina con Brownsville, y yo soy hijo de una mexicano-irlandesa nacida en Chicago por las mismísimas razones que han nacido allá tantos otros mexicanos. López, Gómez Peña y Ehrenberg Enríquez, los tres artistas contemporáneos, somos víctimas (o sujetos, si se prefiere) de nuestras propias historias, tan parecidas en sus diferencias. A los tres nos estimulan los asuntos, intrincados e inquietantes, que se desprenden de nuestra vecindad con el pueblo estadounidense, esta existencia binacional. Escudriñamos la situación y la hacemos patente de manera explícita no sólo en nuestras obras, también en nuestras vidas.
Lo hacemos –y esto es muy importante– sin los juicios y preconceptos de cajón que nos remiten a la desigual relación que nos une a EUA. Porque considérese: ¡Cuántos «encuentros» no se han celebrado para tratar del asunto! ¡Cuántos «papeles» no se han publicado! ¡Tantas las sesudas investigaciones! ¡Tantos los reportajes sensacionalistas! ¡Ya me harté ya de tanto verbo, sustantivo y adjetivo que sumados nos han conducido a la nada! Quiero decir, a nada que nos ilumine al interior de nuestras vidas como ciudadanos de una nación cuyo sino es fronterizo. Parecería que todo lo pensado y creado desde que se redefinió tan violentamente la frontera que nos une con EUA sólo nos ha llevado a acumular más y más perplejidades.
Los artista, poetas, músicos, literatos y cineastas de Monterrey o Guadalajara o la Ciudad de México, creadores que ocasionalmente se adentran en el tema pero producen lejos de la cotidianidad fronteriza, lo hacen siempre bordando sobre bordado, sobre los verbos, sustantivos y adjetivos que tejen los sociólogos, los escritores y los periodistas, cuyos conceptos son casi sin excepción lugares comunes e inexactos. Extrañamente, los artista y poetas, los músicos y los literatos de Matamoros o Nogales o Ciudad Juárez o Tecate, aquellos que viven, sufren y crean dentro de la cotidianidad fronteriza, no parecen capaces de guiarnos –a través de su producción– hacia una epifanía de la fronteridad.
Siento entonces que se ha llegado a un callejón discursivo sin salida. Pienso que si buscamos realmente comprender los fenómenos culturales que se dan en esta frontera, será necesario redirigir nuestras miradas hacia el interior de nuestra sociedad. Si lo que se busca es entender con el propósito de tomar «acciones positivas», es decir, de crear obras capaces de elevar nuestra comprensión y nuestra autoestima, habrá que empezar comparando las circunstancias que viven nuestras ciudades fronterizas, como Juárez, con las que enfrentan las otras fronteras: la fronteras internas que supuran dentro de nuestro México.
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Abordado desde distintas perspectivas por los más destacados pensadores, creadores, sociólogos, historiadores y periodistas mexicanos, el tema de una mexicanidad amenazada (la frontera como fuente de la amenaza) se balancea entre el mito de la «raza cósmica», la negación y la desmemoria absoluta. Para algunos, la «progresiva erosión de nuestros valores patrios» es motivo de alarma. Para otros, la construcción de una «identidad nacional» sigue siendo tarea prioritaria, solo posible si nos parapetamos contra los gringos. A la gran mayoría de los mexicanos le vale madre el pedo. Lo único que sabe es –como lo destacó Yahoo en su muy bizarra «cortinilla» informativa del 18 de octubre– que «Ciudad Juárez es una de las más violentas del mundo, inmersa en una guerra entre el cártel de Sinaloa y el cártel de Juárez. Más de 2.000 personas han muerto este año en la urbe colindante con El Paso, Texas».
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«El arte no es nunca una respuesta», escribió el cubano Orlando Hernández, «sino sólo un fragmento del enigma». Este fragmento, añadiría yo, es como una lente que enfoca y aclara situaciones cuya comprensión parece imposible abordada desde cualquier otra disciplina que no fuera las de las artes, las plásticas, las musicales, las literarias, las cinematográficas (He ahí películas como El infierno y como Machete…)
Así pues, al finalizar hace 17 años la transmisión del programa de radio cultural en Juchitán y con las palabras de López y Gómez Peña todavía rezumbando en la memoria, descubrí que la distancia que media entre el D.F. y el Istmo es en realidad la distancia entre dos culturas distintas, igual a la distancia que existe entre México y los EUA, entre los irlandeses y los ingleses, entre los serbios y los croatas. Si comparamos las confrontaciones que se dan entre los anglo-sajones y los mestizo-mexicanos, con la que existe, por ejemplo, entre los zapotecas y los mestizo-mexicanos, me queda claro que la frontera entre México y los Estados Unidos que vemos marcada en el mapa del continente no es nada distinta a las fronteras que no marca el mapa del país. Es tanto o más crítica que la que existe entre el Mexico criollo-mestizo y los ñañú, los maya o los náhuas del Alto Balsas.
Muchos en México insisten en manejar el concepto de una sola cultura nacional como si fuera una suerte de acervo, integrado en su pluralidad y compartido equitativamente, que habría que proteger y reforzar a toda costa. Los linderos de esta cultura nacional ficticia fueron fijados en algún iluso momento de nuestra historia, pero los hechos desmienten la ilusión. El concepto es a todas luces insostenible. Como tantos otros sueños nacionales, nacionalistas, el de México también esta siendo desmembrado por las circunstancias, aún sin haber jamás madurado. Mientras que el ambicioso grupillo que tomó el poder en el 2000 sucumbió gozoso ante las inexorables, astronómicas y lucrativas presiones que ejerce sobre ellos el capital trasterrado y sin arraigo, los ciudadanos nos hemos visto obligados a ceder paulatinamente nuestros derechos de participación para convertirnos en algo parecido a súbditos. Orillados a buscar una querencia, una trinchera para apertrecharnos y defendernos, cobra nuevamente importancia la Patria Chica. Al desmoronarse el sueño, se reavivan sus partes. Es justamente ahí donde creo que podemos incidir los artistas, cada quien a su manera.
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Macario Matus escribe sobre el «Renacimiento de la cultura zapoteca» (Comala Nº 12, 9/V/93). El poeta se remonta a más de mil años atrás y en pocas líneas da cuenta de una cultura de rasgos definidos, vital en su afán por sobrevivir, perfectamente capaz de hacerle frente a mil y un adversidades a la vez que crecer y desarrollarse como cultura.
En alianzas no siempre cómodas con los mixtecos, los zapotecos mantuvieron su integridad frente al imperio azteca; luego de levantarse en armas contra los invasores españoles, en 1660, mantuvieron la llama de su rebeldía hasta la Independencia del México criollo y mestizo y hasta la fecha luchan por defender su milenaria querencia. Su lucha ha requerido de las armas, es cierto. Pero sobre todo, su parapeto es cultural, y sus más eficaces pertrechos son lo producido por sus artistas y pensadores. Matos, el escritor zapoteca, pasa lista fugaz de enormes talentos literarios de su nación. Para muestra basta el botón: en lo que va del siglo destaca la obra de Enrique Liekens, Andrés Henestrosa, López Chiñas, Chacón Pineda, Pancho Nácar y Víctor de la Cruz. A la lista se suman compositores de la talla de Mario Esteva, Santiago Eseszarte y Hebert Rasgado; y una cantidad de artistas plásticos zapotecos entre los cuales Francisco Toledo es, sin duda, el más conocido a nivel mundial. La dinámica de Oaxaca es tal, que es el único estado que goza de reconocimiento mundial por su «Escuela oaxaqueña de pintura».
No creo equivocarme si afirmo que el lector medio nunca ha oído hablar de estos grandes personajes, a excepción probable de Henestrosa y Toledo, y que seguramente desconoce por completo su producción. La ignorancia del mexicano medio respecto a las artes zapotecas es igual a la ignorancia del norteamericano medio respecto a las artes de México ...
Fue precisamente en la lectura del ensayo de Matus que se concretó la idea que flotaba en mi mente durante la travesía entre el D.F. y Juchitán, idea que cuajó finalmente en el silencio que existe entre el castellano y el zapoteco y que ahora someto a la consideración de los juarences. Que yo sepa, nadie ha equiparado el caso de la frontera norte con el de las fronteras internas que dividen a la nación.
Lo que quiero decir es que precisamente hoy que el México de nuestros recuerdos se desvanece, se hace impostergable salir al encuentro del México de nuestras esperanzas. Esto es posible solo si reconocemos que nuestra realidad actual no es la que marca el mito. Dígame si no: los cientos de miles de morenos que migran al D.F. y otras capitales estatales para convertirse en obreros de la construcción, en sirvientes, en tamemes y comerciantes ambulantes, en delincuentes desclasados, son el equivalente preciso a los chicanos: los primeros son ciudadanos mexicanos de segunda de la misma manera que los segundos son ciudadanos norteamericanos de tercera. Las «marías» y sus hijos que pueblan los camellones de las grandes ciudades del país son nuestros indocumentados. La versión mexicana de la Ley Simpson-Rodino (¿alguien la recuerda?) o las medidas draconianas contra fuereños no anglos tomadas por el estado de Arizona, tienen su parecido en nuestras fuerzas armadas, que admiten en sus filas a miles de huaves, chontales, pur’hépechas y hombres de otras etnias al servicio, entre otras cosas, de oficiales criollos y mestizos y los intereses que éstos defienden. Una de los tantos equivalentes al Harlem de Nueva York es la colonia Casas Aleman del D.F., mientras que las zonas tzotziles, tzeltales en Chiapas, o para no ir tan lejos, gran parte de la delegación Milpa Alta, en el D.F., es comparable a cualquiera de las reservaciones que existen en las Dakotas y Oregón.
¿Quién pensaría que existe una frontera que nadie piensa como tal, un territorio tanto o más conflictivo y peligroso que la frontera entre México y EUA, en el corazón de nuestra Capital? Es la larga Avenida de los Insurgentes. Miles de mexicanos, criollos y mestizos acriollados, transitamos en autos y autobuses, de ida y venida, sobre las cintas asfálticas que encierran la franja fronteriza limitada al camellón de en medio, donde una hueste de hombres y mujeres ñah’ñús con sus niños y bebecitos, extranjeros que apenas si hablan el español, ofrecen chicles y cacahuates, limpian parabrisas, hacen malabares en los semáforos y tratan de vender sus artesanías. ¡Dios mío! ¿Quiénes son esos ñah’ñú, que viven acosados por nuestros policías?
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Hacía finales del ’97, me habló desde Chilpancingo mi amigo, el antropólogo José Rodríguez. En esos días era director del Museo Regional de Guerrero que depende del Instituto Guerrerense de Cultura. Me convidaba a la inauguración que en breve se celebraría en su museo, en homenaje a un pequeño poblado que pertenece al municipio de Eduardo Neri, en la Cuenca del Río Balsas.
Yo acepté de inmediato pues el pueblo homenajeado era nada menos que el pequeño poblado de Ameyaltepec, fundado hacia 1520 y tantos tras la caída de Tenochtitlan. Anidado en la ladera de un gran cerro a cuatro kilómetros del majestuoso Río Balsas, es una de las comunidades más aguerridas y orgullosas de toda la región, con la que desde muy joven he sostenido una relación profunda y de alta significación en mi vida personal y en mi carrera (casi tanto como con Xico).
El homenaje en el museo coincidía con la celebración que le ofrecía Ameyaltepec a la Virgen de la Concepción, una fiesta de «ésas», de las que si la sobrevive uno, son recordadas todo el año. Además de ser el centro de actividades de comerciantes activísimos, Ameyaltepec es también el lugar donde se concentra el mayor número de artistas per cápita del país, posiblemente más que en la ciudad de Oaxaca o San Miguel Allende. Muchos de ellos incluso gozan de fama a nivel internacional. Me refiero a creadores contemporáneos como Nicolás de Jesús, Eusebio Díaz, Juana Simón, Cristino Flores y Elena Venancio Cireño que en un alarde casi milagroso de tenacidad y visión y salvando toda suerte de dificultades, exhiben con regularidad en museos y galerías en el extranjero y sus obras figuran en importantes colecciones de arte. ¡Y lo hacen bajo sus propias condiciones! Sin becas ni apoyos de absolutamente nadie, por supuesto. Su obra y sus presencias son, de hecho, casi desconocidas en su propio país. No es de extrañarse: ni el gobierno de Guerrero ni el de México los considera «gente», propiamente hablando. El vulgo se refiere a estos ciudadanos como «indígenas» palabra que se asemeja demasiado a «indigentes». En la realidad, son náhuas, a secas.
Así pues, apunté los datos que me dio José Rodríguez en unas tarjetitas, las acomodé sobre mi escritorio confiado en que volvería a saber de él y salí pitando de viaje, otro más de los que había tenido que hacer ese año. De vuelta en casa cuatro o cinco semanas más tarde encontré que mis tarjetitas se habían traspapelado (cosa común en mi huracanada vida), y como no tenía noticias de José, decidí hablar a Guerrero para recuperar la información. (Esto es más fácil decir que hacer. Buscar datos, indicaciones, estadísticas o cualquier tipo de informe que rebase el chisme en México es una tarea asaz azarosa, especialmente si se trata de asuntos culturales y sobre todo, cuando suceden fuera de la Capital.)
Como fuera, se me informó que, con motivo de la fiesta de la Virgen de la Concepción, los ameyaltepequenses, encabezados por el dinámico Nicolás de Jesús, se habían avocado a organizar un muy completo evento cultural que consistirá en la presentación de un precioso libro intitulado La tradición del amate, y la exhibición de dos muestras, una de fotos del propio José Rodríguez, la otra de pinturas creadas por veintidos artistas (seis mujeres y 15 hombres) de Ameyaltepec, entre los cuales se cuentan mi tocayo Felipe de la Rosa y el propio Nicolás de Jesús.
La tradición del amate es portentoso, consecuencia no tanto de una investigación (que se hizo), sino de toda una vivencia que tuvo a lo largo de más de tres lustros el gran antropólogo y esteta norteamericano, Jonathan Amith, en la Cuenca del Balsas. Elegantemente diseñado, con una multitud de reproducciones a todo color y varios textos (entre los que se cuenta la amplia introducción que escribí en la que me remonto a los días en que llevé las primeras hojas de papel amate de la Sierra de Puebla, a la Sierra de Guerrero) fue coeditado por la editorial mexicana Casa de la Imagen y por el Mexican Fine Arts Museum de Chicago.
Al margen de la anécdota, de entonces a la fecha me siguen intrigando varios pendientes de fundamento. ¿Por qué –me sigo preguntando– se insiste en relegar la manifestación artística de las etnias de México al territorio de la antropología??? ¿Acaso no respingarían los artistas mexicanos de origen japonés o armenio, o los de apellido libanés o judío, si se presentara su obra artística en espacios denominados «étnicos»? ¿Qué ganamos los mexicanos excluyendo la magnifica creatividad de artistas náhuas y pur’hepechas y mayas y huicholes y ñah’ñús al orillarla a ocupar espacios segregados?
¿Acaso no se les haría un servicio justo a estos artistas –y al propio México– si se exhibiera su obra en el Museo Amparo de Puebla, El Centro Cultural de Tijuana, la Galería de Arte Contemporáneo de Xalapa, el Museo Tamayo, cuya vocación es exponer la creación extranjera, o el recién inaugurado Museo Universitario de Arte Contemporáneo? Si sumáramos sus nombres a los de otros grandes artistas, como Sergio Hernández, el finado Alfonso Morales, Rubén Ortiz, Germán Venegas, Minerva Cuevas, Fernando Llanos o Demián Flores, no solo prosperarían ellos como artistas, sino que enriquecerían el caudal del arte universal, y de paso, le podrían hacer favores más efectivos a sus propias comunidades, tal y como lo pudieron hacer Toledo el propio Alfonso Morales y ahora Demián Flores, con tanto tino.
La tradición del amate es un libro único, el primero de su tipo. Debería ser también el ultimo. Los siguientes –monografías, antologías, catálogos, etc.– tendrán que ser publicados por sociedades de amigos, como la del Chopo o la del Carrillo Gil, o por cualquier galería privada, como la López Quiroga, que maneja la obra de otro gran artista, uno de los gigantes del siglo XX, el maestro Francisco Toledo, que en el rigor estricto de la palabra no es mexicano sino zapoteca, como tampoco lo son los artistas guerrerenses, que son náhuas, a toda honra.
Por mi parte y mientras se presenta Manchuria: visión periférica, la primera retrospectiva de mi trabajo en la Pinacoteca do Estado de São Paulo, finalizo diciendo que más, mucho más que buscar diálogos con públicos norteamericanos o europeos, busco el diálogo frontal con mis públicos inmediatos: espero en breve la oportunidad de exhibir mis modestos «tenanguitos» pintados en el estado de Hidalgo, en el seno de Tenango de Doria.
Y espero de corazón vivir lo suficiente para participar en los siguientes Encuentros Binacionales de Arte Actual, los que podrían celebrar –eso espero– acercamientos con otras naciones dentro de nuestra Federación: con la nación mixteca y pur’hépecha, la huasteca o menonita o libanesa…
Felipe Ehrenberg – Neólogo en Artes Visuales
En México, son contados los creadores plásticos que de manera simultánea escriben y publican con periodicidad. Acreditado como neólogo en artes visuales por la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en 1986, Felipe Ehrenberg exhibió obra por primera vez en 1960 y empezó a ejercer el periodismo en 1964, cuando fundó y dirigió el suplemento cultural del Mexico City Times, diario que publicaba el Ovaciones de los González Parra. Ehrenberg escribe en español y en inglés y publica de manera constante en pequeñas y grandes revistas especializadas. Ha sido reseñista para Art & Artists, revista seminal en Londres de los setenta; colaborador de El Regional, minúsculo semanal en Coatepec, Veracruz; columnista en El Sol de México y luego en el semanario Punto, de Benjamín Wong, bajo las órdenes de Emmanuel Carballo. Colaboró con Alejandro Jodorowski en la revista Sucesos y sostuvo durante varios años la columna El ojo avizor, en la edición vespertina de Ovaciones. Dibujó una columna visual para El Economista, en los inicios del diario, y escribió en la sección Zona Abierta de El Financiero. Colaborador eventual de revistas como Frontera Sur/CNCA y Zurda, escribió de manera constante en Filo Rojo y en De Par en Par, hebdomadarios fundados por José Reveles.
En los 90s, Ehrenberg colaboró en la sección Agenda del espectador de El Financiero, con su columna ¡Ojo Avizor!, misma que ha recuperado como bloguero en Arte e Historia ( http://ehrenberg.ojoavizor.arts-history.mx/ )
Con presencia frecuente en la televisión, destaca su participación en el programa Canto, cuento y color creado por Paco Ignacio Taibo para el Canal 13 estatal. Ha sido también asiduo comentarista en Para gente grande de Ricardo Rocha, en Televisa.
En 1997, la Editorial Conaculta, dentro de su Colección Periodismo Cultural, lanzó Vidrios rotos y el ojo que los ve, antología de textos periodísticos de Ehrenberg realizada por Lourdes Hernández Fuentes y Cristina Mugica. La edición se agotó ese mismo año.
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lunes, noviembre 29, 2010
Artes Plásticas / Ciudad Juárez: Conferencia de Felipe Ehrenberg, I parte (vídeo)
Fronteras externas = fronteras internas: FRAGMENTOS DE UN ENIGMA MAYOR. Conferencia impartida para el Primer Encuentro Binacional de Arte Actual
Noticias / Ciudad Juárez: Obtiene Ricardo García Mainou el Premio Fuentes Mares
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De izquierda a derecha: Javier Sánchez Carlos, rector de la UACJ; Jorge M. Quintana Silveyra, Secretario de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Chihuahua; doña Emma Peredo viuda de Fuentes Mares; y el escritor premiado. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- En su edición número 25 el premio literario José Fuentes Mares se dedicó a los libros de cuento publicados entre febrero de 2008 y agosto de 2010, y resultó ganador el escritor y columnista de este diario Ricardo García Mainou por el libro Cuando te toca, informa desde la Ciudad de México la redacción de El Economista.
(Cabe destacar que el libro fue publicado por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes y Ficticia Editorial, esta última fundada y dirigida por otro columnista de este periódico, Marcial Fernández).
A decir del jurado del premio García Mainou «logra el buen arte de contar destacando por su preciso análisis de los absurdos de la sociedad de hoy, por la burla a los simulacros de pareja bien avenida y por la apuesta a los golpes del azar en una cultura como la mexicana, que ya se ha acostumbrado a preverlo todo incluso el clima del mañana siguiente o el triunfador de las próximas elecciones municipales, estatales o presidenciales».
El jurado estuvo integrado por el escritor Lauro Zavala (quien es además catedrático en la UAM Iztapalapa), el doctor Alfredo Pavón Muñoz de la Universidad Veracruzana y el doctor Russell Cruff de la Brigham Young University.
El jurado agregó que «Cuando te toca, reúne una serie de piezas parecidas a las del teatro de errores, creando un mundo donde el lector de hoy podría fácilmente verse retratado».
Por su parte, el premiado, en la ceremonia llevada a cabo el viernes 22 de octubre en la biblioteca Carlos Montemayor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, comentó:
«Escribí Cuando te toca en el verano del 2003. Mi mujer estaba embarazada y el tema que me rondaba el espíritu era el destino. No sé de dónde surgía esa obsesión que de pronto pudiera parecer tan anacrónica. La idea de que algo más está a cargo, y nosotros nada más seguimos un guión puede ser tan reconfortante como terrible. Después de todo, ¿qué nos quedaba ofrecer como padres frente a ese oráculo implacable o la vida misma?»
Y agregó que cuando escribió los cuentos, en noches sucesivas, «de alguna manera sabía que estos relatos formaban parte de uno más grande, y no quería perder de vista las conexiones que los hilarían entre sí».
El premio, además de integrar a García Mainou a una selecta lista de ganadores, consiste en 75,000 pesos y una medalla grabada con el nombre del historiador y filósofo chihuahuense José Fuentes Mares.
Sobre la violencia, el tema ineludible
Antes de la lectura del acta de jurado, Alfredo Pavón dijo: «El doctor Lauro Zavala y el doctor Russell Cluff, integrantes del jurado, me pidieron que les comentara que para ellos dos y para mí, y mucha gente, Ciudad Juárez sigue siendo demasiado pueblo para que la infamia la dañe...»
Lo que fue recibido con emoción por el público asistente al acto.
García Mainou también hizo referencia al tema que ya es ineludible en esa ciudad fronteriza donde pocas horas más tarde de la entrega del premio tuvo lugar una nueva masacre:
«La última vez que estuve en Ciudad Juárez fue hace poco más de dieciocho años. Un verano calcinante cuando la ciudad, y poco después, el país, despertaban a la democracia y a un prometedor futuro económico…Hoy el escenario de la ciudad es distinto, las preocupaciones otras. La esperanza se ha desdibujado. Si hay una salida posible, si existe una manera de vislumbrar un futuro mejor, no sólo para esta ciudad querida sino para el país en que nos tocó vivir, estoy convencido que está en una guerra muy distinta a la que se libra ahora. Me refiero a la lucha por la educación y la cultura. Una que en esencia es mucho más valiosa para nuestra sociedad, porque busca potenciar lo mejor en cada uno de nosotros de cara a un futuro más competitivo, más empático, más inteligente y también sensible, por qué no».
Premio José Fuentes Mares
25 ganadores
1986 Jesús Gardea
1987 Jaime Labastida y Sergio Galindo
1988 Eugenio Aguirre
1989 Alberto Blanco
1990 Carlos Montemayor
1991 Alberto Ruy Sánchez
1992 Bruno Estañol
1993 Javier Sicilia
1994 Julio Eutiquio Sarabia
1995 Hernán Lara Zavala
1996 Ignacio Solares
1997 Angelina Muñiz–Hubermann
1998 Héctor Manjarrez
1999 Daniel Sada
2000 José Emilio Pacheco
2001 Mario González Suárez
2002 Elmer Mendoza
2003 Enrique Sevín
2004 Enrique Mijárez
2005 David Toscana
2006 Federico Patán
2007 Norma Lazo
2008 Tedi López Mils
2009 Edgar Chías Orozco
2010 Ricardo García Mainou
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De izquierda a derecha: Javier Sánchez Carlos, rector de la UACJ; Jorge M. Quintana Silveyra, Secretario de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Chihuahua; doña Emma Peredo viuda de Fuentes Mares; y el escritor premiado. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- En su edición número 25 el premio literario José Fuentes Mares se dedicó a los libros de cuento publicados entre febrero de 2008 y agosto de 2010, y resultó ganador el escritor y columnista de este diario Ricardo García Mainou por el libro Cuando te toca, informa desde la Ciudad de México la redacción de El Economista.
(Cabe destacar que el libro fue publicado por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes y Ficticia Editorial, esta última fundada y dirigida por otro columnista de este periódico, Marcial Fernández).
A decir del jurado del premio García Mainou «logra el buen arte de contar destacando por su preciso análisis de los absurdos de la sociedad de hoy, por la burla a los simulacros de pareja bien avenida y por la apuesta a los golpes del azar en una cultura como la mexicana, que ya se ha acostumbrado a preverlo todo incluso el clima del mañana siguiente o el triunfador de las próximas elecciones municipales, estatales o presidenciales».
El jurado estuvo integrado por el escritor Lauro Zavala (quien es además catedrático en la UAM Iztapalapa), el doctor Alfredo Pavón Muñoz de la Universidad Veracruzana y el doctor Russell Cruff de la Brigham Young University.
El jurado agregó que «Cuando te toca, reúne una serie de piezas parecidas a las del teatro de errores, creando un mundo donde el lector de hoy podría fácilmente verse retratado».
Por su parte, el premiado, en la ceremonia llevada a cabo el viernes 22 de octubre en la biblioteca Carlos Montemayor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, comentó:
«Escribí Cuando te toca en el verano del 2003. Mi mujer estaba embarazada y el tema que me rondaba el espíritu era el destino. No sé de dónde surgía esa obsesión que de pronto pudiera parecer tan anacrónica. La idea de que algo más está a cargo, y nosotros nada más seguimos un guión puede ser tan reconfortante como terrible. Después de todo, ¿qué nos quedaba ofrecer como padres frente a ese oráculo implacable o la vida misma?»
Y agregó que cuando escribió los cuentos, en noches sucesivas, «de alguna manera sabía que estos relatos formaban parte de uno más grande, y no quería perder de vista las conexiones que los hilarían entre sí».
El premio, además de integrar a García Mainou a una selecta lista de ganadores, consiste en 75,000 pesos y una medalla grabada con el nombre del historiador y filósofo chihuahuense José Fuentes Mares.
Sobre la violencia, el tema ineludible
Antes de la lectura del acta de jurado, Alfredo Pavón dijo: «El doctor Lauro Zavala y el doctor Russell Cluff, integrantes del jurado, me pidieron que les comentara que para ellos dos y para mí, y mucha gente, Ciudad Juárez sigue siendo demasiado pueblo para que la infamia la dañe...»
Lo que fue recibido con emoción por el público asistente al acto.
García Mainou también hizo referencia al tema que ya es ineludible en esa ciudad fronteriza donde pocas horas más tarde de la entrega del premio tuvo lugar una nueva masacre:
«La última vez que estuve en Ciudad Juárez fue hace poco más de dieciocho años. Un verano calcinante cuando la ciudad, y poco después, el país, despertaban a la democracia y a un prometedor futuro económico…Hoy el escenario de la ciudad es distinto, las preocupaciones otras. La esperanza se ha desdibujado. Si hay una salida posible, si existe una manera de vislumbrar un futuro mejor, no sólo para esta ciudad querida sino para el país en que nos tocó vivir, estoy convencido que está en una guerra muy distinta a la que se libra ahora. Me refiero a la lucha por la educación y la cultura. Una que en esencia es mucho más valiosa para nuestra sociedad, porque busca potenciar lo mejor en cada uno de nosotros de cara a un futuro más competitivo, más empático, más inteligente y también sensible, por qué no».
Premio José Fuentes Mares
25 ganadores
1986 Jesús Gardea
1987 Jaime Labastida y Sergio Galindo
1988 Eugenio Aguirre
1989 Alberto Blanco
1990 Carlos Montemayor
1991 Alberto Ruy Sánchez
1992 Bruno Estañol
1993 Javier Sicilia
1994 Julio Eutiquio Sarabia
1995 Hernán Lara Zavala
1996 Ignacio Solares
1997 Angelina Muñiz–Hubermann
1998 Héctor Manjarrez
1999 Daniel Sada
2000 José Emilio Pacheco
2001 Mario González Suárez
2002 Elmer Mendoza
2003 Enrique Sevín
2004 Enrique Mijárez
2005 David Toscana
2006 Federico Patán
2007 Norma Lazo
2008 Tedi López Mils
2009 Edgar Chías Orozco
2010 Ricardo García Mainou
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Noticias / Ciudad Juárez: Doña Emma se despide del Premio Fuentes Mares
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La esposa del literato chihuahuense. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- «Quiero despedirme de ustedes, no les voy a dar lata el año entrante ni el otro porque ya la vejez me trae... y decirles cuánto cuánto los quiero», expresó la señora doña Emma Peredo viuda de Fuentes durante la entrega del Premio Nacional de Literatura que lleva el nombre de su esposo, evento que se realizó en la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ).
La despedida se da después de 25 años de asistencia al Premio.
«Tengo más de 60 años de vivir en Chihuahua y creo que ya tengo derecho a la carta de nacionalización», dijo también con gran sentido del humor la dama oriunda del Distrito Federal.
A continuación el audio íntegro de las palabras de doña Emma pronunciadas en esa ocasión:
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La esposa del literato chihuahuense. (Foto: UACJ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- «Quiero despedirme de ustedes, no les voy a dar lata el año entrante ni el otro porque ya la vejez me trae... y decirles cuánto cuánto los quiero», expresó la señora doña Emma Peredo viuda de Fuentes durante la entrega del Premio Nacional de Literatura que lleva el nombre de su esposo, evento que se realizó en la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ).
La despedida se da después de 25 años de asistencia al Premio.
«Tengo más de 60 años de vivir en Chihuahua y creo que ya tengo derecho a la carta de nacionalización», dijo también con gran sentido del humor la dama oriunda del Distrito Federal.
A continuación el audio íntegro de las palabras de doña Emma pronunciadas en esa ocasión:
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Obituario / Joaquín Ortiz Vera
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El gran restaurador y artista plástico mexicano. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS / Jacqueline Rodríguez).- El restaurador mexicano Joaquín Ortiz Vera perdió la batalla contra el enfisema pulmonar que lo aquejaba desde hace varios años el pasado 3 de noviembre, a los setenta años de edad, en la ciudad de Monterrey.
Oriundo del estado de Durango, Ortiz Vera era considerado como uno de los más notables restauradores de arte en Latinoamérica ya que era capaz de revivir destacadas piezas de arte colonial.
Su especialidad se avocaba principalmente a la pintura de castas, un fenómeno artístico que existió en la Nueva España en el siglo XVII con el cual se pretendía representar el producto de la mezcla de razas que existían en el Nuevo Mundo.
Este género influyó mucho en su quehacer como artista plástico, pues sus trabajos contenían el mismo colorido pero bajo una técnica y temática totalmente diferente. En ellas plasmaba la realidad de la vida, su visión sobre la problemática política y social: la pobreza, la soledad, la tristeza, el dolor humano, siendo en su mayoría presentadas en acrílico y textura en bajo relieve.
Algunas de sus obras (con fuerte influencia también de José Clemente Orozco) fueron exhibidas, sobre todo al principio de su carrera, sin embargo no tuvo mucho tiempo para dedicarse de lleno a ella como artista plástico, pues el prestigio que iba adquiriendo como curador de arte le acarreaba gran trabajo el cual no se daba el lujo de rechazar, pues también le apasionaba mucho el realizarlo.
Era muy común verlo trabajar con cigarro en boca, un vicio que le ocasionó el deterioro de la funcionalidad de sus pulmones y que se agravó aún más por la inhalación constante de los vapores de los diversos solventes que utilizaba para la restauración de obras.
Una vez que empezaba con un trabajo, toda su atención se concentraba en él. Primero realizaba pruebas con diversas sustancias en sus propias creaciones y cuando veía que el resultado era favorable luego de la experimentación, lo aplicaba a la obra a restaurar.
Sus pinturas ornamentan las paredes de su hogar, así como sobresalientes piezas que a lo largo de su carrera le fueron regaladas debido al gran amor que profesaba al arte.
A pesar de ser duranguense de nacimiento, Ciudad Juárez fue donde vivió sus primeros años. Desde muy joven dio muestra de su vocación hacia las artes incursionando en primera instancia como actor de teatro infantil en la Secundaria Federal No. 1, misma que fue contratada en 1956 por el entonces productor teatral Dino Meza para representar más de veinte obras dentro de las que se encontraban La Cenicienta, Pinocho y El Frijolito Mágico.
Los programas que se repartían al público eran ilustrados por el propio Joaquín en donde se podía percibir su gran habilidad para el dibujo.
Para sobrevivir este joven laboraba como asistente en una gasolinera propiedad de Roberto Sáenz. También incursionó en el boxeo de manera amateur, actividad que lo llevó a ganar los «Guantes de Oro» por ahí de los años 1957-1958, aproximadamente. Por estar en dicho ambiente era de esperarse que recibiera un sobrenombre, siendo «El Tigrillo» como se le conociera y el que seguramente surgió debido a su físico: tez blanca, cabello con destellos dorados y ojos claros.
En dicha época conoce a su primer amor, Elizabeth Rodríguez, sin embargo por cuestiones de la vida su amor se ve truncado y Joaquín emprende un viaje a la Ciudad de México para estudiar artes plásticas en la Academia de San Carlos y La Esmeralda. Una vez estudiando, tomó un seminario en restauración, lo que le ayudaría a entender un poco la profesión que ejercería por espacio de cincuenta años.
Para poder costear sus gastos realizaba miniaturas en botones los cuales vendía en las cantinas del centro, sitio donde precisamente conoció a unos restauradores que abandonaron las filas del INAH para poner su propio taller, por lo que recibió una invitación para colaborar con ellos.
A partir de este momento empezó a escribir su historia como restaurador y bajo la guía de su maestro Enrique Islas Bustamante fue haciéndose de prestigio que lo llevo a ser el más buscado por importantes coleccionista de arte del país. Tuvo sus propios talleres, uno en Calzada de la Viga a una cuadra del viaducto Miguel Alemán y otro en «Popo-park» a espaldas del Popocatéptl.
Su personalidad era de un hombre dedicado, responsable, sereno y muy maduro. Vivió muy de cerca el movimiento estudiantil en 1968 y lo apoyó de una manera mesurada.
Disfrutaba mucho de la vida, era un gran amigo y muy culto, podía desarrollar interesantes conversaciones sobre variedad de temas. Poseía un cuerpo atlético, resultado de la práctica del boxeo.
Se casó en dos ocasiones, siendo su segundo matrimonio con quien fuera el amor de su vida Elizabeth Rodríguez, con la que engendró tres hijos y con la que vivió hasta los últimos momentos de su existencia.
También se destacó por ser un excelente esposo y padre de familia, faceta que la vivió en su plenitud en Monterrey donde fincó su hogar hacia las afueras de la ciudad una vez que cayó en picada el coleccionismo en México.
Estando aquí continuó su labor de restaurador institucional de varias colecciones del Museo de Historia Mexicana, el Museo Metropolitano de Monterrey, la Colección FEMSA, la Virgen de Guadalupe del Santuario de Monterrey, así como algunas colecciones particulares.
En la década de los años 70 sus problemas de salud fueron agravándose, hasta que en últimas fechas era necesario que trajera consigo un tanque de oxígeno para poder respirar y así continuar con sus labores cotidianas.
Su última aparición en público fue el 11 de junio de 2010 impartiendo la conferencia La Restauración en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, la cual se realizó para conmemorar sus 50 años de trayectoria.
«He restaurado miles de piezas, cuando me movía para todos lados, tenía mejor vista y era muy rápido», declaró con motivo de aquel homenaje.
Joaquín Ortiz Vera murió como toda persona desea hacerlo, de forma tranquila y sin sufrimiento. Sin duda ese derecho se lo ganó por ser un hombre en todo la extensión de la palabra, por amar apasionadamente su trabajo y su familia y ser un extraordinario amigo y maestro.
**Se extiende un gran agradecimiento a Rubén Moreno Villalay, Marcelo Segberg, Javier Lozano, así como a 3 Museos (Museo de Historia Mexicana, Museo del Noreste y Museo del Palacio) por la aportación de información para así poder realizar este humilde homenaje póstumo al señor Joaquín Ortiz Vera.
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El gran restaurador y artista plástico mexicano. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS / Jacqueline Rodríguez).- El restaurador mexicano Joaquín Ortiz Vera perdió la batalla contra el enfisema pulmonar que lo aquejaba desde hace varios años el pasado 3 de noviembre, a los setenta años de edad, en la ciudad de Monterrey.
Oriundo del estado de Durango, Ortiz Vera era considerado como uno de los más notables restauradores de arte en Latinoamérica ya que era capaz de revivir destacadas piezas de arte colonial.
Su especialidad se avocaba principalmente a la pintura de castas, un fenómeno artístico que existió en la Nueva España en el siglo XVII con el cual se pretendía representar el producto de la mezcla de razas que existían en el Nuevo Mundo.
Este género influyó mucho en su quehacer como artista plástico, pues sus trabajos contenían el mismo colorido pero bajo una técnica y temática totalmente diferente. En ellas plasmaba la realidad de la vida, su visión sobre la problemática política y social: la pobreza, la soledad, la tristeza, el dolor humano, siendo en su mayoría presentadas en acrílico y textura en bajo relieve.
Algunas de sus obras (con fuerte influencia también de José Clemente Orozco) fueron exhibidas, sobre todo al principio de su carrera, sin embargo no tuvo mucho tiempo para dedicarse de lleno a ella como artista plástico, pues el prestigio que iba adquiriendo como curador de arte le acarreaba gran trabajo el cual no se daba el lujo de rechazar, pues también le apasionaba mucho el realizarlo.
Era muy común verlo trabajar con cigarro en boca, un vicio que le ocasionó el deterioro de la funcionalidad de sus pulmones y que se agravó aún más por la inhalación constante de los vapores de los diversos solventes que utilizaba para la restauración de obras.
Una vez que empezaba con un trabajo, toda su atención se concentraba en él. Primero realizaba pruebas con diversas sustancias en sus propias creaciones y cuando veía que el resultado era favorable luego de la experimentación, lo aplicaba a la obra a restaurar.
Sus pinturas ornamentan las paredes de su hogar, así como sobresalientes piezas que a lo largo de su carrera le fueron regaladas debido al gran amor que profesaba al arte.
A pesar de ser duranguense de nacimiento, Ciudad Juárez fue donde vivió sus primeros años. Desde muy joven dio muestra de su vocación hacia las artes incursionando en primera instancia como actor de teatro infantil en la Secundaria Federal No. 1, misma que fue contratada en 1956 por el entonces productor teatral Dino Meza para representar más de veinte obras dentro de las que se encontraban La Cenicienta, Pinocho y El Frijolito Mágico.
Los programas que se repartían al público eran ilustrados por el propio Joaquín en donde se podía percibir su gran habilidad para el dibujo.
Para sobrevivir este joven laboraba como asistente en una gasolinera propiedad de Roberto Sáenz. También incursionó en el boxeo de manera amateur, actividad que lo llevó a ganar los «Guantes de Oro» por ahí de los años 1957-1958, aproximadamente. Por estar en dicho ambiente era de esperarse que recibiera un sobrenombre, siendo «El Tigrillo» como se le conociera y el que seguramente surgió debido a su físico: tez blanca, cabello con destellos dorados y ojos claros.
En dicha época conoce a su primer amor, Elizabeth Rodríguez, sin embargo por cuestiones de la vida su amor se ve truncado y Joaquín emprende un viaje a la Ciudad de México para estudiar artes plásticas en la Academia de San Carlos y La Esmeralda. Una vez estudiando, tomó un seminario en restauración, lo que le ayudaría a entender un poco la profesión que ejercería por espacio de cincuenta años.
Para poder costear sus gastos realizaba miniaturas en botones los cuales vendía en las cantinas del centro, sitio donde precisamente conoció a unos restauradores que abandonaron las filas del INAH para poner su propio taller, por lo que recibió una invitación para colaborar con ellos.
A partir de este momento empezó a escribir su historia como restaurador y bajo la guía de su maestro Enrique Islas Bustamante fue haciéndose de prestigio que lo llevo a ser el más buscado por importantes coleccionista de arte del país. Tuvo sus propios talleres, uno en Calzada de la Viga a una cuadra del viaducto Miguel Alemán y otro en «Popo-park» a espaldas del Popocatéptl.
Su personalidad era de un hombre dedicado, responsable, sereno y muy maduro. Vivió muy de cerca el movimiento estudiantil en 1968 y lo apoyó de una manera mesurada.
Disfrutaba mucho de la vida, era un gran amigo y muy culto, podía desarrollar interesantes conversaciones sobre variedad de temas. Poseía un cuerpo atlético, resultado de la práctica del boxeo.
Se casó en dos ocasiones, siendo su segundo matrimonio con quien fuera el amor de su vida Elizabeth Rodríguez, con la que engendró tres hijos y con la que vivió hasta los últimos momentos de su existencia.
También se destacó por ser un excelente esposo y padre de familia, faceta que la vivió en su plenitud en Monterrey donde fincó su hogar hacia las afueras de la ciudad una vez que cayó en picada el coleccionismo en México.
Estando aquí continuó su labor de restaurador institucional de varias colecciones del Museo de Historia Mexicana, el Museo Metropolitano de Monterrey, la Colección FEMSA, la Virgen de Guadalupe del Santuario de Monterrey, así como algunas colecciones particulares.
En la década de los años 70 sus problemas de salud fueron agravándose, hasta que en últimas fechas era necesario que trajera consigo un tanque de oxígeno para poder respirar y así continuar con sus labores cotidianas.
Su última aparición en público fue el 11 de junio de 2010 impartiendo la conferencia La Restauración en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, la cual se realizó para conmemorar sus 50 años de trayectoria.
«He restaurado miles de piezas, cuando me movía para todos lados, tenía mejor vista y era muy rápido», declaró con motivo de aquel homenaje.
Joaquín Ortiz Vera murió como toda persona desea hacerlo, de forma tranquila y sin sufrimiento. Sin duda ese derecho se lo ganó por ser un hombre en todo la extensión de la palabra, por amar apasionadamente su trabajo y su familia y ser un extraordinario amigo y maestro.
**Se extiende un gran agradecimiento a Rubén Moreno Villalay, Marcelo Segberg, Javier Lozano, así como a 3 Museos (Museo de Historia Mexicana, Museo del Noreste y Museo del Palacio) por la aportación de información para así poder realizar este humilde homenaje póstumo al señor Joaquín Ortiz Vera.
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