Juan José Flores Nava
C iudad de México. Martes, 2 de mayo de 2006. (El Financiero).- El poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade pedía, en alguno de sus versos, que quien busque la poesía no debe hacerlo intentando arreglar la sepultada y melancólica infancia personal. Pero "sepultada" y "melancólica" son dos adjetivos con los que Marco Antonio Campos se reconoce ampliamente.
Porque, para él, esa sepultada y melancólica infancia posee imágenes de encantamiento que sólo esperan ser descritas en la poesía. "La infancia -dice Marco An- tonio Campos- es siempre una especie de jardín mágico. Rilke, a sus 28 años, decía en sus Cartas a un joven poeta que cuando se sienta que parece no haber nada más que escribir, se vuelva hacia la infancia porque en ella siempre se encuentra una posibilidad poética."
Y eso es lo que hace Marco Antonio Campos (ciudad de México, 1949); al menos en la primera parte de Viernes en Jerusalén, número 594 de la colección «Visor de Poesía», texto con el que ganó, el año pasado, el V Premio Casa de América de Poesía Americana.
-Lo que he querido hacer en este libro -dice Campos en entrevista- es recuperar el mundo de la infancia y otros de mi pasado, pero siempre con sus nombres propios. Porque me parece que la poesía debe tener eso: nombres propios, como en López Velarde, en Neruda o en la Biblia misma. Saber colocar los nombres propios y darles vida es hacer más individual la poesía. A veces me da la impresión de que esa poesía que llaman abstracta o de vanguardia puede ser escrita por cualquiera. Resulta una poesía intercambiable. Y no, se trata de convertir en poesía las experiencias que uno vive y, por lo tanto, de apropiarse de ellas.
Marco Antonio Campos arranca Viernes en Jerusalén con un poema sobre "Los Hüttich y los Palmer", sus ancestros ingleses y alemanes de los que ignora casi todo. A éste le sigue "Avenida de los Pinos 8", donde confiesa que por ahí del 57 padre dejaba para siempre esposa e hijos, "y sin saberlo él -escribe Campos-, menos el que habla, daba al niño que yo fui un siglo de libertad y sueño".
-Porque la mía -dice ahora- fue una infancia más o menos precaria. Mi padre se fue de la casa cuando tenía ocho años. Eso, que pudiera parecer una pequeña tragedia, para mí representó una vía a la libertad. Viví intensamente la calle. Lo que me dieron la calle, los vecinos, los amigos, el barrio, hacen que yo recuerde la infancia como libre y feliz.
-Al escribir, ¿ya tiene usted claro un modo o un estilo que le permita comunicarse con los lectores?
-Salvador Elizondo me decía hace 30 años que cuando él escribía estaba pensando en un lector ideal, que es él mismo. Cuando se escribe poesía hay una parte irracional que no se controla y otra, racional, sobre la que se tiene dominio. Más tarde vienen las correcciones, en donde interviene más la inteligencia que otra cosa. Por eso, en un principio la poesía pertenece más al terreno de la imaginación, de los sentimientos y de los sentidos, a los que intenta recrear como imágenes. Y yo diría que aun en las correcciones hay una parte que el poeta no controla, y es donde a veces se encuentra lo mejor de su poesía. Es una parte que alcanzamos a comprender pero que no podemos explicar. Si usted explica un poema, lo mata. En el arte en general lo que cuenta es la emoción.
-¿Y la emoción es aquello que es difícil de nombrar?
-En el caso de la poesía, más que nombrar, es aquello que no se puede explicar. Neruda dice: "¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe/ cuando me siento triste, y te siento lejana?" Cada palabra, como vemos, está puesta en su lugar. Pero si trato de explicar lo que dice pierde su emoción. Para el poeta mismo hay zonas oscuras dentro de su escritura que pueden ser buenas o malas. Ahora, eso no significa que el poeta tiene que ser totalmente oscuro. Una de las aberraciones más gran- des del siglo XX fue aquella poesía que entre más ininteligible era, más adeptos tenía.
-¿Qué tiene el lenguaje poético que lo ha llevado a preferirlo por encima del ensayo, la narrativa o el periodismo que también ha practicado?
-Es que con la poesía empezó todo. De los 19 a los 21 años sólo escribí poesía. Y por eso en cualquier cosa que escribo hay instantes con un fondo poético. En la narrativa y el ensayo hay un lenguaje poético, son imágenes que quieren ser conceptos. Y, en cualquier texto, uno busca un cierto ritmo. Por ejemplo, al redactar esta entrevista usted se preguntará "¿con qué empiezo?"; redactar una entrevista es un trabajo de habilidad y de edición, pero también de conocimiento y de determinación para que sea una pieza que funcione como un conjunto armónico. Yo no soy un poeta de todos los días, por eso me pruebo en otros géneros. Aunque siempre he creído que el centro irradiador de lo que escribo es la poesía.
-¿Puede la poesía ayudar a vivir mejor?
-Desde luego, pero individualmente. La poesía no puede tirar un régimen político; como tampoco puede hacer, por poner un par de ejemplos chuscos y actuales, que los panistas se arrepientan del Fobaproa o que se cambie la Ley de Radio y Televisión. Diré que en mi caso la lectura de poesía me ha hecho ver el mundo desde una perspectiva estética. Para mí, ante todo está lo que es bello, después importa la perspectiva ética e intelectual. A mí me gusta mucho caminar las calles y mirar, porque la poesía está donde sea. La puede uno encontrar en una bella tarde o en el rostro hermoso de una mujer. Nos está acechando. La poesía nos cambia la vida aunque no nos demos cuenta, aunque sea imperceptible. La poesía nos hace sentir más, imaginar más. En ese sentido nos va haciendo mejores: da una suerte de reposo y de alegría.