Rancho Las Voces: Se van los de a de veras
(8) Del día en que Cristina se ganó un Premio Pulitzer

viernes, noviembre 25, 2005

Se van los de a de veras


Osvaldo Ogaz

C d. Juárez, Chihuahua. Tenía siete años cuando la poesía entraba por mis manos al tocarle a mi tía Gela, en su puerta de madera vieja y de pintura descascarada y cuando no me oía, le gritaba fuertecito por un orificio que yo mismo hice, con el permiso de mi yo interior, y entonces salía; mi abuela me daba la bendición y unos cuantos centavitos para las papitas caseras con salsa Valentina y mi gran coca, que muchas de las veces era un auténtico vaso con hielo y gas. La tía. quien todos los domingos en la tarde me llevaba bien agarradito de la mano izquierda al gimnasio municipal, era la que empezaba a sembrar en el futuro poeta del pueblo el gusto por el arte del Costalaze incheg o más bien el pinche costalazo, con todo y las voladoras y las llaves que esas no le podías sacar copia en ninguna cerrajería de la ciudad. Hacía versos con el poder de mi distracción.

Cuando no me topaba con el alto de la calle María Martínez y Plata, lo hacía con el de la Oro, o la Degollado, o el último, ya para rematar, el de la Ocampo, donde comenzaba el poema dominical. Comprabamos el boleto, revisaba detenidamente si en el programa iba luchar Frankenstein, y si eso era factible le decía a mi tía Gela que no aguantaba el estómago, o me dolía la cabeza y aparte un calambrón me estaba comiendo el pie derecho. les aseguro, no era miedo, sólo la precaución de un niño de la colonia Bellavista.

Comenzaba la función: "Lucharán a dos de tres caídas sin límite de tiempo, por la esquina de los rudos, el asesino de Juárez, la maligna encarnación de Dios hecho demonio el es... y así pasaba la segunda lucha y la tercera; veía volar al Dorado Hernández, darse una mortal al Samuray, sangrar a Rocky Star, sufrir a Cinta de Oro, mentarle la madre a toda la gente buena que iba al gimnasio al legionario (esos eran huarachudos), me impresionaba la pareja de maravilloso y Takeda, la sensualidad del maestro Baby Sharon. Cuando salía por el ala norte Ary Gato Romero mi furia crecía al grado de que la tía Gela me proporcionaba un discreto pellizco cuando le gritaba más de cien veces puto, puto, puto, puto, puto, puto... Del otro lado, cuando las rayadas y los dedos medulares erectos a su máxima capacidad cesaban, se alumbraba el escenario, era el momento donde utilizaba las más finas figuras literarias para describir al hombre de cabellera larga, carismático hasta en los dedos de los pies y todos coreabamos su nombre. Mi tía decía que su papá era unos de los grandes luchadores que México ha tenido. Eddie, Eddie, Eddie.. el coro de los niños de la Chaveña, de la Bellavista, de la del Carmen, del Barrio Alto, de los niños bien, interrumpía; que incluso, con el fenomenal y olímpico Santo llegaron a formar la pareja Atómica.

Ayer trece de febrero, en la tarde, cuando el sueño me estaba cacheteando la página cincuenta de "Retrato de un artista Adolescente" de Joyce (pues de quién más). Mi esposa me dice la noticia, que una de las figuras de la WWE había fallecido, que lo encontraron en un hotel de Minneapolis, demasiado muerto, no entendía por qué tan muerto, no podía hacernos eso; no contestaba al despertador del hotel. Iba a luchar, estaría en la arena de esa ciudad, sacando gritos, aplausos y suspiros a las gringas y por que no también a los gringos y pues a los latinos, los más machines. No estuvo, no le hablaron por teléfono como a Marylin Monroe, no lo crucificaron, no se cortó las venas; porque así lo quiso su padre el gran Gory Guerrero, se lo llevó, no dejó ningún aviso, sólo la cama con su cobertor San Marcos pudo observar, la calefacción recibió su último suspiro, los cuadros de artistas irreconocibles vieron yacer a un grande de 38 años con tres hijos, una esposa y la verdad no sé cuántas amantes. Lo que sí sé es que a mí me está llevando la chingada de perder al Latino Heat, al Máscara Mágica, al Latigo, al que puso el nombre de la frontera más controversial y honesta que tiene el mundo en lo más alto de los aparadores de New York, Los Angeles, Chicago. El que en su traje de luchachicano andaba en Europa desmadrando a la raza Aria, a los inbañaaaaables, ése, sí señores, a ése, uno de mis ídolos, le acaban de hablar y decir que máscara, cabellera, afición, músculos se han ido al camino de los cristales rotos. Adiós Eddie Guerrero, ya no tengo siete años, tengo veintinueve y la neta cabrón, me duele un chingo. Pido un aplauso para la lucha libre, para la poesía, para el gran Eddie Guerrero y la verdad ya no aguanto, tengo que retirarme, recuerden que soy poeta del pueblo y Praxedis y San Agustín están cerca.