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Chimal recuerda haberse formado en la desordenada biblioteca de la casa de su infancia.
(Foto: Rafael Yohai)
C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- Mezclando los géneros de la fantasía, la ciencia ficción y el terror, Chimal se enfrenta al imperio del realismo en la literatura de su país. «La literatura mexicana desdeña la imaginación y en eso hay una especie de raíz autoritaria», afirma en la entrevista para Página/12 de Silvina Friera.
La extraña aventura transcurre en un edificio que parece infinito y al que suelen llamar El Brincadero, un burdel que encubre un misterioso y perverso jardín donde se practica la zoofilia. «Todos vienen estrictamente a lo que vienen. Todos alivian sus necesidades, escenifican sus fantasías, se rascan y se frotan y se empalman y luego se van», afirma el narrador de La torre y el jardín (Océano) del mexicano Alberto Chimal, una novela que mezcla los géneros de la fantasía, la ciencia ficción y el terror como si se pusiera de espaldas al mundo convencional de las clasificaciones para avanzar por el camino exclusivo del estilo, esa periferia que deviene central por obra de una imaginación al mismo tiempo híbrida y desaforada. Como una especie de bestiario «anómalo» de extravagancias, cada piso de este inquietante edificio está destinado a un animal o insecto, desde focas a hormigas, de nutrias a piojos, de elefantes a mariposas; una variedad dispuesta para satisfacer los deseos sexuales de los clientes. Dos hombres despiertan en celdas contiguas. Uno es Horacio Kustos, un explorador fascinante por su tozudo anacronismo, vestido con traje de astronauta, que intenta descubrir las razones por las cuales se construyó El Brincadero. El otro es el médico Francisco Molinar, alguien que busca resolver un siniestro trauma de su pasado.
Chimal (Toluca, 1970) recuerda que en la casa de su infancia había una biblioteca desordenada en la que encontró los típicos cuentos para niños, que era lo que debía leer, hasta libros de Hermann Hesse, textos de ciencia y de historia. «Las primeras descripciones sexuales que leí las encontré en libros de ciencia ficción –confiesa el escritor mexicano a Página/12–. No entendía nada, pero más o menos tenía una idea. En ese tiempo en que nadie me impulsó a leer, pero tampoco nadie me detuvo, me di cuenta de muchas cosas que un niño no tendría que haber descubierto. Al lado de esos libros desautorizados o problemáticos, había otros que simplemente no eran considerados como parte de las lecturas recomendadas, como un tomo que me gustaba mucho, encuadernado en tela, con mitos y leyendas de distintos países con unas ilustraciones preciosas; o una versión de El anillo de los nibelungos. Todo eso venía junto, sin estratificar, y todo eso era válido.»
¿Cómo influyó la realidad mexicana de los últimos años, la violencia, los muertos y desaparecidos, en la escritura de La torre y el jardín?
La novela la escribí entre 2004 y 2012. Cuando Felipe Calderón empezó su presidencia en 2006, estaba escribiendo el segundo borrador porque el primero se perdió, se estropeó un disco duro que tenía y me dio ganas de tirarme por la ventana... Tuve que empezar otra vez. En el ánimo de la segunda versión crecía la violencia y al mismo tiempo la erosión de la idea del Estado, de esa entidad que tiene control sobre el territorio. La pérdida de esa impresión de control era engañosa porque hay muchos poderes fácticos en conflicto tratando de acomodarse en un mismo lugar. Hay un incremento del impulso agresivo en la propia sociedad mexicana, un impulso nacido de la frustración y de la rabia, un impulso destructor en contra del otro, del semejante. Sintiéndonos incapaces de resolver esta situación, de oponernos a lo que estaba haciendo mal el gobierno, de contrarrestar la ola de violencia, muchos se sentían impulsados a unirse a la violencia para compensar la impresión de una debilidad. Esta es una época en la cual una generación entera empieza a afirmar de maneras cada vez más virulentas un discurso de reivindicación de la violencia, que va unido desgraciadamente a varias de las ideas más retrógradas que hay de la masculinidad en la cultura mexicana. Se vuelve un cliché la idea de que «hay que escribir con huevos» y a mí me parece terrible encontrar esa frase una y otra vez escrita porque es una sobrecompensación de la impotencia general. No es el camino mimetizarse o unirse a esa violencia. En la novela, los personajes más terribles son los que se unen a la violencia sin cuestionarla de ninguna manera. La paradoja es que también los personajes más terribles son los que fingen marcar claramente su distancia de lo animal y se entregan a lo peor de la animalidad. Me parece que lo primero que habría que hacer es reconocer la tensión entre nuestras aspiraciones más elevadas entre comillas y nuestros peores instintos.
¿Propone el uso de la imaginación fantástica?
Sí, al menos en mi opinión sería necesario tratar de figurarse alternativas a la situación presente. Es muy curioso que la imaginación fantástica tenga problemas con mucha frecuencia. La literatura mexicana desdeña de la imaginación de todo tipo y en eso creo que hay una especie de raíz autoritaria de la cultura mexicana, que siempre se ha empeñado en afirmar una visión monolítica y sin fisuras. Varios colegas que están explícitamente interesados en la parte especulativa de la imaginación fantástica, en la ciencia ficción, han insistido en que no se puede imaginar una salida de la situación presente. Que lo único que cabe hacer es hipertrofiar las narraciones distópicas o insistir en el horror contemporáneo. Y yo creo que está bien hacer eso, pero no es suficiente.
¿La torre y el jardín intenta literariamente sumarse a esa alternativa?
Yo creo que sí, no como una acción política porque sería absurdo pretender que la novela haga eso. Pero sí defendiendo la noción de la imaginación como una herramienta válida para explorar la acción humana. Me interesa sugerir que la conciencia humana no puede separarse de lo animal. Todos los intentos que como especie hacemos de domar el entorno, de afirmar nuestra propia valía en oposición a lo que nos rodea, están condenados a fracasar y a revelarse como lo que son: formas de violencia que no pueden sostenerse indefinidamente. Me ha tocado hablar con presuntos expertos de empresas acusadas de contaminar el ambiente que pueden explicar durante horas, con términos de los más extraños, cómo la tierra resiste y es posible seguir echando contaminantes en las aguas o en el suelo. Después de cierto tiempo esos argumentos tristemente no se desvanecen, sino que se revelan como algo sumamente mentiroso y deshonesto.
¿Se siente el Henry James de su generación como se lee en la contratapa de la novela, una afirmación extraída del diario La Jornada?
No, claro que no, qué horror... Eso no sé por qué lo habrá dicho el columnista. Yo quisiera ser el Alberto Chimal de mi generación, lo demás son frases de las contraportadas de los libros. También esa contraportada hace mucho énfasis en la ciencia ficción. Algunas partes de esta novela están impulsadas por la literatura de horror y otras por intereses de escritura como la experimentación con la voz y la tipografía. Me interesa lo mismo Philip K. Dick que Georges Perec. Algunas zonas de la novela estarían estimuladas más bien por escritores como Vladimir Nabokov, que está experimentando con la forma de la novela con la idea de que el lector no se olvide de que está leyendo un artificio. La torre y el jardín es un libro que utiliza muchos géneros y trata de decir algo más a partir de esa combinación. En México nos falta leer mucho y reflexionar acerca de cualquier forma de narrativa que no sea estrictamente realista y de representación del entorno.
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