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lunes, octubre 30, 2017

Cine / «Blade Runner 2049» el corrido del eterno retorno

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Cartel publicitario. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de octubre de 2017. (RanchoNEWS).- Una reseña de Carlos Velázquez para La Razón. En menos de una semana acudí al cine con tres personas distintas a ver la continuación del drama de los replicantes.

Veredicto: Blade Runner 2049 es una lección de narrativa.

Todos mis acompañantes cayeron en la trampa que teje la trama. Que K o Joe es el hijo de Deckard.

Resulta simbólico que un producto que nació de una novela haya tomado el camino de la short story.

La secuela necesitaba de un giro deconstructivo para justificar su existencia. Y lo encontraron. Replicantes que se reproducían. Más humano que los humanos, reza el eslogan de esta tercera raza. K, el replicante detective designado para encontrar al espécimen, comienza a sospechar que él es el sujeto a ubicar. En una época, la nuestra no la de la película, en que la tendencia es fantasear con la muerte, la propia y la de la colectividad, K fantasea con la vida.

La cinta arroja pistas que le hacen creer a K que él es el elegido. La estructura de Blade Runner 2049 es la de la cuentística norteamericana del siglo xx. Mientras que en la superficie se narra una historia general, de manera subrepticia se cuenta otra historia. En algún momento ambas se cruzan, deviene el clímax, el desenlace y el final sorpresivo.

El resultado es una de las historias más sólidas que haya confeccionado el cine en los últimos cincuenta años. Y no existe duda de que junto a Trainspotting 2 son lo mejor del año.

No suelo obcecarme como los geeks que desprecian aquello que no sea fidedigno a lo original. Si la chaqueta del protagonista tiene tres botones en lugar de cuatro. Se entiende a la perfección que Blade Runner 2049 toma como pretexto la cinta de Rydley Scott antes que ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas? Sí, es una reverencia a la obra de Philip K. Dick, pero es a partir de ella que se crea un guión con una valiente y arriesgada independencia. Con un toque de maestría narrativa. Una vez más el revés: cuando creíamos que ya todo ha sido contado, surge una nueva intriga.

Para algunos Blade Runner 2049 peca de lenta. Para otros, es demasiado prolongada. Es curioso que esta sea una queja recurrente a la hora de evaluar una película. Esto obedece a un vicio del espectador, propiciado por Hollywood por supuesto. La gente es incapaz de prestar atención más de dos horas. El público sólo hace concesiones a la hora de las sagas. En eso quizá Blade Runner 2049 debió ser más explícita. Es obvio que viene una trilogía.

Tampoco me parece determinante la tardía aparición (y pésima actuación) de Harrison Ford. El grado de pureza que se le exige a la profanación de un clásico siempre va a ser fuente de sinsabores. Y que Ford es un mal actor no es ninguna novedad. Al contrario, con los años se ha acentuado más esta condición. Si Deckard aparece avanzada la trama es porque el protagonista no es él. Así de simple. Es un detonador importante, sí, pero los puntos de tensión, esos que provienen de la filosofía de la composición de Allan Poe, son cortesía de K.

Existe una diferencia radical entre ambas partes. Blade Runner era una historia de bandoleros con trasfondo ontológico. Blade Runner 2049 es una película sobre el idealismo. Tan de boga en estos tiempos. Lo cual podría ser incómodo para el nihilismo. Las causas siempre remiten a lo rancio, a lo trasnochado. Sin embargo Blade Runner 2049 no cae en lo chairo gracias al engaño magistral al que somos sometidos. Al identificarnos con K nos estamos identificando con un no humano. Lo intrigante al respecto es lo que dice eso sobre nuestro futuro como especie.

Desde la escena en la que Rust asalta la tienda de drogas en el barrio negro en True Detective no existía una secuencia tan dinámica como la pelea entre K y Luv, que finaliza con el ahogamiento de la sierva de Wallace (cuyo papel estaba pensado para ser interpretado por David Bowie).

Visualmente Blade Runner 2049 es subyugante. Reproduce con fortuna la atmósfera y sobre todo el estado de ánimo de la cinta de Scott. En nuestro camino hacia la deshumanización nos preocupamos más por el pasado. Entre más se devasta la tierra más nostalgia sentimos por el Éden.

El final es un final abierto. Es decir, cada uno puede interpretar a su antojo la última escena. En la que K se recuesta en la nieve. ¿Murió o no? No lo sabemos. Yo me inclino porque sí. Lo cual no es un problema para una trilogía. La pugna central continúa. ¿Cumplirá Wallace en su papel de Dios sus objetivos?

El viejo axioma de nunca segundas partes fueron buenas ha comenzado a desmoronarse.


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