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miércoles, octubre 17, 2012

Literatura / España: Cardenio, la resurrección de un fantasma bibliográfico

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Roger Chartier, escritor e historiador francés, en el Instituto Francés de Madrid. (Foto: Álvaro García)

C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de octubre de 2012. (RanchoNEWS).- La historia de Cardenio apareció entre las novelas de El Quijote y cuando consiguió escaparse de las tapas duras de Cervantes para reinterpretarse en la pluma de Shakespeare como obra de teatro, tampoco pudo pervivir en la memoria palpable del papel por la precariedad editorial del siglo XVII. Roger Chartier, historiador de la cuarta generación de la Escuela de los Annales, con las maneras de un forense, pero lejos de parecerse a un investigador de novela negra y criminal, recupera la historia de este personaje que Don Quijote y Sancho Panza encuentran en el capítulo XXIII, en Cardenio entre Cervantes y Shakespeare (Gedisa Editorial). Una nota de Ana Marcos para El País:

La primera pista del misterio del texto que hoy no existe aparece en una obra teatral colaborativa entre el escritor inglés y un autor llamado John Fletcher. Cardenio en manos de Shakespeare culmina con felicidad su historia amorosa con Luscinda, la dama de alta cuna que se casa por acuerdo con el mejor amigo del protagonista. «Este desenlace feliz convierte a la obra en material para una tragedia y una comedia al mismo tiempo, lo que entroca con la tradición inglesa del siglo XVII y su gusto por la tragicomedia española», explica Chartier en el Instituto Francés, durante su última visita a Madrid.

«Shakespeare ligó la historia de los cuatro enamorados con la presencia burlesca y cómica de Don Quijote en Inglaterra». El público europeo encontró en los desamores, las pasiones sublimes, el triunfo del amor y la belleza de las novelas dentro de la obra cervantina el mismo o mayor interés que por los lances del caballero andante. «Las obras teatrales no se solían publicar, el 60% no subsistieron por tratarse de un género situado en lo más bajo de la jerarquía literaria», explica Chartier. «Por eso Cardenio es excepcional, y su relación con el nombre de Shakespeare determinante». Aunque el imaginario cultural vincule casi desde la amistad a estos dos escritores, «resulta complicado asegurar que Cervantes supiera siquiera quién era Shakespeare», Inglaterra, a fin de cuentas, seguía siendo una isla, mientras que la presencia hispánica en toda Europa se expandía como referencia literaria esencial –«no solo por El Quijote», precisa–.

Chartier persigue a Cardenio durante siglos, países, escenarios teatrales e imprentas en un ejercicio de resurrección de un fantasma bibliográfico cuya inmortalidad se refiere directamente a su autor, por encima incluso de su colega español, responsable primero del nacimiento de este personaje. «La pluralidad de sentidos inscritos en una obra como esta, pero no sujetos al momento de escritura responde a su perdurabilidad, trascendencia, fuerza y energía. Es decir, determinan su universalidad», apunta el historiador.

En un ejercicio ensayístico que se circunscribe a la adaptación teatral shakespereana, aparecen en órbita las versiones de Guillén de Castro y Lewis Theobald, que en 1728 publicó la que afirmaba ser la versión original de la obra, restaurada por él mismo. La labor de Theobald fue tal, que muchos después recrearon el texto primitivo sobre su interpretación, como es el caso de Gary Taylor.

La maleabilidad de un texto que se supone no existe termina por convertirlo en un trocito de la historia de todos, y al mismo tiempo de nadie. Cervantes se pierde en el camino. La historia feliz de Shakespeare se transmuta en tantas variantes como vidas tiene un gato y gustos un país, una ciudad y un espectador teatral. Cardenio acaba con la inmutabilidad del clasicismo y devuelve a las librerías una historia con tantos apellidos como lectores en tiempos de «la universalidad prefabricada a partir de los best-sellers» de escaparate. «Cervantes estaba fuera del mundo literario, de la élite y aún así traspasó fronteras, ahí reside su éxito. La prosa doméstica de la vida, no podía considerarse un estilo artificial».

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