Rancho Las Voces: Textos / Rubén Moreno Valenzuela: «Mi amistad con José Vicente»
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domingo, agosto 09, 2020

Textos / Rubén Moreno Valenzuela: «Mi amistad con José Vicente»

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En las fotos aparecen RMV, Alejandra Torres, Willivaldo Delgadillo y JVA, en el Kentucky de Ciudad Juárez, a mediados de la década de los 90. (Foto: Jaime Moreno Valenzuela)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de agosto de 2020. (RanchoNEWS).- Nuestra amistad fue signada por nuestro común amor a los libros.

José Vicente Anaya y yo coincimos en la Ciudad de México a mediados de la década de los años 80, cuando yo atendía una librería, ubicada en una accesoría en la calle Londres, entre Havre y Nápoles, en la colonia Cuauhtémoc.

Me convertí en librero por imposición del destino.

En aquel tiempo ocupaba mis sábados en visitar el tianguis de la Plaza del Ángel, llamada así por su cercanía al Ángel de la Independencia, ubicada –en uno de sus costados– en la calle Londres; los propietarios de las galerías de la plaza propiciaban este tianguis, con un grupo selecto de vendedores de La Lagunilla, para promocionar sus negocios.

Mientras que los domingos los empleaba en visitar La Lagunilla. Mi interés principal eran los libros.

Fue entonces que conocí a Miguel García, nativo de Navojoa, Sonora, psicólogo egresado del ITESM, donde fue entrenado para conocer y adquirir libros antiguos mexicanos, oficio al que finalmente decidió dedicarse.

Miguel, aunque alto y fuerte, no podía cargar demasiado por un accidente en motocicleta que le afectó la espalda. Cierta vez se accidentó, se fracturó un brazo y me pidió que le ayudara. Así comenzó mi oficio de librero.

Después de un buen tiempo, convencí a Miguel que abriéramos una librería en la calle Londres para vender lo que él llamaba «cháchara»; pero que yo sabía que podría venderse bien porque la mayoría de los libros eran ejemplares de ediciones agotadas.

En esa librería conocí a José Vicente y de inmediato nos hicimos amigos.Muchas coincidían nos unían. Ambos nativos de Chihuahua, amantes de los libros, escritores, estudiosos de la literatura indígena de América del Norte, afectos a la literatura Beat y una larga lista de coincidencias.

José Vicente era mi vecino. En aquel tiempo era director de una revista médica del ISSTE, cuyas oficinas estaban en un edificio de la calle Nápoles. Su oficina era visitada por poetas de toda la república mexicana en su paso por la Ciudad de México, además de una larga lista de personajes locales.

Al finalizar aquella década Miguel y yo nos disasociamos; él, generoso, me pagó con toda aquella «cháchara», con la cual pensaba establecer una librería en Guadalajara para estar cerca de la FIL, que recientemente había conocido.

Entonces, por cuestiones familiares, regresé a Ciudad Juárez a principios de la década de los 90.

–¿A cuáles escritores de Juárez conoces? –me preguntó.

–Bueno allá está Arminé Arjona y el poeta Juan Escárcega. Allá están los artistas plásticos Mario Arnal, Miguel Ángel Moreno y un monje de la iglesia ortodoxa rusa llamado El Bandido.

José Vicente sonrió.

–Hace tiempo que no vives en Juárez –me dijo y comenzó a escribir una larga lista de nombres, con sus respectivos números telefónicos, que comenzaba con Willivaldo Delgadillo.

Después, con el transcurso de los años, seguiríamos en contacto, cada vez que visitaba Juárez lo procuraba y en la revista Rancho Las Voces seguíamos su carrera.

La última vez que lo vi fue en mayo de 2019, en Ciudad Juárez, con motivo de su premio Medalla al Mérito Literario. Tuvimos una muy breve conversación, me informó de sus problemas de salud.

En el 2007 viajé a Puebla para acudir al VIII Congreso Internacional de Poesía y Poética, donde se le ofrecería un homenaje. Tuve la oportunidad de hacerle compañía durante una larguísima lectura de poemas, que escuchamos en silencio, que sólo fue perturbado una vez, cuando le susurré:

–La diferencia entre un poeta maldito y un poeta malito es una consonante.

Él externó una breve risa y me dijo:

–Eso que acabas de decir es un poema.

Gracias, José Vicente, por la amistad, por las enseñanzas y por la oportunidad de compartir tu viaje. Hasta siempre, carnal.

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