Rancho Las Voces: Las musas de la Belle Époque
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viernes, marzo 24, 2006

Las musas de la Belle Époque

VIOLANT PORCEL

B arcelona, España. 22/03/2006. (La Vanguardia) La intensa relación entre el arte y la publicidad surge con el nacimiento del cartel moderno, en la segunda mitad del siglo XIX. Actualmente en Barcelona se dan cita exposiciones que explican este origen a través de dos vigorosos creadores: Henri Toulouse-Lautrec, su pionero internacional, en el MNAC, y Ramon Casas, su impulsor catalán, en el Museu d´Història de Catalunya. Así como otra muestra de reciente clausura, en el Centre Cultural Tecla Sala, ha exhibido la extensa colección de Joseluis Rupérez, que presenta la historia del cartelismo hasta hoy a través de sus autores representativos.

Si en sus inicios los artistas utilizan este lenguaje artístico para exaltar una sociedad industrial nueva y veloz, a las puertas del capitalismo, en el arte contemporáneo proliferan los creadores que se sirven de los códigos del cartel para denunciar el desbordamiento de este mundo de producción, mercado y mass media, que incluso se engulle a sí mismo. París fue en el siglo XIX símbolo de la modernidad y es allí dónde el cartelismo adquirió su apogeo inicial, al que contribuyó decisivamente la aparición de la litografía en color, que posibilitó el desarrollo de este arte efímero que rápidamente fue tomando las calles de las urbes en trepidante expansión. El precursor de la modalidad fue Chéret con sus personajes en posturas etéreas, quién introduce una de las imágenes del género todavía efectivas: una única figura con un texto sintético. Justo después aparece Toulouse-Lautrec, más incisivo y esencial en su trazo. Y posteriormente Casas, influido por ellos, más delicado y pausado.

Tanto Toulouse-Lautrec como Casas utilizan el cartel como innovación estilística y para esbozar un ágil fresco de la sociedad. Además, fortalecen su creatividad en los cafés. El pintor parisino entabla amistad con el enigmático cantante Aristide Bruant en el cabaret Le Chat Noir, centro del hervor artístico de Montmatre, y le sigue por los locales donde actúa hasta Le Mirliton, del que Bruant será propietario. Lautrec lo representa siempre con su pintoresco sombrero, traje negro, bufanda roja y bastón en mano, la mirada desafiante, como increpando al mundo. Y Ramon Casas despunta en Els Quatre Gats, emblemática cervecería de Barcelona y bullicioso cuartel de modernistas, inspirada en Le Chat Noir. También él establece una gran camaradería con su dueño, Pere Romeu, y la cristaliza en el célebre cartel en el que aparecen los dos, robustos, de profusas barbas y aire de suficiencia, pedaleando un tandem con parsimonia.

Ambos artistas eligen a la mujer como motivo principal de su obra, modelo que se incrementa con el tiempo y al que la publicidad posterior irá desnudando. Tolouse-Lautrec, con dolorosas deformaciones articulares, encuentra su lugar en los espacios menos convencionales de la noche, cabarets y burdeles, entre bailarinas y prostitutas que convierte en musas y amigas y a las que retrata con obstinación. El espontáneo frescor de La Goulue, la nerviosa vitalidad de Jane Avril, la frágil gracia de May Milton, todas mujeres fuertes plasmadas en carteles de impactante y movida simplicidad, los colores enérgicos y la línea acusada.


Letras de palo

Ramon Casas, de familia pudiente y formado en París, alcanza la fama en el campo cartelístico con la obtención de dos premios en concursos organizados por los destacados empresarios Vicenç Bosch, de Anís del Mono, y Manuel Raventós, de Codorniu. Se trata de dibujos depurados, incisivos, en los que olvida la sinuosa tipografía modernista e introduce lacónicas letras de palo, integrándolas hábilmente en las imágenes. Después, incluirá en sus producciones nuevas perspectivas con encuadres cortados. Casas en sus carteles transforma las féminas del Dolce far niente, arquetipo habitual en la época -y en el que tanto insistió en sus óleos- en las new women o mujeres nuevas, dinámicas y con ansias de libertad, que fuman indecorosas, conducen coches o escriben, aunque siempre planeará en ellas ese halo de languidez tan característico del artista. Cabe destacar la figura del anuncio de Cigarrillos París.

Si en sus célebres retratos al carbón Casas capta con maestría el carácter del personaje, en sus carteles se manifiesta una menor penetración psicológica. Sus señoras acostumbran a proceder del ambiente burgués, donde sus tensiones han sido sutiles y disimuladas. Mientras, las mujeres del pintor de Montmartre se han abierto camino desde la nada y anida en ellas una ferviente lucha por sobrevivir. Ambos mantienen el mismo vigor y capacidad renovadora tanto en los anuncios de libros como en los de revistas, aunque en Tolouse-Lautrec se diluye cuando presenta productos de consumo, y en Casas a partir de 1902, en que se desliza hacia cierta topicidad. Y los dos albergarán siempre un gusto por la estampa japonesa y su ausencia de convenciones figurativas, sobre todo las del período Edo en que se potencia al máximo la elegancia y la extravagancia de la vida urbana, a la par que el placer del momento fugaz, aspectos parecidos al artificioso refinamiento y al optimismo lúdico de la Belle Époque, con su bohemia.