ENTREVISTA
De europeo a europeo.
Una entrevista con Umberto Eco
Pierre Ganz y Alain Louyot / La Crónica Hoy
Uno de los pioneros de Europa, Jean Monnet, ha dicho a propósito de la construcción europea: “Si hubiera que volver a comenzar, habría que comenzar por la cultura”. ¿Piensa usted igualmente que no se ha tomado a Europa por el lado bueno?
—No, porque estoy convencido de que existe una identidad cultural europea. Si estoy en Estados Unidos o en Australia y entre los invitados de una cena hay un europeo, me sentiré mejor charlando con él aun si es sueco, quiero decir, muy diferente de un italiano. Habrá más cosas en común entre él y yo que entre cada uno de nosotros y un estadounidense o un australiano. Juntos, entre europeos, hablaremos de historia, de nuestras raíces. En una palabra, la unidad cultural de Europa existe, pero hay que ayudar a los europeos a que se den cuenta de ello.
¿Cuál será en la Europa de mañana la lengua que se impondrá? ¿Será inevitablemente el inglés?
—Miren, en cualquier parte del mundo se necesita siempre una lengua vehicular. Los africanos han inventado prácticamente el swahili, que se entiende en gran parte del continente. En el pasado, la lengua vehicular era el latín. Después fue el francés durante siglos. En la actualidad es el inglés. Ningún poder sobre la tierra puede imponer una lengua nacional ni una lengua vehicular. De alguna forma, las lenguas son fuerzas biológicas. Independientemente de esto, el interés del inglés es que, por razones históricas y aun gramaticales, se puede torturar con mucha más facilidad al inglés que al francés o el italiano. Con el inglés se puede hablar al estilo “Mi Tarzán, tú Chita” y hacerse entender. Y los anglófonos lo aceptan todo. ¡Tal vez en medio siglo le toque el turno al árabe o al chino! Pero, y lo repito, tal y como lo sostuve en mi libro sobre la búsqueda de la lengua, no se puede imponer ningún idioma. La única posibilidad es el poliglotismo salvaje.
¿No existe un riesgo de disolución cultural si se amplía demasiado Europa? ¿Hasta dónde hay que detenerse? ¿En Turquía?
—Ese es un problema político sobre el cual no quiero comprometerme más de lo necesario. Me parece, de todas maneras, que los Estados fundadores de la Europa unida –Italia, Alemania, Francia, etc.— deben primero trabajar entre ellos antes de abrirse a los demás. Evidentemente hay una diferencia enorme entre la cultura polaca y la cultura turca. Ahí, las raíces comunes de las que acabo de hablar no existen, a menos que queramos encontrar raíces comunes para toda la humanidad. Así que me parece que la candidatura de Turquía puede constituir un problema.
Durante la guerra de Irak algunos responsables estadounidenses hablaron de “vieja Europa”… ¿Según usted hay una Europa joven y una Europa vieja?
—Europa es vieja, claro está. Pero eso es una ventaja. Yo que soy viejo gozo de una considerable experiencia de la vida y sé más cosas que cualquiera de mis estudiantes. La vejez lo hace a uno prudente. ¡Pero por desgracia también provoca problemas circulatorios y de las articulaciones! Por ejemplo, todos sufrimos con la lentitud europea en materia de investigación científica, mientras que en Estados Unidos, en este terreno como en tantos otros, van a mayor velocidad. Por lo que hay que aceptarse tal y como uno es e intentar trabajar con esa realidad.
¿El populismo es una amenaza para Europa?
—Sí, con toda seguridad. Y yo vivo en un país gobernado por un populista. El populismo es la convocatoria sentimental y directa a una entidad imprecisa que no existe, pero que llamamos “el pueblo”. Y al que se trata de atrapar por las tripas.
¿Es una enfermedad contagiosa?
—¡Claro que es contagiosa! En Francia ustedes han tenido ejemplos, del poujadismo al lepenismo. En Italia tenemos una forma de populismo racista, la Liga del Norte, que permanece delimitada, en términos de electorado, en proporciones que aún son razonables. Mientras que el populismo mediático de Berlusconi, que ha venido a substituir al populismo de los que tocaban el tambor en las plazas de los pueblos, es un populismo muy moderno, muy avanzado, gracias al control de las cadenas de televisión, de los medios de comunicación de masas.
¿Es la televisión la que produce el populismo?
—No, la televisión lo moderniza. Mussolini hablaba desde el balcón de palacio, en Roma o en Venecia, ante cien mil personas que se habían reunido bajo amenazas para escucharlo. En la actualidad podría reunir a cuarenta millones de telespectadores. Y a esos millones ni siquiera necesitaría obligarlos a ver la pantalla de su televisor. Por lo tanto, la tele moderniza y acrecienta el fenómeno populista. Pero no sobra subrayar que Berlusconi no es el culpable de esta situación, ¡sino aquellos que votan por él!