C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- Si la sociedad contemporánea de México mira con familiaridad imágenes sobre crímenes es porque hay una historia de más de cien años de violencia visual. Un pasado de gestas; nuestra herencia. Es la premisa del historiador David Fajardo Tapia. Investigador que rastreó la fotografía de prensa durante el Porfiriato para analizar el contexto actual en el que miramos crímenes de manera cotidiana. Sin espanto, ni asombro, reporta Sonia Ávila para Excélsior desde la Ciudad de México.
Es la historia de un problema que nunca se logró resolver, entonces somos herederos de ese problema: una producción de un siglo de imágenes violentas», afirmó en entrevista Fajardo Tapia, quien concluyó su investigación en el libro Bandidos, miserables, facinerosos, editado por el Centro de la Imagen. Su pregunta inicial fue sobre el origen histórico de las imágenes de decapitados que proliferaron a inicios del siglo XXI.
Fajardo Tapia hizo un recorrido por la prensa mexicana durante los años del Porfiriato para hallar la difusión de tres asesinatos en particular: el bandolero Heraclio Bernal, asesinado en 1888; el Tigre de Santa Julia, quien murió en 1910, y el de Tomás Morales en 1909. En los tres casos, la prensa bajo control del régimen porfirista difundió fotografías de sus muertes como un logró del gobierno. Una suerte de advertencia para los posibles detractores. Éste es, consideró el investigador, el umbral de la violencia visual.
La prensa hace difusión de estas imágenes pero lo interesante es que en esa época la prensa estaba más controlada, entonces el régimen permitía estas fotos mientras que en la actualidad la violencia en la foto ya no es monopolio del gobierno, sino hay una producción y difusión masiva que mercantiliza la sangre. En el Porfiriato el principal periódico era El imparcial que tenía subsidios del gobierno y era el único que tenía el equipo tecnológico avanzado para producir imágenes en la prensa», agregó sobre la investigación que también incluye ilustraciones y postales de la época.
Fue un discurso del gobierno para mostrar «poder, orden y castigo» contra los detractores al régimen, apuntó Fajardo Tapia. Entonces la fotografía no sólo fue un medio testimonial, sino una herramienta de control contra la sociedad. «La fotografía se gestó como un medio más cuya finalidad era recordar a los opositores, disidentes y delincuentes que había un precio que pagar si se salían de las premisas del orden porfirista». Hoy esas imágenes violentas cumplen otra función.
Entre las imágenes que reunió muchas son postales de colección. Por ejemplo, en la que hay un cadáver de Enrique Chávez, en Nayarit. Fechada en 1907, la fotografía se vendía como recuerdo. Lo mismo retratos de los criminales, que primero se difundían por la prensa.
La investigación inicia con el caso de Heraclio Bernal, El rayo de Sinaloa. Es el protagonista de las fotografías de prensa donde se mira un cuerpo recargado sobre la pared. Instantáneas que inspiraron incluso a caricaturistas para hacer la portada de la revista Patria Ilustrada. Con la misma carga sangrienta, la imagen se presenta como un aviso a quienes busquen atacar, pues el bandido no sólo cometía atracos sino en realidad busca derrocar al régimen, recordó el investigador.
El segundo caso de estudio es el del Tigre de Santa Julia, asesinado un mes después del inicio de la Revolución: «Este hecho es interesante porque era un bandido que evadió muchas veces a las autoridades, y cuando por fin entra a la cárcel se le instruye para que sea parte de los presos readaptados que era un programa social del gobierno, mostrar que podrían salir de nuevo a la sociedad. Entonces hay una cobertura de este momento especial, pero al final es asesinado».
Mientras que la fotografía del asesinato de Tomás Morales llama la atención por su composición estética. Se mira una fila de hombres de pantalones de manta, huaraches y sombrero de paja que apuntan con su fusil a un hombre recargado sobre la pared y los ojos cubiertos con un paño.
El historiador señaló que los fotógrafos pronto comprendieron que había que narrar un relato en una sola fotografía. No sólo registrar el hecho aislado. Entonces sus composiciones son historias visuales. Y con el aumento de la violencia, comenzaron a hacerse familiares.
Es tanta la producción de estas fotografías con alto contenido de criminalidad que la sociedad empieza a asumirlas como parte de su cotidianidad, y eso tiene un crecimiento sobre todo a partir de la década de los 90. Creo que el siglo XXI es el auge de la producción y difusión de estas imágenes, pero no surgen de la nada, sino tienen su origen en nuestro pasado violento».
Consideró que en la actualidad, con los dispositivos móviles y las redes sociales, la generación y difusión de esas imágenes ya no es sólo responsabilidad de la prensa; sino de una sociedad educada para ello: «No se trata de proponer de manera simplista la desaparición de la violencia en la imagen, pero puede canalizarse hacia espacios de reflexión más adecuados».
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