LIBROS
UN ACONTECIMIENTO EDITORIAL
Goya, el sueño de Robert Hughes
El célebre crítico de arte publica en EE.UU. una gran biografía del pintor
El autor no conseguía acabar el libro, hasta que cayó en coma y rompió un bloqueo de varios años Goya fue “el primer modernista, por su actitud irreverente, su escepticismo contra la autoridad”
ANDY ROBINSON - 15/11/2003
LA VANGUARDIA / Nueva York. Corresponsal
Aplastado “como un sapo” tras una colisión frontal de dos 4x4 en una carretera desértica de Australia, y sacado de las garras de la muerte por un grupo de transeúntes aborígenes, el crítico de arte Robert Hughes permaneció en coma durante cinco semanas del año 1999, mientras los cirujanos del Royal Hospital en Perth rehacían el costado derecho de su cuerpo. Allí, bajo los efectos alucinógenos de un cóctel de sedantes, el crítico soñó obsesivamente con Goya.
Así lo recuerda en la introducción de su extensa biografía del gran pintor aragonés, “Goya” (Knopf), que se ha puesto a la venta en EE.UU. esta semana. En su pesadilla de la UVI –que tenía lugar en un manicomio sevillano–, se le aparecía un joven Goya, vestido con el mismo traje de luces de su famoso autorretrato de 1794, y se burlaba sádicamente del enfermo, al que llamaba “inglés asqueroso” (en realidad, Hughes es australiano). El motivo del desprecio del pintor albergado en el inconsciente de Hughes era que éste –víctima de la depresión y del “bloqueo del escritor”– había abandonado la escritura del libro.
Hughes, autor de libros superventas como “El impacto de lo nuevo” y “La cultura de la queja: trifulcas norteamericanas” –cada uno con su correspondiente serie televisiva–, así como de la célebre historia cultural de Barcelona que publicó en 1992, es probablemente el crítico de arte más conocido del mundo, un brillante escritor, cronista de la modernidad, con fama de no tener pelos en la lengua. Pero su ídolo Goya –cuya biografía “era una asignatura pendiente desde hace décadas”, dice– parecía poderle. Después de cuatro años de intentos frustrados de terminar el libro, había tirado la toalla. Hasta el encuentro con la muerte en el desierto de Perth. “Puede que un artista que no conozca el miedo, el dolor y la desesperanza extremos no pueda conocer del todo a Goya”, explica ahora.
Cuatro años después del accidente, el libro, de unas 400 páginas, recibe elogios en Londres –donde salió a la venta el mes pasado– y en Nueva York. “Hughes ha encontrado su tema ideal”, escribió Sebastian Smee en “The Spectator”. Michiko Kakutani, crítico de “The New York Times”, califica el libro de “deslumbrante... no sólo transmite el alcance y la perspicacia de la obra del artista sino también recrea la España de los siglos XVIII y XIX con un ardor vivo”.
Para Hughes, Goya “es el pintor bisagra, el último gran maestro y el primer modernista”. Moderno –añade el crítico australiano, retomando el tema de “El impacto de lo nuevo”– no por ser técnicamente inventivo sino por su “actitud irreverente, un escepticismo que penetra las jerarquías oficiales de la sociedad y se niega a rendir homenajes a la autoridad”. Goya “no podía ver nada sin formarse una opinión y esta opinión se manifiesta en su obra a veces con una pasión intensa”, dice. Son cualidades que comparte el republicano Hughes –65 años–, cuyas críticas demoledoras contra los Borbones saltan a través de los siglos y las páginas para clavarse en lady Di.
Esta incapacidad de pintar sin sentir o sin opinar se percibe hasta en las naturalezas muertas de Goya, que son “declaraciones de realismo con voluntad moral”, afirma. Hughes comenta así “El pavo muerto” del Prado: “Tal vez el mundo esté lleno de pavos muertos pero ninguno está más muerto que el de Goya”. Y destaca la influencia sobre Goya de otros protomodernistas y humanistas de finales del siglo XVIII, los ingleses William Blake y William Hogarth.
Pionero del periodismo bélico
LA VANGUARDIA - 15/11/2003
Goya no es sólo el primer modernista de la pintura, según Hughes, sino también el único pintor que fue reportero gráfico de guerra sin la competencia de la imagen fotográfica. Pese a la indignación moral por Auschwitz, Hiroshima, Vietnam, incluso el 11-S, “absolutamente nada” en la pintura de nuestros tiempos “llega ni de lejos” a sus grabados “Desastres de la guerra” o al cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”, dice Hughes en su libro (que en España publicará Galaxia Gutenberg). Ni el “Gernika” –que Hughes considera inferior a la “Premonición de guerra civil” de Dalí como obra antibélica– puede acercarse a Goya. Ahora “no se puede competir con la fotografía”, reconoce Hughes.
Pero Goya supera las fotos de guerra, según otros. Su realismo en los “Desastres” –según señala Susan Sontag en su nuevo libro “Ante el dolor de los demás”– es inalcanzable para un fotógrafo actual porque las imágenes de Goya son una síntesis, al igual que un personaje de Tolstoi o Dickens. Cuando Goya dice: “Yo lo vi”, no es literal; quiere decir que ha visto (o le han contado) cosas como esta y que le han horrorizado, dice Sontag. Eso le diferencia de la falsa objetividad, por ejemplo, del fotógrafo “incrustado” con los marines en Bagdad, que reproduce lo que ve pero no se interesa por lo que no le dejan ver. “Goya inventó una ficción en el servicio de la verdad: la ficción de haber estado cuando ocurren cosas atroces”, resume Hughes.
Para Hughes, los “Desastres” –con sus lemas mordaces: “¡Gran hazaña! ¡Con muertos!” o “Enterrar y callar”– constituyen “el manifiesto antiguerra más importante de la historia del arte”, una crónica de sufrimiento y dolor ni sentimental ni chovinista. El número 12 de los grabados –“Para eso habéis nacido”, un hombre vomitando sobre un montón de cadáveres– “tiene una audacia comprobada por el hecho de que, 150 años después, en la Segunda Guerra Mundial, los censores no la habrían permitido”, escribe Hughes. Sólo falta añadir que, 200 años después, en Iraq, tampoco se permitiría. Las fotos de cadáveres y bolsas de cadáveres provenientes de Bagdad han sido terminantemente prohibidas por el Pentágono.